Estoy de acuerdo sobre que el presidente Jair
Bolsonaro es un energúmeno que sigue minimizando los efectos de la pandemia del
COVID-19. Su conducta es condenable: primero, porque pone en riesgo a sus
ciudadanos y, segundo, porque no tiene el mismo derecho a expresar lo que
siente o cree debido a su investidura, ya que sus palabras y acciones atraen y conllevan
consecuencias. Un personaje público, ya sea funcionario, deportista o celebridad,
tiene mayor responsabilidad que un ciudadano común en su libertad de expresión.
Esa responsabilidad está atada al nivel de influencia; a mayor popularidad,
mayor responsabilidad.
Ahora bien, el hecho de que sus expresiones y acciones
sean condenables, no quiere decir que puedan ser censuradas, en especial por
ese mismo principio de responsabilidad pública que tienen, ya que todos debemos
tener acceso a esa información para armar nuestros juicios de valor. No se deben
censurar los dichos o las acciones de los personajes públicos, mucho menos las
de un presidente o de alguien que detente un cargo electivo. No se pueden
censurar los abrazos que Bolsonaro y Andrés M. López Obrador dieron a sus
seguidores en cuarentena, las acusaciones infundadas de Donald Trump contra los
medios por expandir la histeria colectiva o las calificaciones de “miserables”
que les espetó Alberto Fernández a los empresarios argentinos, más allá de que
estemos o no de acuerdo con esas expresiones y acciones.
Facebook e Instagram eliminaron el lunes publicaciones
de Bolsonaro en las que se veía caminando por Brasilia y en contacto con la
gente. También lo hizo Twitter y el argumento es que las acciones de Bolsonaro estarían
contradiciendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud
Considero que la medida de estas redes sociales es tan
condenable como la actitud de Bolsonaro. No pueden censurar bajo criterios
estrictamente propios como plataformas, sino que se tienen que adaptar a criterios
internacionales sobre libertad de expresión que se han ido adaptando tras
décadas de discusión y que tienen que ver con delitos específicos, entre ellos,
odio, xenofobia, apología del delito, prostitución, racismo, etc… Creo que
estas plataformas se han excedido en su actitud de mostrarse “políticamente
correctas”. Y el temor es que cuando se empieza a censurar sin ton ni son, la
censura se puede convertir en una bola de nieve difícil de atajar.
Twitter ha mantenido una política coherente en este
tipo de censuras, pero lo extraño es que Facebook e Instagram están revirtiendo
una política que el año pasado adoptó su dueño, Mark Zuckerberg, y a la cuál
ponderé por su compromiso con la libertad de expresión.
En ese entonces, y en el contexto de la gran polémica
sobre la diseminación de noticias falsas, Zuckerberg defendió que el discurso
político malintencionado y mentiroso que es frecuente en los procesos y la
propaganda electoral, no sería moderado y se dejaría tal cual en su plataforma.
Añadió que Facebook no debe moderar
las expresiones de los políticos porque aún si fueran falsas siguen siendo
relevantes y de interés público.
Creo
que aquel buen razonamiento de Zuckerberg debe prevalecer en todo momento,
incluso ahora por más que estemos asfixiados por la pandemia. Como individuos
tenemos el derecho de saber, incluso aquellos dichos y acciones que nos incomodan,
provocan y nos enojan.