Últimamente el fútbol de seleccionados nacionales nos viene dando varias sorpresas. Si el de México hace poquito nos sorprendió cuando ocho jugadores antes de la Copa América invitaron prostitutas a sus cuartos de hotel en Quito, tras un partido de preparación contra Ecuador; esta semana Claudio Borghi, el director técnico de Chile, nos deslumbró cuando echó de la concentración a cinco jugadores por llegar borrachos, antes del partido de hoy contra Uruguay.
No es para menos. Al argentino Borghi, que es más permisivo que su antecesor el “Loco” Bielsa, le debe haber dolido en el alma tener que expulsar a Jorge Valdivia (Palmeiras), a Arturo Vidal (Juventus), a Jean Beausejour (Birmingham), Carlos Carmona (Atalanta) y Gonzalo Jara (Brighton Hove Alvion), sabiendo además que no podrá contar con ellos en toda la eliminatoria rumbo al Mundial 2014, ya que las multas serán altas y las sanciones podrán alcanzar hasta los 50 partidos de suspensión.
Anoche escuchando en la radio al famoso comentarista y relator Andrés Cantor, decía que Borghi hubiera tenido que disciplinar a los jugadores, pero no hacer público el por qué. Haciendo una analogía, dijo que si él hubiera llegado pasado de copas al estudio de radio, su jefe lo hubiera apartado del micrófono, disciplinado quizás, pero no hubiera dicho nada en público.
Creo que Cantor se equivoca. Borghi hizo lo correcto. Aquí no se trata de hacer escarmiento público, pero sí de disciplinar a quienes tienen la representación de la camiseta de un país o, incluso, de una hinchada. Valga para eso lo que sucedió en el caso de México con los ocho jugadores suspendidos por seis meses por el tema de las prostitutas y por el escándalo anterior mexicano durante la Copa Oro en el que cinco jugadores dieron positivo por dopaje, aunque culparon al consumo de carne vacuna por la irregularidad. En ambos casos las autoridades dudaron en hacer pública las maniobras de los jugadores, y el escándalo creció en forma desproporcional.
Como cualquier entrenador, Borghi tiene la responsabilidad no solo de que su equipo se clasifique, de que juegue bien, sino de de decir la verdad, mantener la disciplina y la concentración para que el equipo alcance sus objetivos. Su conducta pueda ser que le ocasione tropiezos a corto plazo, pero a mediano y largo plazo, el fútbol chileno sale ganando.
Era de esperar que los jugadores chilenos le echen la culpa a los medios y a los periodistas por inflar el escándalo, sin advertir que fue la conducta de ellos – y de más nadie – la que perjudicó al equipo y a Chile. Y por ello deben sentirse responsables y ser castigados de acuerdo a los parámetros de la asociación futbolística de su país. La medida de disciplina no es solo contra ellos, sino a favor del futuro del fútbol chileno.
A Borghi no le cabía otra cosa, y si no disciplinaba, él debería ser el responsable número uno. Así quedó demostrado esta semana en el fútbol americano estadounidense, donde el coach más ganador de la historia, Joe Paterno, fue expulsado de las filas de la Universidad de Pensilvania, porque no hizo lo suficiente por tomar medidas contra un asistente de quien se había denunciado que había abusado sexualmente de menores, hasta en los vestuarios del equipo.