sábado, 31 de diciembre de 2016

2016: Del Chapo a Rubí; la adultez de las redes

Crescendo Ibarra invitó a los dos mil pobladores de La Joya a la fiesta de 15 de su hija Rubí, celebrada el lunes después de Navidad. Terminó dando de comer a más de 30 mil almas, aunque se libró de 1.3 millones que aceptó su invitación.

No fue un error de cálculo. Resultó que su mensaje, “quedan todos cordialmente invitados”, se viralizó por YouTube y Facebook. En un santiamén, Rubí pasó de  humilde paisana mexicana a titilar más que una estrella hollywoodense. Apareció en Le Monde y New York Times. Algunas aerolíneas dieron descuentos para llegar al lugar. Otras empresas regalaron la torta y el confeti. Varias bandas de corridos rogaron por cantar en la fiesta.

El sueño parecía cumplido, pero también fue pesadilla. Las parodias y memes no faltaron. Famosos, sociólogos y críticos del montón aturdieron a la familia que hubiera preferido una fiesta más íntima para Rubí.

El año terminó con esa realidad exagerada; y también había empezado así. En enero, el Chapo Guzmán, pese a ser el narcotraficante más buscado del planeta, se convirtió en héroe de historieta. La gente se rindió a sus pies ante su astucia por escapar por un túnel que ya inspiró varias películas. Y los carteles reclutaron más adolescentes, engañados por el mito de una vida fácil y exuberante.

Pese a que ambos hechos estaban en las antípodas del bien y del mal, las redes sociales los convirtieron por igual en un espejismo de la realidad. Es que su poder de transformar, amplificar, deformar y contagiar se agiganta a cada día.

La omnipresencia de las redes como generadoras de conversación pública, algo que antes monopolizaban los medios tradicionales, se fortaleció en 2016. Esa consolidación, su paso de la pubertad a la adultez, no solo se debió a la mayor penetración tecnológica del internet, sino a las batallas que estas empresas debieron librar.

El mayor de los golpes lo recibieron tras las elecciones presidenciales que ganó Donald Trump. Por primera vez, las empresas propietarias de redes sociales debieron admitir su responsabilidad como generadoras activas de conversación, desde que siempre se autodefinían como simples medios de distribución de información posteada por los usuarios.

El primero en admitirlo fue el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg. Después de resistirse por semanas, concedió que su red social es un agente activo y no una simple plataforma pasiva por donde transcurre sin pena ni gloria la conversación. Tras los ataques por haber servido de canal para la propalación de noticias falsas, reaccionó contratando editores, más subjetivos pero más confiables que sus algoritmos y bots, para diferenciar mejor lo falso de lo verdadero.

Además de esa estrategia ética y editorial, también debió defenderse de ataques legales. Hace unos días, los familiares de las 49 víctimas masacradas en junio en un bar de Orlando, demandaron a Facebook, Twitter y Google bajo el argumento de que dieron apoyo material al terrorismo internacional, al permitir la distribución de propaganda del Estado Islámico, el grupo terrorista invocado por el agresor.

La demanda difícilmente prosperará. Primero, porque estas empresas hace rato que de motu propio, vienen desarrollando sistemas complejos para evitar que los grupos terroristas recluten sicarios y recauden fondos. Y también, porque los jueces estadounidenses necesitan pruebas contundentes e individuales para censurar el beneficio social que acarrea la libertad de expresión, especialmente en internet.

De todos modos, desde una óptica objetiva, las redes sociales no son otra cosa que la caja de resonancia de la conducta humana, plagada indistintamente de valores y de vicios. Así como algunos las utilizan para exagerar, mentir y delinquir, otros las usan para abrazar causas positivas, ya sea distribuyendo verdades, pensamientos altruistas o apoyando campañas como las de #NiUnaMenos o #BlackLivesMatter.

Esta dualidad entre lo negativo y lo positivo, remarcada sin distinción por la idolatría al Chapo y a Rubí, se acentuará en este 2017. No será por alguna razón específica, simplemente porque las redes sociales, las que existen y las que se inventarán, se han afirmado como el nuevo foro de comunicación donde viven, se palpa y contagian los conflictos. trottiart@gmail.com


lunes, 26 de diciembre de 2016

2017: Menos azúcar; más grasas

La primera dama Michelle Obama deja un buen legado: Mayor conciencia para combatir la epidemia de la obesidad en las escuelas.

Sin embargo, el éxito de su programa “Let’s move”, que promueve una dieta sana y más ejercicio físico en los niños para contrarrestar los efectos colaterales de la gordura - diabetes, hipertensión y varios tipos de cáncer - fue insuficiente. No tuvo tracción en la población general, inmersa en una grave cultura de la obesidad.

Varios factores conspiran contra este tipo de programas. La industria alimenticia es reacia a cambiar métodos de producción baratos y poco saludables; siendo, además, el grupo que más invierte en publicidad, estimulando exageradamente las papilas gustativas de la población. La conjura mayor, sin embargo, es de los gobiernos, porque pese a toda la evidencia científica en contra de los azúcares y carbohidratos refinados, son tibios a la hora de cambiar la estructura de la pirámide nutricional y promover el consumo de proteínas, grasas y carbohidratos buenos que aportan los alimentos naturales.

Cambiar la cultura de la obesidad construida por décadas de prácticas alimentarias erróneas, no se logra de la noche a la mañana. Los procesos educativos requieren tiempo y buenas herramientas. En ese sentido, los nuevos estudios se están apartando de los azúcares refinados y los alimentos procesados, provocando el dictado de leyes que restringen la venta y consumo de refrescos edulcorados, como ocurre en Nueva York, California, Buenos Aires, México y Gran Bretaña.

Los estudios no solo desaconsejan las bebidas azucaradas, sino también abandonar dietas bajas en grasas que fueron moda. La tendencia se inició en 2003 con el Comité Asesor de las Directrices Dietéticas de EE.UU que no encontró razones para limitar el colesterol y las grasas buenas. Así comenzó el debilitamiento de teorías anti grasas que datan de 1992 cuando se publicó la pirámide nutricional y de 1977 con los primeros lineamientos alimenticios. Estos incentivaban el alto consumo de carbohidratos - entre 6 y 11 raciones de pan, arroz, cereal y pasta al día – no así los alimentos ricos en grasas naturales, necesarias para el metabolismo y la pérdida de peso.

No es casual que a partir de entonces se fue gestando un paralelismo entre comestibles oficialmente recomendados y fabricación industrial de alimentos, lo que derivó en el escandaloso nivel de obesidad actual.

Así como otros signos de la cultura estadounidense, aquellos malos hábitos alimenticios no tardaron en expandirse. La comida chatarra y los restaurantes de comida rápida coparon el mundo y tuvieron impacto en los índices de gordura. El efecto negativo fue aún mayor en países en vías de desarrollo, en los que el insumo de carbohidratos y alimentos refinados ya venía causando estragos.

