No se trata de “un hecho
menor” como dijo Jorge Sampaoli sobre el exabrupto que tuvo contra un agente de
tránsito en un control de alcoholemia. Su frase “boludo, cobrás 100 pesos al
mes” desnuda la bipolaridad del fútbol argentino, meneándose entre el talento de
sus celebridades y sus imbecilidades extradeportivas.
El dicho de Sampaoli engrosará
la historia futbolera atestada de frases célebres, como el “perdón Bilardo” en
el Azteca de 1986 y el “me cortaron las piernas” de Diego Maradona tras el
doping positivo en el Mundial del 94.
Es injusto juzgar a todos
por la conducta de algunos. José Peckerman no tiene dentro o fuera de la cancha
la misma actitud agresiva que Sampaoli. Tampoco Lionel Messi tiene la conducta
irascible de Maradona, ni Agüero o Higuaín irrumpen con irreverencias
maradonianas ante cualquier tema.
La agresividad en el fútbol argentino
es parte de una cultura permisiva que se fue acentuando de generación en
generación. La violencia y las muertes en las tribunas son una cuestión de
Estado y no han mermado porque se haya prohibido a las barras bravas entrar en
estadios visitantes. Estas, en connivencia con los dirigentes, todavía cobran
sueldos, imponen jugadores, echan técnicos y amañan partidos.
Los extra dotados como
Maradona, sin quererlo, también incentivaron esa permisividad. La “mano de
Dios” y una zurda celestial sirvieron para justificar sus dopajes y adicciones;
así como por sus goles de fantasía a Messi y Cristiano Ronaldo se les perdonan sus
abultados desfalcos al fisco español, lo que otro mortal debe pagar con años tras
las rejas.
La bipolaridad no es solo propiedad
del fútbol argentino. El FIFAgate viene desnudando una corrupción global, “sistémica
y desenfrenada” como la calificó una ex fiscal estadounidense, que desde hace
25 años y con total impunidad, viene carcomiendo al balón desde adentro.
Gracias a la torpeza de haber
usado bancos estadounidenses para transferir sobornos y cobrar extorsiones, hoy
se presencia con deleite y sorpresa a un tribunal de Nueva York administrando castigos,
dando vida a aquella sentencia justiciera de Maradona en su homenaje de
despedida: “… la pelota no se mancha”.
El cartel mafioso está
conformado por dirigentes de asociaciones regionales y ejecutivos de empresas
de mercadeo escondidos tras la chapa de la FIFA. Uno de ellos, el arrepentido
clave del juicio neyorquino es el argentino Alejandro Burzaco, ex CEO de la
empresa Torneos. Su testimonio fue clave para enviar a prisión a José María
Marín, ex presidente de la poderosa Confederación de Fútbol de Brasil y al
paraguayo Juan Ángel Napout, ex presidente de la Conmebol.
Su alegato, además, sepultó
la poca fama que le quedaba al fallecido Julio Gondona, ex presidente de la
AFA, a quien sobornó por 10 años consecutivos. También desencadenó el suicidio
del abogado argentino del programa gubernamental Fútbol Para Todos, Jorge
Delhon, que se tiró a la vías del tren el mes pasado en Buenos Aires.
Los testimonios de Burzaco y
otros arrepentidos sirvieron para poner caras y rótulos a más de 12 años de
investigación. La justicia estadounidense demostró la asociación ilícita y
conspiración de un cartel masivo dedicado a lavar dinero, extorsionar y
sobornar, arreglar transferencias de jugadores, partidos y campeonatos, “vender”
sedes mundialistas como las de Rusia y Qatar, y cobrar comisiones por la televisación
amañada de partidos y la reventa de entradas. Una mafia que forma parte de lo
que el ex director del FBI, Jamey Comey, definió como esa “cultura de la
corrupción que pudrió el deporte más grande del mundo”.
Más allá de la corrupción,
la bipolaridad del fútbol argentino también queda demostrado por el tremendismo
de una fanaticada que poco disfruta de las dos estrellas sobre el pecho, sino
que vive perseguida por las tres que no pudieron ser, en especial las del 90 y
el 2014, que se robaron los alemanes por la mínima diferencia.
Para un país lleno de
cábalas y supersticiones futboleras, el viejo adagio “el fútbol da revancha” es
consuelo esperanzador para Rusia. Sin embargo, Messi, tocado también por el tremendismo
de sus orígenes, sabe la sentencia que pesa sobre él y sus compañeros si en
julio próximo desperdicia otra final: “ten(dr)emos que desaparecer todos de la
selección”. trottiart@gmail.com