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agosto 04, 2018

Intoxicados de desconfianza


Facebook los descubrió y el gobierno de EEUU los acusó. Los hackers del gobierno ruso están tratando de influenciar las elecciones legislativas de noviembre, así como lo hicieron en las presidenciales de 2016 y en otras votaciones en el mundo entero.

El nuevo escándalo es mayúsculo, pero los políticos en EE.UU. y de otras naciones no deberían rasgarse tanto las vestiduras. Todos los gobiernos y partidos políticos en esta era digital tienen “cibertropas” que a fuerza de mentiras, difamación y propaganda engañosa buscan captar votos a como dé lugar.

Esas reglas de juego, justificadas en elecciones y que las leyes castigan en cualquiera otra actividad, son una de las principales fuentes de desconfianza pública que afecta a la sociedad y a las instituciones, entre ellas, los propios gobiernos y partidos políticos que las generan.

Lejos de desaparecer, las prácticas propagandísticas son cada vez más comunes y sofisticadas debido a los consultores y, también, a los hackers que intentan dinamitar los procesos. Antes, la propaganda y la información engañosa se esparcían desde los actos de campaña y, de alguna forma, eran filtradas por los medios de comunicación. Hoy, gracias a que las redes sociales nos han convertido en medios, todos estamos expuestos a la manipulación directa y a potenciar el engaño compartiendo noticias falsas por doquier.

Esta semana el Congreso de EE.UU. levantó su voz contra la industria del internet y su permisividad ante las noticias falsas. Temen que en las próximas elecciones legislativas de noviembre ocurra la misma invasión de trolls rusos que en 2016. La reprimenda no fue casual. Facebook anunció que desbarató una “acción coordinada” de propaganda rusa. Desactivó 32 cuentas y perfiles falsos que eran usados para influenciar a miles de usuarios, hasta para empoderarlos a marchar en contra de las policías en varias ciudades. La campaña información tóxica tendría el mismo patrón que la de las elecciones pasadas cuando se bombardeó con engaños a 126 millones de usuarios.

El Congreso también le reclamó mayor determinación al presidente Donald Trump para que admita y ataque el fenómeno ruso. Pero resulta una ironía la de buscar culpables en otro lado o de hacer responsables a Facebook y Google, cuando las culpas también son propias. Los legisladores deberían implementar reglas más estrictas de conducta electoral, tener mejores filtros para admitir candidatos y exigir mayor transparencia financiera a los partidos políticos.

Ningún gobierno puede esquivar el bulto. Un nuevo estudio del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford demuestra que existe cada vez mayor inclinación a la “manipulación del debate público”. Destaca que la mayoría de estas campañas son creadas por “cibertropas” al mando de  gobiernos y partidos del propio país, y no de hackers foráneos como se denunció en el caso de Facebook, Instagram y redes de mensajería.

El Instituto de Oxford determina que si bien los casos más notorios sobre influencia negativa de procesos electorales fueron la votación en EE.UU y el referéndum del Brexit en Inglaterra, ambos en 2016, la práctica de manipulación electoral digital, a través de bots, cuentas falsas y creciente gasto de publicidad digital, es común desde 2010 y afecta a 48 países, incluido Brasil, que celebrará presidenciales en octubre en un clima tóxico de falsedades.

El lado positivo de estas negativas tramas rusas es que ha permitido visualizar y calibrar el daño concreto que pueden causar la propaganda y las noticias falsas, habiendo motivado procesos para remediar esos perjuicios, como lo intentan Facebook, Twitter y Google.

Recobrar la confianza requerirá mayores esfuerzos. Las redes sociales tienen mucho más por hacer para combatir la toxicidad, al tiempo que deben mantener el equilibrio entre la censura y la libertad de expresión. Los medios deberán insistir en la calidad de contenidos y restablecerse como relevantes en sociedades digitales que ya los daban por muertos a corto plazo.

A los ciudadanos nos queda tomar conciencia de la alta responsabilidad que implica el uso de redes sociales y el consumo-difusión de información. Sin embargo, la mayor responsabilidad les cabe a los gobiernos y los partidos. Deberían cambiar la cultura de hacer política y su conducta en procesos electorales. trottiart@gmail.com

junio 16, 2018

Dos volcanes dormidos


El pacto por la desnuclearización de Corea del Norte es un hito histórico. El peligro radica en que un pequeño cortocircuito en el proceso podría despertar el carácter volcánico de los protagonistas y dejar todo en foja cero.

El proceso empezó bien. Se sentaron a la par como iguales pese a las diferencias extremas desde que ambos países se distanciaron tras la Guerra de Corea que dividió al siglo pasado en dos. Donald Trump como representante del  capitalismo y la mayor potencia económica; Kim Jong-un, del comunismo y una de las naciones más opresivas y pobres del mundo.

El pacto marcó el inicio del desmantelamiento de armas nucleares norcoreanas, algo impensable meses atrás cuando el dictador Jong-un jugaba a lanzar misiles nucleares que surcaban los cielos de Japón, amenazaba con destruir Hawai y alcanzar territorio continental estadounidense. Trump prometía reciprocidad a gran escala y borrar a Corea del Norte del mapa.

Tras la tregua, Trump aspira a que la desnuclearización sea total e irreversible. Demanda apertura política, incluida la liberación de más de 100 mil personas en campos de trabajo forzado. Pretende que el proceso termine durante su Presidencia. Los pronósticos son reservados. Jong-un quiere reconocimiento para su régimen, pero nada se dijo sobre su adicción a violar los derechos humanos.

Cuba ofrece indicios de pactos similares fracasados. Barack Obama y Raúl Castro reiniciaron relaciones diplomáticas después de 60 años de guerra fría. Aspiraron a profundos cambios políticos a cambio del relajamiento del embargo comercial. Nada ocurrió. Cuba siguió coartando libertades individuales y colectivas, no convocó a elecciones multipartidistas y siguió persiguiendo disidentes. Ido Obama, Trump borró el pacto de un plumazo.

Aunque Trump y Jong-un son teatreros y personalistas, el coreano salió más victorioso. Preparó bien el terreno. Hizo mucho ruido con sus misiles, poniendo al mundo al borde de un ataque de nervios, logrando un baño de popularidad al presentarse en sociedad como un ridículo “goldfinger” o “dedos de oro”, el villano de la saga de James Bond, empecinado en ser el amo del mundo.

Trump tomó la posta y lo invitó a negociar, aunque previamente el mundo fue testigo de un reality show en el que se reciprocaron todo tipo de descalificativos poéticos; los más presentables, “payaso, enfermo mental” y “gordito cohete”. Al final, sentados a la mesa de negociación en Singapur, se tiraron flores y tildaron de líderes, talentosos y amantes de sus pueblos. Trump puso moño a la ceremonia sorprendiendo a Jong-un con un video, “Dos hombres, dos líderes, un solo destino”. Mostró la ficción de una Corea del Norte sin armas nucleares ni sanciones económicas, con libertad y porvenir, y, por supuesto, con sus “hermosas” playas repletas de hoteles de lujo, su debilidad. Un The End de película.

