Así como sucedió tras el
atentado contra las torres gemelas de Nueva York en 2001, el ataque contra la
revista parisina Charlie Hebdo tendrá influencia superlativa sobre el futuro
del internet.
A una semana del atentado, y
decantada la euforia que concitó el apoyo a Charlie Hebdo con la compra de cinco
millones de ejemplares de su edición post barbarie con la tapa de otro Mahoma, varios
gobiernos occidentales ya adelantaron nuevas medidas restrictivas que adoptarán
para el internet, una cara diametralmente opuesta a la que mostraron el domingo
pasado al frente de la marcha en París a favor de la libertad de expresión.
Justificados en nombre de la
seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo, así como amparados por la
conmoción y el duelo público, los gobiernos occidentales están aprovechando el
cheque en blanco que tienen en estas primeras semanas después del atentado,
para firmar leyes restrictivas al internet, que difícilmente hubiesen podido
adoptarse días antes de la tragedia.
En horas previas al ataque a
Charlie Hebdo, el debate sobre el internet tenía otro enfoque. Estaba centrado
sobre la conveniencia o no del derecho al olvido; el derecho de autor y si
Google puede beneficiarse de contenidos que crean otros; la protección de datos
personales; la neutralidad y gobernanza de la web y sobre cómo neutralizar los abusos
de los gobiernos a los derechos individuales como los que permitió la Ley
Patriótica estadounidense, post Setiembre 11.
En este contexto, Francia tomó la iniciativa. El primer ministro,
Manuel Valls, puso énfasis en aumentar el control sobre Internet y las redes
sociales, medios predilectos de los terroristas para hacer propaganda, adoctrinar
y buscar seguidores. Reino Unido, Alemania, España y Bélgica le siguieron,
anunciando que dictarán leyes porque necesitan más poder legal y judicial para
rastrear las telecomunicaciones en busca de terroristas, medidas que hace poco
dejaron de lado por ser violadoras de los derechos humanos.
De este lado del Atlántico, Barack Obama tampoco perdió tiempo para
reverdecer una ley sobre ciberseguridad que le había volteado el Congreso hace un
par de años. Con el nuevo contexto y predicando que las amenazas cibernéticas
son urgentes y crecientes, anunció una nueva legislación sin mayores
aprehensiones.
A la luz de
la amenaza de que sucedan nuevos Charlie Hebdo, de los ciberataques de Norcorea
a Sony, los del Estado Islámico a las cuentas de Twitter y YouTube del
Pentágono y del robo de datos de empresas privadas como Home Depot y Target, pareciera
que los argumentos de Obama y de sus colegas europeos son sólidos e
irrefutables. Se entiende que busquen mayor intercambio de información con
empresas de telecomunicaciones y que le den a la Justicia más armas para encontrar,
perseguir y vigilar cibercriminales y terroristas.
Sin embargo, estas
nuevas medidas “de excepción” y que se calculan eficientes para prevenir nuevos
atentados terroristas, pudieran quedarse para siempre, servir para cometer
abusos, vigilar a justos por pecadores o remozar aquellas políticas de
espionaje masivo e indiscriminado en internet que realizó la Agencia Nacional
de Seguridad estadounidense, amparándose en razones de seguridad nacional y
como consecuencia del robo y filtración de información que cometió Edward
Snowden.
El panorama ahora es
preocupante. Muchos gobiernos juegan de hipócritas así como lo hicieron en la
marcha de París, donde no muchos de los que marcharon por el respeto por la
libertad de expresión, cumplen con respetarla en sus países. Ahí estaban
líderes rusos, africanos, asiáticos y árabes que encarcelan a blogueros,
periodistas y disidentes. Es probable que con esa misma actitud simulen ahora
defenderse de ataques terroristas, pero para imponer mayores controles al internet
que aprovecharán para vigilar a sus ciudadanos, críticos y opositores.
La barbarie y la violencia terrorista contra Charlie Hebdo han torcido la historia. El ataque de los terroristas y el contraataque de los gobiernos han llevado el debate sobre el internet por terrenos fangosos. En un abrir y cerrar de ojos, hemos pasado de debatir sobre los altos niveles de libertad de expresión a los que deberíamos aspirar en la web, a los aceptables niveles de restricciones con los que deberíamos convivir.