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enero 13, 2018

2018: Más gritos, fuego y furia

A juzgar por cómo empezó, el 2018 será a puro gritos. El estilo lo impone el presidente Donald Trump. Comenzó exclamando furioso que es “realmente inteligente” y un “genio muy estable” en contra de Fuego y Furia, el libro de Michael Wolff que lo define demasiado vacilante y no apto mentalmente para gobernar.

También se escuchó el grito de varias actrices vestidas de negro que desde la ceremonia de los Golden Globes, y aunadas por un discurso inspirador de Oprah Winfrey, desafiaron el acoso sexual perpetrado por hombres poderosos. En contrapartida, otro grupo, encabezado por la actriz francesa Katerhine Deneuve, defenestró al movimiento #MeToo por su “excesivo puritanismo”, argumentando que pone en la misma bolsa al flirteo y la galantería que a la violación o a la posible conducta amoral que a la ilegal. Le respondieron con ladridos, igual que a Meryl Streep, por ser demasiada condescendiente con los abusadores.

El año pinta que las formas primarán sobre la esencia, que la discusión polarizada se sobrepondrá al diálogo. Habrá más negro sobre blanco que matices de grises. Todos quieren tener razón, ser influyentes y tener impacto. Se seguirá desdeñando el perfil bajo, a quienes eluden las controversias o hacen magia para proteger su intimidad. De ahí las críticas furibundas contra Enrique Iglesias y Anna Kournikova por ocultar el embarazo o construir un muro para bloquear a paparazis y curiosos.

En una época híper tecnológica le resultará difícil a la famosa pareja evitar que los drones no invadan la intimidad de sus mellizos. Las tecnologías no solo han hecho la vida menos privada, desde que se gritan logros y tristezas o se expone a los hijos en Facebook e Instagram, sino que trajeron más desafíos.

Mark Zuckerberg, cuyas resoluciones pasadas era visitar los 50 estados o leer varios libros por mes, en este 2018 quiere arreglar Facebook para no seguir distribuyendo noticias falsas a mansalva. Y en el año en que florecerán los automóviles sin conductores, preocupan los nuevos crímenes que se adivinan.  Los vehículos autónomos podrían ser utilizados para el narcomenudeo o, hackeados por terroristas, ser usados en la nueva modalidad de atropellar peatones en zonas turísticas y congestionadas.

El mayor desafío del año, sin embargo, tendrá que ver con el ruido del griterío grosero y entender por qué la libertad de expresión, la censura y la autorregulación no son elementos que se pueden aplicar a todos por igual. Hay personas con menos derechos y personas con más obligaciones.

Acertada fue la explicación de Twitter ante una avalancha de gente que frente a su edificio en San Francisco pedía que apaguen la cuenta de Trump por sus tuits que rayan con la apología de la violencia, la discriminación y el incentivo del discurso de odio o por haberse enfrascado en una discusión infantil con el líder norcoreano sobre quien tenía sobre el escritorio el botón nuclear más grande y destructivo.

En un comunicado sobre “Líderes mundiales en Twitter”, la red social, que censura cuentas de cualquier hijo de vecino por esas infracciones, argumentó que no los bloqueará por el “enorme impacto” que tienen y por su papel relevante en la “conversación global y pública”.

Pese a los detractores de los dichos de Trump, hay que comprender que la libertad de expresión no puede aplicarse a todos por igual. Es verdad que quienes tienen mayor popularidad y responsabilidad no pueden decir lo que quieren o sienten sin sopesar los efectos de sus palabras. Pero si lo hacen, ya sea incentivando la violencia o el discurso de odio, no se les debería censurar por la misma relevancia de sus dichos y pensamientos. Es más, sus expresiones o el fuego y furia que salen usualmente de la boca de Trump, como su desprecio último sobre inmigrantes haitianos, salvadoreños y africanos que se sumó al de mexicanos y musulmanes, al fin y al cabo, sirven como elementos de transparencia y de rendición de cuentas de su gestión.