Trump terminó victorioso pese a las críticas recibidas, pronósticos desfavorables y por alabar a un tirano asesino, al estilo de aquel encuentro Obama-dictador en la Plaza de la Revolución. No le fue nada mal desde su óptica. Sobre la base de tuitazos, amenazas y descalificativos, logró lo que la diplomacia ortodoxa nunca había podido alcanzar. Más aún, con el acuerdo sigue debilitando el legado de Obama, sumándolo a la destrucción del pacto nuclear con Irán, a la renuncia al Acuerdo de París y a no cumplir con los acuerdos tarifarios con China y los aliados de siempre, Alemania, Francia, Inglaterra y Canadá.

A muchos no le gusta todo el caos que Trump provoca con su estilo arrogante y acciones drásticas. Pero no se puede obviar que ha sido el único presidente que se ha mantenido fiel a sus compromisos de campaña que lo catapultaron a la Casa Blanca, incluidas la construcción del muro en la frontera sur y la exploración de petróleo mares afuera, lo que tiene alarmados a los ambientalistas.

Habrá que esperar que la volatilidad retórica de ambos líderes no se dispare ante la mínima diferencia en el proceso. Si estos volcanes permanecen dormidos y permiten a diplomáticos y técnicos arreglar los entuertos, la desnuclearización será real, así como el optimismo de mejores relaciones entre las dos Coreas que empezó a manifestarse desde que compitieron unidas en las pasadas olimpíadas de invierno. trottiart@gmail.com

marzo 31, 2018

El Mundial, el espía y el boicot


El Mundial de Fútbol arrancó antes de lo pensado. En la semana que se disputaban los últimos amistosos, algunos gobiernos politizaron la Copa anunciando un boicot a la anfitriona Rusia, en represalia por haber envenenado a uno de sus espías desertores en Inglaterra.

El bloqueo convocado por los ingleses al que se adhirió Islandia y se sumarán otros países, es desacertado y desproporcionado. El Mundial y las Olimpíadas deberían estar blindados a decisiones políticas que desnaturalicen su esencia deportiva, más allá del contexto político del momento.

Un boicot contra un Mundial debería circunscribirse a lo deportivo; y en ese terreno los rusos dan excusas bien válidas. Hicieron trampa con un potente programa gubernamental de doping para elevar el rendimiento de miles de atletas olímpicos, incluidos futbolistas, y compraron su sede sobornando a más de un jerarca de la FIFA. Lamentablemente, esta, cuyos estatutos le ordenan evitar injerencias extradeportivas, está imposibilitada moralmente de actuar, desde que sus jerarcas vendieron sedes y puestos al mejor postor, como desnudó el FIFAgate.

Un bloqueo político puede abrir puertas peligrosas en el futuro. ¿Por qué no boicotear a Qatar 2022 por la desigualdad de la mujer, a China por la esclavitud de obreros en sus fábricas, a Egipto por tolerar a extremistas o a Kenia por no proteger animales en extinción? El problema, además, es que la política cambia de inmediato y desorienta. ¿Quién hubiera imaginado que Donald Trump y Kim Jong-un tendrán una cumbre para dirimir sus reyertas, cuando semanas atrás guapeaban a ver quién apretaba el botón nuclear con más fuerza? ¿Y quién no se atrevería a imaginar que pronto Trump, Vladimir Putin y Theresa May coincidan sonrientes en una foto, argumentando que todo fue un malentendido y acusen a terroristas chechenos de haber manipulado el químico contra el espía?

En todo caso, el boicot anunciado es también desproporcionado. Existen causas mucho más graves para excluir a Rusia que por el presunto envenenamiento de Serguei Skripal y su hija Yulia. La injerencia en elecciones foráneas, la guerra en Siria, la anexión de Crimea o la invasión de Ucrania serían argumentos más contundentes y convincentes.

Por supuesto que la intoxicación del espía y su hija merecen fuertes represalias. Políticamente las medidas planteadas están surtiendo efecto y era obvio que Rusia respondería con reciprocidad a EEUU y los demás países que expulsaron a más de 140 diplomáticos en total, de los que se sospechaba hacían trabajos de espionaje. En todo caso, lo que no se entiende, es porque se espera a que explote un conflicto para dirimir cosas que se sabían. Esta es otra razón para blindar a los Mundiales de injerencias extradeportivas.

Hace rato que se dejó de lado la política que quiere reinventar ahora Inglaterra para escarmentar a Rusia. Se recuerda aquella vez que algunos países americanos decidieron no enviar a sus selecciones al Italia 1934 para renegar del fascismo de Benito Mussolini y responder por el boicot de varios equipos europeos al primer Mundial en Uruguay 1930. Si bien muchas veces hubo amagues y algunos boicots quirúrgicos, como el de Johan Cruyff de la Naranja Mecánica al Argentina 1978 por las violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar, apoyar un boicot político ahora abre puertas insospechadas, ya que ningún país está libre de pecados.

Sin dudas que las protestas son excelentes armas para crear conciencia sobre cualquier conflicto; y ojalá muchas se vean en las ciudades sede fuera delos estadios. Pero hacer boicots políticos ahora es contranatural al espíritu deportivo e irrespetuoso con los fanáticos. Rusia hubiera tenido que ser bloqueada al momento de su votación como sede, cuando los dirigentes de asociaciones y confederaciones, políticos incluidos, tuvieron la oportunidad de hacerlo.

A esta altura, nosotros, los fanáticos, estamos más inquietos sobre si nuestro equipo pegará el batacazo, si el VAR arruinará el espectáculo o si podremos ver los partidos en nuestras oficinas, como para preocuparnos si los príncipes William y Kate o Mauricio Macri y su hijita Antonia se sentarán el 14 de junio junto a Vladimir Putin para disfrutar del partido inaugural entre Rusia y Arabia Saudita. trottiart@gmail.com


marzo 04, 2018

El futuro (aterrador) de las noticias falsas


Las noticias falsas existieron en el pasado, incluso durante el Génesis como afirmó el papa Francisco. En el presente asustan por su fácil divulgación a través de las redes sociales y su influencia negativa en la confianza pública. El futuro, empero,  luce más aterrador. Los fake news ganarán mayor terreno gracias al uso de mejores tecnologías para su fabricación y distribución.

Ya nadie puede negar su existencia desde que el fiscal especial de la trama rusa, Robert Mueller, acusó la semana pasada a 13 personas y tres empresas de Rusia de regentar una fábrica de noticias falsas, destinada a manipular las elecciones en EEUU y otros países.