Este año, un estudio oficial en México estableció que el 72% de los adultos y el 36% de los adolescentes sufren obesidad y sobrepeso, situándose el país en el segundo lugar, después de EEUU. Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), México ocupa también el primer lugar en diabetes, con un alto impacto en su sistema sanitario, al borde del colapso. Obesidad y diabetes muestran correlación en cifras y épocas: 14.500 personas murieron en 1980 a causa de la diabetes; 98.450 en 2015.

El problema en México, y en el mundo, tiene explicación. Varios estudios sanitarios demostraron que una persona consume 67 kilogramos de azúcares refinados al año, el equivalente a 500 calorías extra por día si se compara con registros de hace tres décadas. En ese mismo tiempo, el consumo anual de comida chatarra por persona aumentó un 40%; y no se trata solo de achacar la culpa a los restaurantes de comida rápida, ya que la mayor incidencia recae en la mala preparación de los alimentos en el hogar.

Hablando de culpas, la industria alimentaria y el gobierno no deben ser los únicos responsables de la cultura de la obesidad, desde que comer sano también es responsabilidad individual. A cada uno le corresponde educarse sobre los beneficios de la buena alimentación y la actividad física.


Los gobiernos, sin embargo, ahora con mayor evidencia científica, deben crear las regulaciones necesarias para la industria y una mejor educación sobre dieta y vida sana. trottiart@gmail.com

domingo, 18 de diciembre de 2016

Miamii, el paraíso

Miami es un paraíso. Fue fundado por la visión de los colonos del norte, construido con la pujanza de los exiliados cubanos; pero, también, fue y es alimentado por los botines de las mafias, los dineros de la corrupción de otros lares y por capitales que vuelan desde cada país en crisis en busca de refugio.

Los Panama Papers, la investigación de principios de 2016 sobre capitales off-shore, demostró como esos dineros, muchos legítimos y otros mal habidos, recalaron en Miami levantando una industria inmobiliaria sin parangón.

Como paraíso de redención para corruptos, esta ciudad tiene larga data y etapas. Las residencias de contrabandistas y narcotraficantes como Al Capone y Pablo Escobar, en la época del “miami vice”, y las recordadas fiestas del ex dictador venezolano, Marcos Pérez Jiménez, hasta su deportación, son testigo del estrecho vínculo con la corrupción.

Toda crisis política y económica en el mundo termina beneficiando a Miami. Este resguardo seguro no solo atrae dineros ganados con el sudor de la frente, sino también el de los “nuevos ricos”, una pléyade de empresarios amigos del poder, testaferros y ex funcionarios públicos que buscan esconder y sacar mayor rédito a sus saqueos. Los 12 años del kirchnerismo y los casi 20 del chavismo generaron una alta rentabilidad para Miami, de aquellos “amigos del poder” que invirtieron millonadas en casa y apartamentos en los exclusivos barrios de Sunny Isle y Key Biscayne.

Los Panama Papers fueron pródigos en señalar a compradores argentinos y brasileños que, cobijados bajo las polleras de Cristina y Dilma, reventaron el mercado de propiedades residenciales y comerciales a fuerza de cash.

Pero para bailar el tango se necesitan dos. El otro bailarín es el gobierno estadounidense, demasiado permisivo a la hora de imponer controles. Leyes débiles, incentivos para visas de inversores demasiado laxas o funcionarios consulares que se dejan influenciar (o tentar) por los mismos dineros que deberían detener, también son parte de la ecuación.

Una reciente investigación del medio digital ProPublica y de la neyorkina Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia, reveló como la familia de un ex dictador surcoreano y funcionarios chinos corruptos usaron visas para inversores para colocar sus dineros y evadir a la justicia de sus países.

La investigación detectó varios flancos en el sistema inmigratorio que permite la entrada y permanencia en el país a empresarios, dirigentes y ex presidentes sospechados de corrupción, cuya intención es escudarse de los procesos judiciales  en sus países de origen. Resalta al ex presidente panameño, Ricardo Martinelli, que llegó a Miami poco después de dejar el poder y días antes de ser procesado por apropiación indebida de 45 millones en fondos públicos y por espionaje en contra de 150 opositores políticos.

Muchos corruptos entran al país aprovechando lagunas en el Decreto 7750, dictado por George Bush en 2004, que obliga denegar la entrada a dirigentes y líderes sospechosos de corrupción, aún aquellos sin sentencia firme. Aunque la investigación destaca que fue utilizado con éxito en contra de expresidentes procesados por corrupción, como el nicaragüense Arnoldo Alemán y el panameño Ernesto Pérez Balladares, también señala que otros eludieron los controles. Agrega en esa lista al expresidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, al exministro colombiano Andrés Felipe Arias, ahora con pedido de deportación, y a una gran “delegación” de funcionarios del mundo entero.
Más allá de los yerros en la aplicación del decreto 7750 y de la ley de inversión que otorga visas a quienes formen empresas y generen empleos, también es cierto que las autoridades han creado mayores controles tras los Panama Papers. En Miami y Manhattan, otro de los paraísos, las escribanías están ahora obligadas a develar los nombres de todo aquel que invierta por más de un millón de dólares.

La expectativa recae ahora sobre la nueva administración de Donald Trump, tan adicta a los inversores como alérgica a los inmigrantes. Sería óptimo que se incentiven las inversiones legítimas, se abrace a los inmigrantes, pero se intensifiquen los controles para coartar a aquellos que robando y empobreciendo a sus pueblos, enriquecen y construyen su paraíso en Miami. trottiart@gmail.com

    

sábado, 3 de diciembre de 2016

Definiendo a Fidel

La percepción que cada uno tuvo de Fidel Castro en vida, difícilmente la cambiará tras su muerte. Para muchos fue un idealista y revolucionario. Para otros, entre los que me incluyo, un tirano sanguinario.

Están aquellos que guardarán la imagen del rebelde bajando de la Sierra Maestra para liberar a su pueblo de la dictadura de Fulgencio Batista, emancipar a los oprimidos y bregar por la igualdad en Cuba y América Latina, sometidas a las fauces del imperio.

Para mí, prevalecerá la imagen del déspota que sembró el terror con fusilamientos, persecución, encarcelamiento y una vigilancia vecinal férrea para que todos se delaten y se teman, instaurando un Estado omnipresente, agobiante y opresor. Hacia el exterior, Fidel fue un gran embaucador y oportunista. Glorificado por una propaganda implacable, con la que disfrazó graves violaciones a los derechos humanos, blandió discursos grandilocuentes contra el imperio yanqui capitalista, pero se prendió a la teta de Rusia, China y Venezuela para morigerar la miseria y ocultar la pésima administración que hizo de los bienes de todos los cubanos.

Tras su muerte tengo sentimientos encontrados. Comparto la alegría del exilio de Miami que sigue festejando y que cree que ahora existen mejores chances de cortar con 60 años de dictadura; una esperanza que se venía esfumando con Raúl Castro, por no haber generado los cambios políticos que Barack Obama le sirvió en bandeja de plata.

