Por estos días en Washington, la discusión es si Donald Trump se ajusta al dicho
de “perro que ladra no muerde” o si sus ladridos cargados de retórica incendiaria
devienen en mordeduras concretas.
Muerda o no, lo
cierto es que cada tuit que dispara suele tener más radioactividad que una
ojiva nuclear. Incentiva una relación de amigo vs enemigo y fuerza a todos a
tomar partido. Fox News o CNN. Republicano o demócrata. Departamento de
Justicia o FBI. Casa Blanca o CIA. Funcionarios leales o soplones. Muro o más
drogas y violencia.
Su personalidad
tempestuosa genera resistencias en sus adversarios y hasta defensas incómodas
entre sus defensores. Adjetiva con calificativos rimbombantes a sus aliados
como el canciller Rex Tillerson o defenestra sin miramientos a sus enemigos, el
fiscal especial Bob Mueller; y sus mejores amigos pueden convertirse en un
santiamén en sus peores enemigos: Steve Bannon.
Su retórica ha
enrarecido el ambiente y el establishment se siente amenazado, viendo que
aquellos ladridos de campaña - que otros políticos abandonan apenas terminan
las elecciones – persisten en su gobierno. Está omnipresente y disfruta de ser
el centro de todo debate en la “ciénaga”, así sea sobre el memo del FBI o si
Melania prefiere o no darle la mano.
Como perro de
caza, Trump no suelta la presa, virtud que acrecienta la fidelidad del núcleo
de sus seguidores, pese a que su popularidad subibaja como la Bolsa. Insiste en que la inmigración ilegal genera
violencia y quiere un muro. Que el calentamiento global es un invento de los anticapitalistas.
Que la prensa es lacra y su verdadera oposición; la “enemiga del pueblo”.
Si bien los
ladridos intempestivos contra la prensa han devenido en algunas mordeduras, las
lastimaduras todavía son leves. Igualmente preocupan, porque de profundizarse podrían
debilitar el clima de libertad de prensa y generar autocensura afectando el
derecho del público a la información, como señaló una delegación de la Sociedad
Interamericana de Prensa que esta semana se destacó en Washington.
Con sus pedidos
a que se reformen las leyes de difamación para demandar a los periodistas
críticos, sus premios a la “prensa falsa”, su negación a responder preguntas
incómodas, bloquear reporteros de las conferencias o solicitar que se revoque
la licencia de operación de la cadena televisiva NBC, Trump pretende que el
público deje de creer en los medios.
Pero en un país
donde estos y la expresión libre son instituciones bien enraizadas en la
cultura, protegidos por la Primera Enmienda, puede suceder que luego que se
disipe la tormenta de su retórica, el tiro le salga por la culata. Algo así ya
se observa. Su discurso anti prensa ha empoderado y revitalizado a los medios y
periodistas. Rigurosidad, precisión, investigación y calidad periodística, condiciones
que antes se daban por sentadas, están cobrando ahora nueva vida.
Varios medios
tradicionales están contratando más periodistas, profundizan sus investigaciones,
existen proyectos periodísticos más rigurosos como el Facts First (hechos
primero) de CNN, que devienen en campañas para que el público abrace la
importancia que tienen los datos objetivos y las noticias confiables para
construir democracia. También proliferan instituciones sin fines de lucro con
proyectos de periodismo investigativo y se crean otras para defender
periodistas, como el US Press Freedom Tracker, una coalición de 20 entidades de
prensa, que monitorea agresiones contra periodistas en todo el país.
Aunque la
retórica suele ser la primera fase de un autoritarismo progresivo que puede
degenerar en regulaciones y en censura directa contra los medios, en EEUU la retórica
de Trump difícilmente pueda desembocar en situaciones graves. Habrá que sopesar
los resultados al final de su mandato y compararlos con los de gobiernos
anteriores, considerando que Barack Obama implantó una vara alta y agresiva, con
varios periodistas y soplones oficiales encarcelados, falta de transparencia y
cerrazón de fuentes oficiales de información.
Sin embargo,
en donde los ladridos de Trump pueden ser peligrosos, es en aquellos países,
incluidos los latinoamericanos, cuyos gobernantes pueden sentirse legitimados
por su retórica como para pegar fuertes mordiscos a la libertad de prensa. trottiart@gmail.com