Barack Obama y sus
antecesores en la Casa Blanca no se han mostrado muy transparentes. Y a juzgar
por la opacidad de los dos contendientes que desean habitarla, la tendencia a
la oscuridad parece extenderse hacia futuro.
La falta de transparencia
parece regla más que excepción en la carrera presidencial. Esta semana el tema
explotó cuando Hillary Clinton, acalorada y deshidratada, trastabilló al subir
a una camioneta en plena campaña. No interesó tanto el incidente, como que haya
ocultado la neumonía y sus antecedentes médicos que, por lo visto, acusan otras
caídas y contusiones en meses recientes.
La opacidad de la candidata,
que se vio obligada a revelar su estado clínico, sobrepasa su estado de salud. Se
le critica que haya ocultado información sobre más de 60 mil correos oficiales
que despachó por su cuenta privada y que no ofrezca conferencias de prensa por
temor a confrontar a los periodistas. Por suerte para ella, Donald Trump tampoco
es transparente. Se le reprocha no dar a conocer su declaración de impuestos, mentir
sobre resonantes donaciones que no salen de su bolsillo y por sobornar a un fiscal
para que no investigue irregularidades en su universidad.
La falta de transparencia de
los inquilinos de la Casa Blanca no es nueva. Es una tradición que empezó desde
que fue construida por esclavos, como denunció Mitchell Obama. Sus ocupantes
fueron siempre opacos a la hora de informar, ya sea sobre la guerra de Vietnam,
los entretelones de espionaje que derribaron a Richard Nixon, los argumentos
sobre las armas de destrucción masiva que George Bush nunca encontró en Irak, o
hasta por la inteligencia con la que la democracia más fuerte del planeta se
involucró con dictadores. La opacidad también abarcó temas mundanos, entre
ellos, los amoríos de John Kennedy con Marilyn Monroe y las aventuras sexuales
de Bill Clinton en el Salón Oval.
En materia de transparencia
el presidente Obama ha sido un fiasco. Prometió mucho al inicio de su mandato,
pero casi a su término, es lo que más se le critica. Esta semana, la Sociedad
Interamericana de Prensa, junto a 40 instituciones estadounidenses, le escribió
reprochándole que su gobierno clasifica demasiada información, retrasa de
manera excesiva las solicitudes de entrevistas y que las agencias federales discriminan
a reporteros críticos.
Esto, claro, parecen
minucias a la hora de las escuchas telefónicas que el gobierno ordenó en contra
de la agencia de noticias AP y del espionaje indiscriminado contra ciudadanos en
las redes sociales e internet. De no haber sido por las filtraciones de Edward
Snowden, quizás esos programas seguirían funcionando.
La Casa Blanca no es una
aguja en el pajar. La falta de transparencia es un mal extendido. La divulgación
de los Panama Papers que mostró como muchos creaban empresas off-shore para
evadir impuestos en sus países de origen, obligó a algunos poderosos a dimitir,
como el primer ministro de Islandia. Otros, como el presidente Mauricio Macri
todavía está tratando de aclarar ante los fiscales que su participación en
empresas off-shore fue inducida por su padre.
Macri, de todos modos, logró
esta semana lo que el anterior no hizo en los 12 años anteriores. A su
iniciativa, el Congreso aprobó la Ley de Acceso a la Información Pública, la
que obligará al gobierno y al Estado a ser más transparentes. La nueva
legislación incluye fuertes penalidades para aquellos funcionarios que nieguen
o tarden en entregar la información que los ciudadanos soliciten.
Sin embargo, hay que
entender que las leyes por sí solas no crean automáticamente mayor transparencia.
EEUU tiene en vigencia esta legislación desde 1966 - muchos países
latinoamericanos la adoptaron en la última década - y, pese a ello, la opacidad
sigue reinando entre quienes recibieron el mandato de administrar los bienes
públicos.
En el mejor de los casos, la
ley es un punto de inicio, una herramienta idónea, pero por sí sola no crea cultura
de transparencia. Esta se construye exigiendo información, incluso a través de
demandas judiciales y con un gobierno cuya obligación es educar a la población
sobre cómo usar esa ley.
La opacidad de Hillary y
Trump demuestra que por más alto que sea el nivel de la democracia de un país,
la transparencia debe ser un reclamo y ejercicio permanentes. trottiart@gmail.com
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