Barack Obama desembarcó
en los humedales cercanos a Miami. Esta vez no vino a recaudar fondos para
campañas electorales que ya no tiene, sino a celebrar el Día de la Tierra y con
un propósito que lo trasciende: El cambio climático.
Vino decidido a
quebrar el discurso de los escépticos, especialmente de sus colegas políticos
que todavía niegan que los problemas ambientales sean consecuencia de los gases
de efecto invernadero producidos por el hombre.
Uno de ellos es el gobernador
de la Florida, Rick Scott, que prohibió a sus funcionarios mencionar el término
cambio climático en sus declaraciones, como si evadiendo el tema, el problema
desapareciera. En el grupo también están los candidatos republicanos miamenses,
Marco Rubio y Jeb Bush, que de llegar a la Casa Blanca en 2016, no podrán
evadir el tema que puso en agenda el ex vicepresidente Al Gore.
Las evidencias científicas
son cada vez más firmes. La Tierra se está calentando – marzo fue el mes más
caliente desde 1880 – y los mares elevando. Aquí en la Florida ya no habrá que
esperar décadas para ver los efectos del avance del mar sobre las costas y la
salinización de las napas de agua dulce. El proceso hace rato que empezó.
Tampoco Miami Beach, así como otras ciudades costeras, tendrá que esperar mucho
para que el mar se adueñe de playas y barrios.
Más allá de las evidencias,
los políticos parecen ser los más incrédulos. Hacen esfuerzos, pero no suficientes.
Para restaurar los pantanos y pastizales de la Florida, los Everglades, se
están invirtiendo millones, pero la inversión pudiera caer en saco roto. El gobernador
y los legisladores rechazaron un proyecto votado por la ciudadanía que
demandaba comprar 30 mil hectáreas de campos a los agricultores, para que
funcionaran como filtro natural para luchar contra la erosión y la
contaminación que producen plantaciones de caña de azúcar e ingenios
azucareros.
La evidencia
política es que los intereses de los agricultores, urbanizadores y cabilderos pudieron
más que los legisladores. El resultado: Cada vez es más difícil implementar estrategias
públicas para cuidar la fuente de agua de más de ocho millones de personas.
Es justo decir que
pese a este atraso, la visita de Obama fue un buen bálsamo para la zona. Fue
concreto y se explayó en la necesidad de mantener saludable a los pantanos como
fuente de agua dulce, pero también como motor económico dentro de un ecosistema
de parques a nivel nacional que aporta 277 mil empleos y más de 15 mil millones
de dólares a las economías de ciudades aledañas.
La Florida no está
sola respecto a la degradación de los humedales. En América Latina los pantanos
también son víctimas de la sobreexplotación ganadera, forestal y de la
urbanización sin regulaciones. Se calcula que 300 millones de personas están
siendo afectados por la ruptura de los ciclos medioambientales que aumenta la
erosión de los suelos y los riesgos de inundaciones. Problemas de salud
pública, pobreza y pérdida de la biodiversidad agravan más la situación.
A pesar de las observaciones
de Obama, la pugna de discursos políticos que se desató con su visita del
miércoles al sur de la Florida, demuestra que el escepticismo todavía tiene
suelo fértil donde crecer. “Ya no se puede negar el cambio
climático” repitió el Presidente durante su recorrido. Fue una buena forma de acusar
de miope al gobernador y de responder a quienes todavía piensan que el problema
ambiental se debe a los ciclos naturales de calentamiento y enfriamiento de la
corteza terrestre.
De todos modos, pese
a sus buenas prédicas, el gobierno estadounidense no está alcanzando los
objetivos de descontaminación que estableció Naciones Unidas. Tampoco China y
la Unión Europea están cumpliendo. Y los plazos autoimpuestos por todos para el
2020 y el 2030, demuestran que los gobiernos, por mucho que se esfuercen en sus
discursos, no ven al cambio climático con la urgencia e importancias debidas.
Aquellos gobiernos y
políticos que le dan la espalda al medio ambiente o que se dejan tironear por
los intereses de los grupos de poder, no advierten que los efectos del cambio
climático son difíciles de revertir. Mucho menos parece importarles, que las
generaciones futuras tengan que lidiar con las consecuencias de un problema que
no causaron.