sábado, 27 de septiembre de 2014

Clima todavía muy demagógico

Sobre tres grandes luchas se debatió esta semana en la asamblea de Naciones Unidas: Contra el terrorismo internacional, el virus del ébola y el cambio climático.

Las dos primeras batallas son difíciles pero tangibles, de ahí que por los acuerdos y consensos alcanzados sobre acciones inmediatas, se pronostique éxito a corto o mediano plazo. En cuanto a la protección del medio ambiente, la realidad es muy diferente. Muchos países todavía consideran que el tema es importante, pero no urgente debido a que los resultados no se verán hasta en la próxima generación. Aun así, todos los líderes pronunciaron discursos rimbombantes sobre la necesidad de reducir los gases de efecto invernadero e invertir en energías renovables.

Si bien el martes hubo tanta demagogia como en pasadas asambleas, vale destacar que hay algo de mayor conciencia sobre las urgencias. Todos los países - ricos, emergentes y pobres - coincidieron en dejar de achacarse culpas y trabajar para que el año próximo en París se alcance un tratado con prácticas y objetivos comunes para reducir los gases contaminantes.

Los gobiernos no hubieran conseguido este avance a no ser por la presión que ejerció la sociedad civil. En el Central Park de Nueva York el domingo desfilaron 300 mil personas, una de las 2.700 marchas que se contagiaron en 158 países. Y también porque el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, advirtió la demagogia y reclamó cambios: “No estamos aquí para hablar sino para actuar”.

Ya nadie quiere escuchar discursos sino ver acciones concretas. Tampoco que gobiernos y científicos con intereses mezquinos emitan informes sobre que el cambio climático es un proceso normal del universo, así como las tabacaleras se pasaron décadas negando que el cigarrillo cause cáncer. Los datos son contundentes. En 2013 las emisiones de combustibles fósiles aumentaron 2,3% alcanzando un récord de 36 mil millones de toneladas de dióxido de carbono. Este año el porcentaje será mayor.

A una tasa anual de 40 mil millones de toneladas liberadas al año, en menos de una generación se llegaría al tope de 1.200 que puede soportar la Tierra antes de que suba la temperatura dos grados centígrado y las consecuencias sean catastróficas. El último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático pronosticó que en este siglo la degradación irreversible del ecosistema desplazará a millones de personas, generándose conflictos y guerras.

El gobierno de EEUU ya admitió culpas y responsabilidades. El estudio “Evaluación Nacional del Clima” realizado por 300 científicos, demostró los problemas actuales que afectan al país, entre ellos, desastres meteorológicos, cambios en la agricultura y en el nivel del mar y mayor número de enfermedades. Ahora se espera que China, el mayor contaminador con el 28% de las emisiones del planeta, e India, el cuarto después de EEUU y la Unión Europea, se comprometan a descontaminar, pese a que teman una desaceleración de sus economías.

Más allá de los gobiernos, las empresas de transporte y constructores de automóviles también se comprometieron a sustituir gasolina por electricidad y las petroleras a reducir las emisiones de metano.

La sustitución de energías fósiles por las renovables, eólica y solar, se apunta como la alternativa más eficiente y factible, y en esa práctica Alemania, España y Brasil, están adelantados. Sin embargo, para contagiar al resto, todavía falta demostrar que las energías renovables son redituables en comparación con el carbón, siempre barato y accesible.

La respuesta puede encontrarse en “La nueva economía del clima”, reciente informe del Fondo Monetario Internacional y la Universidad de Bolonia. No habla de sustitución de energías, sino de reemplazo de impuestos. Que los países impongan cargas tributarias caras a la tonelada de emanación por carbón y que, al mismo tiempo, reduzcan otros impuestos como el de las ganancias. Considera que así, a la vez que se incentive la sustitución de energías, la mayor cantidad de dinero circulante proporcionaría beneficios adicionales para el crecimiento del país.

Quizás esta sea la receta más concreta hasta ahora. Podría ayudar a vencer la resistencia de aquellos gobiernos que ven en la lucha contra el cambio climático un mal negocio y una gran amenaza para sus economías. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

Evolución: Relojes inteligentes

Cada tanto aparece un producto capaz de transformar la forma en que vivimos. Pero no había certeza sobre cómo evolucionaría la tecnología portátil después de la revolución que generó el teléfono móvil inteligente.

