Hay opciones y acceso a más
cosas que en cualquier época, desde alimentos y automóviles a teléfonos
inteligentes e información. Pero ni la abundancia nos hace más felices ni la mayor
cantidad de información nos hace más equilibrados, sociales y democráticos.
Al contrario. La saturación
informativa a la que estamos expuestos, ya sea por lo que consumimos en los
medios o lo que compartimos en las redes sociales, nos hace menos moderados y tolerantes;
más polarizados.
La polarización no es nueva,
pero sí más aguda que antes. Los medios reflejan visiones antagónicas,
celebridades contra políticos, funcionarios contra activistas y periodistas
contra todos, y el público toma partido, se divide. El fenómeno se vivió esta
semana en las calles de Brasilia. Miles, ataviados de verde y amarillo,
festejaban que Lula da Silvia terminó en la cárcel por corrupto; e igual
cantidad, enfundados en rojo, vitoreaban al líder que rescató a millones de la
pobreza.
En EEUU el efecto
polarizador es cada vez más acentuado. Se apodera de cualquier debate, desde el
racismo a la portación de armas o desde los beneficios o no de la vacunación a
si el calentamiento global es o no consecuencia de la contaminación. Los
líderes de opinión no ayudan a calmar las aguas. El presidente Donald Trump más
bien las agita. Sus discursos, promesas y tuits no dejan opción más que a plegarse
o a rebelarse.
Un estudio de Neil Johnson, un científico de
la Universidad de Miami, demostró que existe ahora “un estado de polarización
pura”, cada vez con menos estadounidenses en el medio de los dos extremos. Y considerando
el ecosistema informativo actual, en el que todos buscan generar impacto y así
obtener más recompensa social, teme que la brecha continuará en expansión.
Las fake news y Facebook, chivos
expiatorios de todos los males en la actualidad, no tienen la culpa de la
polarización, aunque sí injerencia indirecta en la ecuación. Los psicólogos sociales explican
que la tendencia del ser humano siempre fue a agruparse entre quienes opinan y
comparten sentimientos similares. De ahí la virtud de Facebook y de otras redes
sociales en la creación de comunidades.
El problema es que no siempre las comunidades
actúan en forma virtuosa, degenerando en muchedumbres o masas fáciles de
manipular, en especial cuando están expuestas a fuerzas encubiertas como las
que usó Cambridge Analityca para influenciar a millones de usuarios para que
voten a un candidato sobre otro.
La estrategia de Mark Zuckerberg para
resguardar los datos personales es una medida excelente, pero solo recompone el
tema de la privacidad de los usuarios. Su otra maniobra, la de cambiar los
algoritmos de Facebook para que la gente pueda tener mejores vínculos con
familiares, amigos y conocidos y, así, crear comunidades más fuertes, es un
tanto preocupante. Comunidades más compactas y focalizadas en sus intereses, pueden
derivar en mayor polarización.
Facebook y las redes sociales no están solas
en esta jungla de la polarización. Los medios de comunicación también tienen
responsabilidad al hacerse eco e incentivar con exageración las posiciones
antagónicas. Los trolls de estilo ruso también motivan divisiones al
defenestrar a unos y ensalzar a otros, mientras los generadores de spam quedan
alucinados cuán fácil es generar ganancias sobre la base de mentiras y noticias
sensacionalistas.
Los extremos más pronunciados, empero, los
crean los instrumentos de la democracia:
las elecciones. Su cantidad no sería problema si no fuera por la desmedida polarización
de los candidatos. Se sacan los ojos para ganar seguidores, para días después,
en nombre de la unidad, los abandonan desorientados. A ello se suman los consultores
de la imagen y el discurso, que con los mismos utensilios propagandísticos de Goebbels,
juegan con las emociones de la polarización, machacando con mentiras y noticias
falsas hasta convertirlas en verdades.
Es positivo que la lucha actual de los
gobiernos, el periodismo y los gurús del mundo digital esté enfocada en
controlar las noticias falsas para que haya elecciones limpias y mayor
confianza pública. Pero no es suficiente. Si se quiere resguardar la
democracia, la polarización debe ser el problema prioritario a resolver. trottiart@gmail.com