Entiendo esa alegría. Castro fue la antítesis de la piedad y la virtud. Fusiló disidentes, dividió familias y expulsó infieles. Es inevitable que la víctima no exprese alegría cuando muere su victimario, en especial cuando sus denuncias y pedidos de auxilio no tuvieron respuesta de gran parte de una comunidad internacional que siempre protegió y justificó al abusador. Ante tanta indiferencia e impotencia, los festejos deben entenderse como expresión de justicia, sanación y liberación.

Por otro lado, la muerte de Fidel me desilusionó. Siempre tuve la esperanza de que sería sometido a los tribunales y que lo despojarían de sus honores, como ocurrió con muchos dictadores como Pinochet, Videla o Fujimori. Y hasta creí que tendría el destino de otros déspotas desterrados o asesinados como Stroessner, Trujillo, Somoza y Duvalier.

Fue un alivio observar que muchos jefes de Estado no fueron esta semana a La Habana. Las ausencias notables, como la de Obama, Vladimir Putin y Xi Jinping, deshonraron los funerales que el castrismo venía planificando desde hace años con marcado narcisismo. No había mucho que honrar; muchos evitaron quedar pegados a la tiranía.

Fidel no deja mucho al castrismo: Un poco de ideología marxista anticuada para discursos ocasionales, anécdotas de expansión regional a través de guerrillas y gobiernos fracasados, cárceles atestadas y un país sin infraestructura, con un aparato perezoso y corrupto, en el que cada uno espera remesas familiares del exilio para alimentar unas libretas de racionamiento cada vez más escasas.

Qué Fidel tuvo frutos; por supuesto. Pero esos logros no pueden justificar los métodos de opresión, así como se trata de no darle crédito a Pinochet y Fujimori por sus avances económicos. También se debe reconocer que hay verdades a medias. La educación y la cobertura médica cubanas no son la panacea, tienen mucho de propaganda y adoctrinamiento. El logro hubiera sido alcanzar los estándares de los países escandinavos en salud y educación, pero con aquellos niveles de libertad y democracia.

La opresión no es atributo del revolucionario. Los líderes rebeldes verdaderos, los inmortalizados en la historia, son los que liberaron a sus pueblos de las tiranías, no los que le quitaron sus libertades políticas, religiosas, de prensa, expresión o de reunión como hizo Fidel. A estos caudillos, el tiempo los acomoda en algún recoveco remoto, desde donde destacan cada vez más sus yerros y defectos.

La revolución castrista, tan adicta al culto a la personalidad, se quedará ahora con dos legados. Las  fotos del último acto de idolatría colectiva honrando las cenizas que desfilaron por todos los rincones y un libro de reafirmación (obligatoria) de los valores revolucionarios, que terminará en algún museo futuro, educando sobre un gobierno malogrado que desaprovechó seis décadas y despreció el talento de su propia gente. trottiart@gmail.com


domingo, 27 de noviembre de 2016

Trump: Celebridades y Falsedades

El triunfo de Donald Trump sigue cosechando críticas. Se dice, con algo de razón, que las grandes mentiras que circularon por Facebook y otras redes sociales le dieron la Presidencia.

Es probable que las noticias falsas que muchos creyeron verídicas - que estaba ganando el voto popular y que el papa Francisco lo respaldaba - hayan influido, pero de ahí a que le hubieran dado la victoria es una hipótesis desproporcionada.

Sin dudas que Trump fue aupado en las redes. El académico Pablo Bockowsky, mucho antes del día de las elecciones, advertía que Trump tenía una ventaja de 27 a 1 sobre Hillary en algunas redes, en donde a ella se le descalificaba por representar la continuidad del establishment.

Creo que lo que se reafirmó con Trump fue el “efecto celebridad”, el magnetismo de la gente por alguien que representa los sueños reales de fama y dinero a futuro, y que puede decir o hacer cualquier cosa sin los prejuicios sociales que maniatan al resto de la sociedad. Esto, antes reservado a los periódicos sensacionalistas, a programas de chismes y telenovelas, en donde la protagonista subyugada saltaba de pobre y humilde a rica y famosa en un par de capítulos, está ahora amplificado por las redes sociales.

De ahí que el trasero de Kim Kradashian o las payasadas de Justin Bieber tengan más seguidores que el filántropo Bill Gates. Y que el slogan “trumpista” de El Aprendiz, “You’re fired” (estás despedido) o fanfarronadas como aquellas de Mohamed Ali, “soy el más grande” o las de Floyd Mayweather contando su plata en público, sean más potentes que “el tuve un sueño” de Martin Luther King. La superficialidad siempre tendrá más adeptos y seguidores, solo basta con la lista de las personas a las que esta semana el presidente Barack Obama condecoró con la Medalla de la Libertad, la distinción civil más alta del país: Diana Ross, Michael Jordan, Tom Hanks, Robert Redford, Ellen DeGeneres y Robert de Niro, entre otras personalidades que la prensa ni siquiera mencionó.

Tampoco se puede salvar la responsabilidad de las redes sociales, como trató de hacer Mark Zuckerberg de Facebook, que no cree que las noticias falsas influyeron negativamente en las elecciones. Si bien las redes han servido para democratizar la comunicación e incentivar movimientos democratizadores como el de la Primavera Árabe, también han servido para amplificar las falsedades, los engaños e incentivar todo tipo de delincuencia, como la pornografía infantil, la trata de personas, el narcotráfico y el terrorismo.

También, en muchos casos, más allá del narcisismo de las selfies, las fotos de comidas, bebidas y viajes, las frases de autoayuda, los indeseables tag y shares, y el sarcasmo político, las redes sociales y los comentarios debajo de las noticias, se están trasformando en cloacas nauseabundas en las que el acoso, el bullying y los insultos, están provocando distanciamientos y, en muchos casos, alejamiento y autocensura.

Las redes sociales como Facebook y los buscadores como Google no pueden hacerse los desentendidos, algo que luego entendió Zuckerberg. Como responsables de plataformas de comunicación, así como los medios tradicionales lo hicieron siempre, tienen que establecer reglas de juego claras. Fue una buena medida que de inmediato, Facebook y Google, mediante nuevos algoritmos y formatos hayan decidido vetar todo tipo de publicidad en páginas de noticias falsas, con la idea de ahogar financieramente a ese tipo de fechoría.

Si bien antes tomaron medidas para combatir la propagación de la pornografía infantil o que los terroristas puedan reclutar mercenarios, deben ahora hacer más, para que las mentiras no se popularicen como verdades. Zuckerberg que esta semana, está adaptando Facebook a la censura del gobierno de China para entrar en ese mercado, es obvio que tiene los mecanismos técnicos y humanos para imponer mejoras, así como Google está implementando el “Proyecto Trust” (confianza) y “Local News”, para etiquetar y diferenciar todas las fuentes de noticias fidedignas por sobre las falsas.


