Terminando el 2014 los
medios se apuran a elegir el personaje del año. La revista Time eligió a los luchadores contra el ébola, esa peste tan
calamitosa que asalta a la humanidad como el cambio climático al planeta.
Omitieron, sin embargo, al
personaje más progresista del 2014: Francisco. Quizás porque la noticia más
sorprendente cayó a destiempo o porque el Papa suele pasar debajo del radar por
no tener una personalidad estridente. Pero quilates no le faltan, ha logrado en
meses lo que otros no alcanzan en décadas. Transformó a la Iglesia, ahora en
constante evolución, y se configuró como actor político audaz y astuto.
Más allá de pedir a los religiosos
musulmanes que condenen al terrorismo y a líderes mundiales que opten por los
pobres, su audacia quedó plasmada en dos hechos concretos, demostrando que su
actos no son como la típica tormenta de verano que sorprende y deja todo
desbaratado, sino más bien una brisa permanente que reconforta y transforma.
El acto más astuto fue haber
convocado al Vaticano al jefe de Estado israelí Shimon Peres y al presidente
palestino Mahmud Abas para orar por la paz. Pero el más visionario quedó
desenmascarado este miércoles, en su 78 cumpleaños, cuando Barack Obama y Raúl
Castro delataron a Francisco como el gran mediador para acercar a sus países,
distanciados por más de 50 años.
Obama y Castro le agradecieron
por ayudar a derrumbar el último muro de la guerra fría y recordaron las
visitas oficiales al Vaticano, donde Francisco usó sus dones diplomáticos para destrabar
lo impensable, así como Juan Pablo II usó los suyos para detener una guerra
segura entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle.
De todos modos, Francisco reniega
cuando lo califican de estratega político, prefiere ser pastor y ejemplo. Con
una personalidad en la que se entremezclan la intelectualidad jesuita y la
viveza criolla, sus modales calmos suelen terminar como gritos estruendosos que
revientan tímpanos y avergüenzan estilos de vida, tanto de agnósticos y laicos
como de obispos y religiosas.
Sus frases simples y
directas definen la nueva cultura y catequesis que viene imponiendo. A su
humilde “recen por mí” apenas salió humo blanco del Vaticano, le sumó la compasiva
pregunta “¿quién soy yo para juzgar?” cuando los periodistas lo embretaron por
la posición eclesial sobre el homosexualismo, lo que terminó derivando en un
documento vaticano más comprensivo con los homosexuales.
A su política de “tolerancia
cero” sobre la pederastia, la convirtió en una caza interna de religiosos
depravados que arrojó a la justicia, demostrando que pecado y delito no son
sinónimos. Y aplicó la misma vara para juzgar los casos de curas abusadores en
Granada, que para despedir a obispos corruptos por el turbio manejo de las
finanzas del Banco del Vaticano, sentenciando que la “corrupción es el
anticristo” del mundo.
Cuando se lo interpeló por
estos delitos y por el oscurantismo de las decisiones más terrenales de la
Iglesia, Francisco obsequió una frase contundente: “La verdad es la verdad y no
hay que esconderla”. De ahí que se lo ame por ser un tipo transparente y autocrítico,
que igual le da con pedir a sus discípulos que se aparten de los autos de lujo,
a que sean misericordiosos o que evangelicen con alegría y “sin cara de
funeral”, como escribió en Evangelii Gaudium.
Francisco es simple pero se
mete en terrenos complicados que sus antecesores no pisaban. Pidió que para el
conflictivo Sínodo de la Familia de octubre se revisara el estatus de los
divorciados a los que calificó de “excomulgados de hecho” y que “no se cerraran
las puertas de la Iglesia para nadie”, mientras bautizaba a hijos de personas
no casadas.
Bergoglio tiene muchos
desafíos pendientes, pero no hay dudas que los zanjará gracias a su espíritu
transformador. Entre ellos, la reforma de la curia, la mayor inclusión de las
mujeres y una mejor tracción para que no continúe el éxodo de fieles hacia
otras religiones.
En cuanto a las relaciones EEUU-Cuba, ojalá que Francisco acompañe el nuevo proceso y su brisa transforme a la dictadura castrista para que respete los derechos humanos y no quede todo resumido solo al intercambio de un par de presos y espías. Los cubanos, todos, están ansiosos por tener libertad y elegir su destino.