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domingo, 6 de diciembre de 2020
domingo, 2 de agosto de 2020
Usar mascarillas y arrodillarse
El Covid-19 no es la única pandemia. La del racismo es más profunda,
menos pasajera, menos curable. Para principios del 2021 la pandemia del coronavirus
se superará con una vacuna. El racismo no la tendrá tan fácil a pesar de que la
conciencia mundial sobre el tema es más saludable que nunca.
Los símbolos de ambas se han politizado, y confundido, en especial en EE.UU.
poco antes de las elecciones presidenciales de noviembre. No usar mascarilla para
evitar contagiarse o propagar el contagio, o arrodillarse o no al escuchar el
himno nacional para formar parte del movimiento #blacklivesmatter en contra del
racismo, se han convertido en posiciones políticas frente a Donald Trump, el
gran polarizador.
Aunque es válido respetar la actitud que la gente asume, ya sea nivel
personal como social, hay que diferenciar las responsabilidades que como
individuos tenemos ante ellas.
Ante el racismo, la actitudes individuales y sociales no tienen mucha
diferencia. Arrodillarse o no es una elección personal que no modifica la
conducta social; es un tema de conciencia, que puede generar un contagio
saludable.
Por el contrario, el uso o no de la mascarilla es una responsabilidad individual
que si puede modificar drásticamente a la sociedad. Por ello es sano que los
gobiernos obliguen socialmente el uso de mascarillas para defender un derecho
(a la vida) individual. Las mascarillas, bajo justificación de estudios científicos,
son una herramienta válida para defender la vida.
sábado, 6 de junio de 2020
Black Lives Matter: ¿Punto de inflexión contra el racismo?
Ojalá que la muerte de George Floyd no sea en vano. Ojalá
que la incordia, enojo e impotencia por el marcado racismo de la policía que
quedó en evidencia con la asfixia y asesinato de Floyd, convierta a las
manifestaciones pacíficas en un movimiento que no solo reclame justicia como un
valor social y moral, sino que aliente y desemboque en medidas concretas.
Ojalá que el movimiento no desvanezca tal suele
ocurrir con otros debates trascendentes que se apagan a las pocas semanas como
el de la posesión de armas cada vez que hay una nueva matanza en un shopping,
escuela, iglesia o cuartel.
La fuerza desproporcionada, brutal y exagerada de la
policía contra los afroamericanos y en general es habitual y está siempre
latente. En los últimos seis años fueron asesinados por la policía 1.994
afroamericanos o el 24% de un total de 7.663 personas.
Ante estas cifras espeluznantes, la peor de todas es
la que marca que el 97% de los asesinos queda en la impunidad, ya sea
protegidos por códigos internos de lealtad policial o por los fiscales que no quieren
acusar a los oficiales sabiendo que tienen pocas chances ante jueces que
interpretan y justifican el uso de fuerza letal si el oficial arguye que estaba
en peligro su vida o la de otras personas.
La violencia policial tampoco se erradicará hasta que
las policías sean más inclusivas, ya que están desproporcionadamente
compuestas por agentes blancos en ciudades de predominancia afroamericana. Y también
se debe reconocer que el racismo no es solo una cuestión de violencia per se. Como
talón de Aquiles de la sociedad estadounidense, está arraigado al problema de
desigualdad económica y la pobreza de los afroamericanos, su segregación
demográfica y los desacuerdos sobre los alcances de la acción afirmativa, una
política pública que devino del movimiento de derechos civiles de los 60.
Ojalá que el caso de Floyd se mantenga sobre el
tiempo y sea el punto de inflexión que desemboque en un verdadero cambio de
políticas públicas para contrarrestar la fuerza brutal y desproporcionada de la
policía y erradicar el racismo y la discriminación en general.
Los movimientos por los derechos civiles, por la
igualdad de la mujer, el #metoo, las acciones en contra de la pederastia y a
favor de los derechos de las personas con distinta orientación sexual, demuestran
que los cambios son posibles. Cada uno de ellos devino de una crisis o tras la denuncia
de un hecho espeluznante que atrapó la atención ciudadana y, asqueada de tanta
impotencia e impunidad, convirtió su protesta en un movimiento por el cambio.
