miércoles, 1 de abril de 2020

Juego peligroso la censura de Facebook, Instagram, Twitter


Estoy de acuerdo sobre que el presidente Jair Bolsonaro es un energúmeno que sigue minimizando los efectos de la pandemia del COVID-19. Su conducta es condenable: primero, porque pone en riesgo a sus ciudadanos y, segundo, porque no tiene el mismo derecho a expresar lo que siente o cree debido a su investidura, ya que sus palabras y acciones atraen y conllevan consecuencias. Un personaje público, ya sea funcionario, deportista o celebridad, tiene mayor responsabilidad que un ciudadano común en su libertad de expresión. Esa responsabilidad está atada al nivel de influencia; a mayor popularidad, mayor responsabilidad.

Ahora bien, el hecho de que sus expresiones y acciones sean condenables, no quiere decir que puedan ser censuradas, en especial por ese mismo principio de responsabilidad pública que tienen, ya que todos debemos tener acceso a esa información para armar nuestros juicios de valor. No se deben censurar los dichos o las acciones de los personajes públicos, mucho menos las de un presidente o de alguien que detente un cargo electivo. No se pueden censurar los abrazos que Bolsonaro y Andrés M. López Obrador dieron a sus seguidores en cuarentena, las acusaciones infundadas de Donald Trump contra los medios por expandir la histeria colectiva o las calificaciones de “miserables” que les espetó Alberto Fernández a los empresarios argentinos, más allá de que estemos o no de acuerdo con esas expresiones y acciones.

Facebook e Instagram eliminaron el lunes publicaciones de Bolsonaro en las que se veía caminando por Brasilia y en contacto con la gente. También lo hizo Twitter y el argumento es que las acciones de Bolsonaro estarían contradiciendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud

Considero que la medida de estas redes sociales es tan condenable como la actitud de Bolsonaro. No pueden censurar bajo criterios estrictamente propios como plataformas, sino que se tienen que adaptar a criterios internacionales sobre libertad de expresión que se han ido adaptando tras décadas de discusión y que tienen que ver con delitos específicos, entre ellos, odio, xenofobia, apología del delito, prostitución, racismo, etc… Creo que estas plataformas se han excedido en su actitud de mostrarse “políticamente correctas”. Y el temor es que cuando se empieza a censurar sin ton ni son, la censura se puede convertir en una bola de nieve difícil de atajar.   

Twitter ha mantenido una política coherente en este tipo de censuras, pero lo extraño es que Facebook e Instagram están revirtiendo una política que el año pasado adoptó su dueño, Mark Zuckerberg, y a la cuál ponderé por su compromiso con la libertad de expresión.

En ese entonces, y en el contexto de la gran polémica sobre la diseminación de noticias falsas, Zuckerberg defendió que el discurso político malintencionado y mentiroso que es frecuente en los procesos y la propaganda electoral, no sería moderado y se dejaría tal cual en su plataforma. Añadió que Facebook no debe moderar las expresiones de los políticos porque aún si fueran falsas siguen siendo relevantes y de interés público.
Creo que aquel buen razonamiento de Zuckerberg debe prevalecer en todo momento, incluso ahora por más que estemos asfixiados por la pandemia. Como individuos tenemos el derecho de saber, incluso aquellos dichos y acciones que nos incomodan, provocan y nos enojan.

domingo, 29 de marzo de 2020

El coronavirus confirma el papel de las redes sociales y el del periodismo


Es lamentable que justo en el momento que la gente está emigrando de las redes sociales y abrazando a los medios de comunicación para informarse, esa apuesta a la credibilidad y confianza está en peligro debido a que la pandemia está agudizando los graves problemas económicos que la prensa viene arrastrando desde hace 15 años.

Si bien el público gasta gran porcentaje de tiempo en las redes sociales, en especial en épocas de #quédateencasa, cada vez más está escogiendo leer información en los sitios de noticias tradicionales. Así lo reflejan encuestas como varias que se acaban de hacer en el Reino Unido.

La credibilidad es la gran diferencia. La gente está empezando a usar las redes sociales para lo que verdaderamente fueron creadas, lugar de encuentros y conexión. Pero está usando a los medios para lo que verdaderamente fueron creados, informarse.

Claro que hay medios y medios, y periodistas y periodistas, como tienen todas las profesiones en la viña del Señor. La pandemia no ha convertido a nadie, solamente ha potenciado las virtudes y los defectos. Los medios sensacionalistas lo son aún más y los ecuánimes siguen apostando a mejorar su calidad.

Lamentablemente el reencuentro del público con la credibilidad no es todo buena noticia. En todos los países la drástica merma de los ingresos publicitarios está reduciendo operaciones. Muchos medios impresos han tenido que dejar de imprimir ejemplares, como en Chile y Bolivia, debido alto costo de impresión y solo se publican en internet. La televisión, la radio y los medios nativos digitales también han sido afectados. Sin los ingresos publicitarios de antaño, ahora se hace cada vez más difícil mantener a periodistas y empleados. Todo queda reducido a una fórmula que agrava el desastre financiero que se venía arrastrando: menos periodistas sinónimo de menos calidad, y sin calidad la credibilidad decrece.

Los meses posteriores a la pandemia serán esenciales para la redefinición de los medios, el papel del periodismo y el de las redes sociales. (Continuará).