Mostrando entradas con la etiqueta Barack Obama. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Barack Obama. Mostrar todas las entradas

junio 16, 2018

Dos volcanes dormidos


El pacto por la desnuclearización de Corea del Norte es un hito histórico. El peligro radica en que un pequeño cortocircuito en el proceso podría despertar el carácter volcánico de los protagonistas y dejar todo en foja cero.

El proceso empezó bien. Se sentaron a la par como iguales pese a las diferencias extremas desde que ambos países se distanciaron tras la Guerra de Corea que dividió al siglo pasado en dos. Donald Trump como representante del  capitalismo y la mayor potencia económica; Kim Jong-un, del comunismo y una de las naciones más opresivas y pobres del mundo.

El pacto marcó el inicio del desmantelamiento de armas nucleares norcoreanas, algo impensable meses atrás cuando el dictador Jong-un jugaba a lanzar misiles nucleares que surcaban los cielos de Japón, amenazaba con destruir Hawai y alcanzar territorio continental estadounidense. Trump prometía reciprocidad a gran escala y borrar a Corea del Norte del mapa.

Tras la tregua, Trump aspira a que la desnuclearización sea total e irreversible. Demanda apertura política, incluida la liberación de más de 100 mil personas en campos de trabajo forzado. Pretende que el proceso termine durante su Presidencia. Los pronósticos son reservados. Jong-un quiere reconocimiento para su régimen, pero nada se dijo sobre su adicción a violar los derechos humanos.

Cuba ofrece indicios de pactos similares fracasados. Barack Obama y Raúl Castro reiniciaron relaciones diplomáticas después de 60 años de guerra fría. Aspiraron a profundos cambios políticos a cambio del relajamiento del embargo comercial. Nada ocurrió. Cuba siguió coartando libertades individuales y colectivas, no convocó a elecciones multipartidistas y siguió persiguiendo disidentes. Ido Obama, Trump borró el pacto de un plumazo.

Aunque Trump y Jong-un son teatreros y personalistas, el coreano salió más victorioso. Preparó bien el terreno. Hizo mucho ruido con sus misiles, poniendo al mundo al borde de un ataque de nervios, logrando un baño de popularidad al presentarse en sociedad como un ridículo “goldfinger” o “dedos de oro”, el villano de la saga de James Bond, empecinado en ser el amo del mundo.

Trump tomó la posta y lo invitó a negociar, aunque previamente el mundo fue testigo de un reality show en el que se reciprocaron todo tipo de descalificativos poéticos; los más presentables, “payaso, enfermo mental” y “gordito cohete”. Al final, sentados a la mesa de negociación en Singapur, se tiraron flores y tildaron de líderes, talentosos y amantes de sus pueblos. Trump puso moño a la ceremonia sorprendiendo a Jong-un con un video, “Dos hombres, dos líderes, un solo destino”. Mostró la ficción de una Corea del Norte sin armas nucleares ni sanciones económicas, con libertad y porvenir, y, por supuesto, con sus “hermosas” playas repletas de hoteles de lujo, su debilidad. Un The End de película.

Trump terminó victorioso pese a las críticas recibidas, pronósticos desfavorables y por alabar a un tirano asesino, al estilo de aquel encuentro Obama-dictador en la Plaza de la Revolución. No le fue nada mal desde su óptica. Sobre la base de tuitazos, amenazas y descalificativos, logró lo que la diplomacia ortodoxa nunca había podido alcanzar. Más aún, con el acuerdo sigue debilitando el legado de Obama, sumándolo a la destrucción del pacto nuclear con Irán, a la renuncia al Acuerdo de París y a no cumplir con los acuerdos tarifarios con China y los aliados de siempre, Alemania, Francia, Inglaterra y Canadá.

A muchos no le gusta todo el caos que Trump provoca con su estilo arrogante y acciones drásticas. Pero no se puede obviar que ha sido el único presidente que se ha mantenido fiel a sus compromisos de campaña que lo catapultaron a la Casa Blanca, incluidas la construcción del muro en la frontera sur y la exploración de petróleo mares afuera, lo que tiene alarmados a los ambientalistas.

Habrá que esperar que la volatilidad retórica de ambos líderes no se dispare ante la mínima diferencia en el proceso. Si estos volcanes permanecen dormidos y permiten a diplomáticos y técnicos arreglar los entuertos, la desnuclearización será real, así como el optimismo de mejores relaciones entre las dos Coreas que empezó a manifestarse desde que compitieron unidas en las pasadas olimpíadas de invierno. trottiart@gmail.com

noviembre 25, 2017

El internet del futuro (incierto)

La gratuidad y la libertad de acceso a los contenidos en la red, cualidades que actualmente disfrutamos, no se avizoran en el futuro próximo. A partir del 14 de diciembre comenzará el principio del fin del internet tal como lo conocemos, experimentamos y navegamos ahora.

Después de décadas de discusiones con adelantos y retrocesos sobre el tema, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de EE.UU. desarticulará de un plumazo el requisito de neutralidad que rige a la red.

Es un cambio profundo. Modificará nuestra relación con los contenidos. Tendremos que pagar más dinero si queremos descargar una película que contestar un email o pagar más por aquellos emails con videos, fotografías y documentos adjuntos. No solo es una cuestión de precios. También estaremos restringidos de acceder a los contenidos que queramos.

La neutralidad garantiza – hasta ahora - que las proveedoras de servicios de comunicación como ATT, Verizon y Xfinity en EE.UU. o Telefónica, Tigo y Claro en América Latina traten a todos los contenidos con igualdad, no pudiendo discriminar lo que no quieren o no les conviene transportar. Tampoco pueden cobrar diferenciado por carriles de descarga rápidos y lentos, dar prioridad de tráfico a sus propios contenidos o bloquear aplicaciones y servicios de otros proveedores.

La guerra de los cabilderos ante la FCC fue siempre entre posiciones antagónicas como en cuadrilátero de boxeo. En un rincón, las grandes compañías tecnológicas creadoras de contenidos, como Google, Amazon, Facebook, Twitter, iTunes, Netflix, creen que el principio de neutralidad permite al usuario navegar el internet con libertad y gratuidad, así como descargar contenidos sin que por el tipo de velocidad requerida se deban pagar tarifas diferenciadas.

Y en el otro rincón, las empresas de comunicaciones, como ATT, Verizon, Telefónica o Claro, que siempre se sintieron discriminadas al tener que soportar la carga de las grandes tecnológicas que son las que se han beneficiado con un internet barato y sin restricciones. Afirman que deben cobrar más por velocidades diferentes porque sus costos son más elevados con ramales de mayor banda ancha, a los que deben mantener y aumentar. Argumentan que cobrar por mejores servicios, les permitirá ser competentes, innovadores y ofrecer mayor calidad.
Con los demócratas y Barack Obama de la mano, los del primer rincón se aseguraron años de neutralidad y beneficios. Obama debió luchar contra un Congreso adverso y unos republicanos que no creían que era necesario la neutralidad para que la red se mantuviera abierta, libre y transparente.
Los republicanos con Donald Trump a la cabeza, creen que la neutralidad limita la competencia y el libre mercado. Consideran que el principio de neutralidad que se consolidó en 2015 con Obama fue “un enfoque erróneo y legalmente defectuoso". Por el contrario, dicen que a partir del 14 de diciembre, la eliminación de la neutralidad facilitará la inversión e innovación, aspectos críticos para la expansión de la banda ancha y el futuro del internet.

