viernes, 5 de abril de 2013

"Pajarito" Maduro y "micrófono" Mujica



He hablado muchas veces en este blog que los presidentes y otras personas públicas no tienen los mismos derechos a la libertad de expresión que los ciudadanos comunes. Dicho de otra forma: Sus palabras tienen mayores consecuencias y efectos por lo que deben y tienen mayor responsabilidad sobre cómo las usan.

Dos ejemplos de esta semana son elocuentes y ambos, a no ser por las carcajadas que pueden arrancar entre nosotros por lo ridículas y porque despiertan vergüenza ajena, demuestran que las palabras son poderosas.

El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, hizo el ridículo. Por más intenciones que tenga de acercar al electorado vía memoria de Chávez, resultó desfachatado manipular la imagen del ex mandatario (que vale aclara que hacía cosas parecidas) al decir que un pajarito dándole vueltas alrededor de su cabeza con el que luego se comunicó entre trinos y silbidos, era el propio Chávez trayéndole un mensaje de esperanza al inicio este lunes de su campaña proselitista.

Creo que el realismo mágico de Gabriel García Márquez jamás abrigó una imagen semejante. Maduro apeló a lo emocional para acercar simpatías a su candidatura, pero fue, en definitiva, una burla al sentido común de a quienes buscó agradar. Pura manipulación.

Lo del presidente José Mujica de Uruguay fue accidental pero igual merece estar en los anaqueles de la riquísima historia latinoamericana, llena de frases y episodios desopilantes.

Cuando los micrófonos de la página web oficial de Uruguay seguían abiertos durante un acto con intendentes esta semana, sin percatarse, Mujica sentenció: “Esta vieja es peor que el tuerto”, en alusión a Cristina de Kirchner y a su ex esposo Néstor, a quien no le faltaba un ojo pero tenía un problema serio de estrabismo.
Los términos peyorativos de Mujica hacían referencia a las relaciones de su país con Brasil y Argentina, diciendo que para conseguir algo de Argentina, Uruguay debía recostarse en Brasil. Pero la conversación no quedó ahí. Mujica agregó: “El tuerto era más político, esta es terca. No sabe lo que está haciendo” y luego en alusión a que Cristina le regaló un mate al Papa Francisco en su primera audiencia en el Vaticano, Mujica agregó: “A un papa argentino, que tiene 77 años ¿le vas a explicar lo que es un mapa?... Digo…, ¿lo que es un mate, un termo?”.
Obviamente Mujica piensa estas cosas de Cristina, pero una cosa es pensarlas y decirlas en privado, como quiso hacerlo y otras que se hagan público, ya sea por accidente por este caso o que alguien filtre una conversación privada a la prensa, como la del candidato Mitt Romney y aquella famosa frase del “47 por ciento” que, a la postre, le costó llegar a la presidencia.
Sobre este problema de la irresponsabilidad de los dichos de los presidentes, detallo a partir de aquí algunos párrafos de una columna que escribí años atrás.
¿Tiene un presidente los mismos derechos que un ciudadano para expresar sus opiniones y argumentos? Claro que sí. ¿Y para decir lo que se le antoja, burlarse o insultar a otros? Por supuesto que no.

En materia de libertad de expresión, por su envergadura pública y debido a las consecuencias que sus pronunciamientos pueden acarrear, un presidente tiene más restricciones y responsabilidades que una persona normal y corriente. Así como sus acciones están limitadas – no puede declarar la guerra o irse de viaje al extranjero sin la aprobación del Congreso – también lo están sus palabras.

El acto de informar dentro de la administración gubernamental democrática, tiene otros ingredientes esenciales, como la transparencia que garantiza y obliga una ley de acceso a la información pública, la argumentación que se fragua en el debate de las ideas con la oposición y el cuestionamiento que se alcanza en conferencias de prensa y entrevistas periodísticas. Aspectos éstos, muy ausentes en los gobiernos mencionados.
Evidenciado por sus prédicas contra quienes los critican, muchos presidentes no admiten que como funcionarios renuncian a privilegios de privacidad, asumen restricciones y deben estar más expuestos a la crítica y a la fiscalización pública. Da la impresión que manejan la función pública como patrones de estancia, creyendo que se les dio un país en usufructo, cuando lo único que legitiman las elecciones es la gerencia temporal de los bienes del Estado, actividad que infiere tres valores: eficiencia, honestidad y transparencia.
La polarización extrema que hoy se vive en Latinoamérica, no se debe tanto a la diferencia entre modelos políticos, sino al antagonismo de las palabras, dichas por presidentes irresponsables que no se comportan a la altura de su investidura, sino más bien, como agitadores de barricada”.

martes, 2 de abril de 2013

Maduro contra Capriles


En una elección normal dentro de un proceso democrático, los candidatos deberían poder competir en igualdad de condiciones. En Venezuela nunca fue así durante los 14 años de gobierno autoritario y mucho menos sucederá ahora rumbo al 14 de abril. Siempre el oficialismo utilizó todos los recursos del Estado para su propio beneficio, ya sea para hacer propaganda, estar en la conversación de los medios y usar los fondos públicos para actividades proselitistas.

En esta elección debería ser  Maduro vs. Capriles; sin embargo es evidente que se trata de Maduro contra Capriles. El presidente encargado viene haciendo campaña desde que Hugo Chávez fue internado en La Habana a mediados de diciembre, y lo hace sin tapujos a través de cadenas nacionales obligatorias a la que se coacciona a los medios privados y a través de decenas de medios de comunicación del gobierno – no existen medios públicos en Venezuela.

Si bien Capriles está repuntando en las encuestas, será difícil remar contra todo un aparato de gobierno que sin vergüenza utiliza los recursos públicos para su beneficio y que ya ha dispuesto, por ejemplo, que para el día de las elecciones los militares ayuden en la movilización de huestes chavistas para que no escapen a su obligación de votar.

Según Capriles, Maduro ya ha aparecido 46 horas en VTV desde que asumió como presidente encargado del país después de la muerte de Chávez el 5 de marzo, mientras que sólo se le concedió a él un par de minutos.