Ni Mueller ni estudio alguno todavía han podido comprobar si el bombardeo ruso de falsedades a través de Facebook, Twitter y Google, ha tenido impacto directo en la elección de Donald Trump o si hubo confabulación entre su campaña y el gobierno de Vladimir Putin para perjudicar a Hillary Clinton. Pero lo que Mueller sí demostró con su denuncia sobre el operativo Laktha con su presupuesto de 1,25 millones de dólares mensuales, es que las fake news pueden ser fabricadas con facilidad y ser una pieza sustancial del arsenal propagandístico de un país para atacar a otro, sin necesidad de derramar balas o sangre.

El informe es una acusación y no un análisis conceptual, por lo que no profundiza sobre el impacto social de la desinformación y la manipulación informativa. Pero en entrelíneas se puede advertir que las noticias falsas son el “nuevo normal”. Habrá que acostumbrase a convivir con ellas y, lo peor, es resultará cada vez más difícil distinguir lo falso de lo verdadero, lo ficticio de lo real.

En esta era de evolución digital acelerada, el futuro luce poco halagüeño. Las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, la realidad aumentada, las nanotecnologías (y las que vendrán) más allá de estar concebidas para el bien, también podrán ser usadas para fabricar y distribuir engaños con mayor sofisticación de lo que se hizo hasta ahora.

Al desenmascarar los métodos actuales de producción, como hizo Mueller, se advierten casi las mismas técnicas que usaba la propaganda de la Guerra Fría. Se conciben personajes ficticios, se fabrican rumores, se trucan fotos y se inventan hechos y declaraciones, tal el post en Facebook de un papa Francisco determinado apoyando a Trump. Lo nuevo hoy, es que en las falsedades pueden ser desparramadas y viralizadas como verdades a la velocidad de la luz.

Pero el futuro, repito, puede ser más aterrador. Investigadores de la Universidad del estado de Washingon, que experimentan con tecnologías avanzadas, han creado un video ficticio del expresidente Barack Obama con perfecto movimiento de labios y su propia voz en el que habla campante en contra de sus propias políticas de gobierno como el Obamacare. Solo bastó una idea, un guión y la inteligencia artificial se encargó de ensamblar millones de imágenes, sustantivos, verbos y preposiciones para crear una nueva y convincente realidad.

Volviendo al ejemplo de Francisco, seguramente el post estático de Facebook con su foto y mensaje escrito será pronto una reliquia. Ahora con inteligencia artificial, se podrá crear a su imagen y semejanza, un video en el que el Papa anuncie desde el interior de la Capilla Sixtina que el Vaticano está en venta o que empezará a vender armas para apoyar a los niños pobres de Bangladesh.

En este nuevo ecosistema híper informativo, también preocupa que estén emergiendo controles que pueden ser más contraproducentes que las noticias falsas en sí. Desde Europa a América Latina, varios gobiernos iniciaron enérgicas carreras legislativas para controlar la desinformación en las redes sociales – no solo en época electoral como circunscribe el informe Mueller – sino en todo momento, corriéndose el riesgo de desbordes legales que terminen por censurar debates que el público debe estar en condiciones y en libertad de mantener.

Varias organizaciones trabajan para revertir la desconfianza en las instituciones públicas generada por las noticias falsas. Tendrán que partir de la premisa de no echarle toda la culpa a las fake news, estas solo la han profundizado. La desconfianza está arraigada en otros vicios, la corrupción rampante, uno de ellos. trottiart@gmail.com

febrero 24, 2018

La marcha por la vida


Por ahora es una marcha estudiantil por la vida. Será el 24 de marzo en Washington. Pero tiene la intención de transformarse en un movimiento poderoso en contra de las armas de fuego.

Está empoderada por los compañeros de los 14 jovencitos y tres adultos asesinados por el ex alumno Nikolas Cruz en la escuela secundaria Marjorie Stoneman Douglas en Parkland, al norte de Miami.

Ya devenidos en activistas en esta etapa de sanación, pocos días después de vivir el duelo y honrar a los caídos en los funerales, esperan que su “marcha por nuestras vidas” sea multitudinaria y que el movimiento, bajo el lema #NeverAgain (NuncaMás), sea revolucionario. Aspiran que la suya sea la última tragedia escolar. 

Quieren asestarle una estruendosa bofeteada pública a los políticos y legisladores que masacre tras masacre en escuelas y espacios públicos, no han atacado el meollo del problema: la facilidad de acceso a las armas de fuego.

Mucha gente los apoya. Cuando esperaban recaudar un improbable millón de dólares, Oprah Winfrey, George Clooney y Steven Spielberg les ayudaron a cuadriplicar la cifra. El dinero les permitirá darle voz a una gran parte de la población que ha empujado estérilmente por un estricto control sobre las ventas y la posesión indiscriminada de armas de fuego, en especial las de guerra y de grueso calibre.

Pese a que tendrán que luchar contra varios monstruos y prejuicios culturales, los estudiantes tienen tres cosas a favor de la que carecieron los de la matanza en la escuela Columbine en 1999, los niños de la primaria Sandy Hook o las víctimas heterogéneas del recital en Las Vegas y del bar en Orlando. Primero, conforman un grupo compacto de jóvenes con un espacio común, su escuela, con decenas de millones de alumnos en todo el país, sus aliados potenciales. Segundo, las redes sociales y los dispositivos móviles les ofrecen un potente megáfono y un gran poder de convocatoria.

Lo más importante. Tienen un arma más poderosa que los dólares con la que la Asociación Nacional del Rifle (NRA) embarduna a políticos en busca de apoyo a las armas de fuego. Algunos en meses y otros en años, todos ellos tendrán edad para votar. 

Con el apoyo de quienes les preceden en las universidades, donde también se cuentan varias matanzas como Virginia Tech, podrán formar un núcleo homogéneo y compacto - como el del electorado hispano - a sabiendas que los políticos cortejan y temen a estos grupos ante cada elección.

Deberán estar conscientes que la tarea no será fácil. La tenencia de armas es un tema cultural incrustado en la Segunda Enmienda constitucional y machacado por el cabildeo agresivo de la NRA, la que acaba de responsabilizar por la matanza del 14 de febrero a los medios, por su sensacionalismo, y al FBI y la Policía por no haber actuado antes, desde que habían sido alertados durante los últimos dos años sobre la conducta perturbadora de Cruz.

Las protestas de los alumnos ya arrojaron resultados, pero no parecen suficientes. El gobernador de Florida, Rick Scott, muy buen alumno de la NRA, y legisladores republicanos propondrán aumentar de 18 a 21 años la edad para comprar fusiles automáticos, pero no los prohibirían. Ampliarán las verificaciones de antecedentes y pondrán más seguridad en las escuelas. En la misma línea se proyectó el presidente Donald Trump, aunque agigantó la polémica cuando dijo que la solución pasa por armar a los maestros.

