viernes, 27 de septiembre de 2013

Acuerdo EE.UU.-Irán: ¿Y Venezuela?

La asamblea general de Naciones Unidas está demostrando que las relaciones entre países cambian sorpresivamente y que la diplomacia debe tener mucha cintura para adaptarse y cambiar el discurso. Imagino, por ejemplo, las palabras que debería haber tenido que pronunciar el presidente venezolano, Nicolás Maduro, si hubiera asistido y presenciado la reunión histórica entre los cancilleres de EE.UU. e Irán, quienes no se sentaban en la misma mesa desde hace 35 años.
Discursos previos del ex mandatario Hugo Chávez siempre incluían menciones a favor de Irán, de su plan nuclear – del que siempre sostuvo tenía propósitos energéticos y pacíficos - y un apoyo irrestricto al radical ex presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, quien se daba maña para negar el Holocausto y protestar contra las represalias económicas que le imponía EE.UU.
El flamante presidente iraní, Hasan Rohaní, cambió todas las reglas de juego, incluso las que con insistencia defendía Ahmadineyad. Rohaní dio un discurso conciliador, dijo que su país se sometería a investigaciones y vigilancia sobre su estrategia nuclear y confirmó que las reuniones con EE.UU. proseguirán el 15 de octubre en Ginebra, proponiendo que un acuerdo debería alcanzarse en menos de tres meses. Como propina, dejó una entrevista con la CNN en la que condenó todo tipo de crímenes de lesa humanidad, incluyendo los cometidos por los nazis contra los judíos.
Más pruebas que esas no se necesitaron para que algo de esperanza se avizorara entre medio de tantas amenazas que por décadas expresaron Irán, Israel, EE.UU. y Rusia sobre la eventualidad de una desgracia nuclear. Es obvio que el régimen clerical persa, como potencia petrolífera, quiere insertarse en el contexto económico global y quitarse de arriba sanciones económicas que no le permiten desarrollar su pleno potencial.
Estos guiños positivos entre Obama y Rohaní por un nuevo camino diplomático demuestran que de un momento a otro las palabras y las acciones pueden cambiar. Habrá que observar con atención la actitud que sobre este tema adoptará el gobierno de Maduro. No tan solo ante el tema iraní porque su socio abandonó un discurso agresivo y anti estadounidense, sino también por los nuevos arreglos que alcanzó la comunidad internacional sobre Siria, un gobierno que de repente admitió tener un arsenal químico de grandes proporciones, y que siempre fue defendido a capa y espada por el chavismo venezolano.

Da la sensación que Maduro se quedó fuera de estos intríngulis diplomáticos y difícil le resultará articular un nuevo discurso. No haber ido a la asamblea de Naciones Unidos, de repente fue todo un “acierto” intencional para su gobierno.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Maduro siempre muy predecible

El presidente Nicolás Maduro no fue a la asamblea general de las Naciones Unidas… como estaba previsto.

Su intención siempre fue hacer ruido y guardarse un lugar en la historia como un líder capaz de desafiar a la comunidad internacional y, muy especialmente, al gobierno de EE.UU. tratando de buscar el mismo efecto que siempre se arrogó el ex presidente cubano, Fidel Castro, aduciendo atentados y amenazas contra su vida.

Maduro ya lleva el récord mundial de Guiness en este apartado. Desde que asumió como presidente en abril, ya denunció públicamente – sin prueba alguna en la mano – unos 25 planes específicos para asesinarlo, de los cuales siempre involucró a ex diplomáticos estadounidenses y al ex presidente colombiano, Alvaro Uribe.

Esta vez, para estar más en consonancia con la altura del evento, Maduro empezó a escudriñar un plan de sabotaje de su vuelo a China, por parte del gobierno de EE.UU. que le habría negado el espacio aéreo – muy al estilo del percance sufrido por el presidente Evo Morales en Europa después de su visita a Rusia. Luego agregó que el Departamento de Estado le estaba las visas a su comisión de 124 funcionarios que le acompañaban y, por último, tratando de desacreditar a Francia después de la investigación gala-venezolana por el 1.3 toneladas de cocaína en un vuelo de Air France desde Caracas, dijo que demandaría judicialmente a Airbus, por desperfectos en el avión presidencial después de que permaneció en los talleres en Francia para su arreglo, por más de cinco meses.