Twitter en la cuerda floja, así como antes My Space, demuestra que la salud de las redes no solo depende de la tecnología la expansión de sus mercados, sino también de la credibilidad y la confianza de los usuarios. trottiart@gmail.com

domingo, 20 de noviembre de 2016

Trump y el antiWatergate de la prensa

La prensa ha sido uno de los sectores más traumatizados por el triunfo de Donald Trump. Tras descartarlo de antemano y embanderarse sin tapujos por Hillary Clinton, está sumida en un proceso postraumático. Pasó del sorpresivo golpe inicial al mea culpa y de la autocrítica a tener que asumir la realidad.

Sin mucho tiempo para una profunda introspección, la prensa tradicional y digital, del Washington Post al New York Times o de BuzzFeed a The Daily Beast, está ahora concentrada en la transición y en el después del 20 de enero, a sabiendas que enfrente tiene a un líder impulsivo, crítico y vengativo, rasgos que parecen sacados del manual del populista latinoamericano, y a los que no está acostumbrada.

La prensa, venerada por casos como Watergate, ahora debe afrontar su fracaso. Relegó su papel reporteril a ser caja de resonancia de la opinión general, dejándose arrastrar por comentarios y sentimientos, de la misma forma que Wall Street sube y baja según las especulaciones y apariencias. No haber reportado sobre “la otra mitad del país” devino en un antiWatergate que recordarán generaciones. Un editor del NYT lo expresó sin rodeos: “Tenemos que hacer un mejor trabajo, especialmente en el campo, porque somos una organización de New York, que no es el mundo real”.

El peligro para una prensa no acostumbrada a lidiar con este tipo de líderes, es que si no respalda sus opiniones con investigaciones concretas, puede terminar sobreactuando y dejándose arrastrar a guerras de opinión, obligando a la gente a tomar partido por los medios o por el líder. Los casos Hugo Chávez, Rafael Correa y Cristina Kirchner sirven de ejemplo.

La prensa deberá sortear pruebas a diario. Esta semana, después de unos días de tranquilidad, Trump volvió a ser Trump. Cargó contra el NYT por Twitter, su arma preferida, rechazando las críticas a su equipo de transición. La tuiteada remarca que Trump no dará respiro a la prensa, pese a que prometió moderar sus embates en las redes sociales y a que está haciendo concesiones, inimaginables durante la campaña.

Más allá de su retórica anti prensa, no se puede obviar que el discurso incendiario que lo llevó a la Presidencia es ahora más moderado y presidenciable. Dijo que no buscará encarcelar a Hillary, mantendrá presencia en la OTAN, conservará partes del Obamacare, construirá un muro sin ladrillos, deportará solo a aquellos con récord criminal y, para los demás indocumentados, promete una ley de inmigración jamás imaginada.

No creo que Trump pase de la retórica bélica a los hechos, ya que las instituciones y balances naturales de poder lo maniatarán. Sus amenazas de campaña, sobre que modificaría las leyes de difamación para atacar a la “prensa deshonesta” y con sus demandas “ganar mucho dinero”, no tienen ton ni son. Como presidente no tiene poder para modificar leyes que están ancladas en las jurisdicciones de los estados.

El hecho de que Trump respetará el matrimonio homosexual por ser disposición de la Corte Suprema, indicaría que honrará la vasta jurisdicción sobre libertad de expresión que el máximo tribunal creó. La Corte protege la crítica contra las autoridades, intrínseca a la Primera Enmienda y a la doctrina de real malicia, y así empoderando así al público en sus derechos a saber y a mantener a raya a sus gobernantes. 

Preocuparía que Trump continúe con la política oscurantista de Barack Obama. Que imponga restricciones que emanan de las leyes antiterroristas y de espionaje relegando el acceso a la información pública y limitando los derechos del público a saber y a la privacidad por excusas sobre seguridad nacional. O que exploten conflictos de interés por sus negocios personales. Trump despertó sospechas cuando prometió transparencia, conferencias de prensa y amplio acceso a los periodistas, siendo aspectos tan naturales a la democracia como el agua al mar, que ni siquiera deberían ser mencionados.


Habrá que ver si la prensa le dará espacio y los 100 días de gracia que se le concede a todo presidente. Si el periodismo no se deja arrastrar al barro del discurso político y, en cambio, ejerce el poder reporteril e investigativo, tendrá mejor chances de hacer un buen papel en esta nueva Presidencia, de la que se hizo durante la oscura etapa de Obama. trottiart@gmail.com

sábado, 12 de noviembre de 2016

Elecciones y protestas: Azuzando la arrogancia

Las protestas y vigilias anti Donald Trump que explotaron en varias ciudades y universidades estadounidenses, demuestran la fuerte arrogancia política y división que se experimenta en el país, acentuada por el vicioso proceso electoral.

El eslogan de las protestas demócratas “No es mi presidente”, que reniega del divisionismo encarnado por Trump y de un sistema electoral que venció al voto popular, también desnuda la intolerancia y el irrespeto de una multitud hacia la otra mitad del país que votó o piensa distinto.

Los políticos son los culpables de incentivar esa arrogancia. El arte del debate de las ideas ha sido suplantado por la descalificación personal y la estigmatización del oponente. Cualquiera otra opción es considerada apocalipsis seguro. Sin dudas que el discurso incendiario de Trump ha cosechado el resentimiento y el rencor que sembró. Pero esas llamas también fueron azuzadas por Hillary Clinton y Barack Obama, pese a que luego pidieron respetar los resultados y apoyar la transición.

La arrogancia de la multitud no es casual. Después de consumir discursos de odio, insultos y acusaciones de corrupción que se prodigaron los candidatos entre sí por largos meses, no se puede pretender que el público haga borrón y cuenta nueva, como lo insinuaron Trump y Obama en la Casa Blanca, donde se dispensaron elogios, minutos después de que se sacaran los ojos.

La hipocresía que es natural a la política como los colores al camaleón, no es norma entre la multitud. Estas, cuando se las azuza crean anticuerpos y prejuicios, auto induciéndose a creer que sus ideas son superiores a las del grupo contrario. De ahí que la despiadada campaña electoral, amplificada por los medios y las redes sociales, creara una fuerte polarización, en la que ambos grupos se sintieron en lo “políticamente correcto” y con el derecho a imponer sus ideas, aun a costa de denigrar al que pensara diferente.

Si bien las redes sociales han democratizado la comunicación, también incentivan una intolerancia salvaje. Algunos de palabras fuertes tratan de imponer su voluntad mediante el bullying y el insulto; otros, por miedo a la estigmatización, prefieren esconder sus sentimientos. Muchos, además, no se dan cuenta que la realidad que experimentan en Facebook no es real; está condicionada por los que “likes” y amigos que se escogen con opiniones similares a las propias. Los tres grupos quedaron evidentes en esta campaña electoral.