La apuesta para que el movimiento Black Lives Matter sea el punto de inflexión del
cambio está en mantener el caso de George Floyd en la agenda pública y no dejarlo desvanecer
como ocurrió con tantos casos similares. La responsabilidad es de todos, de los
políticos, los líderes de la sociedad civil, los activistas, los medios de
comunicación y de nosotros los ciudadanos.
sábado, 30 de mayo de 2020
Trump y el “silver bullet” contra Twitter y Facebook
Las redes sociales no son perfectas. Tampoco imperfectas. O son lo uno o
lo otro según las usamos, nos mostramos y las consumimos. En definitiva, son un
reflejo de nuestros aciertos y errores, de nuestras buenas o malas intenciones.
Los algoritmos y editores de las plataformas como Twitter, Facebook,
YouTube, Instagram o TikTok a veces censuran lo que es bueno e inofensivo y
permiten lo malo y delictivo. Repito, no son perfectas. Se equivocan, como
nosotros, y también piden perdón, como Mark Zuckerberg de Facebook y Jack
Dorsey de Twitter, tras la oleada de noticias falsas, la intromisión en
nuestros datos privados e intimidad.
Pese a lo bueno y malo, las redes sociales han empoderado, como nunca en
la historia, a que cualquier persona del mundo tenga una voz, algo que opinar,
reaccionar o compartir. Sirven para convocar causas, empoderar a los
marginados, decir verdades que duelen y molestan y también para mentir, manipular
y engañar. Repito, son perfectas e imperfectas, como nosotros, los humanos.
Pero sin ellas ya no nos imaginamos el mundo. Sin ellas sería como vivir en una
pandemia o cuarentena perpetua.
¿Tienen responsabilidad legal por sus contenidos?, ¿es decir por
nuestros contenidos que distribuimos en sus plataformas? Las plataformas
argumentan que no porque no son fabricadores de contenido como los medios de
comunicación que sí son legalmente responsables por lo que publican. Las
plataformas siempre se han defendido de que no crean contenidos, sino que son
simples distribuidores. Hasta acá es un argumento razonable y amparado por ley,
al menos en EE.UU. y hasta hace unos días, cuando el intempestivo presidente
Donad Trump, enojado personalmente con Twitter, decidió firmar un decreto que
le quita la inmunidad legal y hace a las plataformas responsables por su
contenido. (Todavía es temprano para saber si el decreto tendrá dientes, le
será difícil, porque posiblemente habrá peleas ante los tribunales y será de
larga data o la Comisión Federal de Comunicaciones, la que en definitiva tiene
que validar la nueva regla, no lo hará simplemente para congraciarse con Trump.
La CFC es autónoma, independiente y sus vaivenes son más técnicos que políticos).
Pero también existe el otro argumento. Desde que las plataformas usan
algoritmos y editores para eliminar contenidos o limitar contenidos o editarlos
o hacer algunas advertencias, como sucedió con los tuits de Trump, se están
convirtiendo en editores, un rol ya no de simples distribuidores de contenidos,
sino casi parecido al de los medios de comunicación. Y por esa rendija, puede
que entre el tema de la responsabilidad ante la ley.
Digo puede porque todavía no me convence este argumento. Las redes
sociales son vastas y tienen que hacer maravillas día a día para evitar
propagar noticias falsas y hechos delictivos, como el discurso de odio o la
apología de la violencia. Desde hace años se les está exigiendo editar
contenidos.
En fin, estos argumentos y todos los grises entremedios no son de fácil
solución o tal vez no haya un “silver bullet” o una solución simple para un
problema tan complejo. Requiere una discusión de alto octanaje que involucre a
toda la sociedad civil, entre ellos las plataformas, los ciudadanos, los
medios, los legisladores, jueces y políticos. No puede haber una medida
unilateral, esta es una discusión sobre nuestras libertades como individuos y como
sociedad.
Lo que no es bueno es que salga un presidente como Trump, o cualquier
otro, ya sea Putin, Bolsonaro, Fernández o López Obrador y abusen de su
privilegio para dictar decretos en contra de la libertad de expresión para
acomodarlos a la horma de sus zapatos.
El debate debe ser más elevado, sin los enojos ni la ideología que le
suelen imponer los políticos a todas las cosas como si estuviéramos en un
proceso electoral y polarizado continuo.
miércoles, 29 de abril de 2020
La fuerza de los caricaturistas
El director del diario La República, Perú, Gustavo Mohme me invitó como columnista invitado de su diario para que comente sobre el valor de la caricatura, luego de que su caricaturista estrella, Carlin, se viera involucrado en una fuerte controversia y hasta recibido amenazas por la caricatura sobre el expresidente Alan García que ilustra este post.
