sábado, 6 de diciembre de 2014

Miami y la potencia de Art Basel

Miami es testigo de la potencia transformadora del arte.

Con Art Basel esta semana, la mayor feria de arte contemporáneo del mundo, la ciudad tiene otra imagen, más pujante y sofisticada. Lejos de aquel halo de corrupción que desde la ficción popularizó Don Johnson en Miami Vice décadas atrás.

Sería injusto atribuirle al arte la transformación que también corresponde al turismo, al deporte y al desarrollo inmobiliario. Sin embargo, luego del desembarco de Art Basel en 2002, Miami comenzó a proyectar esa imagen vanguardista y atrevida, convirtiéndose en meca y referencia mundial.

A diferencia de Basilea y Honk Kong que también prosperan por Art Basel, Miami ha rodeado al arte con ese glamour especial y popular que emana de celebridades y allegados a la música y la moda. Sirve de ejemplo Miley Syrus que el miércoles inauguró la semana del arte con un excéntrico concierto en el Raleigh, hotel art deco propiedad del diseñador Tommy Hilfiger. Fue, como muchos otros, un toque de mercadotecnia para hacer del arte un producto más cercano a la gente y comercial, rasgos que valoran galeristas y coleccionistas, siempre en busca de vidriera, mejores precios y mayores ventas.

La prensa es termómetro de la nueva imagen. Miami sigue con los vicios de siempre aunque superó el oscuro período cuando los periodistas llegaban a reportar sobre turistas asesinados y atracados. Hoy, en cambio, más de dos mil reporteros están acreditados en Art Basel Miami Beach para reportar el frenesí comercial de sus 267 galerías de 31 países y cuatro mil artistas. También fueron atraídos por casi un millar de galerías adosadas a las 23 ferias satélites como Pinta, Untitled y Scope, asentadas en carpas sobre la arena y en cada rincón del área metropolitana.

Art Basel tiene un empuje especial este año, derivado de los récords de recientes subastas en Nueva York, donde un bronce de Giacometti superó los 100 millones de dólares y el precio del arte latinoamericano superó su madurez. Compañías de seguros calculan que en Miami esta semana hay obras por más de tres mil millones de dólares, desde algunas valoradas en centavos hasta las de Warhol, Freud, Stella, Basquiat y Serra, que superan los cinco y diez millones.

El arte no solo genera más empleos, ingresos e impuestos por la actividad hotelera, restaurantera y comercial entre galeristas y coleccionistas, también contagia y catapulta el desarrollo. Gracias a Art Basel, en Miami todos los años abren comercios de marcas de lujo, restaurantes exóticos y galerías temáticas. También potencia la renovación de sus museos, como el Pérez Art Museum Miami que se inauguró hace un año frente a la bahía de Biscayne, e incentiva la creación de dos nuevos museos que abrirán en 2016.

Uno es el Instituto de Arte Contemporáneo, un edificio de tres pisos y jardín de esculturas que ocupará espacio en el Distrito del Diseño. Otro continúa la tendencia de coleccionistas locales que siguen abriendo museos privados, como las familias Rubell, De la Cruz y Cisneros. El anuncio lo hizo Gary Nader, un marchant de prestigio que quiere ampliar su galería con un Museo de Arte Latinoamericano para albergar a seis mil obras de su propiedad.

A la administración de la ciudad le interesa la atracción que despertará la primera mega exhibición que proyecta Nader con sus Botero, Lam y Frida Kahlo; pero, mucho más, que para sufragar su museo, construirá sobre él una torre con 300 residencias que le añadirá un nuevo touch al boyante paisaje urbanístico de Miami.

Art Basel también incentivó la creación de nuevos espacios. Barrios, como el de Wynwood, que solo eran bodegones de depósitos, de la noche a la mañana se convirtieron en estudios de artistas, diseñadores, arquitectos, galerías y centro comercial para muebles de lujo. Miami Beach, al cruzar la bahía, no se queda atrás. Se proyectan museos y una obra faraónica del constructor argentino Alan Faena, que ya le dio nombre a un distrito artístico que no para de crecer y deslumbrar.

