domingo, 22 de marzo de 2015

Supermujeres

Atribulada por la corrupción galopante, las protestas sociales y la caída precipitosa de popularidad, Dilma Rousseff se desdibujó como la heroína que podía catapultar el papel de la mujer brasileña a otras alturas.

Su historia de joven revolucionaria, sufrida por las torturas y conquistadora de multitudes, era buen precedente, pero ahora resulta insuficiente. A no ser que revolucione con leyes anticorrupción más estrictas y encarcele a todos los corruptos que deambulan la órbita del poder, Dilma difícilmente podrá reivindicarse como líder y a su género.

Una lástima. La trituradora de la política ha debilitado su liderazgo en la lucha contra la violencia de género. Como en muchos otros países, tal el caso de Guatemala, India y México, donde los feminicidios son cosa de todos los días, Brasil tampoco es paraíso para las mujeres. Cada 90 minutos una es víctima de violencia.

Todo esto, pese a que semanas atrás, cuando Madonna denunciaba a capa y espada que “las mujeres seguimos siendo el grupo más marginal” y que “los derechos de los gais han progresado más” que el de las mujeres, en Brasil se aprobaba una ley importante, que considera un agravante el homicidio por violencia de género, elevando las penas a 30 años de cárcel.

Madonna, más allá de las controversias que desata, es una de estas supermujeres que constantemente reivindica el papel de sus pares en la sociedad. Pero no todas lo pueden hacer como ella desde posiciones privilegiadas. Muchas lo hacen como amas de casa o madres, para quienes no hay premios ni reconocimientos; como monjas de clausura incomprendidas; o como periodistas, científicas o ejecutivas con mayor capacidad que los hombres, pero por menos paga, como lo reclamó ovacionada la actriz Patricia Arquette en la gala de los premios Oscar.

Confieso que no me generan tanta admiración una ejecutiva o una premio Nobel como aquellas más vulnerables que se exponen a las arbitrariedades. Como una refugiada que deja todo con tal de salvar a sus hijos de una guerra; como la ama de casa pobre que con esfuerzo cose para afuera; como aquella que sigue los pasos de la Madre Teresa a favor de pobres y enfermos; o como Dilma y tantas otras, que no tuvieron más remedio que sobreponerse a su desgraciado destino y pelear contra la opresión.

Muchas son las heroínas que se la juegan a diario. Cinco de ellas están en China, todavía encarceladas desde que el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, quisieron lanzar una campaña con folletos y pegatinas en contra del acoso sexual en el transporte público. Las procesaron acusándolas de “provocar disturbios”, cuando solo pretendían crear conciencia pública sobre este tipo de abusos que en India, y en varias ciudades de Latinoamérica, suelen alcanzar el grado de violación y asesinato. La desproporción de fuerzas fue un mensaje. Las autoridades quisieron silenciar a una minoría política que busca crear una ley contra la violencia doméstica y el acoso sexual, y evitar así que la mala imagen de China se propague por doquier.

En América Latina también existen supermujeres que deben luchar contra la opresión diaria. Una de ellas es la periodista cubana Yoani Sánchez cuya imagen humilde y frágil a primera vista, esconde la determinación y valentía con la que se opuso al régimen castrista, combatió la censura y se sobrepuso a los golpes y al desprestigio cotidiano. Una heroína que se abrió paso con su pluma y sus gritos por libertad en su blog Generación Y y en 14ymedio, el primer diario digital estructurado e independiente.

Cuando uno da nombres y ejemplos, corre el riesgo de omitir muchos. En mi caso sería injusto que no reconociera a quien considero mis dos supermujeres, quienes más me han influenciado y que hicieron y hacen una diferencia en mi mundo: Mi madre y mi esposa.

A mi mamá la Tota le debo lo que soy;  hace mucho que se fue, pero su espíritu vive sin tiempo ni espacio en todo mí ser. A mi esposa Graciela, después de 30 años de casados, cumplidos este 20 de marzo, le debo todo lo demás: Nuestros hijos, lo que ellos son y lo que yo aprendí a ser. Esa es su obra más generosa, sin egoísmos, habiendo postergado sus sueños personales para abrazar los nuestros. A ambas les estaré siempre en deuda y muy agradecido.