Esta es mi columna de hoy:
Los periodistas envidiamos la fuerza de los caricaturistas. Con solo un par de trazos exagerados, una dosis de
ironía y con simples analogías, abordan con simpleza temas complejos, encienden
debates e incitan hasta a los más indiferentes.
Desde que en 1754 Benjamín Franklin
creó el primer dibujo político en el Pennsylvania Gazette llamando a la unidad
por la independencia de los nuevos territorios de la Nueva Inglaterra en contra
de la Gran Bretaña colonialista, ningún diario de prestigio pudo escindir del
recurso de la parodia y el humor para complementar historias, desafiar a los
poderosos y burlar a los opresores.
Cuando en las dictaduras militares de
Argentina, Brasil o Chile los periodistas no podían poner en palabras o
imágenes los hechos reales, los editores llamaban a sus mejores dibujantes para
sabotear la censura. Tan temible era su fuerza liberadora que muchos caricaturistas
también engrosaron las desgraciadas listas de desaparecidos.
Hoy
la historia política no podría contarse en Perú sin caricaturistas como Carlin
o en EEUU sin los dibujantes que se regocijan con las ocurrencias de Donald
Trump, rebosante de atributos de los que se nutre la caricatura: es intempestivo,
burlón, profuso en adjetivos y su construida melena y tez azanahoriada son
símbolos distintivos que fácilmente adoptan los caricaturistas.
Pero, a pesar de que la caricaturesca
personalidad de Trump invita a la burla, también existen algunos límites por la
que a veces los dibujantes deben enmendar errores, pedir perdón o hasta pueden
perder sus trabajos. Sucedió con la humorista Kathy Griffin a quien la CNN la
retiró como a una de sus animadoras estrella después de sostener una foto con
la cabeza de Trump recién degollada. También ocurrió con The New York Post que
debió pedir excusas después de caracterizar a Barack Obama como a un chimpancé.
Esto demuestra que si bien la fuerza
artística de la caricatura - dibujo + sátira - escapa a los límites de
autenticidad de otros géneros como la crónica, la investigación y hasta el
video y la fotografía, no puede evadir ciertos límites éticos y legales que
tienen los medios y el periodismo.
Por un lado, no es tan importante si
se parodia a Trump o a Obama, a Alberto Fujimori o a Alan García, como que la sátira
esté apegada a los hechos y al contexto, y que sea imparcial y diversa en
personajes, alejada de la ideología política de los retratados. Por el otro,
los límites legales como la apología de la violencia o del terrorismo, el
discurso de odio y la discriminación, son infranqueables para todos los
géneros, incluida la caricatura.
Estas responsabilidades admitidas por
los medios invitan a los ofendidos a acudir a los tribunales para resolver
conflictos y no a hacer justicia por manos propias. La masacre en la sala de
Redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdó a manos de musulmanes
fanáticos por la caricaturización de Mahoma con un turbante de bombas,
distancian la barbarie de la conducta de tolerancia a la expresión que debe
existir en un estado de derecho.
En el nuevo contexto digital, en el
que los memes, el bullying y los insultos pululan sin límites ni filtros en las
redes sociales agitados por la polarización política, hay que celebrar que los
medios y el periodismo profesional tengan al humor político como uno de los géneros
más potentes para crear debate y construir democracia.
sábado, 25 de abril de 2020
Tráfico de médicos: tan culpable el país que trafica como el país recipiente
Sus misiones médicas siempre han creado controversia porque forman parte
de un aceitado sistema de propaganda ideológica. Lo utiliza para exportar las “bondades”
de un sistema obsoleto, infiltrar sistemas políticos con red de espionaje y
estrategias proselitistas para desarmar a críticos y opositores, y para obtener
rédito económico que, hacia el interior, solo beneficia a los privilegiados de
siempre: funcionarios y partidarios.
El común de los cubanos, incluso los médicos y sus familias no perciben
esos beneficios, solo un 15% del salario. Tampoco se les permite decidir con libertad,
deben entregar sus pasaportes y si escapan o lo intentan, sus familiares en la
isla asumirán los riesgos. Las represalias oficiales van desde ser despedidos
de sus trabajos, no poder ingresar a la universidad, recorte de víveres en la
libreta de racionamiento y límites a la movilización interna. Todo esto, sumado
a la cuarentana de libertad que arrastran por más de 60 años.
