Mauricio Macri fue
contundente en su primer mensaje al Congreso cuando desmitificó el papel de
Argentina como un simple país de tránsito: “Somos un país que recibe droga, la transforma, la
vende internamente y la exporta”.
El nivel de sinceridad contrasta con el gobierno
anterior que nunca asumió la realidad manipulando estadísticas y datos a
ficción. Macri citó informes internacionales y aseveró que Argentina se ha
convertido en el tercer proveedor de cocaína del mundo.
A su pesar, le tocó poner los puntos sobre las íes.
No es difícil entender que la verdad es la única fórmula para construir una
estrategia antidroga. Si luego fracasa o tiene éxito en esa lucha, será otro
cantar. Ahora la sinceridad era indispensable.
“Necesitamos verdad y
justicia” fue su expresión sobresaliente. Son los ingredientes indispensables
para combatir las drogas, en un país que se ha convertido en “próspero para los
traficantes” y que dejó de asombrarse de los crímenes violentos en otras
regiones, para experimentarlos en carne propia.
Ante el Congreso, Macri no
solo desnudó un sombrío panorama heredado con alta inflación, nulo crecimiento
y mucha pobreza, sino también con profusa corrupción, poca seguridad y escasa
justicia. Casualmente estos elementos son los que influyen, potencian o
retroalimentan el tráfico de drogas.
Es que los carteles de la droga se
nutren del círculo vicioso que crean. Se empoderan entre la pobreza y
desigualdad, potencian a otras mafias dedicadas a otros crímenes y riegan
corrupción con la intención de debilitar a las instituciones democráticas para
blindarse ante la ley y la justicia.
Puede ser que el presidente
argentino haya exagerado en algo para crearse espacio y tiempo para trabajar,
en especial después de un comienzo con medidas agobiantes para los ya menguados
bolsillos y anuncios impopulares de arreglos con la usura internacional, la
única forma de acceder a una cartera de créditos que le estaba negada al país.
Pero Macri no exageró sobre
el impacto del narcotráfico. En el informe 2015 divulgado por Naciones Unidas
esta semana, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) sentencia
que el narcotráfico es el causante del devastador impacto económico, social y
político de Centroamérica, aunque sus aseveraciones se aplican a cualquier región
donde anidan los narcos.
El informe señala que hasta el
desarrollo y crecimiento económico de un país es relativo, sí no se ataca de
raíz el problema del narcotráfico, el que socava en forma directa el Estado de
derecho y la calidad de la democracia. Ahora se puede apreciar aquella
advertencia del Papa sobre la “mexicanización de Argentina”. Francisco no solo se
refería al clima de violencia física e inseguridad ciudadana, sino a la
inestabilidad democrática.
Macri apuntó bien en su
mensaje cuando buscó la alianza del Congreso para delimitar el nuevo marco
legal necesario para combatir al narcotráfico. Habló de fondo y de formas. Una
reforma judicial que haga realidad la independencia de la Justicia y mejore su
funcionamiento como estrategia. Y reformas al Código Penal, el fortalecimiento
de la Justicia federal, el decomiso de bienes y las leyes del Arrepentido y la
de Acceso a la Información Pública y Transparencia, como tácticas.
Más fácil decirlo que
hacerlo. El mayor desafío del oficialismo no es la estrategia que parece clara,
sino buscar consensos en una legislatura que no es mayoría. Le costará sudor y
lágrimas, sobre todo cuando le está endilgando a esa mayoría haber sido el artífice
de tanta inseguridad que “no es una sensación” y haber generado “la violencia
verbal, la denigración de sentir que el Estado no solo no te cuida sino que te
falta el respecto”.
El egoísmo político puede
hacer descarrilar cualquier estrategia por buena que parezca. Sin embargo,
Argentina no tiene otra alternativa si no quiere verse reflejado en el espejo
mexicano, ese país cuya clase política estuvo por años negándose a admitir que
las drogas lo estaba consumiendo todo.
Macri tuvo en este presente la razón de poder endilgarle al gobierno anterior sus responsabilidades. Pero ya está. De ahora en más, ya no podrá quedarse con las culpas del pasado sino mostrar sus propias soluciones y acciones. El narcotráfico ya es su batalla a futuro.