Dos cosas podrían unir al
mundo: Una invasión extraterrestre y la lucha contra el calentamiento global.
La primera está fuera del radar y la segunda todavía no cuaja, pero crece la idea
que la salvación del planeta es responsabilidad de todos.
En esa dirección apunta un
informe científico que esta semana divulgó Barack Obama para crear conciencia
entre los estadounidenses sobre los riesgos del cambio climático.
Por primera
vez, EE.UU. se asume en responsable de los descalabros medioambientales, descartando
el estereotipo hollywoodense de que es el único capaz de salvar al mundo de
Godzillas o calamidades naturales.
Aceptando que ha contribuido
a elevar la temperatura global con la emisión de gases invernaderos, Obama archiva
una actitud defensiva y evasiva que fue política oficial en cumbres mundiales sobre
medio ambiente. Lo más relevante del informe creado por 300 científicos,
“Evaluación Nacional del Clima”, es que se centra en las causas presentes del
cambio climático, más que en las consecuencias del futuro. Y aunque no es un
informe autocrítico, el gobierno asume que debe reducir la polución por emanaciones
de automóviles y explotación de energías fósiles.
En realidad ni Obama ni
EE.UU. descubrieron la pólvora con este estudio. Lo que sucede es que antes, la
crisis económica impuso otras prioridades haciéndose la vista gorda a nuevos
empleos y recursos como los de la industria petrolera con el método “fracking”
de extracción, pese a los graves daños que causa al medioambiente. Es que las evidencias
y acciones que se reclaman ahora, ya estaban incluidas en “Una verdad incómoda”,
aquel documental de la década pasada sobre el cambio climático, por el que el ex
vicepresidente Al Gore ganó el Nobel de la Paz.
Lo más importante de este informe
es que crea conciencia ciudadana y política con cuestiones tangibles,
alejándose de imágenes lejanas y abstractas de osos polares sin hielo y
glaciares en retroceso. Muestra cifras y experiencias diarias frente a tornados
y huracanes más potentes; costas erosionadas; sequías, inundaciones e incendios;
enfermedades respiratorias; problemas de transporte y gastos económicos
siderales. Todo ello como producto de que la temperatura aumentó un grado en
dos décadas, lo que no había ocurrido en tres milenios.
El área metropolitana de
Miami es prueba fehaciente de que las predicciones catastróficas que se creían
del futuro, ya son parte del presente. En Miami Beach se construyen plantas de
bombeo faraónicas para contrarrestar las inundaciones y la erosión que provocan
las mareas cada vez más altas, y evitar que la zona se convierta en la nueva
Atlántida del siglo XXI.
El problema es que la lucha
contra el mar es desigual y costosa, si se considera que solo ha subido 20
centímetros en un siglo, y que se pronostica en un metro el aumento en 90 años.
Seguramente, los residentes de Miami y ciudades de países desarrollados podrán afrontar
impuestos y seguros más caros para apuntalar la infraestructura necesaria, pero
uno se pregunta qué pasará con aquellas ciudades costeras de países más pobres.
El informe de la Casa Blanca
coincide con las predicciones apocalípticas de otro difundido el mes pasado por
el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas. Sentenció
que los efectos dañinos por las emanaciones de gases de efecto invernadero son
irreversibles. La única esperanza es no seguir agravando el problema. Los países
deben reducir al mínimo las emisiones, cambiando la mentalidad hacia una
cultura política y tecnológica que favorezca la generación de energías renovables,
como la eólica y la solar.
Para lograr este cambio ni
hay tiempo ni excusas. Los gobiernos tienen el desafío de respetar el concepto de
“naciones unidas” y trabajar el año próximo en la Cumbre de París con soluciones
de consenso. Si los países ricos deberían pagar indemnizaciones a los pobres es
cuestión de estrategias, pero la obligación es que todos deben asumir su cuota
de responsabilidad.
Para el resto de los mortales, lo prioritario es ejercer el derecho al voto pensando en la vida de nuestros nietos, para cuando sean abuelos. Con eso en mente, no deberíamos votar por aquellos políticos que no tienen conciencia medioambiental o no ofrecen un plan para combatir los efectos del cambio climático.