Es bochornoso que los países recipientes ignoren la violación a los
derechos humanos y que incentiven a un régimen dictatorial y opresor contratando
ese tipo de servicios. Aún peor, es que los países recipientes no se den por
aludidos sobre que, en el tráfico de personas, es tan culpable y delictuoso quien
origina el crimen como quien se beneficia de él. Y en este punto no se tiene que
entrar en disquisiciones políticas o de afinidad ideológica – ni echar culpas
al “imperio” ni ponerse a favor del nuevo gobierno argentino que los contrató ni
en contra de los nuevos gobiernos de Bolivia, Brasil y Ecuador que los
expulsaron – solo basta con ser objetivos y leer las categóricas acusaciones contra
las autoridades cubanas de las relatorías sobre esclavitud contemporánea y
trata de personas de la ONU: esclavitud, persecución y trabajo forzoso de miles
de profesionales de la salud.
Cuba (también los países receptores) no puede vender gato por liebre. Si
hay una transacción comercial de por medio, debe buscar el nombre apropiado a
su fórmula, ser transparente con lo que cobra a los gobiernos y paga a los médicos
o trabajadores de la salud según sus calificaciones, darles libertad y no
imponerles conductas autoritarias como si estuvieran en su propio país. Y,
sobre todo, los médicos cubanos debieran estar alejado de cualquiera otra actividad
que no sea la salud pública.
Más allá de cualquier posicionamiento que cada uno pueda tener sobre las
misiones médicas de Cuba, lo que llama la atención es que nunca nadie puede
explicar nada con total transparencia.
domingo, 12 de abril de 2020
El futuro de los medios de comunicación
La pandemia del Covid-19 es un punto de inflexión de la humanidad y en el futuro nuestra relación con el entorno social, económico y político será distinta; ni mejor ni peor, distinta. Los desafíos serán otros, y el éxito y la felicidad se medirán con otros parámetros.
Es difícil aventurar cómo serán los medios de comunicación y el periodismo en el futuro, pero es fácil advertir que las tendencias que ya venían marcando pista en la última década se profundizarán: innovación tecnológica, calidad en los contenidos, consumo de noticias en plataformas no tradicionales y fuentes diversas para la sustentabilidad del negocio periodístico.
La tendencia más notable y auspiciosa está en el redescubrimiento del mensaje creíble como marca registrada del periodismo. La credibilidad y la confianza del contenido noticioso se reafirma como sostén prioritario de los medios. El fact-checking deja de ser una reacción de los medios ante el nuevo entorno de las noticias falsas para irse convirtiendo en un nuevo género periodístico.
Las encuestas demuestran que las audiencias siguen conectándose en las redes sociales, se divierten, se distraen, socializan y asumen causas. Sin embargo, dejan en evidencia que buscan, leen, se informan y confían más en los contenidos de los medios tradicionales. La marca del medio, su estilo, su selección noticiosa, la verificación de los contenidos, sus investigaciones, sus denuncias y su vocación de “perro guardián” refuerzan y refundan el papel tradicional del periodismo y de los medios.
Todo esto no es automático ni a todos los medios les irá bien, pero la tendencia remarca que las mejores armas para sobrevivir la tendrán aquellos que apuesten a la calidad de los contenidos. Esto implicará crear contenidos diferenciadores, más creativos, más apegados al periodismo de soluciones y colaborativo para poder empoderar más a la gente, como alternativa al periodismo reactivo, de denuncia y de investigación. Más periodismo proactivo que reactivo, y sin activismo. No habrá que equivocar con dar a las audiencias lo que ellos quieran, sino que los medios deberán mantener un liderazgo en la agenda pública y seguir hablando sobre lo que incomode.
La innovación constante será un departamento más junto a los de fact-checking, mercadeo, circulación, publicidad o suscripciones. Los grandes medios vienen marcando la pauta, contratando a más ingenieros de sistemas y analistas. Los proveedores de servicios tecnológicos deberán seguir abaratando costos y trabajando con licencias de productos en constante innovación, más que con paquetes cerrados que terminan obsoletos a los pocos meses.
Quedó en evidencia con esta pandemia que la plataforma o soporte para difundir noticias ya no es relevante, en especial la de los medios escritos. Se ha acelerado el proceso digital y el consumo de papel es cada vez menor. El uso del móvil es más práctico y hasta saludable desde toda perspectiva, además de que los gobiernos están invirtiendo más en infraestructura de internet. Desde Bolivia a EE.UU., pasando por Chile, Nicaragua o Venezuela, aunque por causas diferentes, muchos periódicos dejaron de imprimir total o parcialmente. Y si a esto se suman los costos de producción y la tiranía del horario de impresión y distribución, no imprimir papel se transforma en la gran oportunidad: menores gastos de producción, de maquinarias, de distribución y mejores oportunidades para la impresión comercial y la demanda creciente que se avecina tras la recuperación de la economía.
