domingo, 7 de septiembre de 2014

Desnundando nuestra intimidad

Las fotos y videos íntimos robados a la actriz Jennifer Lawrence que se esparcieron a la velocidad de la luz por el internet, demuestra que las grandiosas ventajas de la revolución tecnológica también arrastran daños colaterales.

El más pronunciado es la pérdida de la privacidad, como lo están sufriendo otras cien celebridades y cantantes, entre ellas Rihanna, April Lavigne, Winona Ryder y Kate Upton, cuyas partes íntimas son la comidilla en redes sociales y hasta una galería en Florida amenazó con exhibirlas como obras de arte, disfrazando el delito.

La novedad en este caso - así como antes ocurrió con Scarlett Johanson – es que las famosas no fueron acosadas a la distancia por paparazzis, sino por un par de hackers que accedieron a sus selfies que habían subido a la nube digital (involuntariamente, quizás) por obra y gracia de la sincronía automática entre teléfonos inteligentes y tabletas con el iCloud.

Apple enseguida delegó responsabilidades. Coincidió con el FBI argumentando que no se trató de la inseguridad del iCloud, sino de aviesos delincuentes que hacía rato perseguían a las famosas, provistos de contraseñas fraudulentas. La explicación no convenció, a sabidas cuentas de la fragilidad de nuestra privacidad luego de que colgamos datos propios o de nuestros hijos en las redes sociales, compartimos documentos en Dropbox o porque desnudamos demasiada información tras la compra on-line de un simple alfiler.

Lo raro de este “celebgate” es que a pesar de que se condene la acción del ciberpirateo, los usuarios de redes sociales y un sinnúmero de periódicos esparcieron los desnudos ampliando aún más el atentado contra la privacidad. Muchos, bajo el temible argumento de que la responsabilidad original fue de otros y que era su deber mostrar la prueba del delito como noticia. Esto, pese a que a horas de que el hacker comenzó a divulgar las fotos en el foro underground 4Chan, Twitter decidió cerrar las cuentas en la que se potenció la divulgación, luego que los veloces usuarios ya habían transformado a Lawrence en trending topic.

Lo que desnudó este caso es que todavía no existe criterio formado sobre los hackers. Para muchos, se trata de una especie de “robin hood” que roba a los poderosos o famosos para beneficio de los comunes. Pocos deparan que se trata de un delincuente común como el ladrón que roba en nuestras casas y, aún peor en este caso, de un delincuente sexual, a quien denunciaríamos si lo tuviéramos de vecino.

Otro agravante es que el hacker no pirateó por diversión, sino por dinero, cantidad que le fueron pagando según su promesa de que divulgaría más selfies y videos eróticos de las víctimas. En ello, el hacker no se diferenció de un secuestrador o de un extorsionador típico, y quienes le pagaron estuvieron alimentando ese tipo de delitos y pervirtiendo a otros ciberpiratas para que cometan más crímenes.

En parte, esta confusión ocurre porque muchos interpretan que el internet es una charla de café en vez de un medio de comunicación, no sabiendo discernir qué pueden o no publicar, qué es o no es delito. También porque se han desquiciado los parámetros del bien y el mal sobre la información y nadie puede arrojar la primera piedra, ya que las malas conductas de los “robin hood” como Edward Snowden no se diferencian mucho de las de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense que espió a millones de usuarios; las de periodistas del extinto periódico News of the World que espiaron a celebridades y miembros de la realeza británica; o las de Facebook y Twitter que usan los datos de usuarios para su beneficio económico.

El pirateo de fotografías íntimas y datos demuestra que las nuevas tecnologías nos imponen nuevos retos y que los delitos comunes, como el acoso, el robo de imágenes e identidad, son potenciados a una proyección descomunal barriendo con la privacidad y el honor de las personas.

Asimismo, este episodio nos enseña que no es solo cuestión de castigar a los 
delincuentes. Se trata también de asumir conductas y actitudes personales para abrazar la nueva cultura digital. Reconocer los riesgos en el uso de la tecnología, instruirnos en temas de ciberseguridad, usar contraseñas más variadas y sofisticadas, es parte de nuestra responsabilidad para evitar mayores daños colaterales.