este es un test
Prensa y Expresión
Sin libertad de prensa no hay democracia -- Blog por Ricardo Trotti
domingo, 6 de diciembre de 2020
domingo, 2 de agosto de 2020
Usar mascarillas y arrodillarse
El Covid-19 no es la única pandemia. La del racismo es más profunda,
menos pasajera, menos curable. Para principios del 2021 la pandemia del coronavirus
se superará con una vacuna. El racismo no la tendrá tan fácil a pesar de que la
conciencia mundial sobre el tema es más saludable que nunca.
Los símbolos de ambas se han politizado, y confundido, en especial en EE.UU.
poco antes de las elecciones presidenciales de noviembre. No usar mascarilla para
evitar contagiarse o propagar el contagio, o arrodillarse o no al escuchar el
himno nacional para formar parte del movimiento #blacklivesmatter en contra del
racismo, se han convertido en posiciones políticas frente a Donald Trump, el
gran polarizador.
Aunque es válido respetar la actitud que la gente asume, ya sea nivel
personal como social, hay que diferenciar las responsabilidades que como
individuos tenemos ante ellas.
Ante el racismo, la actitudes individuales y sociales no tienen mucha
diferencia. Arrodillarse o no es una elección personal que no modifica la
conducta social; es un tema de conciencia, que puede generar un contagio
saludable.
Por el contrario, el uso o no de la mascarilla es una responsabilidad individual
que si puede modificar drásticamente a la sociedad. Por ello es sano que los
gobiernos obliguen socialmente el uso de mascarillas para defender un derecho
(a la vida) individual. Las mascarillas, bajo justificación de estudios científicos,
son una herramienta válida para defender la vida.
sábado, 6 de junio de 2020
Black Lives Matter: ¿Punto de inflexión contra el racismo?
Ojalá que la muerte de George Floyd no sea en vano. Ojalá
que la incordia, enojo e impotencia por el marcado racismo de la policía que
quedó en evidencia con la asfixia y asesinato de Floyd, convierta a las
manifestaciones pacíficas en un movimiento que no solo reclame justicia como un
valor social y moral, sino que aliente y desemboque en medidas concretas.
Ojalá que el movimiento no desvanezca tal suele
ocurrir con otros debates trascendentes que se apagan a las pocas semanas como
el de la posesión de armas cada vez que hay una nueva matanza en un shopping,
escuela, iglesia o cuartel.
La fuerza desproporcionada, brutal y exagerada de la
policía contra los afroamericanos y en general es habitual y está siempre
latente. En los últimos seis años fueron asesinados por la policía 1.994
afroamericanos o el 24% de un total de 7.663 personas.
Ante estas cifras espeluznantes, la peor de todas es
la que marca que el 97% de los asesinos queda en la impunidad, ya sea
protegidos por códigos internos de lealtad policial o por los fiscales que no quieren
acusar a los oficiales sabiendo que tienen pocas chances ante jueces que
interpretan y justifican el uso de fuerza letal si el oficial arguye que estaba
en peligro su vida o la de otras personas.
La violencia policial tampoco se erradicará hasta que
las policías sean más inclusivas, ya que están desproporcionadamente
compuestas por agentes blancos en ciudades de predominancia afroamericana. Y también
se debe reconocer que el racismo no es solo una cuestión de violencia per se. Como
talón de Aquiles de la sociedad estadounidense, está arraigado al problema de
desigualdad económica y la pobreza de los afroamericanos, su segregación
demográfica y los desacuerdos sobre los alcances de la acción afirmativa, una
política pública que devino del movimiento de derechos civiles de los 60.
Ojalá que el caso de Floyd se mantenga sobre el
tiempo y sea el punto de inflexión que desemboque en un verdadero cambio de
políticas públicas para contrarrestar la fuerza brutal y desproporcionada de la
policía y erradicar el racismo y la discriminación en general.
