El presidente venezolano,
Nicolás Maduro, se distingue entre los líderes mundiales. Es el único que sobre
la base de sus palabras, así sean estúpidas, cansinas o elocuentes, se mantiene
vigente en la opinión pública nacional e internacional, a semejanza de su
antecesor, el histriónico Hugo Chávez.
Como en los regímenes
fascistas de antaño y utilizando el sistema de propaganda “gobbeliano” que los
asesores cubanos reinventaron y le recomiendan a diario, Maduro no se priva de
hablar de nada con tal de acaparar los titulares y controlar la conversación
pública. Pero su sagacidad no está en el hecho de producir temas y titulares,
sino en reinventarse con nuevos titulares cada siete días, y así desorientar a agencias
internacionales, medios, ciudadanos, opositores, que se quedan entretejiendo hipótesis,
críticas e interpretaciones sobre los dichos de Maduro que él mismo se encarga
de dejarlos en la historia unos días después.
En ese terreno, Maduro es
líder. Rara vez se compromete en una conversación que otro haya iniciado, así
sea un país extranjero o un medio local. Los titulares y las conversaciones los
comienza y los termina él. Y en esa vorágine y cambalache de titulares consigue
con desfachatez sus objetivos, porque cuando la crítica se centra en “millones
y millonas de venezolanos y venezolanas”, él ya saltó a exigir una Ley
Habilitante, cinco días después a propiciar saqueos en negocios de electrodomésticos,
luego a controlar la reducción de precios por decreto y amenazas, luego a pertrechar
a la población porque su cuerpo de inteligencia advirtió una conspiración
yanqui, luego a decir que ganó las elecciones municipales por amplia mayoría o
a crear alcaldes paralelos en las alcaldías que el chavismo perdió en las
elecciones municipales del domingo pasado. Y así sucesivamente, Maduro se
convierte en una usina de temas, titulares y conversaciones.
Desde hace 15 años, sobre la
base de este tipo de propaganda, el chavismo se las ha ingeniado para estar en
la cresta de la ola, haciendo que Venezuela se destaque en el contexto
internacional, pese a que no es un país gravitante; de la misma forma que los
hermanos Castro lo lograron con Cuba durante toda la Guerra Fría, algo
desconcertante si uno considera que su PBI es más bajo que el de alguna mega
ciudad latinoamericana como Sao Paulo o México.
Chávez y ahora Maduro, con
diferente estilo, pero bajo la misma convicción de hablar hasta por los codos y
sobre cualquier cosa, han sido muy eficientes en sus fines. Prueba de ello es
que sobre la base de su gigantesco aparato de propaganda, a las ideas impuestas
a nivel interno y externo, al control de la oposición y a las continuas
victorias electorales, sin importar los medios utilizados, han podido tapar su
ineficiencia administrativa, la corrupción galopante entre el liderazgo
chavista y todos los demás vicios que formaron parte de todo movimiento
fascista y anti democrático.
Se equivocaría aquel que
piense que Maduro es un simple oportunista advenedizo víctima de su
espontaneidad. Maduro, como Chávez, utiliza las siempre vigentes tácticas y
estrategias de la propaganda de la que se han valido hombres insignificantes
para convertirse en gestores de la historia.