No debe haber peor bofetón, desaliento
y frustración para un opositor cubano que ser ignorado por los jefes de Estado de
toda Latinoamérica, el Caribe y los líderes de la ONU y la OEA, como estará
sucediendo entre hoy y mañana en La Habana durante la cumbre de la CELAC.
Los disidentes cubanos por
décadas han sido agredidos, golpeados, encarcelados, reprimidos y restringidos,
pero siempre pudieron soportar la opresión a cambio de la esperanza de que
algún día, cuando la cultura democrática floreciera en todo el continente,
fueran reconocidos como fuerza política mientras su gobierno sería arrastrado,
inexorablemente, a ese sistema.
Pese a todas las agresiones,
los disidentes cubanos, desde las integrantes de las Damas de Blanco, o los más
conocidos como Biscet, Fariñas y Yoani, entre tantos otros desconocidos y anónimos,
vivieron cada honor y premio en el exterior – o desde las cárceles – como un
reconocimiento a su lucha personal; pero, más aún, como un voto de castigo al gobierno
dictatorial y anacrónico de la familia Castro.
Se equivocaron y feo. La
dictadura, siempre adicta a los subsidios extranjeros, desde Rusia a China
pasando por Venezuela, se la ha ingeniado para sobrevivir económica y políticamente.
Su mejor último aliado ideológico, el finado ex presidente Hugo Chávez, fue
quien sostuvo al régimen con petróleo y quien en 2009 lo devolvió al seno de la
OEA y creó esta CELAC en 2010, para que Cuba se crea políticamente libre para
tratar de igual a igual al resto de gobiernos democráticos, pese a las condiciones
remachadas en los tratados internacionales, como la Carta Democrática
Interamericana.
El gobierno cubano reclama
mayores libertades mediante acuerdos económicos que permiten que los cubanos puedan
trabajar por cuenta propia, alquilar viviendas o comprar automóviles. Sin
embargo, sigue restringiendo las más importantes, las políticas, que tienen que
ver con el derecho al voto, a la libertad de expresión y a la libertad de
asociación y reunión. Es el único régimen de las Américas que se arroga en
forma monopólica todas las potestades políticas de la nación.
Los disidentes pueden
comprender este destino, pero lo que les resulta despreciable es que, por
conveniencia política, todos los líderes presentes en La Habana los ignoren
para no incomodar a los hermanos Raúl y Fidel Castro. Les duele que teniendo una
oportunidad histórica en su propio suelo, la CELAC termine hablando sobre la
importancia de las plantaciones de quinua, la soberanía de los estados y de que
se declare zona de paz a Latinoamérica, pero calle sobre la paz y la libertad que
a ellos y a todos los cubanos se les niega en su propio país.
Los disidentes sienten la
cachetada fuerte y tal vez esta sea la más hipócrita que han tenido que
soportar, porque ha sido en su propia casa. Están en su sano juicio si
consideran que la cumbre es una burla a la democracia y a sus aspiraciones.