La sustentabilidad de los medios seguirá como el gran desafío. La calidad no se puede sostener con intenciones. La inteligencia artificial y la innovación serán fundamentales para repatriar a los anunciantes que se han ido a las plataformas digitales atraídas por la inversión eficiente de su publicidad. Los medios tendrán que seguir diversificando sus ingresos más allá de los contenidos noticiosos, organizando eventos, manejando la comunicación a otras empresas y dedicándose al e-commerce. El periodismo de calidad y diferenciador permitirá solidificar el sistema de suscripción digital. Los sistemas serán más híbridos, habrá alianzas con otros medios para dar más valor de marca, y se ofrecerán contenidos gratuitos y otros de pago. Otras formas de ingreso por contenido serán buscadas a través de asociaciones que tendrán que reclamar ingresos por derechos de autor, como sucede en Europa, y nuevos estilos en el que los Estados tendrán que subsidiar algunos medios por su servicio a la democracia, pero en forma directa, técnica y transparente, no a través del clientelismo utilizado en la repartición de publicidad oficial.
En definitiva, repito, el futuro no será ni mejor ni peor, será distinto. Muchos medios perecerán, otros se combinarán y concentrarán en menos marcas para sobrevivir. Su futuro no solo dependerá de la capacidad de adaptación a la nueva realidad, sino de los recursos que invertirán en innovación constante y en todos los órdenes.
miércoles, 1 de abril de 2020
Juego peligroso la censura de Facebook, Instagram, Twitter
Estoy de acuerdo sobre que el presidente Jair
Bolsonaro es un energúmeno que sigue minimizando los efectos de la pandemia del
COVID-19. Su conducta es condenable: primero, porque pone en riesgo a sus
ciudadanos y, segundo, porque no tiene el mismo derecho a expresar lo que
siente o cree debido a su investidura, ya que sus palabras y acciones atraen y conllevan
consecuencias. Un personaje público, ya sea funcionario, deportista o celebridad,
tiene mayor responsabilidad que un ciudadano común en su libertad de expresión.
Esa responsabilidad está atada al nivel de influencia; a mayor popularidad,
mayor responsabilidad.
Ahora bien, el hecho de que sus expresiones y acciones
sean condenables, no quiere decir que puedan ser censuradas, en especial por
ese mismo principio de responsabilidad pública que tienen, ya que todos debemos
tener acceso a esa información para armar nuestros juicios de valor. No se deben
censurar los dichos o las acciones de los personajes públicos, mucho menos las
de un presidente o de alguien que detente un cargo electivo. No se pueden
censurar los abrazos que Bolsonaro y Andrés M. López Obrador dieron a sus
seguidores en cuarentena, las acusaciones infundadas de Donald Trump contra los
medios por expandir la histeria colectiva o las calificaciones de “miserables”
que les espetó Alberto Fernández a los empresarios argentinos, más allá de que
estemos o no de acuerdo con esas expresiones y acciones.
Facebook e Instagram eliminaron el lunes publicaciones
de Bolsonaro en las que se veía caminando por Brasilia y en contacto con la
gente. También lo hizo Twitter y el argumento es que las acciones de Bolsonaro estarían
contradiciendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud
Considero que la medida de estas redes sociales es tan
condenable como la actitud de Bolsonaro. No pueden censurar bajo criterios
estrictamente propios como plataformas, sino que se tienen que adaptar a criterios
internacionales sobre libertad de expresión que se han ido adaptando tras
décadas de discusión y que tienen que ver con delitos específicos, entre ellos,
odio, xenofobia, apología del delito, prostitución, racismo, etc… Creo que
estas plataformas se han excedido en su actitud de mostrarse “políticamente
correctas”. Y el temor es que cuando se empieza a censurar sin ton ni son, la
censura se puede convertir en una bola de nieve difícil de atajar.
Twitter ha mantenido una política coherente en este
tipo de censuras, pero lo extraño es que Facebook e Instagram están revirtiendo
una política que el año pasado adoptó su dueño, Mark Zuckerberg, y a la cuál
ponderé por su compromiso con la libertad de expresión.