En defensa de los usuarios que podrían sentirse los más afectados, las nuevas directrices de la FCC establecen que el “requisito de transparencia”, junto a las “leyes antimonopolio y de protección del consumidor”, les permitirá a los usuarios fiscalizar a las empresas de comunicaciones. Podrán exigir a las autoridades del ministerio de Comercio que adopten las medidas correctivas necesarias.

Todo esto tiene jurisdicción en EE.UU. Habrá que ver como esta posición va adaptándose en el resto del mundo, incluso en aquellos lugares con gobiernos autoritarios acostumbrados a su monopolio de empresas estatales de comunicación que siempre han usado para controlar los contenidos y restringir la libertad.

De todos modos, acostumbrados a una FCC bastante maleable y cambiante, habrá que observar si la no neutralidad se convertirá en norma a futuro o si de nuevo se dará marcha atrás cuando se acumule experiencia contraria o una nueva ideología asuma el poder en el Congreso.


Por ahora reina la incertidumbre. Lo cierto, sin embargo, es que tendremos que acostumbrarnos a pagar por lo que hasta ahora era gratuito y a estar restringidos de lo que hasta ahora disponíamos con libertad. trottiart@gmail.com

junio 24, 2017

Cuba con Raúl: Sin cambios ni transición

El presidente Donald Trump hizo lo que prometió como candidato. Revirtió la política de apertura política y económica con Cuba que Barack Obama había sellado en diciembre de 2014 con Raúl Castro.

El cambio era necesario y esperado. No tan solo para los referentes más duros del exilio que lo rodearon durante un acto celebrado en el corazón de la Pequeña Habana en Miami, sino por los mismos cubanos opositores que desde la isla piden a gritos seguir castigando a un régimen que nunca dejó de oprimir.

Los cambios en la política de Trump hacia Cuba no son mayúsculos. Serán graduales y en reciprocidad con los niveles de apertura interna que permitan Castro o su pronto sucesor. Es que después de 30 meses, pese a la flexibilización del embargo encarada por Obama y la reapertura recíproca de embajadas en Washington y La Habana, las libertades económicas y políticas prometidas siguen ausentes.

El mayor flujo de dólares por el turismo masivo estadounidense y la apertura del comercio no crearon una nueva clase de ciudadanos cuentapropistas como se esperaba, sino que agrandaron la élite burocrática gubernamental. Le dieron mayor combustible a la empresa militar Gaesa que controla más del 70% de la economía del país. Sin quererlo, junto a Rusia, China y Venezuela, EEUU se convirtió en la otra pata de la mesa que sostiene al régimen comunista.

¿Qué hizo el gobierno cubano para merecer semejante empujón? ¡Nada! Más allá de que liberó en su momento a Alan Gross, caso enmarcado en un intercambio por el que Obama envió de regreso a tres espías, Castro hizo lo contrario a lo esperado. Encarceló a más opositores, persiguió a los periodistas independientes, estorbó cada domingo las marchas de las Damas de Blanco, prohibió la apertura de nuevos partidos políticos y ni siquiera atinó a hablar de probables elecciones. Las libertades de reunión, religión, prensa y expresión siguen tan oprimidas como antes de la declamada nueva era.

Castro se burló de quienes le sirvieron en bandeja las nuevas regalías y no hizo nada por cambiar el destino de un pueblo agobiado por la falta de libertades individuales, por la escasa cultura del trabajo y por las carencias económicas. En realidad, nadie le prestó atención, porque Castro hizo lo que había prometido. Después del anuncio de Obama en la Plaza de la Revolución, ratificó orgulloso que Cuba jamás se apartaría un ápice de su revolución comunista.

Muchos critican a Trump. Consideran que lo único que busca es destruir el legado de Obama. Otros creen que el embargo estadounidense ha sido el culpable del fracaso de los Castro y que no ha servido para exportar democracia hacia la isla; o que fortalecerlo ahora, también conllevará al fracaso.

Vale aclarar que la apertura de Obama con los Castro se formalizó en diciembre en 2014, pero empezó gradualmente apenas asumió porque el derribo del embargo fue eje de su campaña. Desde 2009 permitió el flujo de viajes y comercio, envalentonado por encuestas que mostraban que los cubanos de uno y otro lado del Estrecho de la Florida ya no creían que el embargo era eficiente. También, por las sempiternas críticas aupadas en foros internacionales por los mismos Castro que argumentaban que todo lo “bueno” para su pueblo fue imposible o negado debido al embargo.

El embargo siempre le sirvió a los Castro de romántica mentira. No les impide comerciar con el resto del mundo; pero, de a poco, lo transformaron en la excusa perfecta para esconder su ineficiencia e impericia administrativa. El régimen comunista jamás, ni en Cuba ni en el mundo, funcionó a favor del pueblo, sino para el privilegio de una élite gobernante.

Las medidas adoptadas por el presidente Trump pueden ser criticadas por su estilo, pero en el fondo están alineadas a las sanciones económicas que EEUU impone a gobiernos que contravienen libertades y derechos humanos o alientan terrorismo y narcotráfico, así sean Venezuela, Rusia, Irán o Corea del Norte.

La incógnita del momento es si las nuevas restricciones motivarán la ansiada transición hacia la democracia en Cuba. No creo. Raúl y Fidel se la ingeniaron por casi 60 años para mantener el comunismo pese a las trabas económicas. El cambio podrá comenzar recién cuando no haya ningún Castro en el poder. trottiart@gmail.com
       

     

junio 17, 2017

Soplones y delatores: ¿Héroes o traidores?

La información oficial es una commodity apreciada, pero esquiva. Los gobernantes suelen retacearla u ocultarla, mientras los periodistas hacen lo imposible por divulgarla.

En el medio del tironeo entre el secreto y la transparencia aparecen los soplones, una especie de robin hoods de la información que, desde el poder, delatan actos de corrupción. Para los periodistas son excelentes fuentes anónimas de información. Para los gobernantes, simples traidores y conspiradores.

Los soplones sobreviven entre severas leyes criminales, códigos de ética que les demandan lealtad absoluta. Reality Winner, veterana de la Fuerza Aérea estadounidense, es una delatora. La detuvieron bajo cargos de filtrar información top secret de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) al medio digital The Intercept. Reveló evidencias del hackeo ruso en las elecciones presidenciales. No dio mucha información, pero lo suficiente para atraerse una dura condena que sirva de ejemplo y disuada a otros informantes.

