viernes, 13 de junio de 2014

Poca fiesta en Brasil, mucho circo en Venezuela

El Mundial empezó muy mal, con poca fiesta en Sao Paulo, con gradas vacías hasta la patada inicial y con cánticos de “Hey, Dilma, vai tomar no culo” en represalia contra la presidente Dilma Rousseff por un torneo que los brasileños creen que no debería haberse efectuado.

La corrupción política, los reclamos de una masiva clase que todavía cree que la repartija del bienestar es muy desigual y el descalabro por las obras de infraestructura, son parte de la ecuación y del malestar del pueblo.

La bronca, la amargura, el descontento, la indiferencia y las pocas ganas de sonreír cuando la realidad da para llorar, se pusieron de manifiesto en una ceremonia deslucida, ordinaria y desganada. Ni Pitbul, ni Jay Lo, ni Claudia Leitte pudieron levantar una fiesta deslucida que contrastó con la imagen siempre perenne de un Brasil que nos tiene acostumbrados a la alegría desbordada, a la samba contagiosa, al eterno carnaval y su amplia sonrisa hospitalaria.

Con solo un par de comparsas del sambódromo de Río de Janeiro hubiera alcanzado para que la inauguración fuera fiesta y el mundo identificara a Brasil y se sintiera identificado. Probablemente las autoridades hayan querido dar muestras de austeridad en un momento que las papas queman, pero es irrisorio pensar que una fiesta para el mundo podría esconder tanta corrupción como la que desenmascaró este torneo, tanto la del gobierno anfitrión como la de la cúspide de la FIFA, envuelta en eternos escándalos.

Por otro lado, ante la poca fiesta en Brasil,  el contraste mayor en América Latina fue por Venezuela y el gobierno de Nicolás Maduro que sigue haciendo de las suyas en un sempiterno circo al que peligrosamente ya no se le presta atención por reiterativo.
La fiscal (oficial) chavista Luisa Ortega Díaz amplió la persecución de políticos opositores excusándose en aquellos e-mails de María Corina Machado, en los que se interpretó que “aniquilar” a Maduro no era una simple borrada política del mapa del presidente, sino una literal forma de expresar un atentado contra su vida.

A Maduro ya le falta poco para superar a Hugo Chávez en denunciar conspiraciones contra su vida y su gobierno. Y esta vez, prueba en mano, aunque se trate de la falta de seriedad investigativa de presentar como evidencia un par de e-mail, está tratando de crear un caso que le permita desviar la atención política de otros temas que no han desaparecido de la conversación pública: Corrupción, escasez, desabastecimiento, inflación, ineficiencia en la administración de los recursos públicos y persecución contra los privados.

En este circo reiterado pero efectivo para sus fines políticos, el gobierno cursó órdenes a la Interpol para que proceda a la captura de Diego Arria, Pedro Burelli y Ricardo Koesling, todos ellos en el extranjero y citados en los e-mails de Machado, quien deberá presentarse a declarar el lunes en la Fiscalía (oficial).


El despropósito y el circo de Maduro es tan irrisorio como peligroso. Tomando como real su propia mentira, el gobierno sigue ampliando su onda expansiva para aniquilar a la oposición. Y lo está consiguiendo con total invención e impunidad.     

lunes, 9 de junio de 2014

Felipe como Francisco

Juan Carlos I renunció al trono como Benedicto XVI, débil física y políticamente. Cansado y rendido. Con una corona pesada como elefante de Botsuana y una capa ultrajada por corrupción familiar. Abdicó invocando a la renovación, juventud y liderazgo de Felipe, traspasándole un futuro todavía espinoso pero esperanzador.

Que España deje la monarquía para abrazar la república será una decisión futura a referéndum. En gran parte no dependerá de la voluntad de Felipe, sino de su liderazgo. Son tiempos complicados para él, pero no tan difíciles como los que experimentó su padre en 1975 al suceder al dictador Francisco Franco y en 1981 al neutralizar el último intento de golpe de Estado. En aquella época no se negociaba monarquía por república, sino dictadura por democracia.

Pese a todo su peso político, al rey Juan Carlos hace rato que se le adelgazó el teflón que lo impermeabilizaba de las críticas y que protegía a la monarquía de protestas públicas como las que explotaron tras su renuncia. Su férrea popularidad de entonces se derrumbó en el último lustro por su timidez para no tomar el toro por las astas al principio del caso Noos, por su ingenuidad sobre la honestidad de su yerno Iñaki Urdangarín, por sobreproteger a su hija la infanta Cristina y, entre otros errores, por sus safaris de elefantes y faldas, actitudes monárquicas que antes respetaba y silenciaba el periodismo, pero que ya no resisten en esta época de fiscalía pública que se ejerce en internet y redes sociales.

La monarquía, encarnada ahora por Felipe y la plebeya Letizia, quien le dio a la familia real aires de gente como uno, aún parece a salvo porque ni las críticas ni las manifestaciones tienen por destinatario al todavía príncipe de Asturias. Felipe, su madre Sofía y Letizia son quienes mantienen en alto la popularidad de los Borbones, muy por arriba de otras instituciones democráticas depreciadas, léase partidos políticos y parlamento.

Ni los cambios ni las transiciones son fáciles, máxime cuando el tema de esta época no pasa por la política, sino por la economía, la falta de trabajo y la escasez de bolsillo. Sin embargo, hay confianza de que Felipe está bien preparado para asumir su papel y aunque no se le conocen sus dotes de estadista, seguramente con cada gesto y cada decisión, estimulará cambios y renovación de una clase política que perdió el timón.

En esos cambios seguramente estará incluida Latinoamérica, donde Felipe tejió alianzas y respeto. Una región que conoce bien desde que representó a su padre en todas las toma de posesión presidencial en los últimos 20 años, y cuyo potencial económico puede ayudar al despegue de su país.

Felipe tiene mucho crédito en su banco de confianza. Se le estima por su austeridad, sobriedad, prudencia, por despegarse de los problemas familiares y no haber seguido los pasos alocados de otras dotes monárquicas de Europa, conocidas por salir en tapa de revistas del corazón con amoríos, rebeldías y excentricidades.

Así como por la similitud en las renuncias sorpresivas de los líderes de España y el Vaticano, Felipe debería poder verse en el espejo de Francisco. El Papa, a fuerza de gestos y decisiones, está ayudando a una renovación profunda de la Iglesia, limpiándola de décadas de roña, vicios y corrupción. Reflejándose en Francisco, Felipe tiene la oportunidad y el carácter no solo de transformar a la monarquía, haciéndola más práctica y menos protocolaria, sino de exigir al gobierno, y a toda la clase política, una nueva cultura basada en la transparencia, eficiencia y en la rendición de cuentas.

El destino de la monarquía parlamentaria ya no depende de la reputación democrática y constitucional del rey Juan Carlos I - características que se dan por sentada en cualquier sociedad moderna - sino de las decisiones que a partir del 19 de junio empiece a tomar Felipe VI.

La subsistencia del actual régimen está depositada en los gestos y acciones del nuevo rey. En la unidad que consiga de una España siempre tironeada por su gran diversidad. En el crédito que le extiendan los connacionales de su generación y más de la mitad de los españoles que, habiendo nacido después de 1975, no tienen apego ni se desviven por la Corona, sino que quieren vivir con más y mejor.