El fútbol argentino
es parte del contexto. De una sociedad violenta, insegura y políticamente polarizada
no se puede esperar que el espectáculo sea pacífico, seguro y que sirva para
unir las pasiones de uno y otro bando.
Hace rato que la
violencia está descontrolada y asola en los estadios y las afueras. Que no haya
hinchadas visitantes en las gradas es consecuencia de la violencia desaforada; pero
la causa sigue ahí, una pasión que se confunde con fanatismo y que incentiva tiros,
puñaladas, botellazos, ocurrencias racistas y gas pimienta como anoche.
La violencia
tarde o temprano se podrá disimular. Se suspenderán partidos, equipos, estadios
y competencias. Sin embargo, lo más preocupante del super clásico no fue tanto
la violencia, sino la exaltación de la misma. Desde las tribunas los cánticos
eran más irritantes y amenazantes que la pimienta, el partido debía continuar o
los visitantes no saldrían de la cancha. Y los jugadores locales pusieron su
cuota, pretendieron seguir un partido como si no hubiera ocurrido agresión
alguna contra sus colegas adversarios y se fueron aplaudiendo a los violentos
que se escondían entre los hinchas verdaderos. La apología de la violencia se
vio así coronada.
Todo fue
decadente, más allá de un fútbol que en los previos dos partidos de
superclásicos también se mostró como fruto de casualidades, con pocas luces y
pericias técnicas.
Las tribunas
apabullaban y amenazaban cualquier decisión. Los árbitros no supieron qué
hacer, los dirigentes irrumpieron como patota, así como los jugadores que
buscaban influenciar decisiones entremezclándose con los que debían decidir. El
veedor de la Conmebol merece párrafos a granel. Intentó seguir un partido
cuando los médicos certificaron las lesiones y puso la carga de continuar sobre
cuerpo técnico de River, primero; y después pidió solidaridad a los jugadores
de Boca para que comprendan la decisión de River. Poncio Pilatos en su mejor
versión. Lo único que faltaría es que hoy es que tire una moneda para decidir
la suerte de un partido, y así escabullirse de tomar decisiones.
La violencia de
anoche pareció a todos tomar de sorpresa y, por ende, sin saber cómo resolver
una situación inédita que podía haberse desbordado con consecuencias
inimaginables. Si el partido seguía y Boca perdía, tal vez habría hoy que
lamentar más que el gas pimienta y un dron que mostró el lado desleal al fútbol,
picardía que debería estar reservada solo para el exterior de los estadios.
Anoche hubo
violencia, peor aún exaltación de la misma y mucho peor falta de solidaridad
para con el fútbol, esa pasión que hace rato se ha desbordado.