En ese entonces, y en el contexto de la gran polémica
sobre la diseminación de noticias falsas, Zuckerberg defendió que el discurso
político malintencionado y mentiroso que es frecuente en los procesos y la
propaganda electoral, no sería moderado y se dejaría tal cual en su plataforma.
Añadió que Facebook no debe moderar
las expresiones de los políticos porque aún si fueran falsas siguen siendo
relevantes y de interés público.
Creo
que aquel buen razonamiento de Zuckerberg debe prevalecer en todo momento,
incluso ahora por más que estemos asfixiados por la pandemia. Como individuos
tenemos el derecho de saber, incluso aquellos dichos y acciones que nos incomodan,
provocan y nos enojan.
domingo, 29 de marzo de 2020
El coronavirus confirma el papel de las redes sociales y el del periodismo
Es lamentable que justo en el momento que la gente está
emigrando de las redes sociales y abrazando a los medios de comunicación para informarse,
esa apuesta a la credibilidad y confianza está en peligro debido a que la
pandemia está agudizando los graves problemas económicos que la prensa viene arrastrando
desde hace 15 años.
Si bien el público gasta gran porcentaje de tiempo en
las redes sociales, en especial en épocas de #quédateencasa, cada vez más está
escogiendo leer información en los sitios de noticias tradicionales. Así lo
reflejan encuestas como varias que se acaban de hacer en el Reino Unido.
La credibilidad es la gran diferencia. La gente está
empezando a usar las redes sociales para lo que verdaderamente fueron creadas, lugar
de encuentros y conexión. Pero está usando a los medios para lo que
verdaderamente fueron creados, informarse.
Claro que hay medios y medios, y periodistas y
periodistas, como tienen todas las profesiones en la viña del Señor. La
pandemia no ha convertido a nadie, solamente ha potenciado las virtudes y los
defectos. Los medios sensacionalistas lo son aún más y los ecuánimes siguen
apostando a mejorar su calidad.
Lamentablemente el reencuentro del público con la
credibilidad no es todo buena noticia. En todos los países la drástica merma de
los ingresos publicitarios está reduciendo operaciones. Muchos medios impresos
han tenido que dejar de imprimir ejemplares, como en Chile y Bolivia, debido alto
costo de impresión y solo se publican en internet. La televisión, la radio y
los medios nativos digitales también han sido afectados. Sin los ingresos publicitarios
de antaño, ahora se hace cada vez más difícil mantener a periodistas y
empleados. Todo queda reducido a una fórmula que agrava el desastre financiero
que se venía arrastrando: menos periodistas sinónimo de menos calidad, y sin
calidad la credibilidad decrece.
Los meses posteriores a la pandemia serán esenciales
para la redefinición de los medios, el papel del periodismo y el de las redes
sociales. (Continuará).
miércoles, 25 de marzo de 2020
Papel higiénico, armas y Wall Street
Pese a la
tragedia por el coronavirus y sus víctimas, estas son mejores épocas, que
cuando el mundo, con menos salud pública, salubridad, conciencia y comunicación
se debatía entre la vida y la muerte por la peste bubónica, la amarilla, la
española, entres tantas otras.
Son mejores
épocas económicas también, pese a la malaria financiera que el coronavirus nos
atrajo porque hemos perdido el trabajo o lo estamos a punto de perder y porque
la mayoría de las empresas andan tambaleándose debido a las medidas de
cuarentena. Mejor época porque esta crisis económica no es la misma que la del
2008, las del 2001, del 87 o la gran depresión del 29, donde las causas eran
económicas.
Esto, claro,
no exonera a los economistas y financistas actuales, que siendo de los mejores
preparados del mundo y quienes siempre nos aconsejan para nuestra estabilidad
futura, su inestabilidad emocional agrava la crisis en la que vivimos. De ahí
que en menos de cinco semanas, Wall Street parece montado en la Montaña del
Espacio de Disneyworld, subiendo y bajando con vértigo y a oscuras. Ya Wall
Street y el sistema bancario nos robaron los sueños en el 2008 y si siguen así
los tendremos que condenar por robarnos en esta pandemia. Pregunto: ¿No podrá
cerrarse Wall Street y las demás bolsas cuando existen estados de emergencia?
¡Que tengan también cuarentena! Sería más saludable. Ya está visto que no basta
con los breakers cuando las acciones caen por el piso o se levantan por las
nubes.
