Con las marchas de #F18 en
Buenos Aires y Caracas pidiendo justicia por un fiscal muerto y un alcalde
preso, el ciclotímico péndulo de la política latinoamericana pareciera que está
iniciando su oscilación hacia el otro extremo.
Los gobiernos populistas de
Cristina de Kirchner y Nicolás Maduro recordarán que en esta fecha no fueron
desafiados sus gobiernos, sino la forma de gobernar. Las protestas por la muerte
dudosa del fiscal Alberto Nisman y el arbitrario encarcelamiento del alcalde
Leopoldo López desde hace un año, son síntoma de dos sociedades que se cansaron
de la impudicia y la inmunidad del poder.
Ambos gobiernos perdieron mucho
de la popularidad que ostentaban en otras épocas, en parte real y en parte
ficticia, creada con clientelismo, demagogia y propaganda. Hasta ahora reinaron
a base de divisiones y polarización, pero en el camino generaron más desigualdades
de las que prometieron remediar.
Así como otros discursos e
ideologías se fueron extinguiendo, desde la neoliberal a la nacionalista o de
la socialdemócrata a la progresista, el populismo latinoamericano está tocando
fondo y desacreditado. En Argentina y Venezuela la inflación es agobiante, la
corrupción exorbitante y la inseguridad desconcertante, razones que han dejado
a estos populistas sin sus acostumbradas mayorías. Ni Kirchner ni Maduro juntan
más del 20 por ciento de aprobación y las nuevas mayorías los culpan del desparpajo
actual.
Las nuevas mayorías son
espontáneas y heterogéneas. Ya no son cacerolazos en barrios pudientes o
mitines liderados por opositores en sedes de partidos, sino marchas, tuits y desesperanza
convocadas por fiscales y jueces asediados. Las nuevas mayorías incluyen a
desesperados de todos los estratos sociales, cansadas de tanta inseguridad e injusticia,
y que el derecho a la expresión y el disenso siempre sea descalificado por apátrida
y golpista.
Las protestas del #F18 desafiaron
la arrogancia y el atropello como forma de gobernar. Las nuevas mayorías están molestas
de que sus gobiernos no reconozcan errores y desestimen la autocrítica. Que miren
hacia otro lado o hacia Atucha, que sigan armando contramarchas y actos
oficiales con militantes pagados o usando cibermilitantes para invadir redes
sociales con etiquetas #TodosconCristina, cuando el clamor es por justicia y
#TodosconNisman.
Las nuevas mayorías son
desconfiadas. Ya no creen en la cancillería argentina cuando envía cartas
acusando a los servicios de inteligencia israelíes y estadounidenses de todos
los males, desde la muerte de Nisman al atentado de la AMIA. Tampoco creen en
el encarcelamiento intempestivo y violento esta semana del alcalde opositor de
Caracas, Antonio Ledezma, a quien Maduro acusa de conspirar en EEUU y estar
detrás del intento número mil de golpe de Estado, a razón de dos por día de su
corta presidencia.
Las nuevas mayorías están
cansadas de las excusas y máscaras, de las mentiras y chivos expiatorios.
Quieren saber la verdad. Y aunque la mala economía agobie, las marchas no
reclaman pan sino que se termine el circo. Reclaman justicia tanto por Nisman
como antes por María Soledad, José Luis Cabezas y Axel Bloomberg. En Venezuela
no se reclama por la fastidiosa escasez de papel higiénico, sino por la
impúdica muerte de decenas de estudiantes que hace un año fueron asesinados por
la seguridad del Estado, disfrazándoseles de golpistas.
Los gobiernos populistas han
perdido el norte porque se han creído dueños del Estado. Han utilizado recursos
de todos como si fueran propios. Han confundido su llamado a ocupar oficinas
para administrar la cosa pública, con la plaza para fabricar ideología. Han
arengado a las masas, pero no han empoderado a los ciudadanos. Por más de una
docena de años en Argentina o más de 15 en Venezuela, los populistas han
perdido las oportunidades y están desgastados. Difícilmente podrán recuperar en
meses lo perdido en años.
Aunque nunca se debe pecar de ingenuos ante
regímenes que usan los recursos de todos para reinventarse y contraatacar, los
numerosos frentes abiertos en lo económico y político terminarán por condenar a
estos gobiernos. La memoria de Nisman y los casos de López y Ledezma, pesarán
demasiado en los procesos electorales de fin de año en ambos países. Las nuevas
mayorías están hartas y sentenciarán.