Ante cada masacre siempre hubo esperanzas de que sería la última y el punto de inflexión para cambiar la historia. La determinación estudiantil por organizar esta marcha y el incipiente movimiento creado, aparentan tener los condimentos necesarios para mantener la atención de la opinión pública a largo plazo. Por ahora, existe la predisposición de la ciudadanía y de los tres poderes del Estado para escuchar.
Los desafíos del nuevo movimiento de estudiantes son muchos. No deberán dejarse engatusar por políticos que los quieran usar, no desanimarse cuando la atención pública se desvanezca, deberán blindarse ante el cabildeo de la NRA y no amilanarse por contramarchas en su contra.

Pero sobretodo, a esta voluntad inicial deberán sumarle estrategia y recursos, porque toda lucha a favor de los derechos civiles y la transformación cultural es un proceso de muy largo aliento. trottiart@gmail.com


febrero 10, 2018

Perro que ladra...


Por estos días en Washington, la discusión es si Donald Trump se ajusta al dicho de “perro que ladra no muerde” o si sus ladridos cargados de retórica incendiaria devienen en mordeduras concretas.

Muerda o no, lo cierto es que cada tuit que dispara suele tener más radioactividad que una ojiva nuclear. Incentiva una relación de amigo vs enemigo y fuerza a todos a tomar partido. Fox News o CNN. Republicano o demócrata. Departamento de Justicia o FBI. Casa Blanca o CIA. Funcionarios leales o soplones. Muro o más drogas y violencia.
Su personalidad tempestuosa genera resistencias en sus adversarios y hasta defensas incómodas entre sus defensores. Adjetiva con calificativos rimbombantes a sus aliados como el canciller Rex Tillerson o defenestra sin miramientos a sus enemigos, el fiscal especial Bob Mueller; y sus mejores amigos pueden convertirse en un santiamén en sus peores enemigos: Steve Bannon.
Su retórica ha enrarecido el ambiente y el establishment se siente amenazado, viendo que aquellos ladridos de campaña - que otros políticos abandonan apenas terminan las elecciones – persisten en su gobierno. Está omnipresente y disfruta de ser el centro de todo debate en la “ciénaga”, así sea sobre el memo del FBI o si Melania prefiere o no darle la mano.
Como perro de caza, Trump no suelta la presa, virtud que acrecienta la fidelidad del núcleo de sus seguidores, pese a que su popularidad subibaja como la Bolsa.  Insiste en que la inmigración ilegal genera violencia y quiere un muro. Que el calentamiento global es un invento de los anticapitalistas. Que la prensa es lacra y su verdadera oposición; la “enemiga del pueblo”.
Si bien los ladridos intempestivos contra la prensa han devenido en algunas mordeduras, las lastimaduras todavía son leves. Igualmente preocupan, porque de profundizarse podrían debilitar el clima de libertad de prensa y generar autocensura afectando el derecho del público a la información, como señaló una delegación de la Sociedad Interamericana de Prensa que esta semana se destacó en Washington.
Con sus pedidos a que se reformen las leyes de difamación para demandar a los periodistas críticos, sus premios a la “prensa falsa”, su negación a responder preguntas incómodas, bloquear reporteros de las conferencias o solicitar que se revoque la licencia de operación de la cadena televisiva NBC, Trump pretende que el público deje de creer en los medios.
Pero en un país donde estos y la expresión libre son instituciones bien enraizadas en la cultura, protegidos por la Primera Enmienda, puede suceder que luego que se disipe la tormenta de su retórica, el tiro le salga por la culata. Algo así ya se observa. Su discurso anti prensa ha empoderado y revitalizado a los medios y periodistas. Rigurosidad, precisión, investigación y calidad periodística, condiciones que antes se daban por sentadas, están cobrando ahora nueva vida.
Varios medios tradicionales están contratando más periodistas, profundizan sus investigaciones, existen proyectos periodísticos más rigurosos como el Facts First (hechos primero) de CNN, que devienen en campañas para que el público abrace la importancia que tienen los datos objetivos y las noticias confiables para construir democracia. También proliferan instituciones sin fines de lucro con proyectos de periodismo investigativo y se crean otras para defender periodistas, como el US Press Freedom Tracker, una coalición de 20 entidades de prensa, que monitorea agresiones contra periodistas en todo el país.
Aunque la retórica suele ser la primera fase de un autoritarismo progresivo que puede degenerar en regulaciones y en censura directa contra los medios, en EEUU la retórica de Trump difícilmente pueda desembocar en situaciones graves. Habrá que sopesar los resultados al final de su mandato y compararlos con los de gobiernos anteriores, considerando que Barack Obama implantó una vara alta y agresiva, con varios periodistas y soplones oficiales encarcelados, falta de transparencia y cerrazón de fuentes oficiales de información.
Sin embargo, en donde los ladridos de Trump pueden ser peligrosos, es en aquellos países, incluidos los latinoamericanos, cuyos gobernantes pueden sentirse legitimados por su retórica como para pegar fuertes mordiscos a la libertad de prensa. trottiart@gmail.com


febrero 03, 2018

Un Trump reaganiano

Donald Trump no desentonó con la filosofía republicana en su primer estado de la Unión ante el Congreso. Apuntó al bolsillo y a la fortaleza económica como la creadora del “nuevo momento estadounidense”.

Celebró el mayor logro de su primer año, la rebaja de impuestos, como lo hizo Ronald Reagan en su primer estado de la Unión en 1982. Entonces, Reagan pidió bajar los impuestos para estimular el ahorro y las inversiones, a sabiendas que gravámenes altos ahogan la iniciativa privada, reducen la producción, destruyen empleos, al tiempo que incentivan un gobierno obeso y gastador.

Trump justificó todo desde la economía y, como Regan, destiló patriotismo, fanfarroneó con records económicos y apuntó a que la fe y la familia, no el gobierno y la burocracia, son el motor del país.

Nadie esperaba un discurso histórico, menos aún una docena de demócratas que boicotearon el acto y otros que aplaudieron poco. Pero tendrán que admitir que las 117 interrupciones con aplausos y sin frases divisionistas ni sello personalista, usando “nosotros” y “nuestra” 233 veces, contribuirán a elevar su deteriorado índice de aprobación. Eso, en un año electoral legislativo, es buena noticia para el Partido Republicano.

Trump desgranó sus éxitos rotundos. El desempleo al 4.1%, la tasa más baja en casi cinco décadas; un crecimiento del 3%; récords históricos en Wall Street; eliminación de regulaciones y trabas; y una reforma fiscal que reducirá los impuestos del 35% al 21% a las empresas, incentivando la producción, competitividad y empleo, a la par de ahorrarle miles de dólares a los contribuyentes. A la fórmula reaganiana de gobierno pequeño y menos subsidios, la revalidó con un pedido a los legisladores de 1.5 trillones de dólares para infraestructura y así convertir al gobierno federal en un gran generador de empleos para el sector privado.