No es el primer soplón procesado en el gobierno de Donald Trump. Tampoco será el último. Las filtraciones aumentarán, en especial porque en la Casa Blanca, Trump está generando el clima propicio para que ocurran. Es verticalista, retacea y pide a sus funcionarios retacear información, exige lealtad personal y amenaza con procesar a los soplones, sin distinguir que la ley ampara a quienes denuncian corrupción mientras que no filtren información clasificada.

El “rusiagate” sirve de ejemplo. Hasta el despedido ex director del FBI, James Comey, confesó ante una Comisión investigativa del Congreso, que filtró información al New York Times sobre sus reuniones privadas con Trump. A la postre, esa filtración fue el argumento del Congreso para investigar al Presidente. En esta historia en que el perro se muerde la cola, lo más irónico es que Comey se convirtió en un soplón, después de haber perseguido y encarcelado a más de una docena de ellos.

Ni es la única ni la mayor ironía. El presidente Barack Obama firmó en 2009 uno de los decretos de mayor peso sobre transparencia de información oficial, una especie de lupa gigante sobre su Presidencia. Y en 2012 promulgó una ley para la protección de delatores que prohibía despedir a los funcionarios que delataran hechos de corrupción. Sin embargo, fue el Presidente que mayor cantidad de información clasificó y el que más soplones encarceló en la historia. Como efecto colateral, muchos periodistas prefirieron la cárcel a tener que revelar la identidad de sus soplones.

Antes de irse, Obama perdonó al soldado Chelsea Manning, luego de purgar siete de 35 años de cárcel, por filtrar información sobre crímenes en Irak y Afganistán. Sin embargo, nunca quiso perdonar a Edward Snowden, que reveló la amplia red de vigilancia de la ANS. Y si bien no presentó cargos contra Julian Assange, por ofrecer su plataforma de Wikileaks para divulgar esas y otras filtraciones, se sabe del armado de una estrategia  intergubernamental para que Assange no pudiera gozar del asilo por fuera de las paredes de la embajada ecuatoriana en Londres.

La trama con Assange sigue. El gobierno de Trump acaba de anunciar que lo procesará, pese a que el gobierno sueco anunció la semana pasada que le retiró los cargos por violación. No se le persigue ahora por filtrar información, sino por ayudar a Snowden a escapar. Obama ya había desistido de formularle cargos, porque al hacerlo también tendría que acusar a medios y periodistas que amplificaron las filtraciones. A diferencia de Obama, a Trump le seduce la idea de pegarle a la prensa por carácter transitivo.

Trump ha dado nuevo valor al precio que la información fidedigna tiene para la sociedad. El retaceo de información, las amenazas a los delatores, las críticas a la prensa, las fake news o el uso desmedido de twitter como medio oficial, muestran que su estrategia comunicacional está alejada de su intención de “drenar la ciénaga” o perseguir la corrupción enquistada en el poder.

Los soplones, a veces protegidos por la Justicia, tienen una función relevante en la lucha anticorrupción como surge de los recientes escándalos de Odebrecht, la FIFA y los Panama Papers. Las filtraciones suelen ser el último recurso para iluminar la verdad y procurar justicia. trottiart@gmail.com


marzo 25, 2017

Trump y su depósito de confianza

Donald Trump empezó su Presidencia con su depósito de confianza semivacío. Su pasado de celebridad televisiva lo hizo famoso, pero no creíble. Las acusaciones que vertió sobre sus colegas candidatos causaban gracia, pero no confianza. Terminó ganando las elecciones porque el depósito de Hillary Clinton estaba más vacío aún.
Cada uno posee un depósito o una imagen de credibilidad que proyecta hacia los demás; algo crucial entre aquellos individuos o instituciones cuyo trabajo depende de la confianza del público, como un presidente, una periodista o un padre en su familia. El reservorio aumenta o decrece según las acciones y dichos que se asumen. La ecuación es simple: Más verdades, mayor credibilidad; más mentiras mayor desconfianza.
Recuperar la confianza perdida no es fácil, menos en política. Muchas veces, como en la fábula del pastorcito de ovejas y el lobo, se desconfía hasta de la verdad cuando la antecedieron mentiras acumuladas. Para revertir la incredulidad, se requiere una alta dosis de buena conducta, verdades sistemáticas y resultados exitosos.
Esta no parece ser la fórmula de Trump. En la Presidencia creó más desconfianza, sobre la base de mentiras, exageraciones y teorías conspirativas. Su popularidad ahora es menor al 30%. El riesgo de gobernar sin sustento popular es alto. El Congreso, incluidos sus propios partidarios, no le respetan ni se sienten presionados para votar sus leyes, como ocurre con el nuevo plan sanitario con el que busca reemplazar al Obamacare. Y eso que está en el período de gracia de los 100 días, cuando al primer mandatario se le conceden casi todos sus deseos.
Trump deambuló varios años diciendo que Barack Obama no podía ser presidente por haber nacido fuera de EEUU. Aquella alharaca no le pasó factura porque lo hacía desde un lugar sin responsabilidad política. Distinto es ahora. Como presidente está obligado a fundamentar sus acusaciones con evidencias.
Algunas de sus exageraciones fueron inofensivas, como la que en su juramento había más gente que en el de Obama; algo que las fotografías desmintieron. Otras fueron graves, como cuando acusó a Obama de haberle intervenido los teléfonos en la Torre Trump durante la campaña electoral.
Se quedó con pura retórica, sin aportar pruebas. El director del FBI, James Comey, y el Comité de Inteligencia del Senado lo desmintieron con resultados de investigaciones en mano: “No existe evidencia” de espionaje como tal. Encima de eso, Comey dijo que su agencia abrió una nueva investigación sobre las sospechas de que el equipo de Trump mantuvo relaciones con el Kremlin; y que los hackers rusos terminaron dándole un empujoncito en la recta final del proceso electoral, a expensas de Hillary.
Trump tendrá que dar un buen viraje de timón si quiere llegar a buen puerto. Deberá cambiar de actitud, estilo y discurso. Debe dejar de lado los tuits altisonantes, alejarse de las conspiraciones y dejar de calificar de noticia falsa toda información que le disguste o no le conviene a sus intereses. La prensa, dolida por haber sido tildada de “enemiga del pueblo”, no le deja pasar una. Sus discursos, tuits y mensajes son escudriñados al máximo en busca de tergiversaciones y datos no verdaderos.
Trump está en aprietos, pero el problema lo excede. La bufonería política que se ha hecho marca registrada de unos cuantos líderes en muchos países, está carcomiendo la confianza del público en las instituciones. Varios estudios en democracias adultas y adolescentes, como las europeas y latinoamericanas respectivamente, advierten que la desconfianza pública sigue en caída libre.
La relación democracia/desconfianza es simple. La gente está cansada del ruido, de las expectativas incumplidas y de los personalismos ególatras que anteponen los intereses partidarios al bien común.  
Seguramente Trump sabe que con la confianza por el piso es presa fácil y que hacer leña del árbol caído es deporte en la política. Pero lo traiciona su personalidad.

