Si la FIFA fuera un país, Transparencia
Internacional la habría ubicado en la lista de los más corruptos del planeta. El
solo hecho de que la sede de Catar 2022 fuera vendida al mejor postor, aumenta
la percepción de que en este Mundial decanta toda la podredumbre que viene carcomiendo
al fútbol desde hace décadas.
Alrededor de la pelota nadie
está exento de manchas. Gobiernos brasileños favorecieron a empresas que
donaron fondos a campañas electorales, en lugar de usarlos para terminar
estadios. En Catar los estadios se construyen con obreros migrantes sumidos en
la esclavitud; mientras tanto, las empresas de indumentaria deportiva siguen procesadas
judicial y públicamente por explotación laboral infantil.
Varios árbitros amañaron
partidos en el Mundial de Sudáfrica y se teme que esa práctica continúe. Directores
y futbolistas de varias ligas fueron suspendidos por apostar a favor o en
contra de sus propios partidos o, más deshonroso aún, en contra de sus
fanáticos. Representantes de jugadores hacen su propio partido traficando
estrellas y manoseando contratos, como el de Neymar del Barcelona. Y como
broche de oro, el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, llega a los vómitos, sospechado
de lavar dinero en partidos benéficos de su fundación, después que el año
pasado tuvo que calmar al César con cinco millones de euros por evasión fiscal.
Lo de Messi es grave, mucho más
que el caso de Maradona que se autodestruyó en lo personal a base de
anfetaminas, verborragia y cocaína. Si se confirma lo de la Pulga, se trataría
de una autodestrucción profesional, un intríngulis confuso y oscuro, donde
están involucrados empresarios, parientes y narcotraficantes, lavando dinero en
bancos del Caribe. Una defraudación doble - ilegal y moral - si se considera
que la plata habría terminado en bolsillo propio y no en organizaciones de
beneficencia, como originalmente se prometió al público que pagó entradas en
Perú, Colombia y EE.UU. para verlo jugar.
Casos de deportistas a
quienes sus padres malograron sus finanzas no sorprenden, son ejemplo las ex tenistas
Steffi Graf y Arantxa Sánchez Vicario. Lo de Messi no está claro aún si el tema
pasa por su papá o por una pesquisa fiscal oportuna para desbaratar su cabeza y
las posibilidades argentinas.
Messi y su entorno tendrán
que aprender que a esta altura de su carrera y fortuna, su salud deportiva
depende más de la transparencia administrativa que de la preparación física.
Una honestidad que lamentablemente no le enseñan los dirigentes de arriba, amparados
por una FIFA que terminó siendo escudo y escondite para los corruptos.
La amañada institución, que
ya hedía desde la época de Joao Havelange, ha contagiado y amparado corrupción
en todas direcciones. Las primeras investigaciones indican que las sedes de Catar
y de Rusia 2018, han sido producto de más de cuatro millones de euros repartidos
en sobornos para comprar votos de miembros de asociaciones africanas y
caribeñas. El caso ya hundió a algunos dirigentes, pero los peces gordos siguen
en la corriente.
La presión es mucha y no es
el calor el que hará que Catar (y tal vez Rusia) pierda la sede. Al presidente
de la FIFA, Joseph Blatter, se le está
exigiendo una investigación exhaustiva y que muestre cabezas en vez de trofeos
al término de este Mundial. Por suerte ya no son solo políticos y futbolistas los
que piden transparencia, ahora la demandan Adidas, Visa y Sony, los grandes
auspiciantes que no quieren asociar sus marcas al descalabro y al despilfarro.
A este movimiento todavía no
se han sumado otras multinacionales como Coca-Cola, Budwiser, Pepsi o Hyundai,
tal vez porque el negocio del fútbol es eso, un gran negocio. Pero si al
unísono cortaran los víveres a la FIFA, así como con autoridad les quitaron los
auspicios a grandes deportistas por mala conducta, tal los casos de Lance Amstrong,
Kobe Bryan, Tiger Woods y Alex Rodríguez, entre otros, seguramente obligarían a
la FIFA a rectificar acciones.
A la FIFA se le pide ética y transparencia. Pero difícil será mientras esta no se desprenda de sus privilegios corporativos y no someta a sus agremiados a la justicia ordinaria. Nada cambiará en el fútbol si sigue considerando al soborno, la extorsión y el engaño por resultados como simples faltas éticas, en vez de delitos agravados.