La primera dama Michelle
Obama deja un buen legado: Mayor conciencia para combatir la epidemia de la
obesidad en las escuelas.
Sin embargo, el éxito de su
programa “Let’s move”, que promueve una dieta sana y más ejercicio físico en
los niños para contrarrestar los efectos colaterales de la gordura - diabetes,
hipertensión y varios tipos de cáncer - fue insuficiente. No tuvo tracción en
la población general, inmersa en una grave cultura de la obesidad.
Varios factores conspiran
contra este tipo de programas. La industria alimenticia es reacia a cambiar
métodos de producción baratos y poco saludables; siendo, además, el grupo que
más invierte en publicidad, estimulando exageradamente las papilas gustativas
de la población. La conjura mayor, sin embargo, es de los gobiernos, porque pese
a toda la evidencia científica en contra de los azúcares y carbohidratos
refinados, son tibios a la hora de cambiar la estructura de la pirámide nutricional
y promover el consumo de proteínas, grasas y carbohidratos buenos que aportan
los alimentos naturales.
Cambiar la cultura de la
obesidad construida por décadas de prácticas alimentarias erróneas, no se logra
de la noche a la mañana. Los procesos educativos requieren tiempo y buenas
herramientas. En ese sentido, los nuevos estudios se están apartando de los
azúcares refinados y los alimentos procesados, provocando el dictado de leyes que
restringen la venta y consumo de refrescos edulcorados, como ocurre en Nueva
York, California, Buenos Aires, México y Gran Bretaña.
Los estudios no solo
desaconsejan las bebidas azucaradas, sino también abandonar dietas bajas en
grasas que fueron moda. La tendencia se inició en 2003 con el Comité Asesor de
las Directrices Dietéticas de EE.UU que no encontró razones para limitar el
colesterol y las grasas buenas. Así comenzó el debilitamiento de teorías anti
grasas que datan de 1992 cuando se publicó la pirámide nutricional y de 1977
con los primeros lineamientos alimenticios. Estos incentivaban el alto consumo
de carbohidratos - entre 6 y 11 raciones de pan, arroz, cereal y pasta al día –
no así los alimentos ricos en grasas naturales, necesarias para el metabolismo
y la pérdida de peso.
No es casual que a partir de
entonces se fue gestando un paralelismo entre comestibles oficialmente recomendados
y fabricación industrial de alimentos, lo que derivó en el escandaloso nivel de
obesidad actual.
Así como otros signos de la
cultura estadounidense, aquellos malos hábitos alimenticios no tardaron en
expandirse. La comida chatarra y los restaurantes de comida rápida coparon el
mundo y tuvieron impacto en los índices de gordura. El efecto negativo fue aún
mayor en países en vías de desarrollo, en los que el insumo de carbohidratos y
alimentos refinados ya venía causando estragos.
Este año, un estudio
oficial en México estableció que el 72% de los adultos y el 36% de los
adolescentes sufren obesidad y sobrepeso, situándose el país en el segundo lugar,
después de EEUU. Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo
Económico (OCDE), México ocupa también el primer lugar en diabetes, con un alto
impacto en su sistema sanitario, al borde del colapso. Obesidad y diabetes
muestran correlación en cifras y épocas: 14.500 personas murieron en 1980 a
causa de la diabetes; 98.450 en 2015.
El problema en México, y en
el mundo, tiene explicación. Varios estudios sanitarios demostraron que una
persona consume 67 kilogramos de azúcares refinados al año, el equivalente a
500 calorías extra por día si se compara con registros de hace tres décadas. En
ese mismo tiempo, el consumo anual de comida chatarra por persona aumentó un
40%; y no se trata solo de achacar la culpa a los restaurantes de comida
rápida, ya que la mayor incidencia recae en la mala preparación de los
alimentos en el hogar.
Hablando de culpas, la
industria alimentaria y el gobierno no deben ser los únicos responsables de la
cultura de la obesidad, desde que comer sano también es responsabilidad
individual. A cada uno le corresponde educarse sobre los beneficios de la buena
alimentación y la actividad física.
Los gobiernos, sin embargo,
ahora con mayor evidencia científica, deben crear las regulaciones necesarias
para la industria y una mejor educación sobre dieta y vida sana. trottiart@gmail.com
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