Para revertir su situación deberá gobernar bajo la fuerza y la apariencia de la verdad. Solo así logrará recuperar y aumentar la confianza del público. El idioma inglés le enseña la fórmula correcta. La verdad y la confianza (truth y trust), palabras que comparten la misma raíz, lo invitan a caminar en esa dirección.  trottiart@gmail.com

marzo 04, 2017

Trump más presidencial; pero falta transparencia

Donald Trump no dijo nada diferente ante el Congreso de lo que había sostenido hasta ahora. Pero lo expresó en un tono distinto. Más mesurado y conciliador. Menos arrogante y convulsivo que en sus primeros 40 días de gobierno.

Su estilo de martes en la noche sorprendió y ganó audiencia. Fue tal el cambio de tono que sus críticos más acérrimos de la CNN y los más indulgentes de FoxNews, coincidieron. Entró al Congreso como candidato y salió convertido en Presidente.

En la tarde ya se avizoraba el cambio. Trump subrayó que se daba la más alta calificación por lo que había hecho y logrado, pero casi un aplazo por no haber sabido comunicar su mensaje. La disfrazada humildad exultaba confianza por un discurso que sabía tendría alto impacto.

El estilo diferente le permitió hablar de lo mismo sin producir los retorcijones acostumbrados. Insistió con una agresiva política anti inmigratoria, terminar con la “corrupción del pantano”, hacer una profunda reforma impositiva, acabar con el Obamacare, crear empleos, producir made in USA y construir puentes y caminos.

Los demócratas ni aplaudieron ni coincidieron, pero tampoco se sintieron satirizados como otras veces. Debieron asentir por políticas a favor de la mujer, de las minorías y por un gesto de manso nacionalismo que hasta sorprendió a gobiernos extranjeros que siempre sintieron el peso de un Washington avasallante: “Mi trabajo no es representar al mundo, sino representar a EEUU”.

Más allá de que la narrativa fue la misma, queda así comprobado que el cambio de tono al expresar las palabras hace la diferencia; minimiza divisiones y despolariza. Los legisladores demócratas igualmente creen que existe profunda divergencia entre los dichos de Trump y sus acciones. El pecado no es nuevo. También se acusaba a Barack Obama de lo mismo. Era un maestro de la oratoria mesurada. Declamaba transparencia, pero su Presidencia fue restrictiva en información pública; persiguió a funcionarios soplones y espió a extranjeros; abrazaba a musulmanes y latinos, pero deportó a millones como ningún otro presidente del pasado.

Cambiado el tono, lo que ahora importa es la esencia del discurso y que sus palabras no estén peleadas con la verdad.

El ruido generado por el tren Rusia, de no ser disipado a tiempo y con transparencia puede descarrilar su Presidencia. La renuncia de Michael Flynn, asesor de Seguridad Nacional y la inhibición del Fiscal General, Jeff Sessions, para no involucrarse en las investigaciones criminales sobre las influencias rusas en la campaña electoral, son síntomas que pueden tirar todos sus logros por la borda.

Los demócratas y los servicios de inteligencia se la tienen jurada, buscarán la verdad hasta debajo de las piedras. No olvidan que la ciber inteligencia rusa denunció el tráfico de influencias en su partido y desmoronó la campaña de Hillary Clinton.
La prensa también está obstinada con la verdad. La “enemiga del pueblo” seguirá fiscalizándolo sin piedad y obteniendo filtraciones de inteligencia como las que terminaron por demostrar el acercamiento de los funcionarios y de su yerno Jared Kusher con el embajador ruso, Sergei Kisliak.

En este forcejeo entre Trump y la prensa que se acusan de generar noticias falsas y de inexactitudes por igual, cada uno responde con sus mejores armas. Trump despotrica en sus discursos y tuits, mientras la prensa investiga, denuncia y critica.

Durante la politizada y fallida noche de los Oscars, el New York Times publicó un spot televisivo tajante. En fondo blanco con letras negras, con la búsqueda de la verdad como título, ironizó las “verdades” de Trump con varias frases. “La verdad es que tenemos que proteger nuestras fronteras” o “la verdad es que las celebridades deberían mantener la boca cerrada”. Tras una docena de ironías similares sobre esta agitada etapa política, el mensaje final en defensa del buen Periodismo, el spot sostuvo: “La verdad es difícil de encontrar… de saber… y es más importante que nunca”.

En definitiva, hay dos cosas sobre la mesa. Una es de estilo y Trump tiene la opción de construirse como Presidente con un tono mesurado que invite al diálogo. La otra es de fondo y no tiene opción: Tiene la obligación de apegarse a la verdad y a la transparencia. trottiart@gmail.com


enero 21, 2017

Trump presidente: Formas y fondo

No hay precedentes de una ceremonia inaugural tan conflictiva como la de Donald Trump. Tampoco de su impopularidad al momento de asumir y de la masiva protesta en su contra convocada para el día después.

El viejo adagio “el que siembra vientos cosecha tempestades”, amasado con un discurso visceral y divisivo durante el proceso electoral y la transición, le han pasado factura. Su estilo, las formas con las que denigra y ofende a sus críticos ya sea a micrófono abierto o a fuerza de tuits, ha creado resentimientos y derivado en su impopularidad.

Asumió ayer con un 40% de aceptación, muy por debajo del 79% de Barack Obama y de cualquier otro presidente en las últimas cinco décadas. Si bien la alta confianza favorece el poder de maniobra frente al Congreso y la ciudadanía en las primeras semanas, no es indicativo de una buena o mala Presidencia. El escepticismo sobre el actor Ronald Reagan fue mayúsculo, pero se posicionó entre los mejores presidentes de la historia. A la inversa de Jimmy Carter, muy popular al principio, quedó luego sepultado como uno de los peores.  

Las malas formas usadas por Trump tienen consecuencias. No tendrá los 100 días de gracia o el espacio de maniobra que se acostumbra dar a un Presidente. Nadie fue tan criticado como él antes de asumir y la tendencia seguirá. Tampoco  pareciera importarle; no hay precedentes de un líder que haya movido el avispero y conseguido tantos compromisos antes de asumir. Sus tuits hicieron reaccionar a la OTAN, recapacitar a la Ford y la Fiat para invertir en fábricas en Michigan, elevar las ganancias en la Bolsa; aunque también pusieron a China a la defensiva y hundieron el peso mexicano a su mínimo histórico.