Más aún, luego el presidente Evo Morales, retomando todos estos antecedentes creados por Maduro pidió en la Asamblea General que la ONU debería mudarse de Nueva York para evitar la manipulación del gobierno de EE.UU.  Un pedido muy parecido al del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, quien desde hace un año viene tratando de neutralizar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pidiendo que su sede sea sacada de Washington para ubicarse en un país latinoamericano, como el caso de la Corte IDH que tiene sus oficinas en Costa Rica.


Los argumentos de Maduro, cada vez más enmarañados, no dejan de sorprender por su creatividad y falta de seriedad. Maduro es cada vez más predecible.

martes, 24 de septiembre de 2013

Rousseff tiene razón, pero…

Entre varios discursos presidenciales en la Asamblea de Naciones Unidas, el de Dilma Rousseff se destacó ampliamente por desafiar a la comunidad internacional y especialmente al gobierno de Barack Obama para que se termine de usar el internet como un arma de espionaje que contraviene el derecho internacional y la soberanía de los países.

Rousseff, indignada por el espionaje en internet de usuarios y empresas brasileñas así como las escuchas telefónicas de las que fue víctima, según relató Edward Snowden, a manos de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, pidió una mayor regulación de la red mundial, además de haber cancelado su reunión con Obama en octubre.

Si bien la presidenta brasileña está justificada, su petición por mayores regulaciones al internet podría desencadenar un peligroso consenso. En especial de aquellos países que hace años vienen reclamando reglas más estrictas para el internet, no con el fin de que sea más ordenado y que se garantice la libertad, sino todo lo contrario. Justamente esos países, como Cuba, Irán, China, Rusia, Vietnam, Algeria, entre varios otros, es donde mayor cantidad de internautas siguen presos, acusados de diseminar en sus blogs información desestabilizadora para esos regímenes.

Rousseff no está entendiendo que el problema no es el internet, tal como está concebido. Sus críticas deberían estar dirigidas más bien a las acciones del gobierno estadounidense para el espionaje, el que utiliza no solo al internet sino a todo tipo de comunicaciones - electrónicas, telefónicas y satelitales – para su cometido, el cual está respaldado, en gran parte, por leyes y tribunales que las aplican en forma secreto.

El grave problema del gobierno de Obama es la falta de transparencia y el sigilo con el que envuelve todo tipo de tareas. Repito aquí un par de párrafos de lo que escribí en mi columna de junio pasado, titulada “¿Seguridad, privacidad o transparencia?”

“Obama debe revisar sus políticas de vigilancia sobre el internet, ya que no puede estar escribiendo con la mano lo que borra con el codo. Lo contradictorio, es que Obama fue quien ayudó al desarrollo impetuoso de la industria digital, instaló al internet como la panacea para el comercio y el desarrollo internacional, y es quien promociona que las redes sociales sean instrumentos para empoderar cambios democráticos como el de la Primavera Árabe y despotrica contra todo gobierno autoritario que restringe su uso.

Es lógico que el gobierno debe mantener sigilo para detectar terroristas, pero bien podría hacerlo en forma transparente, explicar sus políticas de vigilancia para que los usuarios de Facebook, Google o Skype sepan a qué atenerse o en qué plataformas pueden sentirse más libres o que no sean tratados como sospechosos.

Más que un debate ciudadano sobre seguridad y privacidad, lo que se requiere es una amplia discusión en el Congreso sobre el costo político, comercial y de credibilidad por mantener una vetusta cultura del secreto. Aunque disguste a muchos, tal vez el delator Edward Snowden, haya ayudado para que el Congreso se enfoque en legislar a favor de la transparencia gubernamental”.



domingo, 22 de septiembre de 2013

Francisco; una piedra en el zapato

A seis meses de asumir, el papa Francisco se ha mostrado austero, piadoso y bonachón. Pero también como el más severo, desafiante e incómodo de todos los que gobernaron la Iglesia en los últimos siglos, exigiendo tanto a obispos y fieles, como al mundo entero, mejor conducta frente a la vida y ante el prójimo.