Apple, cuyos anuncios se esperan como el humo blanco del Vaticano, mostró de nuevo el camino de la evolución. Se trata del Apple Watch, un reloj inteligente de pulsera, que le facilitará al usuario hacer todas las operaciones que en forma combinada le permiten su computadora personal, teléfono inteligente y las nuevas pulseras que miden la actividad física.

El Apple Watch pasó desapercibido ante el anuncio de los nuevos iPhone 6 y 6 Plus, pero es el producto al que le puso mayor atención Tim Cook, el nuevo Steve Jobs de la compañía. La prensa no se mostró muy entusiasmada. Tal vez por la irrelevancia de otros relojes inteligentes que sacaron Samsung, Motorola y Google, y pulseras que miden la actividad física como la FuelBand de Nike, Jawbone y Fitbit, que no pudieron establecerse en el mercado por escasa utilidad, poca estética y mal diseño.

Sin embargo, Apple tiene chances de éxito con el nuevo producto. Se adentra a la tecnología portátil “wearable” (complementos tecnológicos personales) con estilo y estética, como lo hizo en 2001 con el iPod. Promete seis tipos de relojes inteligentes para todos los gustos, y con un diseño que se asemeja, más que a una grotesca computadora de muñeca, a un reloj tradicional ofreciendo la apariencia de estatus social que brindan Rolex, Omega, Breitling, Tag Heuer, entre otras marcas de lujo en el mercado.

Apple ha tenido la visión de congeniar esa cualidad con la tecnología personal y hacer más útil un producto tradicional, cuyos únicos avances en más de un siglo fueron el cronómetro y que se pudiera sumergir a 200 metros de profundidad, detalles irrelevantes para el usuario común. El nuevo Watch permitirá mayor conexión a internet, correo personal, hacer llamadas, jugar, descargar apps, mapas, gps, manejar electrodomésticos a distancia, así como medir el nivel de azúcar en la sangre y desarrollar un programa de ejercicios físicos para perder las calorías acumuladas.

Sin embargo, en esa mayor intimidad y personalización que permite la tecnología “wearable”, radica una amenaza insalvable para el usuario: Mayor invasión de la privacidad. Los datos que el reloj registre, de subir a la nube digital o iCloud, podrán ser utilizados para saturar de publicidad farmacéutica al usuario o, hasta en un futuro, para que las aseguradoras rechacen ofrecer una póliza de vida y las prestadoras de salud aumenten las primas a todo aquel que no cumpla con los ejercicios físicos o compre más carnes rojas que frutas y verduras.

En respuesta a estas amenazas y preocupaciones, a tiempo con los nuevos productos que irrumpen en el mercado, esta semana los rivales Apple y Google quisieron vender confianza y tranquilidad. Apple, con su sistema operativo móvil iOS 8, y Google, con el sistema de sus próximos Androids, anunciaron que solo venden productos, que los datos personales de los usuarios en sus dispositivos estarán encriptados, lo que ni siquiera les permitirá acceder a ellos o, por supuesto, entregarlos a la justicia y a la policía por más orden de cateo que exista.

Estas precauciones por mayor seguridad dan respuesta a la desconfianza que se generó hace semanas con el robo masivo de fotografías de actrices del iCloud y, en especial, a las críticas que las todas compañías digitales recibieron por colaborar subrepticiamente con el gobierno estadounidense entregándole los datos personales de sus clientes.

Más allá de las ventajas y riesgos que deben contemplarse con el uso de los nuevos aparatos inteligentes, vale resaltar la enorme evolución de las tecnologías portátiles y la ventaja de Apple sobre otros “wearables” como los “glasses” de Google, que no lograron ser tan relevantes o adecuarse a las nuevas exigencias de los consumidores: Mayor conexión y mejor calidad de vida.

Aquellas exigencias, en cambio, fueron las que el visionario fundador de Apple descubrió antes de tiempo, de ahí su éxito. Por eso cuando murió en 2011, en las redes sociales se evocó repetidamente a las tres manzanas que revolucionaron a la humanidad: la de Adán y Eva, la de Isaac Newton y la de Steve Jobs.