Alguien tenía que ponerle el cascabel al gato. Después de tantas sospechas,
la Justicia estadounidense desenmascaró y puso nombres concretos a una gran banda
de mafiosos que usaba a la FIFA como fachada y escudo para sus negociados corruptos.
Desde hace 24 años, los mafiosos utilizaban principalmente a la Copa
América y su posición de confianza en la FIFA, la Concacaf, la Conmebol y
asociaciones nacionales de países latinoamericanos y caribeños, para robar a
mansalva mediante sobornos, chantajes, reventa de entradas y derechos de televisión.
La justicia estadounidense, encabezada por la fiscal general, Loretta
Lynch, junto al FBI y la agencia de impuestos, construyó este caso con 12 años
de investigación sin grietas, creíble e implacable. Está basado en testimonios
de arrepentidos, como el de Chuck Blazer, ex secretario general de la Concacaf,
en un informe sobre irregularidades del fiscal estadounidense Michael García
que Joseph Blatter archivó, en escuchas subrepticias de reuniones donde se
fraguó la organización de la Copa América 2016 en EEUU y en el uso de bancos y
corporaciones de este país.
La corrupción es “sistémica y desenfrenada”, tan longeva como la edad de
los dirigentes y tan profunda que en la rueda de prensa del miércoles, la
fiscal aventuró que irán por más. No se quedarán con los siete dirigentes
atrapados en Suiza, ni con los 14 encausados y los cinco ejecutivos de mercadeo
de Argentina y EEUU, como Alejandro Burzaco de Torneos y Competencias o José
Hawilla, del conglomerado brasileño The Traffic Group, que usaba su sucursal en
Miami para sobornar a directivos y quedarse con derechos del fútbol.
Los dirigentes, que ahora enfrentan cargos que no podrán pagar durante sus
vidas, cada tanto accionaban botones de pánico para calmar denuncias y
sospechas en su contra. Así expulsaron a árbitros que amañaron partidos en el
Mundial de Sudáfrica y en ligas europeas; sancionaron a agentes y clubes con transacciones
ilegales de jugadores; y hacían preparar informes como el de García que
demostró que Rusia y Qatar consiguieron sedes mundialistas a cambio de sobornos
por cuatro millones de dólares, aunque taparan luego cualquier evidencia que
los incriminara.
También se beneficiaron con la atención de la opinión pública sobre casos
menores, como el uso de tecnología para la línea del gol o el mordisco de
Suárez. La distracción ayudaba para no hablar sobre la corrupción en torno a la
reventa de entradas y la construcción de los estadios en Brasil o sobre los
obreros muertos en condición de esclavos en los estadios de Qatar.
La “cultura de la corrupción que pudrió el deporte más grande del mundo”,
como afirmó el director del FBI, James Comey, era una mafia bien organizada que
blanqueaba capitales, hacía fraude, extorsionaba, pedía comisiones por
cualquier cosa y amañaba torneos, como las pasadas copas América, la próxima
que en días arrancará en Chile y la del año que viene en EEUU.
Así como cuando se produjo el caso Wikileaks que conmocionó al mundo y que
luego tuvo repercusiones con escándalos propios en cada país, pronto aflorarán
casos de corrupción por todas partes que se nutrieron de esa cultura que la
FIFA creó y cobijó. La denuncia de la prensa italiana sobre que varios árbitros
favorecieron a Corea en el Mundial del 2002 o las donaciones de la FIFA a la
Fundación de Bill y Hillary Clinton, son parte de lo que vendrá.
Quedaron ahora dos pelotas picando. La más positiva es que ante tanta
podredumbre y corrupción institucionalizada, la irrupción de la Justicia en el
campo de la FIFA permite pensar que ya no se tolerará que se sigan disfrazando
delitos graves como si fueran simples fallas éticas, a lo que Blatter nos tenía
acostumbrado.
La otra pelota es la más negativa. Después de cierta esperanza de cambio
ante tantas denuncias, arrestos y corrupción desenmascarada, Blatter en vez de
renunciar fue reelegido, pese a que hizo gala de ingenuidad, aparentando
desconocer una red de corrupción que abundó frente a sus narices durante sus 17
años de gestión.
No es seguro si su contendiente, el príncipe jordano, Ali bin Al Hussein,
hubiera sido mejor opción, pero al menos representaba el cambio y la
posibilidad de limpiar el campo de juego para que el fútbol vuelva a ser deporte
y justo. trottiart@gmail.com