Su mordacidad y arrogancia le ofrecen excusas en bandeja de plata a quienes buscan argumentos para considerarlo un presidente ilegítimo. El legislador demócrata John Lewis boicoteó la ceremonia inaugural; lo siguieron más de cuatro docenas de parlamentarios. El desplante es desproporcional, si es que se recuerda que los demócratas criticaron a Trump en la campaña por insinuar que no aceptaría los resultados en caso de perder frente a ante Hillary Clinton. La prensa, mayoritariamente liberal, esa a la que Trump le acusa de “envenenar las mentes de los estadounidenses”, se volvió loca por entonces contra Trump; pero hoy respalda las decisiones de Lewis sin miramientos.

Hasta aquí las formas. Veamos el fondo. Las encuestas de esta semana del Washington Post, CNN y ABC marcaron un notable contraste entre formas y fondo. Más del 60% de los estadounidenses (proporción mayoritaria de republicanos) confía en que es el Presidente adecuado para hacer crecer la economía, gestionar la reforma tributaria, crear empleos y manejar el déficit presupuestario, dolor de cabeza de las últimas administraciones.

Sus dotes de buen negociador, dueño de una confianza y auto estima desbordante no solo se aplican a la economía. También goza de mayor confianza que la que tuvieron Obama y Bush en la guerra contra el terrorismo. Basta recordar el escepticismo sobre Obama al asumir en 2009; jamás había tenido un trabajo ejecutivo, algo que Trump hace de memoria.

No hay que invocar a la suerte el triunfo de Trump. Tuvo olfato político para seducir a los que él llama “los olvidados”, gente común sin empleos ni esperanza. Destruyó a sus adversarios en las primarias y sus promesas de usar dinero de su bolsillo para la campaña y no cobrar sueldo como Presidente, motivaron a un electorado que cree que el magnate puede “devolverle a EEUU su grandeza” y que está cansado de los políticos de siempre atornillados a Washington.

Habrá que darle a Trump espacio y no dejarse arrastrar por su estilo. Sin embargo él también hacer lo suyo. Su hija Ivanka deberá maniatarle su tuiteo y evitar así resentimientos y batallas diplomáticas innecesarias. Hay sobradas experiencias que vivir bajo aquellos que les gusta el sonido de sus propias palabras (recordar a Cristina Kirchner y Hugo Chávez) es estresante y desgastante, lo que termina polarizando y afectando la salud pública de una sociedad.

Las formas en que se usan las palabras atraen consecuencias y potencian riesgos. Pueden tirar por la borda todos los logros que son parte del fondo. Ojalá Trump modere su estilo y sea eficiente. trottiart@gmail.com


enero 14, 2017

“Trumpsición” y cambalache a la rusa

Para el traspaso de mando del 20 de enero Rusia se apuntó como actor principal en un revival de la Guerra Fría con tramas conspirativas y piratas informáticos, a la que no le faltan mentiras, filtraciones, sexo y chantaje.

Tras una estridente campaña electoral, no se podía esperar menos. Barack Obama dio su discurso de despedida en Chicago y Donald Trump su primera conferencia de prensa en Nueva York. En Miami, un tipo atracó un banco, se hizo filmar en Facebook Live, se escapó en Uber, regaló el dinero en la calle y pidió ir al Congreso para denunciar que Rusia iniciará la tercera guerra mundial, despechada por las sanciones de Obama y la expulsión de sus espías.

En toda esta telenovela, Obama habló de su legado. Resucitó un país quebrado y resistido por la comunidad internacional en su era post Bush; creó mayor conciencia sobre el cambio climático, pero admitió que poco hizo por la igualdad y por la violencia racista que no pudo controlar. Se olvidó mencionar que deportó a 2.7 millones de inmigrantes, más que todos sus antecesores juntos, siendo que ahora, además, eliminó privilegios que tenían los inmigrantes cubanos.

No pasará a la historia como el mejor Presidente, en especial por la falta de transparencia, su materia pendiente. En este final, supo desviar la atención sobre el tema con las sanciones que aplicó a Rusia por el pirateo informático a la campaña de Hillary Clinton. Su promesa incumplida sobre mayor transparencia se agravó con la cerrazón informativa, el espionaje a la agencia de noticias AP y en las redes sociales.

La conferencia de prensa de Trump reveló lo que se sospechaba. No se transformó en más presidenciable. Atacó a la prensa y seguramente sus anuncios y líos diplomáticos seguirán por Twitter, como todos los populistas latinoamericanos que prefieren la comunicación directa, sin filtros ni preguntas.

Sí cambió su perspectiva sobre los rusos y Vladimir Putin. Después de tanta resistencia admitió que el presidente ruso tiene responsabilidad en los ciberataques antes y durante las elecciones. Aunque por esto no debería creerse que Hillary fue derrotada. Como dijo Julian Assange de Wikileaks, fue el contenido de lo filtrado lo que influenció negativamente sobre ella. Hillary cayó porque los electores de Michigan, Wisconsin y Ohio le voltearon la espalda.

Trump aprovechó para victimizarse de chantaje y de una “cacería de brujas” acusando a opositores y a los servicios de inteligencia. En realidad las filtraciones y los ciberataques rusos contra empresas privadas y el gobierno estadounidense suceden a diario y desde hace décadas. Desacreditar al propio sistema no parece una jugada inteligente en el contexto de la geopolítica internacional.

No todos los informes de inteligencia son creíbles – Trump desacreditó los actuales comparándolos con la pifia por las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein que nunca se encontraron. Y en el momento que las elecciones estuvieron influenciadas por sitios de noticias falsas en Facebook, toda acusación, sin evidencias, debe tomarse con pinzas. Sucede, claro, que las falsedades cobran otra dimensión según la relevancia y el tamaño del perjudicado, más aún si se trata de negocios fraudulentos y orgías sexuales como se le sindican.

La conferencia de prensa de Trump le demostró a la prensa que habrá guerra. Trump es díscolo y vengativo, no perdona una coma de más que pueda enturbiar su marca registrada. Además, si se considera que durante una presidencia normal como la de Obama hubo poca transparencia, uno se puede imaginar lo que pasará ahora. Trump repite mentiras como verdades, exagera, es poco transparente al no haber revelado todavía su declaración de impuestos o demostrado en forma fehaciente como evitará conflicto de intereses con sus negocios y tratará de evitar que aparezcan otros soplones como Snowden. Es evidente que se avecina una más estricta cerrazón informativa.


El despliegue que hizo la prensa para checar las exageraciones y aseveraciones de Trump, también demuestra que está preparada. Tiene en su haber hitos mayúsculos en la historia del país y tendrá en este período una tarea superlativa, vigilar y fiscalizar a fondo. Es la única institución capaz de garantizar el equilibrio de poderes y que este cambalache a la rusa no se desborde. trottiart@gmail.com

noviembre 27, 2016

Trump: Celebridades y Falsedades

El triunfo de Donald Trump sigue cosechando críticas. Se dice, con algo de razón, que las grandes mentiras que circularon por Facebook y otras redes sociales le dieron la Presidencia.