Los movimientos por los derechos civiles, por la
igualdad de la mujer, el #metoo, las acciones en contra de la pederastia y a
favor de los derechos de las personas con distinta orientación sexual, demuestran
que los cambios son posibles. Cada uno de ellos devino de una crisis o tras la denuncia
de un hecho espeluznante que atrapó la atención ciudadana y, asqueada de tanta
impotencia e impunidad, convirtió su protesta en un movimiento por el cambio.
La apuesta para que el movimiento Black Lives Matter sea el punto de inflexión del
cambio está en mantener el caso de George Floyd en la agenda pública y no dejarlo desvanecer
como ocurrió con tantos casos similares. La responsabilidad es de todos, de los
políticos, los líderes de la sociedad civil, los activistas, los medios de
comunicación y de nosotros los ciudadanos.
sábado, 30 de mayo de 2020
Trump y el “silver bullet” contra Twitter y Facebook
Las redes sociales no son perfectas. Tampoco imperfectas. O son lo uno o
lo otro según las usamos, nos mostramos y las consumimos. En definitiva, son un
reflejo de nuestros aciertos y errores, de nuestras buenas o malas intenciones.
Los algoritmos y editores de las plataformas como Twitter, Facebook,
YouTube, Instagram o TikTok a veces censuran lo que es bueno e inofensivo y
permiten lo malo y delictivo. Repito, no son perfectas. Se equivocan, como
nosotros, y también piden perdón, como Mark Zuckerberg de Facebook y Jack
Dorsey de Twitter, tras la oleada de noticias falsas, la intromisión en
nuestros datos privados e intimidad.
Pese a lo bueno y malo, las redes sociales han empoderado, como nunca en
la historia, a que cualquier persona del mundo tenga una voz, algo que opinar,
reaccionar o compartir. Sirven para convocar causas, empoderar a los
marginados, decir verdades que duelen y molestan y también para mentir, manipular
y engañar. Repito, son perfectas e imperfectas, como nosotros, los humanos.
Pero sin ellas ya no nos imaginamos el mundo. Sin ellas sería como vivir en una
pandemia o cuarentena perpetua.
¿Tienen responsabilidad legal por sus contenidos?, ¿es decir por
nuestros contenidos que distribuimos en sus plataformas? Las plataformas
argumentan que no porque no son fabricadores de contenido como los medios de
comunicación que sí son legalmente responsables por lo que publican. Las
plataformas siempre se han defendido de que no crean contenidos, sino que son
simples distribuidores. Hasta acá es un argumento razonable y amparado por ley,
al menos en EE.UU. y hasta hace unos días, cuando el intempestivo presidente
Donad Trump, enojado personalmente con Twitter, decidió firmar un decreto que
le quita la inmunidad legal y hace a las plataformas responsables por su
contenido. (Todavía es temprano para saber si el decreto tendrá dientes, le
será difícil, porque posiblemente habrá peleas ante los tribunales y será de
larga data o la Comisión Federal de Comunicaciones, la que en definitiva tiene
que validar la nueva regla, no lo hará simplemente para congraciarse con Trump.
La CFC es autónoma, independiente y sus vaivenes son más técnicos que políticos).
Pero también existe el otro argumento. Desde que las plataformas usan
algoritmos y editores para eliminar contenidos o limitar contenidos o editarlos
o hacer algunas advertencias, como sucedió con los tuits de Trump, se están
convirtiendo en editores, un rol ya no de simples distribuidores de contenidos,
sino casi parecido al de los medios de comunicación. Y por esa rendija, puede
que entre el tema de la responsabilidad ante la ley.
Digo puede porque todavía no me convence este argumento. Las redes
sociales son vastas y tienen que hacer maravillas día a día para evitar
propagar noticias falsas y hechos delictivos, como el discurso de odio o la
apología de la violencia. Desde hace años se les está exigiendo editar
contenidos.
