Crescendo Ibarra invitó a
los dos mil pobladores de La Joya a la fiesta de 15 de su hija Rubí, celebrada
el lunes después de Navidad. Terminó dando de comer a más de 30 mil almas, aunque
se libró de 1.3 millones que aceptó su invitación.
No fue un error de cálculo. Resultó
que su mensaje, “quedan todos cordialmente invitados”, se viralizó por YouTube
y Facebook. En un santiamén, Rubí pasó de
humilde paisana mexicana a titilar más que una estrella hollywoodense. Apareció
en Le Monde y New York Times. Algunas aerolíneas dieron descuentos para llegar
al lugar. Otras empresas regalaron la torta y el confeti. Varias bandas de
corridos rogaron por cantar en la fiesta.
El sueño parecía cumplido,
pero también fue pesadilla. Las parodias y memes no faltaron. Famosos,
sociólogos y críticos del montón aturdieron a la familia que hubiera preferido
una fiesta más íntima para Rubí.
El año terminó con esa
realidad exagerada; y también había empezado así. En enero, el Chapo Guzmán,
pese a ser el narcotraficante más buscado del planeta, se convirtió en héroe de
historieta. La gente se rindió a sus pies ante su astucia por escapar por un túnel
que ya inspiró varias películas. Y los carteles reclutaron más adolescentes, engañados
por el mito de una vida fácil y exuberante.
Pese a que ambos hechos
estaban en las antípodas del bien y del mal, las redes sociales los
convirtieron por igual en un espejismo de la realidad. Es que su poder de transformar,
amplificar, deformar y contagiar se agiganta a cada día.
La omnipresencia de las
redes como generadoras de conversación pública, algo que antes monopolizaban
los medios tradicionales, se fortaleció en 2016. Esa consolidación, su paso de la
pubertad a la adultez, no solo se debió a la mayor penetración tecnológica del
internet, sino a las batallas que estas empresas debieron librar.
El mayor de los golpes lo
recibieron tras las elecciones presidenciales que ganó Donald Trump. Por primera
vez, las empresas propietarias de redes sociales debieron admitir su
responsabilidad como generadoras activas de conversación, desde que siempre se
autodefinían como simples medios de distribución de información posteada por
los usuarios.
El primero en admitirlo fue
el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg. Después de resistirse por semanas,
concedió que su red social es un agente activo y no una simple plataforma pasiva
por donde transcurre sin pena ni gloria la conversación. Tras los ataques por
haber servido de canal para la propalación de noticias falsas, reaccionó
contratando editores, más subjetivos pero más confiables que sus algoritmos y
bots, para diferenciar mejor lo falso de lo verdadero.
Además de esa estrategia ética
y editorial, también debió defenderse de ataques legales. Hace unos días, los
familiares de las 49 víctimas masacradas en junio en un bar de Orlando, demandaron
a Facebook, Twitter y Google bajo el argumento de que dieron apoyo material al
terrorismo internacional, al permitir la distribución de propaganda del Estado
Islámico, el grupo terrorista invocado por el agresor.
La demanda difícilmente prosperará.
Primero, porque estas empresas hace rato que de motu propio, vienen desarrollando sistemas complejos para evitar
que los grupos terroristas recluten sicarios y recauden fondos. Y también,
porque los jueces estadounidenses necesitan pruebas contundentes e individuales
para censurar el beneficio social que acarrea la libertad de expresión,
especialmente en internet.
De todos modos, desde una
óptica objetiva, las redes sociales no son otra cosa que la caja de resonancia
de la conducta humana, plagada indistintamente de valores y de vicios. Así como
algunos las utilizan para exagerar, mentir y delinquir, otros las usan para
abrazar causas positivas, ya sea distribuyendo verdades, pensamientos
altruistas o apoyando campañas como las de #NiUnaMenos o #BlackLivesMatter.
Esta dualidad entre lo
negativo y lo positivo, remarcada sin distinción por la idolatría al Chapo y a
Rubí, se acentuará en este 2017. No será por alguna razón específica, simplemente
porque las redes sociales, las que existen y las que se inventarán, se han afirmado
como el nuevo foro de comunicación donde viven, se palpa y contagian los
conflictos. trottiart@gmail.com