Entre varios discursos
presidenciales en la Asamblea de Naciones Unidas, el de Dilma Rousseff se
destacó ampliamente por desafiar a la comunidad internacional y especialmente
al gobierno de Barack Obama para que se termine de usar el internet como un
arma de espionaje que contraviene el derecho internacional y la soberanía de
los países.
Rousseff, indignada por el
espionaje en internet de usuarios y empresas brasileñas así como las escuchas
telefónicas de las que fue víctima, según relató Edward Snowden, a manos de la
Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, pidió una mayor regulación de la red
mundial, además de haber cancelado su reunión con Obama en octubre.
Si bien la presidenta
brasileña está justificada, su petición por mayores regulaciones al internet
podría desencadenar un peligroso consenso. En especial de aquellos países que
hace años vienen reclamando reglas más estrictas para el internet, no con el
fin de que sea más ordenado y que se garantice la libertad, sino todo lo
contrario. Justamente esos países, como Cuba, Irán, China, Rusia, Vietnam,
Algeria, entre varios otros, es donde mayor cantidad de internautas siguen
presos, acusados de diseminar en sus blogs información desestabilizadora para
esos regímenes.
Rousseff no está entendiendo
que el problema no es el internet, tal como está concebido. Sus críticas
deberían estar dirigidas más bien a las acciones del gobierno estadounidense
para el espionaje, el que utiliza no solo al internet sino a todo tipo de
comunicaciones - electrónicas, telefónicas y satelitales – para su cometido, el
cual está respaldado, en gran parte, por leyes y tribunales que las aplican en
forma secreto.
El grave problema del
gobierno de Obama es la falta de transparencia y el sigilo con el que envuelve
todo tipo de tareas. Repito aquí un par de párrafos de lo que escribí en mi
columna de junio pasado, titulada “¿Seguridad, privacidad o transparencia?”
“Obama debe revisar sus
políticas de vigilancia sobre el internet, ya que no puede estar escribiendo
con la mano lo que borra con el codo. Lo contradictorio, es que Obama fue quien
ayudó al desarrollo impetuoso de la industria digital, instaló al internet como
la panacea para el comercio y el desarrollo internacional, y es quien
promociona que las redes sociales sean instrumentos para empoderar cambios
democráticos como el de la Primavera Árabe y despotrica contra todo gobierno
autoritario que restringe su uso.
Es lógico que el gobierno
debe mantener sigilo para detectar terroristas, pero bien podría hacerlo en
forma transparente, explicar sus políticas de vigilancia para que los usuarios
de Facebook, Google o Skype sepan a qué atenerse o en qué plataformas pueden
sentirse más libres o que no sean tratados como sospechosos.
Más que un debate ciudadano
sobre seguridad y privacidad, lo que se requiere es una amplia discusión en el
Congreso sobre el costo político, comercial y de credibilidad por mantener una
vetusta cultura del secreto. Aunque disguste a muchos, tal vez el delator
Edward Snowden, haya ayudado para que el Congreso se enfoque en legislar a
favor de la transparencia gubernamental”.
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