lunes, 7 de julio de 2014

US Soccer: Optimismo exagerado

En EE.UU. se vive un alto grado de optimismo sobre la popularidad del soccer, pese a ser eliminado en Brasil y a que el arquero Tim Howard fue su máxima figura por atajar 16 casi-goles a los belgas. Ese récord dejó al descubierto la pobreza futbolística de un país que en otros deportes y olimpíadas siempre es protagonista, disputa finales y viste de oro.

Para cualquier país futbolero, la derrota desmoraliza, duele, enerva. En EE.UU. el fracaso no dolió porque el fútbol todavía es cenicienta, a leguas de distancia del béisbol, el básquet y del rudo football americano.

El optimismo actual está atado al furor por el Mundial, pero habrá que ver que pasará después. Ahora, la excitación quedó reflejada en fiestas masivas en cada ciudad; en las audiencias estratosféricas de ESPN y Univisión que superaron a las de la reciente final de la NBA; en el ruido estruendoso de las redes sociales que obligaron a los medios a no ignorar al fútbol como en mundiales pasados; en la venta récord de entradas a fanáticos con las que se superó a todos los países, un éxito que la Fifa ensayó y aspira trasladar a India y China, sus otros mercados en mente.

Creo que ese optimismo por el soccer es exagerado, más producto de la excitación del mercadeo que de una vocación futbolera genuina. Seguramente, acabado el Mundial, los ratings televisivos de la Liga Mayor de Soccer (MLS) serán los de siempre, casi inexistentes como los de la liga de básquet femenino, los anunciantes darán menos apoyo y los hispanos seguirán siendo la mayor presencia en los estadios.

Al fútbol le cuesta penetrar y ser parte de la cultura deportiva gringa, la que en definitiva mueve el mercado. La MLS tiene culpas. Sigue con una fórmula poco efectiva o muy cosmética, la de importar estrellas, que no llegan para irradiar luz, sino a consumir sus últimos destellos antes de apagarse para siempre. Puede que al principio, convoquen más gente a los estadios, pero poco sucede después tras la curiosidad inicial. Así pasó con Pelé, Franz Beckenbauer, Johan Cruyff, Carlos Valderrama, Hristo Stoichkov, Roberto Donadoni, Lottar Mathaus, Denilson, David Beckham, y seguirá ocurriendo con las dos contrataciones estelares para esta temporada, el español David Villa y el brasilero Kaká.

El problema es que se quiere aplicar al soccer las recetas de otros deportes que se desarrollan en la escuela y la universidad. En ese fútbol tan estructurado y falto de espontaneidad que ya practican más de seis millones de jovencitos estadounidenses, difícilmente puedan aparecer los Messi y los Neymar. Es que se enseña a los chicos tácticas y estrategias de equipo, cuando en sus primeros años, como bien lo explotan en La Masia del Barcelona o en la De Toekomst del Ajax, a los niños no se les limitan ni los jueguitos ni la creatividad individual. El lema es que el fútbol sea alegría y diversión; ya habrá tiempo para todo lo demás.

El soccer puede aprender la receta de los demás deportes. Sus grandes estrellas como Lebron, Kobe o Alex Rodríguez solo fueron moldeadas por equipos profesionales, pero brotaron del juego espontáneo que de niños disfrutaron en las esquinas, estacionamientos y recovecos del barrio; así como los futbolistas brasileños y argentinos se crearon y expandieron desde calles, baldíos y potreros.

La Liga Mayor de Soccer tendría mayor éxito si además de contratar estrellas fugaces, obligaría a sus clubes abrir escuelitas y semilleros propios. De ahí la importancia del experimento que David Beckham quiere traer a Miami si la Liga le autoriza fundar un club y la ciudad le da el espacio para levantar un estadio. Es que Beckham, más que atracción y contagio mercantil, es dueño de una prestigiosa academia infantil que no solo entrena, sino que crea ese tipo de cultura futbolística que primero se alcanza con la diversión y sencillez.

El profesionalismo no es malo, pero sucede que EE.UU. creyó que así podría equipararse a las demás potencias mundiales. Es evidente que no se pueden quemar etapas para crear cultura futbolística, se trata de un proceso lento y que a los niños se les deje ser niños y que el soccer sea espontáneo. El soccer femenino estadounidense tiene esos ingredientes y tal vez esa fue receta para conseguir dos copas mundiales y cuatro oro olímpicos.