Finalmente llegó el día que
desde el 11 de febrero cuando anunció su despedida era el que más valoraba.
Quería dejar a un nuevo cónclave de cardenales elegir a su sucesor, después de
confesar en latín que las fuerzas físicas y de espíritu le flaqueaban y que no
podía seguir en frente de la barca de la Iglesia.
Muchos consideran que las
denuncias por corrupción dentro del Vaticano fueron las que lo alejaron del
trono de San Pedro, pero él siempre dijo que hizo su elección a plena
conciencia y en libertad. La artritis, un marcapaso con pila nueva y los
achaques de los casi 85 años, le hicieron valorar que su misión inconclusa para
arreglar la Iglesia por el tema de la pederastia y los escándalos financieros
del banco del Vaticano, demandarían mayores fuerzas y más tiempo. Prefirió
guardar sus fuerzas y sus últimos años para acompañar a la Iglesia con lo que
más sabe hacer este cura de profunda intelectualidad: orar y meditar sobre Dios.
A esta hora Benedicto XVI,
pronto a convertirse en Papa Emérito, ya se despidió de los cardenales, a
quienes les prometió que el próximo Papa tendrá su incondicional apoyo. En pocas
horas ya estará en la residencia de Castel Gandolfo para su despedida final, y
la Iglesia tendrá que aprender a vivir con una experiencia que no se repetía
desde hace más de siete siglos.
Muchos auguran una
fastidiosa relación entre el nuevo Papa y éste ya casi Emérito. Pero Benedicto
XVI ya dio probadas muestras del papel que tuvo como autoridad de la
Congregación de la Fe, siendo el apoyo más incondicional que tuvo Juan Pablo
II.
Benedicto XVI cumplió como líder de la Iglesia pero fue un puesto que no
deseaba. Se trata de un personaje que no quiso el poder por el poder mismo,
hubiera preferido estar detrás del trono, siendo el asesor de la Fe cristiana y
el guardián de su conocimiento, en lugar de dedicarse a las tareas burocráticas
que demanda el liderazgo administrativo.
Sin dudas, Benedicto XVI
vuelve ahora a su primer amor, al liderazgo espiritual, al contenido, al
estudio, a escribir, a pensar, y a seguir repensando su obra literaria y las
tres encíclicas que nos regaló en poco más de siete años de papado.
Benedicto XVI obligado a
asumir el liderazgo de la Iglesia nos regaló años inigualables en los cuales
debió remar contra la corriente y donde a veces desesperó porque Dios parecía
estar durmiendo como confesó. Su generosidad seguramente estará recompensada
por el sosiego de una vida interior que ama.