La escasez de
papel higiénico o de alcohol sanitario no es síntoma de mal comportamiento
social. Es solo un corolario de economía social sobre los principios económicos
de la escasez, una acción psicológica de autoprotección, justificable. Aquí en
Miami, tierra de huracanes, todos los años nos enfrentamos a esta escasez cada
vez que los vientos se arremolinan en el Atlántico. La escasez estacional forma
parte de nuestra cultura.
Lo que
preocupa en estas circunstancias son los que el sarcástico y agudo columnista
de Clarín, Alejandro Borensztein bien denomina los “peolutudos” que desnudó el
coronavirus. Los hay en todos lados, como aquellos que toman la cuarentena para
irse de vacaciones, los jóvenes que se creen inmunes y no entienden que el
problema no es que tan solo que no se contagien, sino que contagien. En fin,
las últimas dos columnas de Borensztein resumen la pelotudez humana y muestra
la más peligrosa de todas las epidemias, la de los “pelotudos célebres” que se
sienten por arriba de cualquier condición humana, inmunes a la ley.
Con el
coronavirus afloran o se potencian actitudes impensadas. Lo del papel
higiénico, vaya y pase, pero hay otras cosas de las que preocuparse cuando uno
observa actitudes raras en las redes sociales, como la de aquellos que difunden
desprevenidos (o con intención) ridículas fórmulas y remedios que pululan en
las redes sociales, como las sandeces dictador Maduro que pide combatir el
coronavirus con limonada tibia, ajo y pimienta negra, o los que se pliegan a
las fábulas y teorías de la conspiración y creen que la vacuna o el próximo
antiviral antídoto servirá para someternos a todos.
Preocupa aún
más, algunas actitudes de autoprotección al mejor estilo farwest. Aquí en área
metropolitana de Miami, un informe de hoy del Miami Herald recoge que las
ventas de armas se han disparado en un 80% en estas últimas semanas. Y en un
país en el que todos los años hay más de 10 balaceras masivas mortales, y la
tenencia de armas sigue siendo un debate legal inconcluso, uno no quiere
imaginar si alguno de los calificados por Borensztein va a un supermercado,
arma en mano, a buscar el artículo más preciado por todos.
Comparto este enlace del Financial Times https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75, un artículo sensacional del escritor israelí que ojalá puedan leer. Habla
sobre cómo los gobiernos y los ciudadanos habremos cambiado nuestras formas de
vivir y nuestras actitudes después de que termine esta pandemia. Plantea un
buen dilema y lo desgrana: “En este momento de crisis, enfrentamos dos opciones
particularmente importantes. El primero es entre la vigilancia totalitaria y el
empoderamiento ciudadano. El segundo es entre el aislamiento nacionalista y la
solidaridad global”.
martes, 24 de marzo de 2020
Responsabilidad ante el coronavirus: tener dirigentes políticos íntegros
Los dirigentes políticos de todas las latitudes desnudan sus capacidades
de liderazgo ante situaciones límites, como en esta pandemia del coronavirus. Uno
puede observar que hay de todos los colores. Muchos buenos que se adelantan a
las consecuencias y las capean, otros mojigatos que se atemorizan y esconden la
cabeza y algunos incorregibles que niegan los problemas y esconden las
consecuencias.
Un ejemplo sórdido lo representó el presidente Manuel López Obrador que,
desafiante, invitó a los mexicanos a salir a las calles y poblar los
restaurantes en medio de la cuarentena sin precedentes en el mundo. Y a esta
lista sumemos a Trump, Bolsonaro, Maduro, Piñera, Fernández, Díaz Canel,
Trudeau, Bukele, Moreno – a los que hay que sumar intendentes o alcaldes de ciudades,
gobernadores y legisladores - y veremos cómo, sin distinción de ideologías o
colores, a cada uno le podemos achacar defectos y virtudes ante la pandemia y,
sobre todo, un alto grado de arrebatos, manotones de ahogado y pusilanimidad
que desnudan muchas de sus falencias y falta de preparación para el puesto
encomendado.
Nada nuevo por supuesto, pero la pandemia desnuda todos los defectos o
potencia los que arrastraban en épocas normales en un período de tiempo muy
concentrado.
Por eso vale la pregunta que muchas veces planteé en mi columna respecto
a la corrupción o la falta de liderazgo ante las consecuencias del cambio
climático. ¿Debieran quienes se quieren presentar a cargos políticos estar
certificados por una especie de colegio profesional como deben hacer otros
profesionales como los arquitectos, abogados, médicos? ¿Debieran los particos
políticos tener filtros para que los futuros dirigentes pasen por pruebas de
antecedentes penales como piden los colegios de abogados o firmar algún juramento
de integridad y servicio como los médicos lo hacen mediante el juramento
hipocrático?