Beyoncé, Maryl Streep o Lebron James tampoco ayudaron a morigerar las divisiones. Los líderes demócratas quedaron alucinados por los llamados de estas estrellas a enterrar a Trump y por causas nobles, como los temas ecológicos y de género. Pero fue evidente que las celebridades fueron insensibles al problema real que aqueja a la gente común, bolsillos cada vez más flacos. Trump, en cambio, tiró contra los políticos, pero apuntando a la clase trabajadora, esa que pedía cambios y reniega del establishment. El Aprendiz se mostró mejor enfocado que sus colegas célebres.

A la prensa también hay que culparla por haber azuzado la arrogancia. Pro liberal y anti conservadora, el periodismo endiosó a Hillary e incineró a Trump. No es malo que 500 medios se hayan expresado a favor de Hillary, pero fue injustificable que muchos hicieran activismo en contra de Trump.

Por ese activismo, los medios no fiscalizaron las encuestas, pese a que el Brexit inglés invitaba a la revisión de los métodos. Desdeñaron la conversación en las redes, donde Trump cosechó más euforias que Hillary. Y desacreditaron las denuncias de Wikileaks sobre el favoritismo demócrata por Hillary, cuando años antes legitimaron sin tapujos las denuncias de Assange contra el gobierno de Bush.

Lo más terrible, es que los medios se quedaron en su zona de confort, reflejando  la conversación de las grandes urbes costeras, pero olvidándose de los que viven en las zonas rurales y periferias. Un periodismo más equilibrado y certero hubiera contenido a esa multitud que ahora cree que le han robado los resultados y sus sueños.


Avivar la arrogancia, ya sea a propósito o involuntariamente, genera intolerancia y autocensura, dos elementos contrarios a la libertad de expresión. Los políticos y periodistas, custodios naturales de esta libertad, deberían ser los primeros en dar el ejemplo. trottiart@gmail.com

sábado, 5 de noviembre de 2016

Ni por Hillary ni por Trump. Voté en blanco

Adelanté mi voto. Fue en blanco y a conciencia. Hubiese podido hacerlo por el mal menor o para castigar a uno de los candidatos, como lo hice otras veces en Argentina o en este, mi país adoptivo. Pero no tuve escapatoria. Ni Hillary Clinton ni Donald Trump me atraen o generan confianza.

Como millones, adelanté mi voto porque no creo que sucederá algo nuevo de aquí al martes. Esta campaña entre Hillary y Trump, y las internas en que destruyeron a sus contrincantes, me produjo hastío, desconcierto y mayor incredulidad en la política.

Soy independiente, no estoy registrado en ningún partido, aunque me inclino por los principios del Partido Republicano. Prefiero una economía abierta y menor participación del Estado en todo. Sin embargo, Trump me desconcertó. Se presentó como el buen outsider del sistema político de Washington, pero terminó siendo tan proteccionista y cerrado en economía como un Demócrata. Y en materia de corrupción, sus emprendimientos privados están tan o más sospechados que los públicos.

Me hartaron las reyertas personales. Me ganó la incredulidad. ¿Cómo creer en que Hillary o Trump serán buenos presidentes ante tanta evidencia de corrupción y falta de transparencia?

El director del FBI tiró la última bomba. ¿Existe mucho más de parte de Hillary que la simple distribución de correos oficiales en su cuenta personal, cuando era ministro de Obama y puso en riesgo la seguridad nacional? Una nueva investigación sobre el contenido de otros miles de emails, elevan a la estratosfera las sospechas sobre su honestidad.

Esta indecencia “clintoniana” también está plasmada en la conducta de su Fundación. Mientras fue secretaria de Estado de Barack Obama, ofreció favores oficiales a aquellos gobiernos y empresarios que le hicieron donaciones sustanciosas. A ello hay que sumarle la falta de transparencia sobre sus antecedentes clínicos, el mal manejo del escándalo de Bill con Mónica Lewinsky y el de todas sus amantes anteriores, así como la desfachatez por haberse llevado de la Casa Blanca los regalos de Estado que otros gobiernos les habían obsequiado, y que luego los Clinton debieron devolver.

Trump, por otro lado, es más transparente. Es lo que es. Estridente, fanfarrón y mediático. Es un tipo sin términos medios; todo lo polariza. Sí o no, blanco o negro, paz o guerra. El riesgo es que conduzca al país como a sus empresas, saltando del éxito a la bancarrota con total naturalidad.

Trump acumula inmoralidades por doquier. Tiene discurso racista, sexista y divisionista. Estira la ley para no pagar impuestos y juguetea con su Fundación. Ridiculiza a quienes piensan diferente o son inmigrantes. Dice lo que muchos quieren escuchar y su sarcasmo da miedo. Es la fórmula que usaron el derechista Alberto Fujimori y el izquierdista Hugo Chávez, otros outsiders de la política, cuyos gobiernos derivaron en el culto a la personalidad y el autoritarismo.

Aunque en el presente voté en blanco y mi opinión no contará en el conteo, estoy tranquilo por no haber escogido entre el pasado de Hillary y por el miedo al futuro con Trump; ni por otros candidatos alternativos que no tienen buenas propuestas. Tendré que lidiar luego con quien salga elegido, y ojalá el nuevo presidente se comporte distinto que en la campaña o Mike Pence (R) y Tim Kaine(D) tengan mayor peso como vicepresidentes.

En realidad, más que la Presidencia, lo que siempre me preocupó es la composición de la Corte Suprema, porque es la que delinea y construye la cultura del país. Es la que acabó con la segregación, empoderó a la mujer, quitó los privilegios a los funcionarios, fortaleció la libertad de expresión y prohibió que se impidan los casamientos de personas del mismo sexo.

Además, me siento tranquilo porque voté por buenos legisladores, jueces, alcalde y porque mi voto contará en enmiendas constitucionales trascendentes sobre el uso medicinal de la marihuana, el costo de la energía solar y la rebaja de impuestos para discapacitados.


Espero ansioso al martes. Todo podrá suceder. Las  encuestas son erráticas y muestran un virtual empate. Creo que ganará Hillary, aunque mi pronóstico no es muy confiable. Me equivoqué varias veces, hasta con el Brexit inglés y el No de los colombianos por la paz. trottiart@gmail.com

sábado, 29 de octubre de 2016

Chavismo deschavado: La dictadura perfecta

Antes era más fácil descubrir a una dictadura; solo bastaban botas y charreteras. Ahora, estas eluden la definición mediante disfraces democráticos.

El régimen de Nicolás Maduro es ejemplo palpable. Mantiene en las formas procesos electorales, división de poderes y una Constitución vigente; pero, en la práctica, nada de eso respeta.

