Terminadas
las convenciones partidarias, empieza ahora la verdadera carrera por la Casa
Blanca. La demócrata Hillary Clinton es la opción más estable y segura. El
republicano Donald Trump es el más desconcertante e impredecible.
Visto
así, y por las críticas y el rechazo que Trump recibe del 90% de la prensa,
Hillary ganaría holgadamente. Pero no hay que descartar a Trump. Hoy las
encuestas los dan empatados. Hillary representa el estatus quo, la continuación
de un sistema político desgastado sin mucha conexión con gran parte de sus
partidarios. Trump es el outsider, el anti sistema, el de crítica apocalíptica;
de la que tampoco se salvó su partido.
Ambos
muestran visiones de países diametralmente opuestos; polarización extrema.
Hillary, por su dureza conservadora, posición económica abierta y loas al
patriotismo, parece republicana. Trump es nacionalista en lo político y
proteccionista en lo económico; casi un demócrata.
Pese al
cambio de roles, y después de haber barrido a sus contrincantes en las
internas, tienen para criticarse y ser criticados. En las convenciones, más
allá de los globos y pancartas, no hubo grandes descubrimientos, sino
sorpresas.
Los
republicanos eligieron a un hombre sin convencimiento, pero sucumbieron ante su
sorpresivo e histórico caudal de votos. Los demócratas prefirieron a la
candidata más segura, pese a que Bernie Sanders, siendo el más viejo,
representaba la mayor esperanza para los jóvenes y el cambio.
La convención
republicana tuvo que lidiar con el plagio de Melania Trump por copiar párrafos
de un discurso de hace ocho años de Michelle Obama, mientras que la cúpula
demócrata debió lidiar con el engaño. La filtración en Wikileaks de 20 mil
emails demostró que el partido favoreció a Hillary por sobre Sanders. Ante lo
innegable, renunció la presidenta del Comité Nacional Demócrata, mientras el
servicio secreto acusaba al gobierno ruso de esas filtraciones para favorecer a
Trump, quien, irónicamente devolvió la estocada.
Trump pidió
por Twitter a los rusos que encuentren los otros 30 mil emails que comprometen
a Hillary por haber usado cuentas personales para intercambiar mensajes altamente
confidenciales cuando era secretaria de Estado, comprometiendo la seguridad
nacional. Los republicanos piden que la encarcelen desde que hace dos semanas
el FBI la exoneró de toda culpa, justo a tiempo para su nominación.
Las
acusaciones subirán de tono. Ambos candidatos no lograron unir a sus partidos.
Algunos de sus partidarios votarán en blanco, otros no acudirán a las urnas y
algunos usarán el voto castigo. Esa penalidad tiene justificaciones. Hillary
tiene muchos flancos abiertos; la invasión de Libia, la guerra de Irak, los
engaños amorosos de su esposo, el presidente Bill Clinton, pese a que en la
Convención la alabó como la compañera inseparable durante 40 años. Trump es un
showman boquiabierto y fanfarrón, populista multimillonario, que sorpresivamente
ahuyenta a las minorías; esas que en los últimos tiempos han desequilibrado la
balanza electoral.
Trump
promete un país nuevo, más seguro, sin el crimen y el terror que le achaca a la
mano débil de Barack Obama. Pronostica más empleos y fábricas en el país. No
quiere tratados de libre comercio y quiere que EEUU no siga de policía por el
mundo. Ella ofrece estabilidad económica, inclusión de clases y género,
seguridad globalizada y quiere reforzar el programa de salud pública de Obama, asignatura
que le quedó pendiente como primera dama en la presidencia de su esposo.
Gane
quien ganare, la Casa Blanca ya no será igual. No se sabe el papel que le dará
la primera mujer presidente de la historia a quien ya se sentó en el salón oval,
al que usó de burdel con Mónica Lewinsky. También es incierto lo que sucederá si
accede al trono el rubio peinado a lo Simpson y su esposa, una inmigrante eslovaca
que no es arquitecta como dice su biografía. Sin dudas, con los Clinton o los
Trump o esta emulación de House of Cards, la sátira política estará de
parabienes.
Si
Hillary gana habrá mayor certidumbre. Pero de ganar Trump no habrá apocalipsis.
EEUU tiene un sistema político con fuertes contrapoderes y equilibrios que no
permite un presidencialismo personalista. El poder será el mismo, solo cambiará
el estilo. Trottiart@gmail.com