En fin, estos argumentos y todos los grises entremedios no son de fácil
solución o tal vez no haya un “silver bullet” o una solución simple para un
problema tan complejo. Requiere una discusión de alto octanaje que involucre a
toda la sociedad civil, entre ellos las plataformas, los ciudadanos, los
medios, los legisladores, jueces y políticos. No puede haber una medida
unilateral, esta es una discusión sobre nuestras libertades como individuos y como
sociedad.
Lo que no es bueno es que salga un presidente como Trump, o cualquier
otro, ya sea Putin, Bolsonaro, Fernández o López Obrador y abusen de su
privilegio para dictar decretos en contra de la libertad de expresión para
acomodarlos a la horma de sus zapatos.
El debate debe ser más elevado, sin los enojos ni la ideología que le
suelen imponer los políticos a todas las cosas como si estuviéramos en un
proceso electoral y polarizado continuo.
miércoles, 29 de abril de 2020
La fuerza de los caricaturistas
El director del diario La República, Perú, Gustavo Mohme me invitó como columnista invitado de su diario para que comente sobre el valor de la caricatura, luego de que su caricaturista estrella, Carlin, se viera involucrado en una fuerte controversia y hasta recibido amenazas por la caricatura sobre el expresidente Alan García que ilustra este post.
Esta es mi columna de hoy:
Los periodistas envidiamos la fuerza de los caricaturistas. Con solo un par de trazos exagerados, una dosis de
ironía y con simples analogías, abordan con simpleza temas complejos, encienden
debates e incitan hasta a los más indiferentes.
Desde que en 1754 Benjamín Franklin
creó el primer dibujo político en el Pennsylvania Gazette llamando a la unidad
por la independencia de los nuevos territorios de la Nueva Inglaterra en contra
de la Gran Bretaña colonialista, ningún diario de prestigio pudo escindir del
recurso de la parodia y el humor para complementar historias, desafiar a los
poderosos y burlar a los opresores.
Cuando en las dictaduras militares de
Argentina, Brasil o Chile los periodistas no podían poner en palabras o
imágenes los hechos reales, los editores llamaban a sus mejores dibujantes para
sabotear la censura. Tan temible era su fuerza liberadora que muchos caricaturistas
también engrosaron las desgraciadas listas de desaparecidos.
Hoy
la historia política no podría contarse en Perú sin caricaturistas como Carlin
o en EEUU sin los dibujantes que se regocijan con las ocurrencias de Donald
Trump, rebosante de atributos de los que se nutre la caricatura: es intempestivo,
burlón, profuso en adjetivos y su construida melena y tez azanahoriada son
símbolos distintivos que fácilmente adoptan los caricaturistas.
Pero, a pesar de que la caricaturesca
personalidad de Trump invita a la burla, también existen algunos límites por la
que a veces los dibujantes deben enmendar errores, pedir perdón o hasta pueden
perder sus trabajos. Sucedió con la humorista Kathy Griffin a quien la CNN la
retiró como a una de sus animadoras estrella después de sostener una foto con
la cabeza de Trump recién degollada. También ocurrió con The New York Post que
debió pedir excusas después de caracterizar a Barack Obama como a un chimpancé.
Esto demuestra que si bien la fuerza
artística de la caricatura - dibujo + sátira - escapa a los límites de
autenticidad de otros géneros como la crónica, la investigación y hasta el
video y la fotografía, no puede evadir ciertos límites éticos y legales que
tienen los medios y el periodismo.
Por un lado, no es tan importante si
se parodia a Trump o a Obama, a Alberto Fujimori o a Alan García, como que la sátira
esté apegada a los hechos y al contexto, y que sea imparcial y diversa en
personajes, alejada de la ideología política de los retratados. Por el otro,
los límites legales como la apología de la violencia o del terrorismo, el
discurso de odio y la discriminación, son infranqueables para todos los
géneros, incluida la caricatura.