No hay dudas que Trump es incorregible y seguirá apegado a su estilo pendenciero. El desafío mayor lo tiene la Casa Blanca. Este año deberá mejorar su estrategia de comunicación, si no quiere que los fuegos que propaga Trump, sigan desviando la conversación sobre asuntos esenciales, además de sepultar sus logros económicos y políticos. trottiart@gmail.com

septiembre 07, 2014

Desnundando nuestra intimidad

Las fotos y videos íntimos robados a la actriz Jennifer Lawrence que se esparcieron a la velocidad de la luz por el internet, demuestra que las grandiosas ventajas de la revolución tecnológica también arrastran daños colaterales.

El más pronunciado es la pérdida de la privacidad, como lo están sufriendo otras cien celebridades y cantantes, entre ellas Rihanna, April Lavigne, Winona Ryder y Kate Upton, cuyas partes íntimas son la comidilla en redes sociales y hasta una galería en Florida amenazó con exhibirlas como obras de arte, disfrazando el delito.

La novedad en este caso - así como antes ocurrió con Scarlett Johanson – es que las famosas no fueron acosadas a la distancia por paparazzis, sino por un par de hackers que accedieron a sus selfies que habían subido a la nube digital (involuntariamente, quizás) por obra y gracia de la sincronía automática entre teléfonos inteligentes y tabletas con el iCloud.

Apple enseguida delegó responsabilidades. Coincidió con el FBI argumentando que no se trató de la inseguridad del iCloud, sino de aviesos delincuentes que hacía rato perseguían a las famosas, provistos de contraseñas fraudulentas. La explicación no convenció, a sabidas cuentas de la fragilidad de nuestra privacidad luego de que colgamos datos propios o de nuestros hijos en las redes sociales, compartimos documentos en Dropbox o porque desnudamos demasiada información tras la compra on-line de un simple alfiler.

Lo raro de este “celebgate” es que a pesar de que se condene la acción del ciberpirateo, los usuarios de redes sociales y un sinnúmero de periódicos esparcieron los desnudos ampliando aún más el atentado contra la privacidad. Muchos, bajo el temible argumento de que la responsabilidad original fue de otros y que era su deber mostrar la prueba del delito como noticia. Esto, pese a que a horas de que el hacker comenzó a divulgar las fotos en el foro underground 4Chan, Twitter decidió cerrar las cuentas en la que se potenció la divulgación, luego que los veloces usuarios ya habían transformado a Lawrence en trending topic.

Lo que desnudó este caso es que todavía no existe criterio formado sobre los hackers. Para muchos, se trata de una especie de “robin hood” que roba a los poderosos o famosos para beneficio de los comunes. Pocos deparan que se trata de un delincuente común como el ladrón que roba en nuestras casas y, aún peor en este caso, de un delincuente sexual, a quien denunciaríamos si lo tuviéramos de vecino.

Otro agravante es que el hacker no pirateó por diversión, sino por dinero, cantidad que le fueron pagando según su promesa de que divulgaría más selfies y videos eróticos de las víctimas. En ello, el hacker no se diferenció de un secuestrador o de un extorsionador típico, y quienes le pagaron estuvieron alimentando ese tipo de delitos y pervirtiendo a otros ciberpiratas para que cometan más crímenes.

En parte, esta confusión ocurre porque muchos interpretan que el internet es una charla de café en vez de un medio de comunicación, no sabiendo discernir qué pueden o no publicar, qué es o no es delito. También porque se han desquiciado los parámetros del bien y el mal sobre la información y nadie puede arrojar la primera piedra, ya que las malas conductas de los “robin hood” como Edward Snowden no se diferencian mucho de las de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense que espió a millones de usuarios; las de periodistas del extinto periódico News of the World que espiaron a celebridades y miembros de la realeza británica; o las de Facebook y Twitter que usan los datos de usuarios para su beneficio económico.

El pirateo de fotografías íntimas y datos demuestra que las nuevas tecnologías nos imponen nuevos retos y que los delitos comunes, como el acoso, el robo de imágenes e identidad, son potenciados a una proyección descomunal barriendo con la privacidad y el honor de las personas.

Asimismo, este episodio nos enseña que no es solo cuestión de castigar a los 
delincuentes. Se trata también de asumir conductas y actitudes personales para abrazar la nueva cultura digital. Reconocer los riesgos en el uso de la tecnología, instruirnos en temas de ciberseguridad, usar contraseñas más variadas y sofisticadas, es parte de nuestra responsabilidad para evitar mayores daños colaterales. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...