Donald Trump no desentonó con la filosofía republicana en su primer estado
de la Unión ante el Congreso. Apuntó al bolsillo y a la fortaleza económica
como la creadora del “nuevo momento estadounidense”.
Celebró el mayor logro de su primer año, la rebaja de impuestos, como
lo hizo Ronald Reagan en su primer estado de la Unión en 1982. Entonces, Reagan
pidió bajar los impuestos para estimular el ahorro y las inversiones, a
sabiendas que gravámenes altos ahogan la iniciativa privada, reducen la
producción, destruyen empleos, al tiempo que incentivan un gobierno obeso y
gastador.
Trump justificó todo desde la economía y, como Regan, destiló
patriotismo, fanfarroneó con records económicos y apuntó a que la fe y la
familia, no el gobierno y la burocracia, son el motor del país.
Nadie esperaba un discurso histórico, menos aún una docena de
demócratas que boicotearon el acto y otros que aplaudieron poco. Pero tendrán
que admitir que las 117 interrupciones con aplausos y sin frases divisionistas ni
sello personalista, usando “nosotros” y “nuestra” 233 veces, contribuirán a
elevar su deteriorado índice de aprobación. Eso, en un año electoral
legislativo, es buena noticia para el Partido Republicano.
Trump desgranó sus éxitos rotundos. El desempleo al 4.1%, la tasa más
baja en casi cinco décadas; un crecimiento del 3%; récords históricos en Wall
Street; eliminación de regulaciones y trabas; y una reforma fiscal que reducirá
los impuestos del 35% al 21% a las empresas, incentivando la producción,
competitividad y empleo, a la par de ahorrarle miles de dólares a los
contribuyentes. A la fórmula reaganiana de gobierno pequeño y menos subsidios,
la revalidó con un pedido a los legisladores de 1.5 trillones de dólares para infraestructura
y así convertir al gobierno federal en un gran generador de empleos para el
sector privado.
No ponderó como Barack Obama, George Bush y Bill Clinton a la fuerza
innovadora de la industria del conocimiento de Sillicon Valley, sino que apuntó
al EEUU olvidado que le dio los votos. Se deleitó anunciando que varias
automotoras regresarán del exterior a la corroída Detroit, que Apple repatriará
350 mil millones y 20 mil empleos y que la nueva bonanza que pregonó días antes
en el foro de Davos, atraerá capitales e inversiones foráneas. Y, aunque no mencionó
a su slogan de “America First”, este quedó implícito cuando ratificó que no
permitirá que los trabajadores estadounidenses sigan sometidos a malos acuerdos
comerciales y que negociará otros nuevos más ventajosos.
No mencionó sus fracasadas estrategias para derribar el Obamacare,
pero invitó a los demócratas a levantarse y aplaudir cuando prometió aniquilar los
altos precios de los medicamentos recetados. Cuando se refirió al medio
ambiente no lo hizo desde la perspectiva del Acuerdo de Paris, retirada con la
que desairó al mundo, sino, desafiante, dijo que pondrá énfasis en la explotación
de energías fósiles para ser potencia exportadora.
A las relaciones internacionales también las enfocó por el lado de la
billetera. Pidió leyes para restringir la ayuda financiera a aquellos países
que no apoyaron su iniciativa para reconocer a Jerusalén como capital de Israel;
y presumió de las duras sanciones económicas que impuso a las dictaduras de
Cuba, Venezuela y Corea del Norte.
Hasta los gastos en defensa los contextualizó dentro de la política de
generación de empleos. Un mayor ejército y un sistema nuclear más potente para disuadir
enemigos como Kim Jong-un, seguir combatiendo al terrorismo islámico y mantener
abierta la prisión de Guantánamo, la sorpresa de la noche.
En inmigración, prometió la naturalización de 1.8 millones de
“soñadores”, tres veces más que Obama, pero a cambio de que “tengan buena
educación y destrezas laborales”. Pidió a los demócratas aceptar la
continuación de la construcción del muro, que se emplee a más agentes
fronterizos y acabar con la lotería de visas, para evitar la entrada a los trabajadores
no calificados.
En su primer estado de la Unión, Trump se mostró como el negociador
innato que todo lo supedita a lograr algo a cambio. Su estilo pendenciero
siempre está en entredicho, pero una economía floreciente, por ahora, le está
dando una buena ventaja competitiva sobre sus críticos y adversarios. trottiart@gmail.com