Hacía tiempo que no sufría tanto
hasta el borde del infarto. Pasando de la presión alta a la depresión en un
santiamén, en cuestiones de segundos y de días, de acuerdo a la montaña rusa
que significaron las últimas dos series del Heat contra Indiana y San Antonio. Ni
siquiera en los mundiales o cuando River descendió pude haber sufrido tanto, es
que el básquet es asesino, dos series de siete partidos con tantos altibajos y
un partido seis con todo perdido hasta los últimos cinco segundos fueron
demasiado.
No solo LeBron James y toda su comparsa merecen el descanso, sino
todos nosotros, los fanáticos, que hemos dejado parte de nuestra vida en cada
partido y que (confieso) algunas veces me sentí obligado emocionalmente (y Graciela, mi
esposa me lo pedía) de apagar el televisor antes de tiempo para evitar un
problema de salud ante la desazón de un partido que se escapaba y los insultos
por una pésima jugada.
No soy de los que pueden
criticar a otros colegas fanáticos, como aquellos que en el partido seis se
fueron en el último minuto del tiempo reglamentario de la American Airlines
Arena cuando todo parecía perdido y el trofeo ya lo habían entrado a la cancha
para coronar a San Antonio. Ninguno de ellos fue menos fanático. No todos
tenemos la fortaleza para afrontar tantos cambios de liderazgo en el marcador en
tan pocos segundos y por tantos días consecutivos como ofrece una serie de
básquet. El fútbol es más lapidario, más rápido, la estocada es más fácil de
absorber; el básquet, sin embargo, ofrece una agonía – o todo lo contrario como
en este caso – larga e interminable, que no deja concentrar.
Llegué a Miami hace 20 años
y desde entonces me transformé en un fanático del Heat y vi como en casa mis
hijos Tomás y Agustín fueron creciendo con las distintas camisetas de jugadores del Heat. Y como ayer mi hija Sofía me anunció que American Airlines había escogido el slogan que ella y su jefa Manu prepararon en la agencia Zubi Advertising si ganaba el Heat para el saludo de la aerolínea a los campeones en un telón fuera de la Arena. En
estos años viví de cerca la historia memorable de los Dolphins, arropada por
aquel equipo de fútbol americano invencible de 1972; de los Marlins que
sorprendieron con dos series mundiales; pero nada fue más emocionante como
haber sido parte de los tres anillos de este Heat de LeBron, de Wade, de
Shaquille, de Mourning, de Riley, de Spoelstra, de Arinson, quienes de a poco y
con visión están construyendo una nueva dinastía de la NBA.
La competencia es tan
injusta que el segundo mejor equipo de la liga (y del mundo, seguramente) huele
a fracaso, quedando totalmente borrado de la historia, aunque tenga una estela
de cuatro campeonatos y el liderazgo de un Tim Duncan que se cansó de ser el
MVP de campeonatos y finales.
La diferencia estriba en el
elegido (the chosen) aquel que tatuó en su espalda la palabra que ESPN hizo
famosa cuando al salir de Cleveland dijo que había escogido al Sur de la
Florida para llevar sus talentos. Y sí que lo hizo y sí que cumplió, pese a que
muchos (jamás yo) lo daban por acabado tras la debacle en las finales contra
Dallas en 2011.
Una vez más, LeBron ganó con
todas las luces. Pocos otros atletas son a sus disciplinas lo que el rey es al
básquet. Lebron es al básquet, lo que Messi al fútbol, Bolt al atletismo, Woods
al golf, Federer al tenis. Son atletas superlativos e inexplicables, astros
universales cuyas destrezas conectan a la razón y al corazón al mismo tiempo, borrando
fronteras nacionales y colores de equipos.
Y aun cuando no tienen su
gran tarde, siempre estará latente en nosotros la expectativa de que podrán
deslumbrar en los últimos segundos. Son la esperanza de la victoria, de una
jugada deslumbrante, así como de Ray Allen se esperaba que clavara el triple en
el sexto partido para dar al Heat una nueva chance.
Lebron, como esos astros
universales, no hace del Heat un mejor equipo, sino “el equipo” imponiéndole su
propia marca. Lo comandó a un record de
franquicia con 66 victorias y al segundo record histórico de la NBA de partidos
ganados en forma consecutiva con 27, hoy por hoy un desempeño casi invencible.
Con cuatro premios de jugador más valioso en cinco años y dos anillos
consecutivos y como el más valioso de ambas finales, LeBron nos regaló
historia, nos puso a los fanáticos en la senda del orgullo.
LeBron es rey.