El Covid-19 no es la única pandemia. La del racismo es más profunda,
menos pasajera, menos curable. Para principios del 2021 la pandemia del coronavirus
se superará con una vacuna. El racismo no la tendrá tan fácil a pesar de que la
conciencia mundial sobre el tema es más saludable que nunca.
Los símbolos de ambas se han politizado, y confundido, en especial en EE.UU.
poco antes de las elecciones presidenciales de noviembre. No usar mascarilla para
evitar contagiarse o propagar el contagio, o arrodillarse o no al escuchar el
himno nacional para formar parte del movimiento #blacklivesmatter en contra del
racismo, se han convertido en posiciones políticas frente a Donald Trump, el
gran polarizador.
Aunque es válido respetar la actitud que la gente asume, ya sea nivel
personal como social, hay que diferenciar las responsabilidades que como
individuos tenemos ante ellas.
Ante el racismo, la actitudes individuales y sociales no tienen mucha
diferencia. Arrodillarse o no es una elección personal que no modifica la
conducta social; es un tema de conciencia, que puede generar un contagio
saludable.
Por el contrario, el uso o no de la mascarilla es una responsabilidad individual
que si puede modificar drásticamente a la sociedad. Por ello es sano que los
gobiernos obliguen socialmente el uso de mascarillas para defender un derecho
(a la vida) individual. Las mascarillas, bajo justificación de estudios científicos,
son una herramienta válida para defender la vida.