No ponderó como Barack Obama, George Bush y Bill Clinton a la fuerza innovadora de la industria del conocimiento de Sillicon Valley, sino que apuntó al EEUU olvidado que le dio los votos. Se deleitó anunciando que varias automotoras regresarán del exterior a la corroída Detroit, que Apple repatriará 350 mil millones y 20 mil empleos y que la nueva bonanza que pregonó días antes en el foro de Davos, atraerá capitales e inversiones foráneas. Y, aunque no mencionó a su slogan de “America First”, este quedó implícito cuando ratificó que no permitirá que los trabajadores estadounidenses sigan sometidos a malos acuerdos comerciales y que negociará otros nuevos más ventajosos.

No mencionó sus fracasadas estrategias para derribar el Obamacare, pero invitó a los demócratas a levantarse y aplaudir cuando prometió aniquilar los altos precios de los medicamentos recetados. Cuando se refirió al medio ambiente no lo hizo desde la perspectiva del Acuerdo de Paris, retirada con la que desairó al mundo, sino, desafiante, dijo que pondrá énfasis en la explotación de energías fósiles para ser potencia exportadora.

A las relaciones internacionales también las enfocó por el lado de la billetera. Pidió leyes para restringir la ayuda financiera a aquellos países que no apoyaron su iniciativa para reconocer a Jerusalén como capital de Israel; y presumió de las duras sanciones económicas que impuso a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Corea del Norte.

Hasta los gastos en defensa los contextualizó dentro de la política de generación de empleos. Un mayor ejército y un sistema nuclear más potente para disuadir enemigos como Kim Jong-un, seguir combatiendo al terrorismo islámico y mantener abierta la prisión de Guantánamo, la sorpresa de la noche.

En inmigración, prometió la naturalización de 1.8 millones de “soñadores”, tres veces más que Obama, pero a cambio de que “tengan buena educación y destrezas laborales”. Pidió a los demócratas aceptar la continuación de la construcción del muro, que se emplee a más agentes fronterizos y acabar con la lotería de visas, para evitar la entrada a los trabajadores no calificados.

En su primer estado de la Unión, Trump se mostró como el negociador innato que todo lo supedita a lograr algo a cambio. Su estilo pendenciero siempre está en entredicho, pero una economía floreciente, por ahora, le está dando una buena ventaja competitiva sobre sus críticos y adversarios. trottiart@gmail.com


enero 13, 2018

2018: Más gritos, fuego y furia

A juzgar por cómo empezó, el 2018 será a puro gritos. El estilo lo impone el presidente Donald Trump. Comenzó exclamando furioso que es “realmente inteligente” y un “genio muy estable” en contra de Fuego y Furia, el libro de Michael Wolff que lo define demasiado vacilante y no apto mentalmente para gobernar.

También se escuchó el grito de varias actrices vestidas de negro que desde la ceremonia de los Golden Globes, y aunadas por un discurso inspirador de Oprah Winfrey, desafiaron el acoso sexual perpetrado por hombres poderosos. En contrapartida, otro grupo, encabezado por la actriz francesa Katerhine Deneuve, defenestró al movimiento #MeToo por su “excesivo puritanismo”, argumentando que pone en la misma bolsa al flirteo y la galantería que a la violación o a la posible conducta amoral que a la ilegal. Le respondieron con ladridos, igual que a Meryl Streep, por ser demasiada condescendiente con los abusadores.

El año pinta que las formas primarán sobre la esencia, que la discusión polarizada se sobrepondrá al diálogo. Habrá más negro sobre blanco que matices de grises. Todos quieren tener razón, ser influyentes y tener impacto. Se seguirá desdeñando el perfil bajo, a quienes eluden las controversias o hacen magia para proteger su intimidad. De ahí las críticas furibundas contra Enrique Iglesias y Anna Kournikova por ocultar el embarazo o construir un muro para bloquear a paparazis y curiosos.

En una época híper tecnológica le resultará difícil a la famosa pareja evitar que los drones no invadan la intimidad de sus mellizos. Las tecnologías no solo han hecho la vida menos privada, desde que se gritan logros y tristezas o se expone a los hijos en Facebook e Instagram, sino que trajeron más desafíos.

Mark Zuckerberg, cuyas resoluciones pasadas era visitar los 50 estados o leer varios libros por mes, en este 2018 quiere arreglar Facebook para no seguir distribuyendo noticias falsas a mansalva. Y en el año en que florecerán los automóviles sin conductores, preocupan los nuevos crímenes que se adivinan.  Los vehículos autónomos podrían ser utilizados para el narcomenudeo o, hackeados por terroristas, ser usados en la nueva modalidad de atropellar peatones en zonas turísticas y congestionadas.

El mayor desafío del año, sin embargo, tendrá que ver con el ruido del griterío grosero y entender por qué la libertad de expresión, la censura y la autorregulación no son elementos que se pueden aplicar a todos por igual. Hay personas con menos derechos y personas con más obligaciones.

Acertada fue la explicación de Twitter ante una avalancha de gente que frente a su edificio en San Francisco pedía que apaguen la cuenta de Trump por sus tuits que rayan con la apología de la violencia, la discriminación y el incentivo del discurso de odio o por haberse enfrascado en una discusión infantil con el líder norcoreano sobre quien tenía sobre el escritorio el botón nuclear más grande y destructivo.

En un comunicado sobre “Líderes mundiales en Twitter”, la red social, que censura cuentas de cualquier hijo de vecino por esas infracciones, argumentó que no los bloqueará por el “enorme impacto” que tienen y por su papel relevante en la “conversación global y pública”.

Pese a los detractores de los dichos de Trump, hay que comprender que la libertad de expresión no puede aplicarse a todos por igual. Es verdad que quienes tienen mayor popularidad y responsabilidad no pueden decir lo que quieren o sienten sin sopesar los efectos de sus palabras. Pero si lo hacen, ya sea incentivando la violencia o el discurso de odio, no se les debería censurar por la misma relevancia de sus dichos y pensamientos. Es más, sus expresiones o el fuego y furia que salen usualmente de la boca de Trump, como su desprecio último sobre inmigrantes haitianos, salvadoreños y africanos que se sumó al de mexicanos y musulmanes, al fin y al cabo, sirven como elementos de transparencia y de rendición de cuentas de su gestión.


No hay dudas que Trump es incorregible y seguirá apegado a su estilo pendenciero. El desafío mayor lo tiene la Casa Blanca. Este año deberá mejorar su estrategia de comunicación, si no quiere que los fuegos que propaga Trump, sigan desviando la conversación sobre asuntos esenciales, además de sepultar sus logros económicos y políticos. trottiart@gmail.com

diciembre 23, 2017

Noticias falsas: el personaje del 2017

Muchas noticias compiten por ser la más relevante del 2017. En el norte se imponen el rusiagate o el acoso sexual y, en el sur, el caso Odebrecht, que derivó en un combate inusual y masivo contra la corrupción.

