La Iglesia Católica
intenta recuperar terreno en el mercado religioso y en la competencia por más
fieles con su mejor carta, el papa Francisco, después de que el Concilio Vaticano
II, la Teología de la Liberación y el Movimiento de Renovación Carismática no lograron
detener el éxodo hacia otras religiones.
Las señales del
papa Francisco en sus primeros meses de pontificado son prometedoras. Ya
dispuso medidas para que la Iglesia tenga un gobierno más colegiado y menos
jerárquico, abrazó el ecumenismo acercándose a líderes de otras religiones,
firmó acuerdos con el FBI estadounidense para bloquear el lavado de dinero en
el banco del Vaticano y ordenó mayor presión contra la pedofilia interna y sus
encubridores.
Aunque importantes,
no fueron las medidas más populares. La de mayor efecto fue la canonización de
dos religiosas latinoamericanas. Fiel a su mensaje y prédica a favor de los más
vulnerables, escogió elevar a santas a la colombiana Laura Montoya Upegui y a
la mexicana María Guadalupe García Zavala, por sus vidas consagradas entre
pobres e indígenas.
Tampoco pasó
desapercibido que haya desbloqueado el proceso de canonización del arzobispo
salvadoreño Oscar Romero, asesinado en 1980, uno de los referentes de la
Teología de la Liberación. De esa forma, con la opción por los pobres, el papa
Francisco marcó diferencias con las modalidades pastorales de sus antecesores.
Es que el proceso de Romero había quedado empantanado durante los papados
conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, más inclinados al Opus Dei y tolerantes
con las depravaciones del cura mexicano Marcial Maciel, fundador de la orden
Legión de Cristo.
Con estas
beatificaciones de referentes de la cultura popular del continente más católico
de la Tierra, el papa Francisco trata de poner un torniquete a la hemorragia
provocada por el éxodo de fieles a otras religiones. En 1996, según Latinobarómetro,
los países latinoamericanos tenían 81% de católicos y 4% de protestantes;
mientras que para 2010, los evangélicos conformaban el 22% y los católicos habían
caído al 70%, un fiel reflejo de lo que sucedió en Brasil y Chile.
Aunque México y
Brasil continúan siendo los países más católicos del mundo, los evangélicos
siguen creciendo a pasos agigantados y se han convertido en la religión
predominante en algunas zonas de Centroamérica. En EE.UU. donde hay más de 40
mil templos según la Conferencia Nacional Hispana Cristiana, 35% de los
hispanos se considera protestante y la tendencia va en aumento.
El panorama no es
nada fácil para Francisco. Sabe que a diferencia de la Iglesia Católica, que
tiene un culto más sacramental y vertical, las iglesias evangélicas, ganan más
seguidores y mayor asistencia a los ritos gracias a su pragmatismo y espíritu
carismático. Muchos fieles prefieren un culto en el que puedan tener una
experiencia directa con Dios y donde pueden resolver sus problemas familiares y
personales en sesiones de sanación, con milagros o hablando en lenguas.
Lo más sorprendente
para la jerarquía católica es que los evangélicos, a diferencia de sus propios
fieles y no obstante la menor tradición teológica, se oponen con mayor energía
a temas como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, métodos
anticonceptivos y manipulación de embriones.
Debido a esa
indiferencia a participar en misa, cumplir con los sacramentos o el liberalismo
ante temas doctrinarios, Francisco viene reclamando tanto a los fieles católicos
como a los consagrados, mayor compromiso y mejor actitud con las enseñanzas de
la Iglesia. El Papa entiende que tener más miembros, participativos y
comprometidos, no solo es cuestión de fe, sino de ganar mayor poder e influencia
ante los gobiernos, ya sea para no perder beneficios, continuar con subsidios a
la educación católica o contrarrestar con mayor fuerza aquellas leyes
contrarias a la doctrina eclesiástica.
En un mundo cada vez más secular y ante un
estado cada vez más laico, la Iglesia Católica está lejos de tener el poder
político de antaño. Por ello, la metodología pragmática de las iglesias
evangélicas para cultivar y retener fieles, y el reclamo de sectores de la
Iglesia por una mayor inclusión de la mujer y por la abolición del celibato, son
factores de competencia que no pueden soslayarse.