sábado, 12 de noviembre de 2016

Elecciones y protestas: Azuzando la arrogancia

Las protestas y vigilias anti Donald Trump que explotaron en varias ciudades y universidades estadounidenses, demuestran la fuerte arrogancia política y división que se experimenta en el país, acentuada por el vicioso proceso electoral.

El eslogan de las protestas demócratas “No es mi presidente”, que reniega del divisionismo encarnado por Trump y de un sistema electoral que venció al voto popular, también desnuda la intolerancia y el irrespeto de una multitud hacia la otra mitad del país que votó o piensa distinto.

Los políticos son los culpables de incentivar esa arrogancia. El arte del debate de las ideas ha sido suplantado por la descalificación personal y la estigmatización del oponente. Cualquiera otra opción es considerada apocalipsis seguro. Sin dudas que el discurso incendiario de Trump ha cosechado el resentimiento y el rencor que sembró. Pero esas llamas también fueron azuzadas por Hillary Clinton y Barack Obama, pese a que luego pidieron respetar los resultados y apoyar la transición.

La arrogancia de la multitud no es casual. Después de consumir discursos de odio, insultos y acusaciones de corrupción que se prodigaron los candidatos entre sí por largos meses, no se puede pretender que el público haga borrón y cuenta nueva, como lo insinuaron Trump y Obama en la Casa Blanca, donde se dispensaron elogios, minutos después de que se sacaran los ojos.

La hipocresía que es natural a la política como los colores al camaleón, no es norma entre la multitud. Estas, cuando se las azuza crean anticuerpos y prejuicios, auto induciéndose a creer que sus ideas son superiores a las del grupo contrario. De ahí que la despiadada campaña electoral, amplificada por los medios y las redes sociales, creara una fuerte polarización, en la que ambos grupos se sintieron en lo “políticamente correcto” y con el derecho a imponer sus ideas, aun a costa de denigrar al que pensara diferente.

Si bien las redes sociales han democratizado la comunicación, también incentivan una intolerancia salvaje. Algunos de palabras fuertes tratan de imponer su voluntad mediante el bullying y el insulto; otros, por miedo a la estigmatización, prefieren esconder sus sentimientos. Muchos, además, no se dan cuenta que la realidad que experimentan en Facebook no es real; está condicionada por los que “likes” y amigos que se escogen con opiniones similares a las propias. Los tres grupos quedaron evidentes en esta campaña electoral.

Beyoncé, Maryl Streep o Lebron James tampoco ayudaron a morigerar las divisiones. Los líderes demócratas quedaron alucinados por los llamados de estas estrellas a enterrar a Trump y por causas nobles, como los temas ecológicos y de género. Pero fue evidente que las celebridades fueron insensibles al problema real que aqueja a la gente común, bolsillos cada vez más flacos. Trump, en cambio, tiró contra los políticos, pero apuntando a la clase trabajadora, esa que pedía cambios y reniega del establishment. El Aprendiz se mostró mejor enfocado que sus colegas célebres.

A la prensa también hay que culparla por haber azuzado la arrogancia. Pro liberal y anti conservadora, el periodismo endiosó a Hillary e incineró a Trump. No es malo que 500 medios se hayan expresado a favor de Hillary, pero fue injustificable que muchos hicieran activismo en contra de Trump.

Por ese activismo, los medios no fiscalizaron las encuestas, pese a que el Brexit inglés invitaba a la revisión de los métodos. Desdeñaron la conversación en las redes, donde Trump cosechó más euforias que Hillary. Y desacreditaron las denuncias de Wikileaks sobre el favoritismo demócrata por Hillary, cuando años antes legitimaron sin tapujos las denuncias de Assange contra el gobierno de Bush.

Lo más terrible, es que los medios se quedaron en su zona de confort, reflejando  la conversación de las grandes urbes costeras, pero olvidándose de los que viven en las zonas rurales y periferias. Un periodismo más equilibrado y certero hubiera contenido a esa multitud que ahora cree que le han robado los resultados y sus sueños.


Avivar la arrogancia, ya sea a propósito o involuntariamente, genera intolerancia y autocensura, dos elementos contrarios a la libertad de expresión. Los políticos y periodistas, custodios naturales de esta libertad, deberían ser los primeros en dar el ejemplo. trottiart@gmail.com