Por supuesto que esto no incluye el tema de un grado académico porque
ellos sería discriminar contra el derecho civil de cualquier ciudadano que
busca hacer una diferencia. Pero también estos dirigentes deberían pasar un
test de honestidad, integridad y ser educados con cursos de liderazgo,
estrategias, convivencia política, etc…
La responsabilidad de dirigir a millones de personas no debería estar
solo sujeto al deseo o las maniobras de la politiquería, sino que ese deseo y
vocación de servicio social deben estar acompañados de una gran responsabilidad
y preparación que se acumula con tiempo y no en la espontaneidad. Ningún
soldado llega a general de la noche a la mañana, así como ningún operador de maquinaria
pesada llega sin permiso de conducir.
Esta pandemia también desnuda mucho cómo somos los ciudadanos y cómo nos
comportamos y, en mi caso, cómo somos los periodistas. Pero todo esto queda
para comentar en otros días.
sábado, 15 de febrero de 2020
La prensa, Ingrid y la exageración
Por Ricardo Trotti (foto tomada del diario El País, Héctor Guerrero)
Con justo argumento y reclamo las mujeres mexicanas
marcharon esta semana en protesta en contra del diario La Prensa por unas fotos
revulsivas que publicó de Ingrid Escamilla, una víctima más de los feminicidios
que afectan al país y a toda la región.
No es la primera vez que los ciudadanos protestan
contra los medios sensacionalistas. No reclaman por mentiras o por noticias
falsas, cuestiones que también son inherentes al periodismo amarillo, sino
porque exageran hechos escabrosos para llamar la atención y vender más.
La exageración de los hechos, de la verdad o el
sensacionalismo siempre fueron parte de la vida cotidiana, solo basta mirar los
espectáculos de lucha libre que atrapan a miles con los golpes exagerados y
teatrales de los luchadores. Todas las formas de entretenimiento tienen en su
esencia la exageración, modos orquestados para atrapar la atención de los
sentidos.
El periodismo sensacionalista hace lo mismo. A un rayo
de luz en la oscuridad lo transforma en un ovni y en una invasión apocalíptica
o a una celebridad le descubre ancestros en el nazismo o glorifica que una
comunidad haya linchado al violador que la justicia nunca condenó.
El problema es cuando el sensacionalismo se adentra en
hechos policiacos o la crónica roja. Como en el caso de Ingrid, tarde o
temprano, cruza la línea delgada que divide la verdad con la exacerbación del
morbo, del delito, del discurso, acciones todas que deshumanizan y restan
dignidad a las víctimas.
¿Por qué esta protesta ahora y no antes? Porque
siempre se llega a un punto de inflexión, una gota que rebalsa. Las razones de
las mujeres ante La Prensa son pertinentes y el reclamo justo. Otros medios
mexicanos, como hace poco decidieron varios periódicos de la cadena El Sol en
el interior del país, adoptaron el criterio de no publicar hechos de esta
naturaleza, con la intención de no seguir amplificando a los violentos y
construir un periodismo para la paz.
Cada medio tiene sus criterios y todos son
respetables. Más allá de la marcha justa de las mujeres ante La Prensa no creo
que haya que desacreditar de cuajo el valor que tiene la exageración como para pedir
la desaparición del medio o condenarlo en la hoguera pública. Tampoco hay que
ser exagerados desde la vereda de enfrente.
Estos medios o los medios serios que también publican
notas escabrosas de crónica roja juegan un papel social importante. Crean conversación,
llaman la atención de las autoridades, generan cambios e incluso sirven para
fomentar comunidades nuevas, como el grupo de mujeres en protesta.
El periodismo sensacionalista no es malo en sí mismo,
pero sí la intención que hay detrás de la exageración. Si es para entretener
vaya y pase. Si se justifica en los cambios sociales que pretende generar, bienvenido
sea. Sin embargo, si es por puro morbo, para vender más y en su intención deshumaniza
a las víctimas, es condenable.
Que sirva esta condena de las mujeres para que La
Prensa, el periodismo y los medios en general sean más responsables por lo que
publican y amplifican. Pero que esto no quite el miedo a liderar, ya que muchas
veces los medios deben exagerar los hechos para que estos llamen la atención y
generen cambios sociales y políticos.
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