Estas responsabilidades admitidas por
los medios invitan a los ofendidos a acudir a los tribunales para resolver
conflictos y no a hacer justicia por manos propias. La masacre en la sala de
Redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdó a manos de musulmanes
fanáticos por la caricaturización de Mahoma con un turbante de bombas,
distancian la barbarie de la conducta de tolerancia a la expresión que debe
existir en un estado de derecho.
En el nuevo contexto digital, en el
que los memes, el bullying y los insultos pululan sin límites ni filtros en las
redes sociales agitados por la polarización política, hay que celebrar que los
medios y el periodismo profesional tengan al humor político como uno de los géneros
más potentes para crear debate y construir democracia.
sábado, 25 de abril de 2020
Tráfico de médicos: tan culpable el país que trafica como el país recipiente
Sus misiones médicas siempre han creado controversia porque forman parte
de un aceitado sistema de propaganda ideológica. Lo utiliza para exportar las “bondades”
de un sistema obsoleto, infiltrar sistemas políticos con red de espionaje y
estrategias proselitistas para desarmar a críticos y opositores, y para obtener
rédito económico que, hacia el interior, solo beneficia a los privilegiados de
siempre: funcionarios y partidarios.
El común de los cubanos, incluso los médicos y sus familias no perciben
esos beneficios, solo un 15% del salario. Tampoco se les permite decidir con libertad,
deben entregar sus pasaportes y si escapan o lo intentan, sus familiares en la
isla asumirán los riesgos. Las represalias oficiales van desde ser despedidos
de sus trabajos, no poder ingresar a la universidad, recorte de víveres en la
libreta de racionamiento y límites a la movilización interna. Todo esto, sumado
a la cuarentana de libertad que arrastran por más de 60 años.
Es bochornoso que los países recipientes ignoren la violación a los
derechos humanos y que incentiven a un régimen dictatorial y opresor contratando
ese tipo de servicios. Aún peor, es que los países recipientes no se den por
aludidos sobre que, en el tráfico de personas, es tan culpable y delictuoso quien
origina el crimen como quien se beneficia de él. Y en este punto no se tiene que
entrar en disquisiciones políticas o de afinidad ideológica – ni echar culpas
al “imperio” ni ponerse a favor del nuevo gobierno argentino que los contrató ni
en contra de los nuevos gobiernos de Bolivia, Brasil y Ecuador que los
expulsaron – solo basta con ser objetivos y leer las categóricas acusaciones contra
las autoridades cubanas de las relatorías sobre esclavitud contemporánea y
trata de personas de la ONU: esclavitud, persecución y trabajo forzoso de miles
de profesionales de la salud.
Cuba (también los países receptores) no puede vender gato por liebre. Si
hay una transacción comercial de por medio, debe buscar el nombre apropiado a
su fórmula, ser transparente con lo que cobra a los gobiernos y paga a los médicos
o trabajadores de la salud según sus calificaciones, darles libertad y no
imponerles conductas autoritarias como si estuvieran en su propio país. Y,
sobre todo, los médicos cubanos debieran estar alejado de cualquiera otra actividad
que no sea la salud pública.
Más allá de cualquier posicionamiento que cada uno pueda tener sobre las
misiones médicas de Cuba, lo que llama la atención es que nunca nadie puede
explicar nada con total transparencia.
domingo, 12 de abril de 2020
El futuro de los medios de comunicación
La pandemia del Covid-19 es un punto de inflexión de la humanidad y en el futuro nuestra relación con el entorno social, económico y político será distinta; ni mejor ni peor, distinta. Los desafíos serán otros, y el éxito y la felicidad se medirán con otros parámetros.
Es difícil aventurar cómo serán los medios de comunicación y el periodismo en el futuro, pero es fácil advertir que las tendencias que ya venían marcando pista en la última década se profundizarán: innovación tecnológica, calidad en los contenidos, consumo de noticias en plataformas no tradicionales y fuentes diversas para la sustentabilidad del negocio periodístico.