Es probable que las noticias falsas que muchos creyeron verídicas - que estaba ganando el voto popular y que el papa Francisco lo respaldaba - hayan influido, pero de ahí a que le hubieran dado la victoria es una hipótesis desproporcionada.

Sin dudas que Trump fue aupado en las redes. El académico Pablo Bockowsky, mucho antes del día de las elecciones, advertía que Trump tenía una ventaja de 27 a 1 sobre Hillary en algunas redes, en donde a ella se le descalificaba por representar la continuidad del establishment.

Creo que lo que se reafirmó con Trump fue el “efecto celebridad”, el magnetismo de la gente por alguien que representa los sueños reales de fama y dinero a futuro, y que puede decir o hacer cualquier cosa sin los prejuicios sociales que maniatan al resto de la sociedad. Esto, antes reservado a los periódicos sensacionalistas, a programas de chismes y telenovelas, en donde la protagonista subyugada saltaba de pobre y humilde a rica y famosa en un par de capítulos, está ahora amplificado por las redes sociales.

De ahí que el trasero de Kim Kradashian o las payasadas de Justin Bieber tengan más seguidores que el filántropo Bill Gates. Y que el slogan “trumpista” de El Aprendiz, “You’re fired” (estás despedido) o fanfarronadas como aquellas de Mohamed Ali, “soy el más grande” o las de Floyd Mayweather contando su plata en público, sean más potentes que “el tuve un sueño” de Martin Luther King. La superficialidad siempre tendrá más adeptos y seguidores, solo basta con la lista de las personas a las que esta semana el presidente Barack Obama condecoró con la Medalla de la Libertad, la distinción civil más alta del país: Diana Ross, Michael Jordan, Tom Hanks, Robert Redford, Ellen DeGeneres y Robert de Niro, entre otras personalidades que la prensa ni siquiera mencionó.

Tampoco se puede salvar la responsabilidad de las redes sociales, como trató de hacer Mark Zuckerberg de Facebook, que no cree que las noticias falsas influyeron negativamente en las elecciones. Si bien las redes han servido para democratizar la comunicación e incentivar movimientos democratizadores como el de la Primavera Árabe, también han servido para amplificar las falsedades, los engaños e incentivar todo tipo de delincuencia, como la pornografía infantil, la trata de personas, el narcotráfico y el terrorismo.

También, en muchos casos, más allá del narcisismo de las selfies, las fotos de comidas, bebidas y viajes, las frases de autoayuda, los indeseables tag y shares, y el sarcasmo político, las redes sociales y los comentarios debajo de las noticias, se están trasformando en cloacas nauseabundas en las que el acoso, el bullying y los insultos, están provocando distanciamientos y, en muchos casos, alejamiento y autocensura.

Las redes sociales como Facebook y los buscadores como Google no pueden hacerse los desentendidos, algo que luego entendió Zuckerberg. Como responsables de plataformas de comunicación, así como los medios tradicionales lo hicieron siempre, tienen que establecer reglas de juego claras. Fue una buena medida que de inmediato, Facebook y Google, mediante nuevos algoritmos y formatos hayan decidido vetar todo tipo de publicidad en páginas de noticias falsas, con la idea de ahogar financieramente a ese tipo de fechoría.

Si bien antes tomaron medidas para combatir la propagación de la pornografía infantil o que los terroristas puedan reclutar mercenarios, deben ahora hacer más, para que las mentiras no se popularicen como verdades. Zuckerberg que esta semana, está adaptando Facebook a la censura del gobierno de China para entrar en ese mercado, es obvio que tiene los mecanismos técnicos y humanos para imponer mejoras, así como Google está implementando el “Proyecto Trust” (confianza) y “Local News”, para etiquetar y diferenciar todas las fuentes de noticias fidedignas por sobre las falsas.


Twitter en la cuerda floja, así como antes My Space, demuestra que la salud de las redes no solo depende de la tecnología la expansión de sus mercados, sino también de la credibilidad y la confianza de los usuarios. trottiart@gmail.com

noviembre 20, 2016

Trump y el antiWatergate de la prensa

La prensa ha sido uno de los sectores más traumatizados por el triunfo de Donald Trump. Tras descartarlo de antemano y embanderarse sin tapujos por Hillary Clinton, está sumida en un proceso postraumático. Pasó del sorpresivo golpe inicial al mea culpa y de la autocrítica a tener que asumir la realidad.

Sin mucho tiempo para una profunda introspección, la prensa tradicional y digital, del Washington Post al New York Times o de BuzzFeed a The Daily Beast, está ahora concentrada en la transición y en el después del 20 de enero, a sabiendas que enfrente tiene a un líder impulsivo, crítico y vengativo, rasgos que parecen sacados del manual del populista latinoamericano, y a los que no está acostumbrada.

La prensa, venerada por casos como Watergate, ahora debe afrontar su fracaso. Relegó su papel reporteril a ser caja de resonancia de la opinión general, dejándose arrastrar por comentarios y sentimientos, de la misma forma que Wall Street sube y baja según las especulaciones y apariencias. No haber reportado sobre “la otra mitad del país” devino en un antiWatergate que recordarán generaciones. Un editor del NYT lo expresó sin rodeos: “Tenemos que hacer un mejor trabajo, especialmente en el campo, porque somos una organización de New York, que no es el mundo real”.

El peligro para una prensa no acostumbrada a lidiar con este tipo de líderes, es que si no respalda sus opiniones con investigaciones concretas, puede terminar sobreactuando y dejándose arrastrar a guerras de opinión, obligando a la gente a tomar partido por los medios o por el líder. Los casos Hugo Chávez, Rafael Correa y Cristina Kirchner sirven de ejemplo.

La prensa deberá sortear pruebas a diario. Esta semana, después de unos días de tranquilidad, Trump volvió a ser Trump. Cargó contra el NYT por Twitter, su arma preferida, rechazando las críticas a su equipo de transición. La tuiteada remarca que Trump no dará respiro a la prensa, pese a que prometió moderar sus embates en las redes sociales y a que está haciendo concesiones, inimaginables durante la campaña.

Más allá de su retórica anti prensa, no se puede obviar que el discurso incendiario que lo llevó a la Presidencia es ahora más moderado y presidenciable. Dijo que no buscará encarcelar a Hillary, mantendrá presencia en la OTAN, conservará partes del Obamacare, construirá un muro sin ladrillos, deportará solo a aquellos con récord criminal y, para los demás indocumentados, promete una ley de inmigración jamás imaginada.

No creo que Trump pase de la retórica bélica a los hechos, ya que las instituciones y balances naturales de poder lo maniatarán. Sus amenazas de campaña, sobre que modificaría las leyes de difamación para atacar a la “prensa deshonesta” y con sus demandas “ganar mucho dinero”, no tienen ton ni son. Como presidente no tiene poder para modificar leyes que están ancladas en las jurisdicciones de los estados.