Cada país tiene su “noticia del año”; pero, creo que fueron las noticias en sí mismas el personaje de este 2017. Nunca se había generado tanta discusión en torno al contenido noticioso, sobre consumir verdades o estar expuestos a mentiras.

Las noticias falsas o las “fake news” como las definió el presidente Donald Trump y se impusieron en las elecciones presidenciales estadounidenses y en la crisis de Cataluña, han generado profundos debates sobre libertad de prensa, derecho a la información y el valor del periodismo. También provocaron cambios en las formas que Facebook, Twiter y Google distribuyen los contenidos, ya que fueron esos canales por donde las noticias falsas se propagaron hasta el infinito.

La gravedad de las noticias falsas está en la intención premeditada de quien las produce y en el objetivo de lograr una acción determinada, como ocurrió en EE.UU, España o con el Brexit. A ello se suma un agravante fortuito. El gestor se aprovecha de la publicidad que las redes y los buscadores asignan en forma automática a cada tema que se hace viral, convirtiendo a esos hechos falsos, pero atractivos, en un negocio lucrativo.

Este engaño de la era de la post verdad, potenciado por usuarios desprevenidos y medios y periodistas descuidados, ha intensificado la aguda crisis de credibilidad y confianza en la comunicación y sus comunicadores. El papa Francisco, muchas veces protagonista involuntario de las mentiras (su promocionado voto para Trump), calificó al lenguaje falso, sensacionalista y difamatorio de “pecados de comunicación”.

Siempre existieron noticias falsas y exageradas como rubros del periodismo sensacionalista, así como existen la ciencia ficción y los films triple x en la industria del entretenimiento. Ante el buen consumo y la demanda, el mercado lo oferta y exalta.

Ante la proliferación de noticias sensacionalistas en todas las épocas, la gente fue aprendiendo a diferenciar a esos medios y tomar con pinzas sus contenidos. Ahora, sin embargo, con la saturación informativa y las infinitas formas de obtener información, resulta más difícil separar la paja del trigo. El problema no solo radica en que Facebook y Google sean usados por los bots para desparramar mentiras, sino la simpleza con la que cualquier usuario puede replicarlas, más allá de tener o no mala intención.

Revertir esta situación no será fácil. Los responsables de las redes sociales, buscadores y medios ya están aplicando estrategias de contención para las noticias falsas. Se les está cerrando el grifo de la publicidad, creando categorías de noticias con identificación de fuentes de difusión para que los usuarios las distingan, mejor posicionamiento en las búsquedas para las noticias verdaderas y botones de alarma para reportar lo que se detecta como falso.

También los medios y las agrupaciones periodísticas están buscando formas para valorizar la integridad de las noticias y su práctica. Están entrenando sobre valores básicos que pudieron haber quedado en el olvido, revalorizando la precisión y contrastación de fuentes y machacando sobre el chequeo de datos, lo que algunos medios ya han asumido como otro género periodístico.

El problema, sin embargo, no radica tan solo en los responsables de producir información, sino en los usuarios. Desprevenidamente o no, suelen replicar y hacer virales informaciones falsas. Por ello, ante esta disrupción tecnológica que todo lo hace simple y automático, es necesario una mayor alfabetización digital para que el usuario, especialmente los niños y jóvenes, tengan mayor sentido crítico.


El papa Francisco alzó la voz de alarma en estos días frente a un grupo de medios católicos: “existe la necesidad urgente por información confiable con datos verificables…” para que todos “desarrollen un sentido crítico”. Sus palabras coinciden con lo dicho en el informe 2017 de la Unicef , “Niños en un mundo digital”. Recomienda al sector privado proteger a los niños y ponerlos en el centro de la política digital, con el objetivo primordial de “alfabetizarlos digitalmente para que estén informados y seguros”. trottiart@gmail.com

diciembre 16, 2017

Trump: las mujeres, sus tuits y la prensa

Donald Trump cierra el 2017 tan ecléctico como lo empezó. Su America First le sirvió para justificar el muro, cerrar fronteras, evadir tratados de comercio y cambio climático o anunciar el deseo de volver a la Luna y conquistar Marte. 

Entremedio, usó una lluvia de tuits para negar el “rusiagate” y el acoso a mujeres, para insultar a los medios y al norcoreano Jong-un, para castigar a Maduro y reconocer a Jerusalén como capital de Israel.

Trump no se conduce con correcta compostura presidencial. Su estrategia comunicacional es asombrar, disfrazar y crear coartadas. No permite que cuestión alguna sea analizada a profundidad. Cuando una conversación empieza a madurar o a molestar, tira otro tema sobre la mesa y cambia la agenda. Así desbarató el “rusiagate”, imponiendo a Jerusalén.

Virtud o vicio, lo cierto es que sorprende casi todos los días. Sabe generar impacto y robar la atención. Los medios, antes acostumbrados a marcar la agenda y cuidarla como perros guardianes, ahora parecen perritos falderos detrás de sus dichos y efectos. Trump les lleva la delantera y encima los acusa de falsos y los desprecia. Su prédica no es verdadera, pero en la confusión genera que los medios pierdan confianza y credibilidad.

Sus tuits son el ariete para ofuscar, acusar, alabar o imponer agenda. Son indignos a la conducta y confianza que debe proyectar un Presidente. Su agitación verbal, propia de sucias luchas electorales, enciende fuegos impensados que el vicepresidente Mike Pence o el canciller Rex Tillerson deben apresurarse a apagar. Sus tuits suelen exacerbar el discurso de odio. No escucha los reproches: Un presidente tiene más responsabilidades y menos derecho a la libertad de expresión que los ciudadanos de a pie.

Las mujeres son el flanco más vulnerable del Presidente. Para él hay buenas y malas. Las mejores, sus preferidas, son su hija Ivanka, su esposa Melania y la embajadora ante la ONU, Nikki Haley. Las tres son su sosiego, su ingenio, su máscara. Se destacan en política, en conducta, en la moda y la diplomacia. La más avezada es Haley, a quien Trump la prefiere de apriete diplomático más que a su canciller.

Y están las mujeres que menos le agradan; su lastre del pasado. Más de cien congresistas demócratas le plantaron cara esta semana en el Congreso exigiendo su renuncia, así como en días recientes lo hicieron tres congresistas acusados por acosar sexualmente a sus subordinadas. Argumentaron que “los estadounidenses se merecen la verdad”.

Trump arrastra más de veinte denuncias de mujeres que lo acusan de haberlas acosado cuando era empresario exitoso, celebridad y dueño del concurso Miss Mundo. Tres de ellas, cuyas denuncias están en el documental 16 women and Donald Trump, dieron una conferencia de prensa esta semana. Exigieron la misma justicia, al menos pública y laboral, que condenó al productor Harvey Weinstein, al periodista Matt Lauer y a los actores Kevin Spacey y Dustin Hoffman.