Miami demuestra que el arte es mucho más que creatividad individual; es una usina que potencia a las demás actividades económicas. Transformada y con su nueva identidad artística, Miami se erige como ejemplo para otras ciudades en busca de actividades estratégicas que las hagan más atractivas y competitivas. 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Justicia injusta y desigual

Thanksgiving, el feriado por excelencia en EEUU, tuvo un sabor agridulce esta vez. El día en que se agradece a Dios por lo que se es y se tiene, quedó manchado por la siempre latente sensación de que la justicia es discriminatoria y racista.
Bastó que en jornadas previas al día de Acción de Gracias, un jurado no encontrara pruebas suficientes para procesar a Darren Wilson, el policía blanco que en agosto mató de varios disparos a Michael Brown, un joven negro residente de la ciudad de Ferguson.
La violencia que se produjo durante las protestas en muchas ciudades del país por la bronca de que el asesinato de un negro quede impune otra vez, no cuestionan la eficiencia de la justicia - en un país cuya grandeza está fundamentada en la fortaleza de sus instituciones - sino en que la justicia y las leyes no se apliquen a todos por igual.
Las estadísticas refuerzan este sentimiento. Ferguson está compuesta por mayoría de población afrodescendiente, sin embargo la policía, la justicia y las demás instituciones públicas están conformadas y lideradas por blancos. A nivel país los datos son más elocuentes sobre la aplicación desigual de las reglas. Los negros conforman el 40% de la población carcelaria del país, mientras que representan solo el 13% de la población total.
Más allá de la desigualdad de la justicia que ven algunos o de su eficiencia por no juzgar a nadie como chivo expiatorio según la visión de otros, lo trascendente es que el caso Ferguson demuestra que se necesitan profundos cambios políticos para neutralizar la discriminación, el racismo y la violencia.
La situación de Ferguson se puede extrapolar a otras ciudades del país, así como también a otros países latinoamericanos. En casi todas y todos se viven situaciones similares de discriminación que la justicia no logra aplacar, como las que padecen minorías étnicas, indígenas, inmigrantes y pobres. Debido a ese eterno desconsuelo y desconfianza que causa una administración de justicia desigual, América Latina se ha convertido en la mayor región del mundo con casos de justicia por manos propias o linchamientos y con cantidad apabullante de grupos parapoliciales o paramilitares incentivados por los propios estados para operar al margen de la ley.
Un estudio de la Universidad de Vanderbilt publicado esta semana no solo revela que el crimen y la violencia representan la mayor amenaza para las democracias latinoamericanas, sino que la confianza en la justicia (o la percepción de injusticia) tocó fondo en este 2014.
El Barómetro para las Américas de Vanderbilt, que mide los factores que generan confianza y desconfianza para la convivencia social, remarca que la impunidad y debilidad institucional de la justicia, son los aspectos que más potencian el clima de inseguridad.
Si bien se remarca la bonanza económica alcanzada en la región y que millones ya no estén dentro del rubro de pobreza extrema, se muestra el pesimismo general ante la sensación de inseguridad, un sentimiento que se fue acentuando en cada año de la última década. En 2004 la preocupación máxima era el estado de la economía, hoy es la violencia, el crimen y la impunidad. Los datos son fuertes: Uno de cada tres homicidios en el mundo se comete en América Latina que tiene la mayor tasa con 23 asesinatos cada 100 mil habitantes de promedio. En Centroamérica esa tasa sube a 34.
La violencia no solo genera estadísticas, sino miedo. El 40% de los latinoamericanos indicó que teme ser asaltado o matado en la calle o en transportes públicos, así como en sus propios barrios, donde asedian el narcotráfico y las pandillas juveniles. Además, existe poca confianza en los cuerpos policiales; en muchos países más cercanos a los delincuentes que a los ciudadanos.
El problema de esta cercanía con la violencia y la sensación de que la justicia y la seguridad están de manos atadas, dispara los índices de percepción sobre inseguridad, pero también provoca las olas migratorias de aquellos que escapan y buscan lugares tranquilos y, sobre todo, más justos.
Así, EEUU, el otrora oasis económico del continente, pese a Ferguson y sus problemas de seguridad, pero con índices manejables y una justicia todavía desigual pero eficiente, se ha transformado en el lugar donde muchos vienen a refugiarse. El mejor bienestar económico termina siendo una añadidura.