El hecho de que Trump respetará el matrimonio homosexual por ser disposición de la Corte Suprema, indicaría que honrará la vasta jurisdicción sobre libertad de expresión que el máximo tribunal creó. La Corte protege la crítica contra las autoridades, intrínseca a la Primera Enmienda y a la doctrina de real malicia, y así empoderando así al público en sus derechos a saber y a mantener a raya a sus gobernantes. 

Preocuparía que Trump continúe con la política oscurantista de Barack Obama. Que imponga restricciones que emanan de las leyes antiterroristas y de espionaje relegando el acceso a la información pública y limitando los derechos del público a saber y a la privacidad por excusas sobre seguridad nacional. O que exploten conflictos de interés por sus negocios personales. Trump despertó sospechas cuando prometió transparencia, conferencias de prensa y amplio acceso a los periodistas, siendo aspectos tan naturales a la democracia como el agua al mar, que ni siquiera deberían ser mencionados.


Habrá que ver si la prensa le dará espacio y los 100 días de gracia que se le concede a todo presidente. Si el periodismo no se deja arrastrar al barro del discurso político y, en cambio, ejerce el poder reporteril e investigativo, tendrá mejor chances de hacer un buen papel en esta nueva Presidencia, de la que se hizo durante la oscura etapa de Obama. trottiart@gmail.com

noviembre 12, 2016

Elecciones y protestas: Azuzando la arrogancia

Las protestas y vigilias anti Donald Trump que explotaron en varias ciudades y universidades estadounidenses, demuestran la fuerte arrogancia política y división que se experimenta en el país, acentuada por el vicioso proceso electoral.

El eslogan de las protestas demócratas “No es mi presidente”, que reniega del divisionismo encarnado por Trump y de un sistema electoral que venció al voto popular, también desnuda la intolerancia y el irrespeto de una multitud hacia la otra mitad del país que votó o piensa distinto.

Los políticos son los culpables de incentivar esa arrogancia. El arte del debate de las ideas ha sido suplantado por la descalificación personal y la estigmatización del oponente. Cualquiera otra opción es considerada apocalipsis seguro. Sin dudas que el discurso incendiario de Trump ha cosechado el resentimiento y el rencor que sembró. Pero esas llamas también fueron azuzadas por Hillary Clinton y Barack Obama, pese a que luego pidieron respetar los resultados y apoyar la transición.

La arrogancia de la multitud no es casual. Después de consumir discursos de odio, insultos y acusaciones de corrupción que se prodigaron los candidatos entre sí por largos meses, no se puede pretender que el público haga borrón y cuenta nueva, como lo insinuaron Trump y Obama en la Casa Blanca, donde se dispensaron elogios, minutos después de que se sacaran los ojos.

La hipocresía que es natural a la política como los colores al camaleón, no es norma entre la multitud. Estas, cuando se las azuza crean anticuerpos y prejuicios, auto induciéndose a creer que sus ideas son superiores a las del grupo contrario. De ahí que la despiadada campaña electoral, amplificada por los medios y las redes sociales, creara una fuerte polarización, en la que ambos grupos se sintieron en lo “políticamente correcto” y con el derecho a imponer sus ideas, aun a costa de denigrar al que pensara diferente.

Si bien las redes sociales han democratizado la comunicación, también incentivan una intolerancia salvaje. Algunos de palabras fuertes tratan de imponer su voluntad mediante el bullying y el insulto; otros, por miedo a la estigmatización, prefieren esconder sus sentimientos. Muchos, además, no se dan cuenta que la realidad que experimentan en Facebook no es real; está condicionada por los que “likes” y amigos que se escogen con opiniones similares a las propias. Los tres grupos quedaron evidentes en esta campaña electoral.

Beyoncé, Maryl Streep o Lebron James tampoco ayudaron a morigerar las divisiones. Los líderes demócratas quedaron alucinados por los llamados de estas estrellas a enterrar a Trump y por causas nobles, como los temas ecológicos y de género. Pero fue evidente que las celebridades fueron insensibles al problema real que aqueja a la gente común, bolsillos cada vez más flacos. Trump, en cambio, tiró contra los políticos, pero apuntando a la clase trabajadora, esa que pedía cambios y reniega del establishment. El Aprendiz se mostró mejor enfocado que sus colegas célebres.

A la prensa también hay que culparla por haber azuzado la arrogancia. Pro liberal y anti conservadora, el periodismo endiosó a Hillary e incineró a Trump. No es malo que 500 medios se hayan expresado a favor de Hillary, pero fue injustificable que muchos hicieran activismo en contra de Trump.

Por ese activismo, los medios no fiscalizaron las encuestas, pese a que el Brexit inglés invitaba a la revisión de los métodos. Desdeñaron la conversación en las redes, donde Trump cosechó más euforias que Hillary. Y desacreditaron las denuncias de Wikileaks sobre el favoritismo demócrata por Hillary, cuando años antes legitimaron sin tapujos las denuncias de Assange contra el gobierno de Bush.

Lo más terrible, es que los medios se quedaron en su zona de confort, reflejando  la conversación de las grandes urbes costeras, pero olvidándose de los que viven en las zonas rurales y periferias. Un periodismo más equilibrado y certero hubiera contenido a esa multitud que ahora cree que le han robado los resultados y sus sueños.


Avivar la arrogancia, ya sea a propósito o involuntariamente, genera intolerancia y autocensura, dos elementos contrarios a la libertad de expresión. Los políticos y periodistas, custodios naturales de esta libertad, deberían ser los primeros en dar el ejemplo. trottiart@gmail.com

septiembre 17, 2016

La Casa Blanca: Inquilinos muy opacos


Barack Obama y sus antecesores en la Casa Blanca no se han mostrado muy transparentes. Y a juzgar por la opacidad de los dos contendientes que desean habitarla, la tendencia a la oscuridad parece extenderse hacia futuro.

La falta de transparencia parece regla más que excepción en la carrera presidencial. Esta semana el tema explotó cuando Hillary Clinton, acalorada y deshidratada, trastabilló al subir a una camioneta en plena campaña. No interesó tanto el incidente, como que haya ocultado la neumonía y sus antecedentes médicos que, por lo visto, acusan otras caídas y contusiones en meses recientes.

La opacidad de la candidata, que se vio obligada a revelar su estado clínico, sobrepasa su estado de salud. Se le critica que haya ocultado información sobre más de 60 mil correos oficiales que despachó por su cuenta privada y que no ofrezca conferencias de prensa por temor a confrontar a los periodistas. Por suerte para ella, Donald Trump tampoco es transparente. Se le reprocha no dar a conocer su declaración de impuestos, mentir sobre resonantes donaciones que no salen de su bolsillo y por sobornar a un fiscal para que no investigue irregularidades en su universidad.