La tendencia más notable y auspiciosa está en el redescubrimiento del mensaje creíble como marca registrada del periodismo. La credibilidad y la confianza del contenido noticioso se reafirma como sostén prioritario de los medios. El fact-checking deja de ser una reacción de los medios ante el nuevo entorno de las noticias falsas para irse convirtiendo en un nuevo género periodístico.
Las encuestas demuestran que las audiencias siguen conectándose en las redes sociales, se divierten, se distraen, socializan y asumen causas. Sin embargo, dejan en evidencia que buscan, leen, se informan y confían más en los contenidos de los medios tradicionales. La marca del medio, su estilo, su selección noticiosa, la verificación de los contenidos, sus investigaciones, sus denuncias y su vocación de “perro guardián” refuerzan y refundan el papel tradicional del periodismo y de los medios.
Todo esto no es automático ni a todos los medios les irá bien, pero la tendencia remarca que las mejores armas para sobrevivir la tendrán aquellos que apuesten a la calidad de los contenidos. Esto implicará crear contenidos diferenciadores, más creativos, más apegados al periodismo de soluciones y colaborativo para poder empoderar más a la gente, como alternativa al periodismo reactivo, de denuncia y de investigación. Más periodismo proactivo que reactivo, y sin activismo. No habrá que equivocar con dar a las audiencias lo que ellos quieran, sino que los medios deberán mantener un liderazgo en la agenda pública y seguir hablando sobre lo que incomode.
La innovación constante será un departamento más junto a los de fact-checking, mercadeo, circulación, publicidad o suscripciones. Los grandes medios vienen marcando la pauta, contratando a más ingenieros de sistemas y analistas. Los proveedores de servicios tecnológicos deberán seguir abaratando costos y trabajando con licencias de productos en constante innovación, más que con paquetes cerrados que terminan obsoletos a los pocos meses.
Quedó en evidencia con esta pandemia que la plataforma o soporte para difundir noticias ya no es relevante, en especial la de los medios escritos. Se ha acelerado el proceso digital y el consumo de papel es cada vez menor. El uso del móvil es más práctico y hasta saludable desde toda perspectiva, además de que los gobiernos están invirtiendo más en infraestructura de internet. Desde Bolivia a EE.UU., pasando por Chile, Nicaragua o Venezuela, aunque por causas diferentes, muchos periódicos dejaron de imprimir total o parcialmente. Y si a esto se suman los costos de producción y la tiranía del horario de impresión y distribución, no imprimir papel se transforma en la gran oportunidad: menores gastos de producción, de maquinarias, de distribución y mejores oportunidades para la impresión comercial y la demanda creciente que se avecina tras la recuperación de la economía.
La sustentabilidad de los medios seguirá como el gran desafío. La calidad no se puede sostener con intenciones. La inteligencia artificial y la innovación serán fundamentales para repatriar a los anunciantes que se han ido a las plataformas digitales atraídas por la inversión eficiente de su publicidad. Los medios tendrán que seguir diversificando sus ingresos más allá de los contenidos noticiosos, organizando eventos, manejando la comunicación a otras empresas y dedicándose al e-commerce. El periodismo de calidad y diferenciador permitirá solidificar el sistema de suscripción digital. Los sistemas serán más híbridos, habrá alianzas con otros medios para dar más valor de marca, y se ofrecerán contenidos gratuitos y otros de pago. Otras formas de ingreso por contenido serán buscadas a través de asociaciones que tendrán que reclamar ingresos por derechos de autor, como sucede en Europa, y nuevos estilos en el que los Estados tendrán que subsidiar algunos medios por su servicio a la democracia, pero en forma directa, técnica y transparente, no a través del clientelismo utilizado en la repartición de publicidad oficial.
En definitiva, repito, el futuro no será ni mejor ni peor, será distinto. Muchos medios perecerán, otros se combinarán y concentrarán en menos marcas para sobrevivir. Su futuro no solo dependerá de la capacidad de adaptación a la nueva realidad, sino de los recursos que invertirán en innovación constante y en todos los órdenes.
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