Aunque muchos puedan tomar el nivel de la felicidad
como algo irrelevante o quizás jocoso, las mediciones que hicieron desde la
Universidad de Columbia denuncian síntomas mucho más serios si se consideran
índices sobre seguridad pública, desempleo, corrupción, desarrollo económico y,
muy especialmente, de salud pública.
Honduras descendió en el índice desde la medición del
año pasado, como lo informa La Prensa de San Pedro, cayendo al puesto 84 desde
el 63. Habría que anotar primero que aunque otros países tal vez desplazaron a
Honduras de aquel puesto, lo más probable, a ojo de buen cubero, es que durante
estos años se ha incrementado notablemente el narcotráfico y los índices de
homicidio, situándose el país como uno de los más violentos del mundo, según
mediciones de las Naciones Unidas.
La medición muestra que los índices de felicidad
están bastante atados al sistema político de un país, a los espacios de
libertad que se generan, no tanto de índole política, sino a los de libertad
económica y los allegados al tema de la salud pública. Justamente los países
escandinavos, que gozan de estos tres desarrollos – libertad política, desarrollo
económico y excelente sistema de salud pública y seguridad social – permiten un
mejor desarrollo de sus sociedades y ciudadanos.
Lo importante en materia de salud pública es lo que revela
un estudio enorme que ha publicado la revista Time. http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,2151786,00.html
En ese informe se puede observar que hay una
relación muy estrecha entre la felicidad que alcanza una persona y su estado de
salud. El estudio es concluyente, al decir que una persona más feliz, que usa
toda su capacidad intelectual y creativa para hacer lo que le gusta o tener un
trabajo que le apasione, tiene muchas menos probabilidades de tener problemas
de salud, ya sea diabetes, hipertensión, obesidad, etc…, extendiendo la
cantidad de años que puede vivir a plenitud.
Este estudio basado en nuevas investigaciones del
cerebro enseña que más felicidad equivale a más vida. Esta rotunda conclusión
implica que los índices de la infelicidad no deben tomarse a la ligera y que
existe una necesidad imperiosa del gobierno por crear estrategias de trabajo en
ese sentido.