Francisco ya es una piedra en el zapato. Catequiza con el ejemplo y busca generar confianza con la autocrítica, a sabiendas que la Iglesia, por obra y gracia de obispos corruptos y curas pederastas, debe reencontrar su dignidad para enseñar.

En su búsqueda por una Iglesia humana y ejemplar, el Papa reparte deberes y obligaciones, pero recorta privilegios. De un plumazo cambia a obispos en la cúspide vaticana, pide a los curas no ser burócratas de la Fe y a las monjas que no usen autos último modelo. A los jóvenes desafía a ser revolucionarios, a los gay se excusa de juzgarlos y al mundo pide terminar guerras comerciales y evitar la “globalización de la indiferencia”, ante la desigualdad y la injusticia.

Su mayor dedicación es a los pobres, una costumbre desde que era cura villero y a la que apostó cuando lo ungieron Obispo de Roma, recordando a menudo, que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico al reino de Dios.

Con su preferencia por los pobres, Francisco revitalizó la libertad de expresión y la discusión teológica, creando natural animadversión entre la curia más conservadora y la liberal. Su próxima encíclica, “Bienaventurados los pobres”, motivará amplio diálogo y espacios para todas las ideologías dentro de la Iglesia.

No es casualidad que el peruano Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la Liberación, fuera recibido por Francisco, mientras que el L’Osservatore Romano, comentara en amplitud su libro “De parte de los pobres”, que escribió con el alemán Gerhard Ludwig Müller, ahora prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. El mismo cargo que ocupó Benedicto XVI, quien por años se encargó de mantener en el oscurantismo a Gutiérrez, entre otros teólogos de la liberación.

Esta es una muestra de que la reforma en la Iglesia es profunda y que no se queda en lo administrativo, en arreglar los asuntos financieros del banco del Vaticano o en crear una cultura eclesiástica más austera. Quizás, el cambio más audaz deviene del nombramiento de Pietro Parolín como secretario de Estado, en lugar del cuestionado Tarcisio Bertone.
Más allá de las connotaciones políticas de la designación, sorprendió en estos días que Parolín, antes de despedirse como Nuncio Apostólico de Venezuela, abriera las puertas a la discusión postergada del celibato obligatorio, al que bien definió de cuestión no dogmática, sino de simple tradición que se remonta al año 390 de nuestra era.
La admisión del tema ya es un duro golpe para los más conservadores y, tal vez, es la forma que Francisco utilizará para lanzar piedras e incentivar discusiones que muestren que la Iglesia está viva y no apagando fuegos como si fuera “un hospital de campaña después de una batalla”. No es casual, que en su entrevista reciente con el periódico jesuita La Civilitta Católica, Francisco haya asumido otros temas también controversiales como la “obsesión” de la Iglesia contra la homosexualidad y el aborto o que haya pedido paciencia y tiempo para ver cambios doctrinarios que tendrán que ver con la nulidad del matrimonio, cómo dar la bienvenida a parejas de divorciados y el papel de la mujer en la Iglesia, a la que le da un papel fundamental como el de María.
Lo trascendente de toda esta amplitud, es que tanto el segundo del Vaticano, Parolin, como Francisco, reafirmaron que todas los cambios que se implementen, estarán imbuidos de un “espíritu democrático”; esto es, no solo se buscarán decisiones más colegiadas en sínodos, consistorios y entre los ocho cardenales que Francisco adoptó como asesores directos, sino que también se escuchará y permitirá la participación de laicos y fieles.
Esta polvareda demuestra una vez más que Francisco no es apariencia, sino verbo y acción. Un cura revolucionario y renovador que insufló nueva vida a la Iglesia; pero también un cura incómodo, que nos desafía a repensar prejuicios y doctrinas que aprehendimos en escuelas, parroquias y en la catequesis.