domingo, 10 de agosto de 2014

¿Promoción democrática o propaganda?

La política exterior de EEUU es compleja. Difícil distinguir entre programas de promoción democrática y propaganda. Lo que denomina acciones pro democracia en países autoritarios, aquellos lo perciben como intentos de desestabilización.

Esa diferencia de apreciación se evidenció de nuevo cuando la agencia de noticias AP reveló esta semana que el gobierno de Barack Obama sigue usando métodos secretos para provocar cambios políticos en Cuba. EEUU utilizó a jóvenes venezolanos, peruanos y costarricenses que, camuflados en actividades cívicas y sanitarias, reclutaban a sus pares cubanos con intenciones desestabilizadoras.

Cuba bramó. Es la segunda vez que AP denunció programas encubiertos de pro democracia dirigidos hacia la isla. En abril pasado descubrió la creación del ZunZuneo, una especie de “twitter cubano” que pretendía erigirse como una plataforma de inconformidad política entre jóvenes, con el objetivo de contagiar una “primavera” similar a la que ocurrió en países árabes.

En ambos casos, la estadunidense Agencia de Ayuda Internacional, USAID, que financió estos programas, no tuvo eficacia. El gobierno de Obama pareció pecar de ingenuo al usar métodos de propaganda para desestabilizar un sistema político tan perverso y restrictivo como el cubano.

Para contrarrestar la denuncia de AP, la ingenuidad fue más allá. La empresa contratada por USAID, Creative Association International, argumentó que solo entrenaba a jóvenes en derechos humanos, liderazgo y salud, sin meterse en cuestiones políticas; mientras que el gobierno justificó que empodera a los ciudadanos para que resuelvan problemas sociales y sean factores de cambio.

EEUU no debería pedir excusas. La promoción de la democracia en países opresores es parte del ADN de su política exterior tras la promulgación de la universalidad de los derechos humanos en 1948. Pero debería ser más trasparente y evitar métodos secretos cuando tiene opciones de hacerlo abiertamente y por canales diplomáticos; es que los programas clandestinos, muchas veces, derivaron en confrontación, invasiones o golpes de Estado.

A Cuba tampoco habría que prestarle mucha atención. Así como el refrán reza que “el muerto se asusta del degollado”, era obvio que aprovecharía la ocasión para potenciar su prédica anti imperialista y hacer propaganda, su mayor destreza. Cuba logró convencer al mundo entero que es una víctima de las grandes potencias signadas por el capitalismo salvaje y que Fidel Castro es un romántico, un intelectual de izquierda, cuando en realidad se trata de un maquiavélico y tirano, responsable de una de las dictaduras militares más largas y perversas de la historia.

Pese a los rodeos, excusas y buenas intenciones, este programa de jóvenes en Cuba huele más a propaganda que a promoción democrática. De ahí que esta semana varios legisladores estadounidenses protestaron y calificaron de irresponsable a Obama. Lo culpan por ejecutar este programa durante la misma época que el gobierno cubano apresó a Alan Gross, un contratista de la USAID, que fue condenado a 15 años de prisión en Cuba por repartir ilegalmente tecnología satelital y de internet entre miembros de la comunidad judía.

Otros activistas criticaron con vehemencia que algunas actividades usaran de pantalla unos talleres sobre sida, tirando por la borda la credibilidad de otros programas sanitarios que EEUU realiza en el mundo. Se le ve como una contradicción a la decisión de suspender el sistema de vacunación casa por casa con fines políticos en Pakistán, que le permitió a la CIA llegar a la puerta del escondite de Osama bin Laden en Pakistán.

El programa en Cuba, además, no solo es conflictivo por su carácter secreto, sino porque puso en riego a sus ejecutores, cuando el gobierno pudo haber usado a personal propio en lugar de jóvenes extranjeros. Además, sigue minando la credibilidad de la USAID, dándoles la razón a gobiernos de Ecuador, Venezuela y Bolivia que expulsaron a la agencia por involucrarse en política, más allá de su misión humanitaria.

Lo peor de todo es que estas tareas encubiertas y de propaganda minan las relaciones entre ambos países y pueden hacer retroceder negociaciones avanzadas sobre la morigeración del embargo económico, permisos de viajes e intercambio cultural.