Francisco está en México. Un
país paradójico, profundamente católico y sumamente violento. Tan famoso por la
devoción a la Virgen de Guadalupe, como por su creciente idolatría a la Santa
Muerte.
México ya no es hoy el de
las “lindas mañanitas”, sino el de los tenebrosos atardeceres, antesala de
noches de temible violencia que prodiga el crimen organizado, amparado por la
ineficiencia de un Estado que se ve desbordado y se siente fallido.
El país no solo está impregnado
de violencia, sino sumido en la impunidad. La Justicia es escasa, la seguridad
nula y el acostumbramiento a cadáveres mutilados colgando de puentes, ha hecho
que muchos prefieran no denunciar, sino postrarse ante el fetiche de la Santa
Muerte, la “autoridad” más confiable a quien pedirle protección.
En un país pródigo en
pecados, donde resaltan los violentos, criminales y corruptos y son finas las líneas
que dividen a los “Chapo” Guzmán de los Peña Nieto, Francisco se siente a sus
anchas. Retará. Lanzará dardos y dejará frases célebres por doquier.
Enfrentará
al poder revitalizando aquella de “pecadores sí, corruptos no”, excomulgará a
los carteles como a la camorra napolitana y la Cosa Nostra siciliana, y se
avergonzará de los traficantes de inmigrantes de la misma forma que condenó a
los mercaderes de refugiados en Lampedusa.
El derrotero de Francisco
está marcado desde que se conoció la agenda de su peregrinaje. A diferencia de
los cinco viajes de Juan Pablo II y del de Benedicto XVI por ciudades más acomodadas,
como Guadalajara y Monterrey, Francisco, fiel a su estilo arrabalero de Buenos
Aires y rebelde ante alfombras rojas y protocolos, se internará en la corrupta Ecatepec,
la narcotizada Michoacán, la violenta Ciudad Juárez y la pobrísima zona de
Chiapas, bastión de la inequidad.
Sus reflexiones y duros
mensajes se escucharán más allá de México. Servirán para avergonzar a más de
uno, especialmente cuando toque con su mano el “muro de los lamentos”, esa
pared que Donald Trump quiere hacer más alta y más larga para atajar a los
migrantes, a los que califica sin distinción de drogadictos y violadores. Sus
colegas republicanos, varios de ellos católicos, como Marco Rubio y Jeb Bush,
tratarán de usar las palabras de Francisco como trampolín, aunque la cuesta es
demasiado elevada.
Como siempre, cada viaje y
cada frase de un Papa es tomado en forma selectiva y acomodaticia según el
interlocutor. El presidente Enrique Peña Nieto se vanagloriará de haber
conseguido su visita, mientras sus opositores las usarán para machacar lo poco
que el gobierno ha hecho contra la pobreza, la corrupción y el crimen
organizado.
Los datos son tan
transparentes que no pasan inadvertidos. Transparencia Internacional tiene a
México como un país marcadamente corrupto, grupos de derechos humanos lo
definen como el más violento de América Latina, con 151 mil asesinatos y 27 mil
desaparecidos en la última década, una violencia que no distingue sectores ni
género.
El Observatorio Nacional del Feminicidio cuenta 1.554 mujeres desaparecidas
desde 2005 en el estado de México y la Iglesia Católica, según un informe del
Episcopado nacional, estableció que los crímenes y secuestros contra religiosos
aumentaron un 275% y que 40 sacerdotes fueron asesinados en los últimos años.
Francisco también recibirá
muchas críticas por no atender a los padres de las víctimas de estudiantes
incinerados o de niños abusados por el cura Marcial Maciel. Una agenda limitada
también le había ganado reproches en EEUU cuando no recibió a víctimas de
racismo o en Cuba a disidentes y oprimidos, pero en este caso para no desairar
a los dictadores Castro. Aunque como Francisco es dado a saltar protocolos y
vallas de seguridad, su espontaneidad fructificará en simpatías, acercándose a
la que granjeó Juan Pablo II, por quien los mexicanos sienten todavía más predilección.
Pese a toda la política habitual involucrada, este viaje de Francisco parece más pastoral que los anteriores. Delante de él tiene a dos países opuestos: Aquel que es 83% católico, aunque siga perdiendo adeptos que migran a otras religiones; y el otro, que idolatra a la Santa Muerte. A este último, la oveja descarriada, es al que Francisco le querrá recordar que México es y debe seguir siendo 100% guadalupano.