sábado, 10 de junio de 2017

La necesaria alfabetización digital: De la sátira a los delitos de odio

Cada vez es más difícil diferenciar el humor, la sátira y la parodia política, del bullying, la difamación y los delitos de odio. Se trata de una línea difusa que se hace aún más borrosa en épocas de internet.

Ninguna libertad es absoluta; y la de expresión no es la excepción. Tiene restricciones legales y límites éticos. Sucedió con la humorista estadounidense, Kathy Griffin. Sostuvo una foto de la cabeza de Donald Trump ensangrentada, recién degollada. Explicó que era una sátira por los dichos del Presidente contra una periodista. Su broma no tuvo efectos legales, pero fue éticamente censurada.  En contrapartida, CNN la cesó como animadora del programa de fin de año en Times Square.

Los comunicadores profesionales siempre están expuestos a las consecuencias por el mal uso de sus palabras y gestos. Ocurrió con el comediante político, Bill Maher, que debió pedir mil perdones por dichos peyorativos contra personas negras. Pero en esta era en que el internet y las redes sociales han convertido a los usuarios en comunicadores y medios, nadie escapa a las responsabilidades por insultar, acosar o discriminar, pese a creerse parapetados en la privacidad de los chats.

Les sucedió a 10 estudiantes esta semana. Pese a sus excelentes antecedentes académicos, la Universidad de Harvard rechazó su admisión por estar haciendo bromas homofóbicas y xenofóbicas en una página de Facebook. No se percataron que toda información digital deja huella, la que es fácilmente rastreada por oficinas de admisión, empleadores, gobiernos, policías y delincuentes.

En esta época en que la mayor parte de la conversación pública pasa por las redes sociales, el quebradero de cabeza es cómo contener la propagación de los mensajes de odio y expresiones discriminatorias. También, sobre cómo lograr el balance necesario entre incentivar la libertad de expresión y el derecho a la privacidad, a la vez que censurar los delitos de odio y la apología de la violencia.

Más allá de los grupos criminales que lucran en el internet con la pornografía, el tráfico de personas, el robo de identidad y los secuestros con virus digitales, el reto es el terrorismo, no tan solo por su propaganda de odio, sino porque está causando reacciones gubernamentales que, aunque pueden estar justificadas, podrían menoscabar la libertad digital de la que gozamos.

La premier británica, Theresa May, reaccionó de esa forma. A pocas horas del atentado en el puente de Londres pidió a la comunidad internacional alcanzar un acuerdo para regular el internet, con el argumento de privar a los extremistas de un lugar donde adoctrinar y reclutar a fanáticos.

Aunque la empatía por el duelo consiguió adeptos, su propuesta es muy peligrosa porque insiste con la posición gubernamental de darle más poder de vigilancia a las agencias de inteligencia y la policía para que espíen las redes y chats, pero sin órdenes judiciales.

Su argumento es que la autorregulación de las empresas tecnológicas no está dando los frutos necesarios para bloquear a los terroristas y a los delincuentes digitales. En realidad se está haciendo mucho más que nunca, pero sucede que el internet es un campo demasiado vasto y difícil de controlar. Facebook y Google han contratado miles de editores de contenido, YouTube impuso nuevas normas para que la publicidad no fluya hacia videos que incentiven el odio y la violencia; pero mucho no es suficiente.
Este intríngulis se advierte como el problema prioritario en la actualidad, requiriéndose esfuerzos de todos los protagonistas en procura de una necesaria alfabetización digital.

A las empresas tecnológicas les cabe la responsabilidad de hacer mucho más, pero sin relegar la protección de los derechos de sus usuarios a la expresión y la privacidad.

Los gobiernos no deben abusar de los controles, a sabiendas de que no existen delitos digitales, sino crímenes comunes cometidos a través del internet, los que ya están debidamente tipificados y legislados.


Y los usuarios debemos entender que la comunicación digital no es una simple extensión de las charlas de café. Todo mensaje conlleva responsabilidades y puede tener consecuencias. Así como las dactilares, las huellas digitales pueden delatar la bondad o la maldad de nuestras acciones. trottiart@gmail.com