El nadador Ryan Lochte, la
candidata Hillary Clinton, la ex mandataria Cristina Kirchner y el presidente
Nicolás Maduro demuestran que es inválido aquel adagio sobre que “la mentira
tiene patas cortas”. Los políticos en el poder usan propaganda para que los
engaños se confundan con verdades y maniatan a la justicia para que los delitos
se barajen como simples problemas éticos.
En el deporte, donde la
propaganda no existe, el bien y el mal son más fáciles de diferenciar. Por eso Lochte
sufrió de inmediato los efectos de su mentira en Río. Perdió a sus
patrocinadores, sus connacionales lo destronaron del pedestal dorado y la
justicia brasileña lo procesó por inventar un robo. Lo mismo le sucedió al ciclista
Lance Armstrong. Perdió siete trofeos del Tour de Francia tras confesar que los
corrió dopado. Por la mentira perdió honores y millones.
En la política las patas son
largas. La verdad es más difícil de distinguir. Nada es blanco o negro, sino
con infinitas tonalidades de grises. Propaganda, negociaciones, pago de
favores, encubrimiento y falta de transparencia, sirven para disfrazar los
hechos, confundir a la opinión pública y evitar que la justicia actúe con claridad
y rapidez.
En las campañas electorales las
mentiras no suelen tener consecuencias. Las de Hillary Clinton están
morigeradas por su propaganda electoral, al adjudicarle su corrupción a la
verborragia de su contrincante. Clinton niega que los gobiernos árabes y
africanos que donaron dinero a su fundación obtuvieron su trato preferencial
mientras era secretaria de Estado. Ante toda evidencia, niega que usó cuentas
de correo personal para distribuir mensajes clasificados y niega, pese a
correos filtrados que la desmienten, que las autoridades del Partido Demócrata
la beneficiaron por sobre su oponente Bernie Sanders. Todo lo disfraza como a aquellos
affaires de su marido.
Clinton tiene la suerte que
Donald Trump también miente. A diario, los sitios que detectan mentiras, FactCheck.org
y PolitiFact.com, se hacen picnics con las inexactitudes del candidato. Y
semanas atrás debió defender a su esposa por plagiar a Mitchel Obama y un
título de arquitecta que nunca obtuvo.
Los políticos suelen pagar
las consecuencias de sus mentiras recién cuando dejan el poder. América Latina
está lleno de presidentes y vices que terminaron en la cárcel después de que no
pudieron eternizarse con la reelección o auto exiliarse en países amigos y sin
tratado de extradición, artimañas preferidas de aquellos que se escudan en la
impunidad.
Todo indica que alejada del
poder, Cristina Kirchner correrá la misma suerte. Los procesos judiciales se le
están acumulando y solo basta un disparador para que termine presa. Los
Cristileaks, cientos de movimientos financieros por 500 millones de dólares en
siete bancos internacionales, pueden ser la gota que rebalse el vaso o la
mentira más palpable con la que se cercioren todas las demás.
Existe una regla muy fácil
de medir en la política. La inversión en propaganda es directamente
proporcional a la cantidad de mentiras. De ahí que en el gobierno de Kirchner la
información oficial era tergiversada u omitida para que sea consecuente con el
relato. Se mintió sobre índices de inflación, desempleo y pobreza, y cualquier
desmentido era neutralizado con campañas de desprestigio contra sus
interlocutores.
En Venezuela, Nicolás Maduro
tiene el mismo patrón para gobernar. Disfraza su prepotencia con propaganda y
clientelismo. Miente mucho y, como todo mitómano patológico, termina siendo
cada vez más autoritario para poder defender sus realidades inventadas. Fantasea
éxitos de una revolución inexistente para aferrarse al poder; incluso, pese a
un mandato constitucional que lo obliga a someterse a un referendo revocatorio.
Los mitómanos como Maduro y
Kirchner no suelen medir las consecuencias mientras tienen el poder, y cuando
lo pierden y se sienten acorralados, terminan con la paranoia típica de los que
se creyeron sus propias mentiras. Acusan a todos de perseguirlos, así sean
opositores, arrepentidos, periodistas o jueces.
Por fortuna para la
política, a las mentiras de patas largas se le antepone aquella frase del
célebre Abraham Lincoln: “Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo,
pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. trottiart@gmail.com