No hay precedentes de una ceremonia
inaugural tan conflictiva como la de Donald Trump. Tampoco de su impopularidad
al momento de asumir y de la masiva protesta en su contra convocada para el día
después.
El viejo adagio “el que
siembra vientos cosecha tempestades”, amasado con un discurso visceral y
divisivo durante el proceso electoral y la transición, le han pasado factura. Su
estilo, las formas con las que denigra y ofende a sus críticos ya sea a
micrófono abierto o a fuerza de tuits, ha creado resentimientos y derivado en
su impopularidad.
Asumió ayer con un 40% de
aceptación, muy por debajo del 79% de Barack Obama y de cualquier otro
presidente en las últimas cinco décadas. Si bien la alta confianza favorece el poder
de maniobra frente al Congreso y la ciudadanía en las primeras semanas, no es
indicativo de una buena o mala Presidencia. El escepticismo sobre el actor
Ronald Reagan fue mayúsculo, pero se posicionó entre los mejores presidentes de
la historia. A la inversa de Jimmy Carter, muy popular al principio, quedó
luego sepultado como uno de los peores.
Las malas formas usadas por
Trump tienen consecuencias. No tendrá los 100 días de gracia o el espacio de
maniobra que se acostumbra dar a un Presidente. Nadie fue tan criticado como él
antes de asumir y la tendencia seguirá. Tampoco
pareciera importarle; no hay precedentes de un líder que haya movido el
avispero y conseguido tantos compromisos antes de asumir. Sus tuits hicieron
reaccionar a la OTAN, recapacitar a la Ford y la Fiat para invertir en fábricas
en Michigan, elevar las ganancias en la Bolsa; aunque también pusieron a China
a la defensiva y hundieron el peso mexicano a su mínimo histórico.
Su mordacidad y arrogancia
le ofrecen excusas en bandeja de plata a quienes buscan argumentos para
considerarlo un presidente ilegítimo. El legislador demócrata John Lewis
boicoteó la ceremonia inaugural; lo siguieron más de cuatro docenas de
parlamentarios. El desplante es desproporcional, si es que se recuerda que los
demócratas criticaron a Trump en la campaña por insinuar que no aceptaría los
resultados en caso de perder frente a ante Hillary Clinton. La prensa,
mayoritariamente liberal, esa a la que Trump le acusa de “envenenar las mentes
de los estadounidenses”, se volvió loca por entonces contra Trump; pero hoy
respalda las decisiones de Lewis sin miramientos.
Hasta aquí las formas.
Veamos el fondo. Las encuestas de esta semana del Washington Post, CNN y ABC
marcaron un notable contraste entre formas y fondo. Más del 60% de los
estadounidenses (proporción mayoritaria de republicanos) confía en que es el
Presidente adecuado para hacer crecer la economía, gestionar la reforma
tributaria, crear empleos y manejar el déficit presupuestario, dolor de cabeza
de las últimas administraciones.
Sus dotes de buen
negociador, dueño de una confianza y auto estima desbordante no solo se aplican
a la economía. También goza de mayor confianza que la que tuvieron Obama y Bush
en la guerra contra el terrorismo. Basta recordar el escepticismo sobre Obama
al asumir en 2009; jamás había tenido un trabajo ejecutivo, algo que Trump hace
de memoria.
No hay que invocar a la
suerte el triunfo de Trump. Tuvo olfato político para seducir a los que él
llama “los olvidados”, gente común sin empleos ni esperanza. Destruyó a sus
adversarios en las primarias y sus promesas de usar dinero de su bolsillo para
la campaña y no cobrar sueldo como Presidente, motivaron a un electorado que
cree que el magnate puede “devolverle a EEUU su grandeza” y que está cansado de
los políticos de siempre atornillados a Washington.
Habrá que darle a Trump
espacio y no dejarse arrastrar por su estilo. Sin embargo él también hacer lo
suyo. Su hija Ivanka deberá maniatarle su tuiteo y evitar así resentimientos y
batallas diplomáticas innecesarias. Hay sobradas experiencias que vivir bajo
aquellos que les gusta el sonido de sus propias palabras (recordar a Cristina
Kirchner y Hugo Chávez) es estresante y desgastante, lo que termina polarizando
y afectando la salud pública de una sociedad.
Las formas en que se usan
las palabras atraen consecuencias y potencian riesgos. Pueden tirar por la
borda todos los logros que son parte del fondo. Ojalá Trump modere su estilo y
sea eficiente. trottiart@gmail.com