Todos los adornos democráticos se le cayeron al chavismo cuando la pasada semana el máximo órgano electoral del país suspendió el proceso de recolección de firmas para el proceso revocatorio contra Maduro. Hasta entonces, la oposición y el 70% de los venezolanos se aferraban a esa arma democrática, ahora declarada ilegítima sin ton ni son, para desembarazarse de un régimen que año tras año hizo del fraude electoral, el encierro de opositores y la expulsión del trabajo de quien no confesara su comunión con la revolución, su modo operativo.

“La Toma de Venezuela” esta semana evidenció la tensión creciente y mostró una vez más la intolerancia del gobierno contra el derecho de reunión, lo que la oposición potenció con la huelga de este viernes. El régimen arrojó a las brigadas paramilitares contra los primeros y buscó “recuperar” las empresas en huelga para los trabajadores; nueva excusa para seguir expropiando empresas privadas como botín de la corrupta e inoperante élite gobernante.

La oposición no parará, aupada por el desencanto de una revolución estilo cubana que solo trajo privilegios para algunos; agotada por la escasez y agobiada por la inflación e incertidumbre de un futuro más negro que rojo. Este 3 de noviembre la convocatoria es frente al Palacio de Miraflores, para tratar que un Maduro, como lo acentúa su apellido, se caiga de la mata.

El presidente, previendo lo peor por los daños causados tras la suspensión del revocatorio, prometió más autoritarismo y se colgó del Vaticano para que el papa Francisco interceda en una mesa de diálogo. La oposición, cansada de engaños y desplantes, ya no quiere diálogo hasta que Maduro reconozca su autoritarismo, legitime al Congreso, no use a la Justicia como arma y libere a los presos políticos.

En Miami, un día después de la anulación del revocatorio, participé de un foro de ex presidentes iberoamericanos. Lo inauguró el secretario general de la OEA, Luis Almagro, un acérrimo crítico de Maduro. Sin rodeos, tildó a Maduro de dictador por haber dado innumerables autogolpes de Estado contra los demás poderes estatales.

En coro, varios ex presidentes como José María Aznar, Jorge Quiroga, Vicente Fox y Andrés Pastrana, cantaron que a Maduro se le terminó por caer la máscara democrática. Reclamaron que ningún gobierno e institución puede desconocer que Maduro cortó todo vestigio de hilo constitucional y de que se trata de una nueva clase de dictadura. El silencio de los gobiernos democráticos de América Latina agobia ante tanto atropello.

Maduro se aferra a su puesto, no por creer que la revolución todavía está a punto de hacer lo que no hizo en 20 años, sino para evitar el destino de muchos otros presidentes latinoamericanos que tras el descalabro terminaron en la cárcel o, al menos, acusados de pies a cabeza con interminables procesos judiciales. Maduro ya no puede soñar con un exilio de lujo en algún país exótico o en el Key Biscayne de Miami, atestado de ricos chavistas “arrepentidos” que conviven con los miles de exiliados por el régimen. Tarde o temprano, él y la élite deberán enfrentar a la Justicia que hoy no existe.

Da la sensación que el camino no tiene retorno. La oposición está unida y perdió la paciencia. Nada favorece a Maduro, ni el Santo Padre podrá hacer milagros ante un régimen que destila pura desconfianza. Algunos militares, más agazapados que nunca, salen a cada rato a comulgar fidelidad al gobierno como si ese no fuera su deber. El silencio de otros, más comprometidos con la democracia y la institución, evidencia que solo necesitan una señal fuerte para bajar las armas y dejar de defender a un régimen cada vez más antidemocrático y antirepublicano.


El chavismo quedó deschavado. Es solo una dictadura moderna. Su raíz autoritaria ni siquiera le permite sostener unos pocos formalismos democráticos con los que supo engañar y permanecer por tantos años en el poder. trottiart@gmail.com

sábado, 22 de octubre de 2016

Ciber atacados y la censura creativa

Ayer viernes se produjo el mayor ciberataque a medios en el este de EEUU, justamente el tema sobre el que en mi presente escrito daba a conocer la alianza entre la SIP y Google para luchar en contra de este tipo de atentados cibernéticos.

La censura creativa

México es el país que más veces ha sido anfitrión de las asambleas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), 14 veces desde que la entidad consolidó su formación hace 74 años en 1942. Desde entonces, la violencia autoritaria de los gobiernos y el terror del crimen organizado, se mostraron como las dos vertientes principales de ataques a la libertad de prensa y atentados contra el derecho del público a saber.

Este año nada de eso cambió. 2016 ya es el más letal para el periodismo latinoamericano. Veinte comunicadores han sido asesinados, 11 de ellos en México, por el solo hecho de estar denunciando lo que muchos quieren ocultar. En la mayoría de los casos se debió a represalias del narcotráfico. Aunque en un país donde a un juez le pegan un tiro en la nuca en plena calle, a siete ladrones le cercenan las manos, 43 estudiantes desaparecen y el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, está prófugo por lavado de dinero y delincuencia organizada, difícilmente se puede saber por dónde vienen los tiros.

Sucede lo mismo en países como Brasil, con tres periodistas asesinados este año. En el coloso de Suramérica, la violencia contra la prensa está más ligada a la corrupción política, pero como el crimen organizado infiltró todo, las causas se adivinan similares a México.

El clima de inseguridad general se vive en todos los países de la región, agravado por Estados que son ineficientes para administrar Justicia. De los 400 periodistas asesinados en los últimos 25 años, solo tres o cuatro casos han terminado con los asesinos en la cárcel. Peor todavía, el avance del narcotráfico vaticina que la violencia contra la prensa irá en aumento.

Habría muchas más víctimas si no fuera por los sistemas de seguridad para periodistas que la SIP ayudó a integrar en algunos países. Tan solo en México en lo que va del año, 251 periodistas han sido desplazados por el Gobierno para evitar que las amenazas de muerte se concreten. En Argentina, previendo el mayor auge del narcotráfico, la asociación nacional de periódicos, ADEPA, y el Gobierno adoptaron protocolos de protección para blindar a medios y periodistas y garantizar el derecho del público a la información.

La violencia no es el único método de censura. Varios gobiernos hostigan a medios y encarcelan periodistas. Desde Venezuela, donde Nicolás Maduro encarceló a Braulio Jatar, director de un medio digital, por publicar videos incómodos al poder, hasta Ecuador y Nicaragua, donde Rafael Correa y Daniel Ortega siguen cerrando medios y creando los propios para hacer propaganda gubernamental.

Más allá de la censura violenta, la era digital ha traído nuevos desafíos. Si bien el internet se ha establecido como la herramienta democratizadora de la comunicación por antonomasia, también ha servido para que la censura aparezca con renovados bríos a través del ciberacoso y los ciberataques.

Los ataques cibernéticos contra medios, periodistas y grupos de derechos humanos y políticos se intensificaron en todos los países. No solo se trata de cibermilitantes o bots que actúan como sicarios del insulto pagados por los gobiernos para asediar a opositores, críticos y periodistas en las redes sociales, sino también de hackers, o piratas informáticos profesionales y artesanales, que atacan a medios con el fin de silenciarlos.

