Comparto con ustedes la columna del fin de semana pasado sobre las elecciones que parecieran que hubieran quedado en el pasado pretérito, dada las últimas instancias que sacuden a la opinión pública estadounidense en estos días, tras la renuncia a la CIA del general David Petraus y las implicaciones de sus relaciones premaritales.
Esta es mi columna sobre la victoria de Obama y la derrota de Romney:
La división en partes iguales del electorado estadounidense
demanda moderación y humildad. Ni el inquilino de la Casa Blanca ni la mayoría
republicana elegida para la Cámara de Diputados pueden sentirse triunfalistas.
El llamado de los electores, incluido el 42% que no salió a votar, invita a
demócratas y republicanos a la reconciliación.
No será fácil. Ninguno de los dos partidos querrá traicionar
la confianza electoral de sus constituyentes. Pero si para diciembre no logran
consenso sobre cómo resolver el abismo fiscal, sanear cuentas fiscales y que
los 23 millones de desempleados empiecen a tener esperanza, corren el riesgo de
impulsar otra recesión económica y mayor desconfianza en Washington.
Pese al triunfalismo mostrado en los medios de
comunicación y las redes sociales, Barack Obama ganó pero no puede sentirse
triunfador. Sacó menos votos que en 2008 cuando obtuvo más de 69 millones. Los
republicanos no deben sentirse vencidos, en los estados que decidieron la
contienda, como Ohio, Virginia y Florida, el margen de diferencia fue mínimo,
casi del uno por ciento. Además, es normal que un presidente gane la relección;
Obama es el noveno en lograrlo en los últimos 100 años, salvo excepciones más
recientes como el demócrata Jimmy Carter y el republicano George Bush padre.
Del otro lado de la moneda, es importante observar que
con más de 60 millones de votos, Obama ganó con más de lo que preveía. Mientras
que Mitt Romney con casi 58 millones de votos, obtuvo un millón menos que John
McCain en 2008. Y eso que McCain tenía enormes desventajas en comparación. Tuvo
que defender dos guerras y una economía en picada que heredaba de George Bush
hijo y no consiguió recaudar dinero para la contienda electoral.
Obama y Romney también perdieron juntos. La masiva concurrencia
mostrada en imágenes de largas filas frente a las urnas, fue una ilusión óptica
o producto de una mejor cobertura televisiva. Solo un 58 por ciento acudió a votar,
cuatro puntos menos que en 2008 y dos menos que en 2004. La falta de
movilización contrasta con una campaña electoral que, para todos los cargos en
disputa, fue la más cara de la historia y del mundo, con un monto superior a
los seis billones de dólares.
También perdió aquella frase de “Es la economía,
estúpido” que definía las elecciones. Romney se aferró a criticar los yerros
económicos de los primeros cuatro años de Obama, mientras que Obama logró
esquivar el bulto castigando al extremismo de los republicanos más conservadores,
imponiendo en la agenda temas como el aborto, los anticonceptivos, la
inmigración, los matrimonios entre personas del mismo sexo, la salud pública y la
legalización de las drogas.
Gracias a esos temas, el país todo es el que ganó.
El mensaje es que el bolsillo no es lo único que importa, también el capital
social. Eso quedó espejado en el nuevo Congreso que asumirá en enero, que a
réplica de la demografía actual, contará con la mayor cantidad de mujeres y de
hispanos de la historia. Habrá 20 mujeres en el Senado y 77 en la Cámara de
Diputados. Los latinos tendrán 28 diputados y tres senadores y, además, los afroamericanos
tendrán 43 legisladores y los asiático-americanos, 10. Cinco homosexuales y una
congresista bisexual, también serán de la partida.
Los izquierdistas del mundo tampoco deben apoderarse
de triunfalismo con Obama. La diferencia entre demócratas y republicanos tiene que
ver con objetivos económicos y con el papel regulador del Estado, pero no con
el remplazo del sector privado. La visión política y económica es la misma.
Creen y defienden el libre mercado, las ideas y la creatividad, así como en los
sagrados valores de libertad individual y persecución de la felicidad,
establecidos en la Declaración de Independencia de 1776.
Nadie puede sentirse triunfalista ni derrotado. La
política estadounidense es cíclica y siempre el vencido reaparece con un
candidato joven y prometedor. Bill Clinton, Barack Obama y George Bush hijo, demuestran
que los partidos vuelven con mejores y jóvenes apuestas para recuperar la Casa
Blanca.
Lo importante sería que para el 2016, demócratas
y republicanos respeten esa mejor representación demográfica del país; y que
los mejores candidatos a presidente, además de jóvenes, sean mujeres e
hispanos.