La falta de transparencia de los inquilinos de la Casa Blanca no es nueva. Es una tradición que empezó desde que fue construida por esclavos, como denunció Mitchell Obama. Sus ocupantes fueron siempre opacos a la hora de informar, ya sea sobre la guerra de Vietnam, los entretelones de espionaje que derribaron a Richard Nixon, los argumentos sobre las armas de destrucción masiva que George Bush nunca encontró en Irak, o hasta por la inteligencia con la que la democracia más fuerte del planeta se involucró con dictadores. La opacidad también abarcó temas mundanos, entre ellos, los amoríos de John Kennedy con Marilyn Monroe y las aventuras sexuales de Bill Clinton en el Salón Oval.

En materia de transparencia el presidente Obama ha sido un fiasco. Prometió mucho al inicio de su mandato, pero casi a su término, es lo que más se le critica. Esta semana, la Sociedad Interamericana de Prensa, junto a 40 instituciones estadounidenses, le escribió reprochándole que su gobierno clasifica demasiada información, retrasa de manera excesiva las solicitudes de entrevistas y que las agencias federales discriminan a reporteros críticos.

Esto, claro, parecen minucias a la hora de las escuchas telefónicas que el gobierno ordenó en contra de la agencia de noticias AP y del espionaje indiscriminado contra ciudadanos en las redes sociales e internet. De no haber sido por las filtraciones de Edward Snowden, quizás esos programas seguirían funcionando.

La Casa Blanca no es una aguja en el pajar. La falta de transparencia es un mal extendido. La divulgación de los Panama Papers que mostró como muchos creaban empresas off-shore para evadir impuestos en sus países de origen, obligó a algunos poderosos a dimitir, como el primer ministro de Islandia. Otros, como el presidente Mauricio Macri todavía está tratando de aclarar ante los fiscales que su participación en empresas off-shore fue inducida por su padre.

Macri, de todos modos, logró esta semana lo que el anterior no hizo en los 12 años anteriores. A su iniciativa, el Congreso aprobó la Ley de Acceso a la Información Pública, la que obligará al gobierno y al Estado a ser más transparentes. La nueva legislación incluye fuertes penalidades para aquellos funcionarios que nieguen o tarden en entregar la información que los ciudadanos soliciten.

Sin embargo, hay que entender que las leyes por sí solas no crean automáticamente mayor transparencia. EEUU tiene en vigencia esta legislación desde 1966 - muchos países latinoamericanos la adoptaron en la última década - y, pese a ello, la opacidad sigue reinando entre quienes recibieron el mandato de administrar los bienes públicos.  
En el mejor de los casos, la ley es un punto de inicio, una herramienta idónea, pero por sí sola no crea cultura de transparencia. Esta se construye exigiendo información, incluso a través de demandas judiciales y con un gobierno cuya obligación es educar a la población sobre cómo usar esa ley.


La opacidad de Hillary y Trump demuestra que por más alto que sea el nivel de la democracia de un país, la transparencia debe ser un reclamo y ejercicio permanentes. trottiart@gmail.com

junio 19, 2016

Orlando: Las palabras también matan

Las palabras pueden ser más perversas y letales que las balas. He dedicado mucho de este espacio a explicar cómo la propaganda y el discurso de odio pueden derivar en acciones violentas.

El asesino de la masacre del club Pulse en Orlando, Omar Mateen, es prueba inescrutable, así como la pareja de San Bernardino en la matanza de diciembre pasado. Los asesinos ni fueron entrenados ni actuaron bajo órdenes directas del Estado Islámico como les hubiera gustado, sino inspirados por la propaganda del odio de ese grupo terrorista.

El Estado Islámico es experto en utilizar a distancia y por internet sus métodos de adoctrinamiento y entrenamiento (además de atribuirse cualquier acto, como el de Mateen a quien calificó de “soldado del califato”) como quedó plasmado en el documental Obsesión de 2006, basado en la “guerra santa” que el terrorismo le declaró a EEUU y Occidente tras Setiembre 11. El film compara la propaganda musulmana radical con la que a los nazis les permitió hacer y justificar el Holocausto judío.

El odio y el terror del Estado Islámico no están en el campo de batalla sino en la retórica constante que convence a sus fieles, desde los que se inmolan con explosivos, degüellan infieles, queman mujeres que no se someten a sexo esclavo o hasta los que tiran gays desde las azoteas. Solo les basta plantar semillas en Google, Facebook o YouTube, mensajes de texto encriptados, para que inadaptados, resentidos y rechazados sociales, encuentren una causa justa con la que vengarse, ser reconocidos o tener sentido de pertenencia. Es lo que era y buscaba Mateen.

El presidente Barack Obama está afligido por no tener en su suelo el mismo éxito que tiene en las madrigueras de Oriente Medio, donde los drones militares hacen estragos en el liderazgo de las bandas terroristas. Sabe que se le van sus últimos  meses de mandato sin haber logrado que su gobierno y el Congreso prohíban la venta de armas de asalto con las que se comenten estas masacres de “terrorismo doméstico”.

Obama viene deambulando de masacre en masacre con discursos potentes en contra de las armas de asalto, pero sin resultados. El mayor obstáculo en este país, que tristemente ostenta el primer puesto en matanzas de este tipo, 90 de las 292 cometidas en todo el mundo entre 1966 y 2012, es la propia Constitución que garantiza la posesión de armas.

El problema mayor es que la cláusula constitucional sobre la tenencia de armas ha servido a la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) - y a los políticos más conservadores, la mayoría republicanos - como el instrumento de propaganda por el cual han convencido al público que poseer es el equivalente a ostentar. Por eso no hay restricciones para comprar armas de cualquier calibre, así como tampoco hay diferencias entre armas para la defensa personal o para ir a la guerra, como las usadas en Orlando.

En cualquier país un cambio constitucional bastaría para crear nuevas regulaciones. Sin embargo, como en EEUU la Constitución es un documento tan rígido y venerado como los 10 mandamientos, los políticos tendrán que hacer un trabajo de hormiga para encontrar resquicios en la interpretación de la cláusula, ya que hablar de reforma equivaldría a una derrota segura.

Por suerte, esta vez Obama y el candidato republicano, Donald Trump, cuyo discurso de odio se ensañó contra mexicanos y ahora con los musulmanes a los que no permitiría entrar al país, han coincidido en lo impensable antes de Orlando. Además de su apoyo a la comunidad gay, ambos están tratando de influir en sus partidos para que se apliquen restricciones severas a la compra de armas. Esta es la mayor novedad de esta campaña, que Trump puede luchar contra el principio sagrado de su partido, quizás porque no necesitó las donaciones de campaña de la NRA que lo habrían condicionado.

Además de la tenencia irrestricta, en EEUU hay lamentablemente una “propaganda irresponsable a favor de las armas”, como acaba de determinar un informe de la Oficina de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, la que suele motivar masacres y acciones de contagio que derivan en mayor violencia.

Ojalá la tragedia de Orlando no sea en vano. Que sirva de punto de inflexión para empezar una lucha por la regulación de las armas y para acabar con los discursos de odio. trottiart@gmail.com


Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...