Los ataques cibernéticos más frecuentes, de los que fueron víctimas recientes  ABC Color de Paraguay y la televisora Guatevisión de Guatemala, son de origen DDoS o ataques de denegación de servicio, según las siglas en inglés.

Los ataques se generan a través de computadoras que saturan de tráfico al sitio de internet que se busca destruir, haciendo que el server del medio atacado se sobrecargue y quede bloqueado sin poder atender la demanda. Se calcula que un 50% de los sitios fueron atacados, aunque a veces su propietario no sepa que ha sido el blanco. Google pronostica que un 80% de las víctimas sufrirá nuevos ataques.

Para contrarrestar estos embates, la SIP y Google lanzaron en la asamblea de México, el Proyecto Shield (escudo), una herramienta digital que los sitios de internet pueden adoptar para blindarse de los ataques. El objetivo de este escudo es que en pocos años, el 100% de los sitios puedan contrarrestar esta rudimentaria pero creativa y destructiva forma de censura. trottiart@gmail.com


sábado, 8 de octubre de 2016

Paz en Colombia: NO pero SI

No es una contradicción que los colombianos le hayan dicho que NO a la paz en el plebiscito del domingo pasado y que hoy, pocos días después, ese NO sea interpretado por diferentes sectores sociales y políticos como un SI definitivo a la paz.

El NO estampado en el plebiscito fue a las formas de los acuerdos de paz entre el presidente Juan Manuel Santos, ahora Premio Nobel de la Paz, y los líderes de la guerrilla de las FARC, no al fondo de la cuestión. Los colombianos quieren la paz, así como lo terminaron de expresar los expresidentes Alvaro Uribe y Andrés Pastrana, los máximos exponentes del NO para el plebiscito, en su primer diálogo esta semana con el presidente Santos, después de años de distanciamiento.

El NO, en cualquier caso, fue a los líderes de las FARC, a la cantidad de beneficios que se les había otorgado en cuatro años de negociaciones en La Habana. Beneficios que más que a cuenta de la paz, se interpretaron como privilegios desmedidos por parte de ciudadanos comunes y políticos con vocación de servicio, que vieron, como viles asesinos, secuestradores, narcotraficantes y extremistas, tendrían más posibilidades sociales y prerrogativas políticas que aquellos que viven y han vivido apegados a las leyes; y pagando las consecuencias por no cumplirlas.

Santos siempre recalcó que la paz nunca es perfecta, y en ello tiene razón. La historia muestra que todo proceso de paz conlleva injusticias a la hora de tener que poner punto final a un conflicto. Muchos procesos de la historia reciente de América Latina terminaron con terroristas como presidentes, tales los casos de José Mujica en Uruguay, Daniel Ortega en Nicaragua o Salvador Sánchez Cerén en El Salvador.

Sin embargo, también es entendible que el proceso colombiano es muy diferente a aquellos países donde muchos engendros terroristas se justificaron ante los abuso de estados no democráticos. Las FARC, a diferencia de otros grupos, siempre han actuado al margen de gobiernos democráticos. Además, más allá de sus principios ideológicos que defendieron mal con las armas, se involucraron con el crimen organizado, en especial el narcotráfico, para sustentarse en un largo proceso de 52 años. Aunque nadie podría objetar su ideología, pero si las formas con la que quisieron sostenerla, todos concuerdan que las FARC dejaron de ser FARC desde hace décadas, para convertirse en una aceitada banda de delincuentes con fines de lucro, especializándose como traficantes de drogas y personas, lavadores de dinero, contrabandistas y extorsionadores.

Y como todo se resuelve a través de imágenes concretas, las que inculcaron Uribe y Pastrana fueron las que prevalecieron durante el referendo. La gente imaginó a Timochenko discutiendo en el Congreso de igual e igual con un legislador que hace años forma parte de un partido y que se gana la confianza del público con actos proselitistas y trabajando para la democracia. También lo imaginó recibiendo un cheque del Estado para ir a restaurantes finos o comprarse automóviles, productos a los que no todo ciudadano decente puede acceder, pese al sudor de sus frentes.

Santos vendió imágenes potentes pero más abstractas, paz y justicia. No fueron suficientes ni movilizadores los puntos del acuerdo de paz que penalizan con trabajo comunitario a quienes, en situaciones normales, recibirían cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad o las reparaciones monetarias que recibirían guerrilleros y víctimas.

No creo, como muchos afirman, que el SI perdió por la cantidad de gente que se abstuvo de participar en el referendo. Creo, en cambio, que la abstención se debió al escepticismo y la incertidumbre de la gente por un acuerdo de paz bastante injusto para los justos y con privilegios sobredimensionados para los  delincuentes.

Dos cosas se deben rescatar. Primero, la actitud de Santos de convocar a un plebiscito que políticamente no era necesario, en especial por su convencimiento de que el camino hacia la paz reclamaba algunos sacrificios en el área de la justicia. Aún imperfecta, en el futuro, cuando la tregua de los tiros fuera definitiva, nadie podría reclamarle mucho a Santos. La vida sería mejor.

Segundo, los líderes de las FARC deben reconocer que son los máximos responsables del NO. La solución pasa por sus manos. Deben deponer su arrogancia y evitar tantos privilegios. trottiart@gmail.com

sábado, 1 de octubre de 2016

#BlackLivesMatter y #NiUnaMenos



Los fuertes reclamos sociales mediante la consigna #BlackLivesMatter en EEUU y #NiUnaMenos en América Latina, desnudan que la inseguridad ciudadana no solo se debe a la falta de reacción del Estado y los altos índices de impunidad, sino también a profundas complicaciones culturales.

El asesinato de otra persona de raza negra en Charlotte a manos de policías blancos o los homicidios en masa como el ocurrido en un shopping mall de Houston, así como los de tres mujeres esta semana en Mendoza, Argentina, o de activistas ambientales en el Amazonas, pone a las fuerzas de seguridad en el ojo de la tormenta.
En los últimos casos ocurridos en EEUU, tanto en Charlotte, Houston, Dallas, Baton Rouge como en San Diego, se observa una policía desproporcionalmente blanca que se apresura a apretar el gatillo contra los negros. Mientras tanto, más hacia el sur, las fuerzas de seguridad no saben cómo lidiar con los feminicidios, un factor preponderante de la violencia en países como Guatemala, con el mayor índice a nivel mundial, y Argentina que ya cuenta más de 300 asesinatos de mujeres en 2016.

Por otro lado, en Brasil y varios países centroamericanos, los policías forman escuadrones de la muerte para hacer justicia por manos propias, justificándose en que los sistemas legal y judicial no logran contener el delito.

