Al contrario de lo que dice el dicho, en la política
la mentira tiene patas largas y, peor aún, no tiene consecuencias. Pero cuando pudiera
tenerlas, los gobiernos se apuran a neutralizarlas con más propaganda.
La más descarada fue la de Cristina Kirchner. Anunció
que en Argentina la pobreza es del 5%; cifra irrisoria si se la compara con el
40% al que la sitúa un informe reciente de la Universidad Católica Argentina.
Sin vergüenza a la ridiculez, la Presidenta, que emula
a Hugo Chávez con tal de ser foco de atención permanente, contrarrestó con
anuncios rimbombantes las comparaciones sobre el nivel de vida entre argentinos
y alemanes. Aumentó un 30% las asignaciones familiares y el presupuesto de Fútbol
para Todos que tiene ahora más dinero que la Secretaría de Cultura. Pan y
circo.
La mentira pulula entre los gobiernos y es tema
central de “Alabado Sea”, la primera encíclica del papa Francisco sobre la
contaminación de la “casa común”. Francisco responsabiliza a los políticos y
compañías por “enmascarar” los problemas ambientales, mentir y “manipular la
información”, favoreciendo sus intereses por sobre el bien común.
Los ricos, señaló, son más responsables. El sayo le
cabe, entre otros, a Barack Obama. Pese
a declamar buenos deseos ambientales, duplicó la explotación de energías
fósiles, un atajo oscuro para sanear la economía.
La falta de transparencia atraviesa todo color y nivel
de gobierno. Desde el espionaje a ciudadanos que denunció Edward Snowden, a las
mentiras de Michel Bachelet para encubrir a su hijo o la propaganda del
nicaragüense Daniel Ortega, que cada vez que sus familiares se quedan con un
nuevo negocio, ya sea una televisora, una finca o una generadora de
electricidad, desvía la atención aumentando los beneficios de los programas
Hambre y Usura Cero. Combinación perfecta de nepotismo y clientelismo, adobado
con propaganda de alto calibre.
Enmascarar la información, como señala el Papa, es
habitual en el gobierno del ecuatoriano Rafael Correa. Su última ficha la consumó
esta semana. Logró que un juez adicto a su gobierno, Patricio Pazmiño, sea elegido
a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una institución a la que le
declaró la guerra y a la que quiere desaparecer, según sus propias palabras.
Después de una dura batalla mediática en contra del
Sistema Interamericano, al que no pudo doblegar, el presidente Correa se
apersonó ante la sede de la Corte en Costa Rica y le donó un millón de dólares.
A todas luces, se leyó como un soborno político con la intención de comprar un
asiento en el tribunal para alcanzar su objetivo de desmantelar el Sistema y para
neutralizar cualquier sentencia en su contra, especialmente aquellas sobre causas
medioambientales.
Como caballo de Troya, Pazmiño tiene su símil en el
juez Eugenio Zaffaroni que el gobierno argentino también logró meter en la
Corte. Ambos magistrados, politizados y distantes a la imparcialidad que el
cargo requiere, posiblemente seguirán respondiendo a sus gobiernos más que a la
Justicia.
La auto alabanza de Cristina y Nicolás Maduro tras
recibir un premio de la FAO por la lucha contra el hambre con el que habían
galardonado a medio mundo, demuestra que la propaganda es una gran aliada del
poder político, por lo que no pueden soslayarse sus efectos y beneficios. Las
mentiras repetidas mil veces suelen convertirse en verdades, sostenía Gobbels,
el arquitecto del nazismo.
Un estudio divulgado esta semana por la Universidad de
California sobre el régimen de Hitler, reveló que la propaganda y la
intervención política fueron muy útiles para tapar la realidad y modificar las
creencias de la población, especialmente por lo que se inculcó a través de los
sistemas educativos y de las organizaciones juveniles.
El problema para los gobiernos es cuando no tienen
dinero para gastar en propaganda como los casos de Guatemala y Honduras. Ahí se
observa cómo las mentiras tienen patas cortas, como bien reza el dicho, algo
que quedó en evidencia con las recientes protestas convocadas en las redes
sociales que derivaron en la renuncia de Rosana Baldetti, vicepresidenta guatemalteca.
Por todo esto, la fórmula para detectar cuán corrupto y mentiroso es un gobierno no es nada difícil: Es suficiente con constatar cuán elevado es su gasto en propaganda y autobombo.