Ojalá que la muerte de George Floyd no sea en vano. Ojalá
que la incordia, enojo e impotencia por el marcado racismo de la policía que
quedó en evidencia con la asfixia y asesinato de Floyd, convierta a las
manifestaciones pacíficas en un movimiento que no solo reclame justicia como un
valor social y moral, sino que aliente y desemboque en medidas concretas.
Ojalá que el movimiento no desvanezca tal suele
ocurrir con otros debates trascendentes que se apagan a las pocas semanas como
el de la posesión de armas cada vez que hay una nueva matanza en un shopping,
escuela, iglesia o cuartel.
La fuerza desproporcionada, brutal y exagerada de la
policía contra los afroamericanos y en general es habitual y está siempre
latente. En los últimos seis años fueron asesinados por la policía 1.994
afroamericanos o el 24% de un total de 7.663 personas.
Ante estas cifras espeluznantes, la peor de todas es
la que marca que el 97% de los asesinos queda en la impunidad, ya sea
protegidos por códigos internos de lealtad policial o por los fiscales que no quieren
acusar a los oficiales sabiendo que tienen pocas chances ante jueces que
interpretan y justifican el uso de fuerza letal si el oficial arguye que estaba
en peligro su vida o la de otras personas.
La violencia policial tampoco se erradicará hasta que
las policías sean más inclusivas, ya que están desproporcionadamente
compuestas por agentes blancos en ciudades de predominancia afroamericana. Y también
se debe reconocer que el racismo no es solo una cuestión de violencia per se. Como
talón de Aquiles de la sociedad estadounidense, está arraigado al problema de
desigualdad económica y la pobreza de los afroamericanos, su segregación
demográfica y los desacuerdos sobre los alcances de la acción afirmativa, una
política pública que devino del movimiento de derechos civiles de los 60.
Ojalá que el caso de Floyd se mantenga sobre el
tiempo y sea el punto de inflexión que desemboque en un verdadero cambio de
políticas públicas para contrarrestar la fuerza brutal y desproporcionada de la
policía y erradicar el racismo y la discriminación en general.
Los movimientos por los derechos civiles, por la
igualdad de la mujer, el #metoo, las acciones en contra de la pederastia y a
favor de los derechos de las personas con distinta orientación sexual, demuestran
que los cambios son posibles. Cada uno de ellos devino de una crisis o tras la denuncia
de un hecho espeluznante que atrapó la atención ciudadana y, asqueada de tanta
impotencia e impunidad, convirtió su protesta en un movimiento por el cambio.
La apuesta para que el movimiento Black Lives Matter sea el punto de inflexión del
cambio está en mantener el caso de George Floyd en la agenda pública y no dejarlo desvanecer
como ocurrió con tantos casos similares. La responsabilidad es de todos, de los
políticos, los líderes de la sociedad civil, los activistas, los medios de
comunicación y de nosotros los ciudadanos.