Este círculo vicioso, en el que el crimen parece más organizado que nunca y las fuerzas de seguridad tan ineficientes como siempre, tiene repercusiones en todos los aspectos cotidianos. La inseguridad ciudadana, a diferencia del factor económico de otrora, provoca los mayores desplazamientos migratorios internos y externos entre países, así en Colombia como en México. También está generando una crisis económica de proporciones, como lo revela un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo. Para combatir los 135 mil asesinatos al año que se producen en América Latina – dos veces más que en África y cinco más que en Asia - los gobiernos gastan 120 mil millones de dólares. El BID acierta al señalar que si se redujeran los índices de criminalidad a niveles de los otros continentes, el PBI de la región crecería un 25%.

En EEUU la tasa de homicidios también se disparó, según datos de esta semana del FBI. En 2015 los asesinatos aumentaron un 10,8%, debido principalmente a los crímenes raciales y a las muertes con armas de fuego, 15.696 en el año.

El problema es complejo, habiéndose convertido en el eje central del primer debate presidencial. Hillary Clinton cree que se resuelve haciendo ilegal la tenencia de armas, aunque igual que Barack Obama, no adivina soluciones concretas para combatir la desigualdad en los barrios marginales, causa principal que empuja a los jóvenes de todos los colores a abrazar el delito. Donald Trump, por otro lado, cree que la fórmula es más “law and order”, endurecer las leyes y el trabajo policial; y aunque su estrategia tiene sentido común, no hilvana idea alguna sobre cómo alcanzar el objetivo.

En el debate quedó plasmado que las policías necesitan no solo necesitan mayor poder de fuego para lidiar con grupos criminales cada vez más armados o terroristas artesanales, sino también mejor entrenamiento, asistencia postraumática y preparación cultural.

En América Latina, las purgas policiales también revelan que se necesitan mejores salarios y reclutamiento, de lo contrario, las policías estarán integradas por descarte, no por quienes tienen vocación de servicio sino por quienes no tienen otra opción laboral, siendo estos más propensos a corromperse. Asuntos Internos de la Policía de Buenos Aires mostró esa realidad en este 2016. Apartó por corrupción a 700 agentes, encarcelando a 186 de ellos por causas criminales.

La inseguridad ciudadana es un asunto difícil, pero factible de combatirse a corto plazo. Requiere mejores leyes, más justicia y sobre todo mejor economía para que el narcotráfico y el crimen organizado no sean el único escape a la desigualdad y el desempleo crónico.

Sin embargo, la violencia racial y de género es una lucha más profunda, de largo alcance, ya que no está atado al tema económico, sino a la idiosincrasia cultural.  Requiere, como todo cáncer que no distingue a ni a ricos ni pobres, ser combatido desde la educación y la prevención. trottiart@gmail.com


sábado, 24 de septiembre de 2016

América Latina más confiable

La última vez que América Latina había resonado fuerte en la Asamblea de Naciones Unidas fue cuando Hugo Chávez comparó a George Bush con el diablo, época en que la verborragia sarcástica suplantaba a la diplomacia.

Esta semana América Latina sonó más fina que nunca, más seria, menos complicada. El presidente Juan Manuel Santos hizo el anuncio más resonante con el anuncio del acuerdo definitivo de paz, el que fue esquivo por más de dos décadas. Lo hizo con todo el simbolismo posible, el 21 de setiembre, cuando el sur abraza la nueva vida con el inicio de la primavera y el mundo celebra el Día Internacional de La Paz.

Se descuenta que en el plebiscito del 2 de octubre los colombianos refrendarán el acuerdo definitivo; aunque los más realistas saben que no se debe cantar gloria antes de victoria. El sorpresivo Brexit que sacó a los ingleses de la Unión Europea en su último referendo, invita a la precaución.

El optimismo de Santos va más allá de la paz, que es mucho más que menos violencia. Sabe que la “nueva Colombia” genera más confianza, cualidad clave que ofrece más progreso, dándole la "bienvenida a la inversión, al comercio y al turismo”.

Mauricio Macri también apuntó a un país diferente, más serio y confiable.  Comparte con Santos el objetivo de generar confianza para atraer inversiones y progreso. No dejó de lado el reclamo de sus antecesores por la soberanía de las Islas Malvinas, aunque lo hizo con menos decibeles, más diplomático y con algunos errores, al interpretar que los ingleses habían consentido incluir el tema de la soberanía en las nuevas conversaciones.

Eso no ocurrió y probablemente cuando eso suceda, tal lo piden las resoluciones de la ONU que Gran Bretaña no acata, Macri será historia. Sin embargo, en el ínterin, dio buenas señales de que prefiere el diálogo a los gritos, a sabiendas que ante la quinta potencia del mundo, la confrontación y los boicots solo provocarán espantar inversores y cerrar las puertas a otros negocios redituables.

Brasil, por otra parte, que en otras asambleas brilló por su ataque frontal a la pobreza, así como por hacer honor al lema de su bandera, orden y progreso, tuvo poco de que vanagloriarse, a excepción de sumarse a los esfuerzos de la región para combatir el calentamiento global, el terrorismo y el narcotráfico.

A Brasil el progreso le resulta esquivo y el mamarracho de la corrupción le generó desorden. Pese a que Michel Temer insistió en que la destitución de su antecesora tuvo todos los resortes republicanos, varios gobiernos latinoamericanos se ausentaron del recinto por considerar que se trató de un burdo golpe de Estado.

La destitución de Dilma Rousseff puede interpretarse según la ideología con que se la mire, pero lo que sorprendió fue la hipocresía de aquellos gobiernos que desairaron al brasileño: Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela países que poco pueden ofrecer en materia democrática.

Cuba sigue siendo una dictadura militar. Venezuela se encamina a ello, más cuando esta semana el Consejo Electoral postergó la posibilidad de hacer este año un referendo revocatorio, logrando atornillar a Nicolás Maduro hasta el 2019. En Nicaragua los Ortega están pasando debajo del radar, pero ya se convirtieron en una dictadura unifamiliar. En Ecuador, Rafael Correa desbarató a la oposición y a las instituciones para consolidarse en el poder, mientras que en Bolivia, Evo Morales insiste con la reelección dándole la espalda a los resultados de un referendo popular que le prohíben postularse.

Por suerte, a diferencia de otras veces cuando los violadores de derechos humanos se salían con la suya, esta vez en la asamblea de la ONU, Maduro fue criticado por Argentina, Panamá y Perú. La denuncia más elocuente fue del presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski. Al referirse a Maduro, reclamó que la “plena vigencia de la democracia requiere el pleno respeto a los derechos humanos, así como la separación y equilibrio de poderes”. Demandó un diálogo urgente para evitar consecuencias inimaginables.


Ojalá los mejores aires en Latinoamérica no sean pasajeros como tantas otras veces. Las “décadas ganadas” que algunos populistas reclaman, no dejaron más que instituciones políticas derruidas, desconfianza y decadencia. Es hora de reconstruir la confianza. trottiart@gmail.com