Las denuncias no son nuevas, pero se potenciaron con el movimiento #MeToo y también durante la campaña electoral cuando se difundió un audio en el que Trump fanfarroneaba que por su carácter de celebridad las mujeres le permitían cualquier cosa, hasta ser tomadas por los genitales. Las denuncias nunca pasaron desapercibidas, pero fueron ignoradas por la Casa Blanca que siempre las quiso tapar, dándoles un tinte político: “El pueblo emitió su veredicto otorgando a Trump la victoria”.

La justificación es incongruente y no será suficiente para detener el #MeToo. Se trata de un movimiento fuerte y que goza del reconocimiento social que no tuvo años atrás. Las denuncias contra Hollywood envalentonaron la tendencia a la denuncia. La revista Time lo reconoció y eligió a las mujeres “interruptoras del silencio” como el personaje del año. Time argumentó que la explosión de las denuncias por acoso sexual produjo uno de los cambios culturales de mayor velocidad desde la década de 1960, provocando efectos inmediatos e impactantes en todo el mundo.


El 2018 no amaga que será distinto en torno a Trump, mientras siga con su estilo impulsivo y despreciando mejores conductas. Su discurso incendiario, las acusaciones del “rusiagate” y las denuncias de las mujeres, lo perseguirán y continuarán desgastando. trottiart@gmail.com

noviembre 25, 2017

El internet del futuro (incierto)

La gratuidad y la libertad de acceso a los contenidos en la red, cualidades que actualmente disfrutamos, no se avizoran en el futuro próximo. A partir del 14 de diciembre comenzará el principio del fin del internet tal como lo conocemos, experimentamos y navegamos ahora.

Después de décadas de discusiones con adelantos y retrocesos sobre el tema, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de EE.UU. desarticulará de un plumazo el requisito de neutralidad que rige a la red.

Es un cambio profundo. Modificará nuestra relación con los contenidos. Tendremos que pagar más dinero si queremos descargar una película que contestar un email o pagar más por aquellos emails con videos, fotografías y documentos adjuntos. No solo es una cuestión de precios. También estaremos restringidos de acceder a los contenidos que queramos.

La neutralidad garantiza – hasta ahora - que las proveedoras de servicios de comunicación como ATT, Verizon y Xfinity en EE.UU. o Telefónica, Tigo y Claro en América Latina traten a todos los contenidos con igualdad, no pudiendo discriminar lo que no quieren o no les conviene transportar. Tampoco pueden cobrar diferenciado por carriles de descarga rápidos y lentos, dar prioridad de tráfico a sus propios contenidos o bloquear aplicaciones y servicios de otros proveedores.

La guerra de los cabilderos ante la FCC fue siempre entre posiciones antagónicas como en cuadrilátero de boxeo. En un rincón, las grandes compañías tecnológicas creadoras de contenidos, como Google, Amazon, Facebook, Twitter, iTunes, Netflix, creen que el principio de neutralidad permite al usuario navegar el internet con libertad y gratuidad, así como descargar contenidos sin que por el tipo de velocidad requerida se deban pagar tarifas diferenciadas.

Y en el otro rincón, las empresas de comunicaciones, como ATT, Verizon, Telefónica o Claro, que siempre se sintieron discriminadas al tener que soportar la carga de las grandes tecnológicas que son las que se han beneficiado con un internet barato y sin restricciones. Afirman que deben cobrar más por velocidades diferentes porque sus costos son más elevados con ramales de mayor banda ancha, a los que deben mantener y aumentar. Argumentan que cobrar por mejores servicios, les permitirá ser competentes, innovadores y ofrecer mayor calidad.
Con los demócratas y Barack Obama de la mano, los del primer rincón se aseguraron años de neutralidad y beneficios. Obama debió luchar contra un Congreso adverso y unos republicanos que no creían que era necesario la neutralidad para que la red se mantuviera abierta, libre y transparente.
Los republicanos con Donald Trump a la cabeza, creen que la neutralidad limita la competencia y el libre mercado. Consideran que el principio de neutralidad que se consolidó en 2015 con Obama fue “un enfoque erróneo y legalmente defectuoso". Por el contrario, dicen que a partir del 14 de diciembre, la eliminación de la neutralidad facilitará la inversión e innovación, aspectos críticos para la expansión de la banda ancha y el futuro del internet.

En defensa de los usuarios que podrían sentirse los más afectados, las nuevas directrices de la FCC establecen que el “requisito de transparencia”, junto a las “leyes antimonopolio y de protección del consumidor”, les permitirá a los usuarios fiscalizar a las empresas de comunicaciones. Podrán exigir a las autoridades del ministerio de Comercio que adopten las medidas correctivas necesarias.

Todo esto tiene jurisdicción en EE.UU. Habrá que ver como esta posición va adaptándose en el resto del mundo, incluso en aquellos lugares con gobiernos autoritarios acostumbrados a su monopolio de empresas estatales de comunicación que siempre han usado para controlar los contenidos y restringir la libertad.

De todos modos, acostumbrados a una FCC bastante maleable y cambiante, habrá que observar si la no neutralidad se convertirá en norma a futuro o si de nuevo se dará marcha atrás cuando se acumule experiencia contraria o una nueva ideología asuma el poder en el Congreso.


Por ahora reina la incertidumbre. Lo cierto, sin embargo, es que tendremos que acostumbrarnos a pagar por lo que hasta ahora era gratuito y a estar restringidos de lo que hasta ahora disponíamos con libertad. trottiart@gmail.com

noviembre 05, 2017

Facebook y Google acorraladas por el “rusiagate”

La intromisión de la inteligencia rusa con su propaganda, trolls y post pagados en redes sociales durante la campaña estadounidense con la clara intención de manipular al electorado no solo afectó la credibilidad de las grandes compañías tecnológicas como Facebook, Google y Twitter. También minó la confianza del público y potenció posibles represalias legislativas por parte del Congreso estadounidense.

Aunque todavía falta claridad sobre cómo Washington arremeterá contra la industria, tarde o temprano el cambio llegará. Los legisladores no quieren que las redes censuren contenidos porque podría infringirse la Primera Enmienda, pero tampoco quieren que sigan tan invasivas y dominantes.

La posición de dominio es clara así como el duopolio formado por Facebook y Google, empresas que este año absorberán el 49% de toda la publicidad digital del mundo. Mientras Mark Zuckerberg el miércoles respondía en el Senado sobre la influencia de Facebook en las elecciones, fue informado que tiene 2.1 billones de usuarios y que su ganancia se proyecta en $38 mil millones en este 2017.  Por su parte, Google reportó $3 billones de ingresos entre julio y septiembre.

Aunque en el Congreso todavía existe resistencia para regular al sector, muchos legisladores opinan que el internet y las redes deben tener mayor obligación moral para examinar la información política que se publica, tal como se hace con la pornografía infantil y el terrorismo.

