Lo más trascendente de la Cumbre Asia-Pacífico no fueron los acuerdos
comerciales entre China y EEUU o que se tejieran relaciones este - oeste, sino
que Obama se reinventara buscando su norte tras la reciente derrota electoral.
Tras perder las dos cámaras del Congreso a manos de los republicanos,
Obama entiende que su legado está en la política exterior. Tiene ahí mayor
margen de maniobra que en temas internos. Por eso dejó de lado la beligerancia
competitiva con China en asuntos comerciales y tecnológicos, para tejer un fuerte
compromiso para detener el cambio climático.
Es la primera vez que ambas potencias se comprometen mutuamente a
reducir los gases de efecto invernadero. Ya no existen dudas que son los máximos
responsables por el calentamiento global cuyas consecuencias son evidentes:
aumento del nivel de los mares, extinción de plantas y especies, cambio brusco
en el patrón de cosechas, más muertes y nuevas enfermedades por problemas
respiratorios. Para lo más escépticos, un video reciente de la NASA, www.nasa.gov, muestra la elocuencia trágica
de la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera norte del planeta,
acusando con el dedo a los países más desarrollados.
Nadie cree que este nuevo acuerdo, entre quienes generan el 45% de la
contaminación mundial, sea suficiente. Pero sí era necesario. Los presidentes
Obama y Xi Jinping declararon una guerra común contra la energía por carbón y
quieren que las energías limpias y renovables ocupen la agenda de las próximas
décadas. El objetivo común es limitar que la temperatura suba 2 grados
centígrados en este siglo. Las proyecciones son catastróficas si sucediera. Para
ello, China se comprometió a consumir 20% más de energía limpia para 2030 y
EE.UU. a reducir la contaminación a 17% para 2020 y a 26% para el 2030.
Es cierto que el acuerdo entre estas potencias es solo papeles y pura
demagogia mientras no muestren acciones concretas de cómo alcanzar sus
objetivos paso a paso. Además, esos límites no consideran cabalmente el aumento
demográfico en cada país, en especial en China, fuente de contaminación
creciente considerando la necesidad de producir más energías.
Lo que resta ahora es que este nuevo marco incentive mejores
compromisos en la cumbre de diciembre en Lima y de París del próximo año, donde
se espera que los gobiernos alcancen un nuevo tratado de carácter obligatorio
que suplante al de Kioto, que ha quedado desfasado, incumplido y tiene grandes
ausentes.
No todo es problema en el norte. Las noticias tampoco son buenas en
América Latina. Brasil tiene en la Amazonia el pulmón del planeta la solución
en sus manos, pero la tala indiscriminada y a pasos agigantados está
convirtiéndose en el problema a resolver. La deforestación aumentó en ritmo frenético
en el último año, alcanzando 5.891 kilómetros cuadrados muy por arriba de los
niveles que se registraron en años anteriores. Antes, las leyes punitivas
funcionaban, pero los taladores y contrabandistas le han encontrado sus puntos
débiles.
Resta que Dilma Rousseff acepte la responsabilidad para enfrentar el
problema, así como lo hizo Obama antes de acordar con los chinos. Después de
décadas de resistencia, el gobierno estadounidense aceptó su compromiso tras un
informe categórico, “Evaluación Nacional del Clima”, en el que 300 científicos,
sin más excusas, determinaron que el cambio climático es efecto de la actividad
humana. A partir de ahí se establecieron metas para reducir las emanaciones de
automóviles y la explotación de energías fósiles.
Esa posición de Obama ayudó para que este año otros gobiernos
resistentes a elaborar protocolos para la descontaminación, como los
desarrollados Canadá y Japón con altos índices de polución y la emergente
India, se comprometieran en la asamblea de Naciones Unidas a reducir los gases
contaminantes a través de un tratado con objetivos concretos.