Negada la intromisión por las compañías tecnológicas al principio, admitida luego y confirmada esta semana ante el Congreso, la intrusión fue un duro golpe. Todo un país, ciudadanos, comunicadores y políticos fueron engañados. Y lo peor de todo, a través de las redes sociales y el internet, creaciones que han posicionado a EE.UU. como líder de la industria del conocimiento.

El engaño digital o esta nueva ciberguerra se comparan al efecto sorpresa del ataque terrorista de Setiembre/11 y sus consecuencias. Entonces, los terroristas no solo mataron a más de tres mil civiles inocentes, sino que se burlaron y derribaron el centro de operaciones financiero más importante del planeta. Sin dudas, así como antes, el “rusiagate” digital será un elemento bisagra en la forma que nos comunicamos a partir de ahora.

El contenido propagandístico de los rusos que determinó la (mala) suerte de Hillary Clinton, ya había sido alertado por el FBI. Esta semana solo se confirmaron los hechos cuando las compañías admitieron, aunque un poco a destiempo, que los trolls rusos llegaron a 126 millones de usuarios en EE.UU. y que se usaron más de 2.700 cuentas en Twitter para distribuir noticias falsas y miles de videos por YouTube y Google.

El “rusiagate”, más allá de desenmascarar que Vladimir Putin estuvo detrás del hackeo de correos del Partido Demócrata, desencadenando el arresto de Paul Manafort, exdirector de la campaña de Donald Trump y los eternos desmentidos del Presidente, demuestra que Facebook y Google no solo son canales de distribución de noticias, como ellos quieren ser identificados. Son espacios donde se pueden crear y promover hechos falsos, por lo que les caben responsabilidades como asumen los medios tradicionales.

Las tecnológicas han demostrado que implementan buenas prácticas de autorregulación, pero no parecen ser suficientes para el Congreso. Un nuevo proyecto de ley sobre anuncios políticos les obliga a ser más transparentes con avisos de más de $500. Deberán desclasificar el nombre del comprador, a quienes va dirigido, el costo, el tiempo de duración y mantener un banco de datos histórico con toda la información.
Con o sin regulaciones, lo cierto es que nadie quiere vuelva a ocurrir la intromisión rusa que influenció el destino del país. Se trata de una modalidad de guerra sin armas convencionales, en la que una potencia extranjera manipula a otra usando sus propios métodos. Los escudos para la ciberguerra estaban preparados para detener robos de identidad, intromisión en grillas eléctricas o en sistemas nucleares, pero no para atajar propaganda y noticias falsas a través de las redes y los buscadores de internet.


Ojalá la legislación futura ponga énfasis en temas de publicidad política y no se entrometa en temas informativos que pudieran entorpecer la libertad de expresión. trottiart@gmail.com

septiembre 30, 2017

Referéndum personal de Trump: Racismo o patriotismo

Donald Trump tiene la manía de convertir toda discusión, incluso ajena, en un referéndum personal. Le atrae la controversia y la azuza. Quiere amor u odio. No le interesan los moderados.

Esta vez prendió fuego a la polémica que inició Colin Kaepernick, un jugador de fútbol americano de raza negra, que hizo costumbre de arrodillarse mientras sonaba el himno nacional o a la canción a la bandera en señal de protesta por el racismo y la brutalidad policial contra los negros.

Desde que se arrodilló en la temporada pasada, las aguas venían divididas a favor o en contra de su actitud. Cada tanto las agitaba otro deportista que lo imitaba o políticos y celebridades que opinaban para uno u otro lado. Pero las aguas se desbordaron cuando Trump irrumpió esta semana en la discusión.

Acusó a Kapernick de “hijo de p…”, pidió a los propietarios de equipos que prohíban esas actitudes o que echen a los jugadores que irrespeten los símbolos patrios. En respuesta, en el fin de semana todos los deportistas tomaron posición. La mayoría se arrodilló, varios equipos se quedaron en el vestuario durante el himno, el campeón de básquet de San Francisco anunció que no iría a recibir sus honores a la Casa Blanca y llovieron proclamas en los medios y redes sociales.

El Presidente logró así cambiar el eje de la discusión. Lo que era una protesta ante una injusticia, el racismo, terminó convertida en un asunto de patriotismo y a favor o en contra de su posición: ¿Cómo alguien que disfruta de las libertades y el estilo de vida estadounidense puede denigrar a la bandera, el símbolo que por antonomasia representa la memoria de los millones de soldados compatriotas que sacrificaron sus vidas por esos derechos y privilegios?

Se perdió así la rica disputa de fondo que permitía a los más jóvenes experimentar aquellas discusiones de otras épocas cargadas de protestas más virulentas en las que se quemaban o escupían banderas por guerras indeseadas y conflictos por los derechos civiles de los negros. Entonces, la Corte Suprema había sido tajante. El derecho a la libertad de expresión y de protesta, tal se conciben en la Primera Enmienda constitucional, se anteponen a los símbolos patrios y lo que se quiera hacer con ellos.

Lo que enervó no es tanto el cambio de enfoque de la discusión, sino el estilo prepotente con la que Trump la indujo, sin reparos de ninguna índole para erigirse en protagonista principal de la escena.

Tampoco hay que menospreciar sus cálculos, no todo es espontaneidad temperamental. Trump actúa metiendo púa para llevar agua para su molino. Desvía la atención del racismo y otros temas importantes como el “rusiagate”, apuntando a los deportistas, como antes a los mexicanos, musulmanes y periodistas, con la intención de mantener enfervorizados a sus votantes y fanáticos.

Es menos popular que antes, pero no está solo y tiene razones. A las protestas de los jugadores también le llueven abucheos desde las tribunas. Esta semana, Nielsen, la compañía que mide rating televisivo, mostró que la liga de fútbol americano perdió 11 puntos respecto a la temporada pasada. El Washington Post midió que del 19% que perdió interés en los partidos 17% fue por las protestas. Otro síntoma fue que se quintuplicaron las ventas de la camiseta del jugador Alejandro Villanueva, un veterano de guerra en Afganistán, el único de su equipo que no se quedó en el vestuario y escuchó el himno de pie con la mano sobre su pecho.

La Presidencia debería tener un código de ética que limite a su inquilino a tomar partido por cualquier asunto, así como los militares, policías y jueces que están obligados a ser imparciales de opinión política. Un presidente debería guardar más coherencia que el resto, actuar con imparcialidad y abstenerse de participar en discusiones, permitiendo a la sociedad hacer sus propias catarsis.

Como presidente, Trump siente la obligación de hacer respetar los símbolos patrios, aunque también debería equilibrar su posición garantizando los derechos a la libre expresión y la protesta pacífica como le exige la Constitución.

En un escenario ideal, Trump debería someter sus opiniones personales a la conducta que debe asumir como presidente. Lamentablemente el pedido es imposible. A Trump le fascina ser el centro de todo y hacer de todo un referéndum personal. trottiart@gmail.com


Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...